Zarza ante su obra “El gran fascista”, 1973, pintura de caseína sobre papel pegado en masonite,
165 x 209 cm. Colección del Museo Nacional de Bellas Artes.
Es obvio que las artes visuales se explican por sí solas, pero tener la posibilidad de, con toda tranquilidad, recorrer una exposición de la mano del artista que creó las obras que están expuestas en un determinado museo o galería es, sin lugar a dudas, una posibilidad única, diría más: ¡mágica!
En eso pensaba mientras se abría ante mí Animales peligrosos, mega exposición de Rafael Zarza (La Habana, 1944) que puede verse en el Museo Nacional de Bellas Artes hasta febrero venidero y que cierra el ciclo de festividades por el muy merecido —aunque tardío— Premio Nacional de Artes Plásticas 2020.
La exposición, que incluye pinturas, dibujos, grabados y máscaras rituales africanas (para un total de 75 obras), constituye una suerte de recorrido por la obra de este creador llano y raigalmente sencillo, cuya personal impronta —tanto pictórica como en grabado— está repleta de una fuerza inusitada, brutal (con tintes sarcásticos y guiños irónicos), y en la que el erotismo es una constante explícita, y para los pacatos, hasta chocante.
Zarza es muy conocido en el gremio gráfico: la mayor parte de su obra ha nacido en el Taller Experimental de Gráfica de La Habana —“el lugar donde siempre encuentro una piedra para dibujar”, asegura—, pero en él hay un pintor oculto, silencioso, menos público, que gesta su obra en su casa del Vedado que es, a la vez, el taller creativo de este transgresor artista que a pesar de sus muy bien llevados 77 años, mantiene virgen la irreverencia, audacia y frescura que lo han caracterizado siempre: desentrañemos, junto a Zarza, algunos recovecos de su creación.
Zarza ante parte de su grabado.
“La exposición no es una retrospectiva, pero sí una panorámica desde finales de los años 60 hasta el 2021. Es la primera vez que algunas de estas piezas se exhiben —algunas estaban en los fondos del Museo—. En la expo hay obras de los años 60 y 70, que se han puesto a dialogar con las realizadas hasta el 2021, y así el espectador puede percatarse de los cambios que he experimentado”.
“El gran fascista”, ya un clásico…
Esta pieza, hecha en 1973, está en la sala permanente y se ha trasladado momentáneamente para esta exposición, pero pertenece a la colección del Museo. Está realizada con pintura de caseína sobre papel —que a su vez está pegado sobre masonite— y es como uno de los tesoros del museo. Mide 165 x 209 centímetros. El fascismo, lamentablemente, siempre resurge a partir del militarismo exacerbado, y yo he querido mostrar las piezas realizadas en los años 70 al lado de las producidas en los 2000 sobre la misma temática. Y lo que más me conmueve es constatar que esas posturas “fascistoides” no han cambiado a pesar del paso de los años: ese señor fascista que se siente por encima de todo y de todos: el mundo lo vive todos los días.
Foto: Cortesía de la autora.
“La soga del ahorcado trae suerte”, esta pieza rinde a homenaje a François Villon.
Efectivamente, un homenaje a ese poeta francés (c. 1431-c. 1463), que en su época fue muy controvertido y que tuvo una vida muy violenta, casi marginal.
Se le considera el primero de los que más tarde se llamarían los “poetas malditos”. Esta obra es del 2014 y está realizada a carboncillo y acrílico sobre tela (150 x 200 cm). En ella aparece un texto de Villon que dice: “Muertos estamos, no nos moleste nadie: ¡y rogad a Dios que nos absuelva a todos!”. Él sabía que lo iban a ejecutar y se despidió con este poema, como testamento. Fue amnistiado más tarde.
“La exposición, que incluye pinturas, dibujos, grabados y máscaras rituales africanas (para un total de 75 obras), constituye una suerte de recorrido por la obra de este creador llano y raigalmente sencillo”.
Y el tema de la muerte también está en la pieza “Agarrotado en La Punta” realizada este año 2021…
Esta obra también está dedicada a otro gran poeta cubano: Julián del Casal (1863-1893), e incluye un fragmento de un soneto que él escribió luego de presenciar una ejecución que se realizó en la explanada de La Punta, aquí en la Habana.
En la etapa colonial en esa explanada se ejecutaban tanto a delincuentes como a patriotas: allí fue ejecutado Narciso López y también los ocho estudiantes de medicina, entre otros condenados. Yo quería trabajar con ese fragmento del poema que dice: “Arrastrando sus grillos lastimeros / asciende el criminal la última grada / lanza el clarín su fúnebre llamada / y brillan en el aire los aceros / al exhalar sus gritos postrimeros, la víctima al suplicio condenada / huye la muchedumbre dispersada como torpe rebaño de carneros”.
“Agarrotado en La Punta”, 2021, técnica mixta sobre tela, 160 x 200 cm.
Casal —uno delos grandes poetas cubanos representativo del Modernismo junto con José Martí y Rubén Darío— le hizo, también, un precioso poema a los estudiantes de medicina injustamente condenados, y otro dedicado a Antonio Maceo, el Titán de bronce.
“Por protestar”, un díptico…
Estos cuadros están inspirados en las ejecuciones que llevaba a cabo la Inquisición: por protestar o por, sencillamente, disentir de la religión imperante, lo cual era una blasfemia para ellos. Se les colgaba el San Benito y se les ejecutaba delante de todos, y la muchedumbre disfrutaba aquello como un gran espectáculo.
La poesía y la muerte son dos temas a los que recurre en sus obras.
La poesía es como la vida y la muerte, algo inevitable. Son dos aspectos que se tocan. A mí me interesa mucho trabajar estos temas que son inherentes al ser humano.
Lo erótico es una constante, una permanencia total. Incluso, en ciertas etapas su obra fue incomprendida, sin embargo hoy es muy merecidamente Premio Nacional de Artes Plásticas, ¿por qué es tan importante para usted el erotismo?
Está siempre presente. Algunas personas asocian el erotismo con la pornografía y consideran el erotismo como un tabú. Eso es un error, porque el erotismo forma parte del hombre y de la mujer desde el paleolítico y desde Adán y Eva.
El sexo es inherente al ser humano y, también a los animales. Y no es pecaminoso enseñarlo, mostrarlo sin prejuicios. Desde hace rato las fronteras entre erotismo y pornografía prácticamente no existen. ¡Y mucho menos en el arte!
“Sodoma y Gomorra”, 2011, acrílico sobre lienzo, 150 x 200 cm.
En esta exposición, por ejemplo, hay una serie de obras que se basan en anuncios publicitarios de los años 50 y en ellos había una especie de lenguaje subliminal. Este mensaje estaba en los productos con el fin de vender, y todo estaba en función del comercio. Lo que intenté con esta serie fue sacar a la luz ese mensaje subliminal y hacerlo explícito en esos anuncios. Es litografía pura.
Es decir, hace una apropiación de esos anuncios publicitarios y los lleva a su lenguaje.
Los asumo. Suelo hacer muchas apropiaciones desde los 60. Goya hizo apropiaciones de la obra de Velázquez y lo hizo para aprender. Hay que aprender, siempre se aprende y, de alguna manera, es un homenaje a grandes artistas como Rembrandt entre otros. Me interesa también la sátira llevada a la gráfica.
“El sexo es inherente al ser humano y, también a los animales. Y no es pecaminoso enseñarlo, mostrarlo sin prejuicios”.
¿Por qué el tema taurino en usted?, ¿es acaso solo un pretexto?
Eso me lo preguntan a menudo. Nosotros tenemos un antecedente cultural que no puede negarse: el hispano. Empleo ese símbolo porque es un icono que me permite moverme a voluntad; pueden ser toros, pueden ser vacas, pueden ser bueyes.
Incluí, por ejemplo, una serie de litografías que se basan en las corridas de toros que se realizaban en Cuba. En una de esas litografías aparece un texto que se refiere a Mazzantini, en su corrida de despedida, un torero muy famoso en nuestro país.
Los vistosos trajes de otros toreros también están hechos con marquillas de tabacos pegadas (collage). El proceso es el siguiente: imprimo una litografía en blanco y negro después las manipulo, es decir, les añado color a mano (acrílico). Es un trabajo hermoso. A veces no se recuerda que en La Habana llegaron a existir varias plazas de toros y entre las más importantes estaban la ubicada en Regla y otra en Infanta y Carlos III.
Quiero insistir en algo: además del tema taurino tengo una obra hecha en máscaras que nace de mi estancia de dos años en África, otro de los componentes esenciales de nuestra nacionalidad, es decir, la raíz africana.
Hay siete litografías sobre cartulina agrupadas en una suerte de serie titulada “Taurorretrato”
Fueron siete personas de triste recordación que, considero, se cuentan entre las que más agredieron la nacionalidad cubana: aparece Gonzalo Castañón, cuya tumba generó el fusilamiento de los ocho estudiantes de medicina el 27 de noviembre de 1871; Valeriano Weyler, que puso en práctica la criminal reconcentración de los campesinos; Víctor Patricio Landaluze, un excelente pintor, pero con fuertes ideas coloniales; Miguel Tacón, otro capitán general de mano dura, Blas Villate de las Heras y la reina Isabel II.
La sala contigua es la dedicada a África…
¡Aquí están los cráneos de reses que he convertido, simbólicamente, en máscaras africanas!: “Cuba, Siete rayos”, que alude a Kimbisa, “Palo Monte” (óleo / cuero, sobre cráneo de res, 1998); “Pintura ritual”, Boi Sagrado Nhaneca-Humbe, Tjimba, Hereros, Angola, África, (acrílico sobre cráneo de buey, 2006); “Ritos de iniciación”, Congo, África, (acrílico sobre cráneo de res, 2008); “Máscara Zindunga”, Congo, Cabinda, Angola, Sociedad Secreta de los Bacongos, (acrílico sobre cráneo de res, 2017); “Pintura ritual”, Kenya, guerreros Samburu, 2006; “Máscara”, Congo, África, “Ancestros, divinidades e imponer disciplina”, (acrílico sobre cráneo de res, 2014); pintura ritual, “Guerreros Maasai”, Kenya, (acrílico sobre cráneo de búfalo, 2008.
Zarza ante algunas de sus máscaras.
También se muestra el óleo sobre lienzo “Bobadilla, restos de Maceo”. Una apropiación del cuadro de Armando Menocal “La muerte de Maceo”, que está en la colección del Museo de la Ciudad. Este cuadro fue para mí muy importante, porque lo vi por primera vez cuando era un niño y me impresionó sobremanera. Interpreté ese cuadro con una visión más mía: Maceo está dentro en un ruedo, ya muerto. Aparece el símbolo del toro porque los militares españoles decían que Maceo los había “toreado” durante toda la invasión desde Oriente a Occidente y nunca lo pudieron capturar. Aparece el símbolo de Oggún-Zarabanda —porque se asegura que Maceo era practicante de la Regla de Palo Monte— y le coloco el símbolo de Oggún-Zarabanda porque fue nuestro gran guerrero.
“El Cristo de la fe cubana”(Cristo con clavos), 1992, (óleo sobre madera 152 x 127 cm): aquí está presente lo cristiano, pero también lo africano. La pieza está hecha sobre madera y es una frontera entre la pintura y la escultura, y tiene incluidos muchos clavos como Nkisi del Congo y colgados elementos que tienen que ver con la religión católica como rosarios y crucifijos.
Me equivoco si afirmo que estas últimas piezas que cierran “Animales peligrosos” son como un gran resumen de todo.
Pudiera ser eso. Aquí está casi todo.
“Caballo de frisa”, 2018, acrílico y carboncillo sobre lienzo, 155 x 195 cm.
“En campo”, 1972, óleo sobre tela, 160 x 250,5 cm. Colección Museo Nacional de Bellas Artes.
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