Carlos Barba Salva : “La aceptación siempre es un misterio”


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Ganar premios, en casa, constituye una alegría que Carlos Barba Salva pudo vivir junto a su equipo de realización de Las polacas, cortometraje que se alzó en la más reciente edición del 42 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano (FINCL) con el “Premio Coral Especial del Jurado de Cortometraje de Ficción” y, también, con el del “Cibervoto”, reconocimiento que otorga el público a su película favorita.

El realizador conversó con Cubacine sobre esta inolvidable experiencia y acerca de la historia de amor y dolor que caracteriza al cortometraje. 

¿Qué significó para usted recibir tales galardones?

Un sueño hecho realidad, sin miedo a caer en el lugar común o en lo manido. El Festival de Cine de La Habana tiene mi edad y pensé mucho en los cineastas cubanos, los que están, pero sobre todo en los que no, los que se fueron sin ese reconocimiento. Además, se lo dediqué a mis padres, con ellos fui a mi primer Festival y por vez primera al cine.

Cuando pienso en un certamen como este, que como espectador visité desde muy joven, me acuerdo de cuando estudiaba en la Universidad de Oriente ―en la carrera de Letras nos daban días para disfrutarlo y uno viajaba por sus medios―. Entonces, siempre me vienen a la mente esas jornadas, visualizándome desde el patio de butacas, aplaudiendo algún film.

Después, me tocó acompañar películas en las cuales fungí como asistente de dirección (con particular emoción recuerdo Barrio Cuba, de Humberto Solás, en el Yara, que fue un verdadero acontecimiento). Luego vinieron mis propios documentales. Y, más tarde, ocurrió la exhibición de mi primer cortometraje en competencia, 25 horas, en la sala del Acapulco y en el propio Yara.

Pasa el tiempo y llega Las polacas, y la alegría se duplica, cuando de pronto eres tú quien te encuentras delante, con todos ahí esperando a que articules unas palabras que tuvieron que aflorar con mis pocos pasos hacia el estrado.

Estoy muy agradecido con el Festival por considerar mi película, al jurado por premiarla y, por supuesto, a la gente que en el primer pase en el cine Riviera el pasado 6 de diciembre, fue tan generosa. Algunos salían con los ojos anegados en llanto, abrazándonos, otorgando un Coral anticipado.

Ahora, ya después de premiado, similar recepción tuvo el corto en el Yara, la catedral del circuito cinematográfico cubano, un cine que alberga la sinceridad en sus espectadores que dialogan con los filmes y los hacen suyos.

También obtuvimos el premio “Cibervoto” al corto más votado, que concede el Portal del Cine y Audiovisual Latinoamericano y Caribeño, de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, por una votación efectuada en línea a través de la plataforma: cinelatinoamericano.org.

¿Considera que el apoyo de Mareafilmes y del ICAIC fue decisivo para obtener tales resultados?

Mareafilmes es mi casa, nacida en Santiago de Cuba con Mujer que espera. Y con el ICAIC hice mis primeras asistencias de dirección en largometrajes de Solás, Perugorría, Arturo Sotto o Rebeca Chávez.

Solo realicé un documental enteramente producido por el Instituto, Gibara, ciudad abierta, y fue una gran experiencia para mí, porque me dieron la posibilidad de escoger el staff, que era digamos, el resumen de mis compañeros en proyectos anteriores.

Con Las polacas tuve el apoyo del presidente del ICAIC, Ramón Samada, quien acogió la idea que venía de un audiovisual independiente, y de Francisco Álvarez “Panchito” y demás especialistas de su oficina. Con ellos había trabajado antes y, ahora, para el tema de permisos de filmación en calles y otras cuestiones de logística, en tanto Las polacas es una película de carretera (road movie) y necesitábamos circular por varios lugares y con andamiaje. Filmar fue como regresar con amigos a vivir el cine, aunque fuera una semana apenas.

¿Tuvo dudas, en algún momento, respecto a la acogida que tendría su corto por parte del público? ¿Imaginaba que sería así de afectiva y calurosa?

La aceptación siempre es un misterio. Cuando se escribe una historia el proceso es una lucha constante para que le guste a uno, primero; la batalla es contigo mismo y con eso que está debatiéndose y tomando forma en la cuartilla en blanco.

El rodaje es el siguiente paso, que se rebela, que tiene vida propia, que pasa por las actrices en el trabajo de mesa y que nos anuncia que hemos iniciado nuestro viaje.

Haber nacido y vivido en Cuba hace que contar historias sea algo natural. Existe magia en los filmes que completa el espectador, de eso estoy cada vez más seguro, y Las polacas me lo demuestra una vez más.

En festivales internacionales donde ha asistido el corto solo, donde Coralia Veloz obtuvo un premio especial del jurado por su magistral interpretación en el Seattle Latino Film Festival, por ejemplo, o cuando recientemente asistí al Havana Film Festival de New York, ―mi primer evento de este tipo tras la pandemia― me impresionó la recepción en el Village East Cinema de Manhattan. De hecho, al final la proyección ellos hacen “Preguntas y respuestas”, y se tuvo que extender la sesión por las inquietudes que se formulaban. Pero ya después de ese interesante encuentro, afuera de la sala, entre las personas que me felicitaban, un joven se me acercó para pedirme un consejo sobre su madre, y una decisión que debía tomar, pues el final de Las polacas le hizo reflexionar acerca de su realidad inmediata. Llegué al hotel con su imagen, cuestionando lo que a veces se dice, eso de que el cine no puede cambiar mentalidades.

En fin, que estoy muy agradecido por todos los que estaban allí con sus palabras elogiosas, pero lo que ese muchacho dijo me hizo pensar en el valor de esa línea del guion, en la defensa de las actrices ante la historia, en ese hilo infinito entre ficción y realidad que, en ocasiones, no se puede explicar.

 

Apostar por Coralia Veloz y Tahimí Alvariño fue un grandísimo acierto. Coménteme sobre el trabajo con estas dos populares y queridas actrices cubanas, madre e hija dentro y fuera de la pantalla.

Con Coralia trabajé en Barrio Cuba y Tahimí es una amiga de hace años. Vivíamos en paralelo nuestras carreras y, de vez en cuando, nos jurábamos la posibilidad de hacer algo juntos, pero nada impuesto, ni como meta a cumplimentar. Hasta que un buen día sucedió. Llegó la historia que estábamos esperando y supimos sacar provecho de la misma. 

Fue un goce porque ellas, con su sola presencia, aportaron mucho al estilo del cortometraje, a lo que aspirábamos a conseguir: madre e hija diciéndose verdades a boca jarro.

En el rodaje, como todo el equipo, fueron súper dedicadas y se esforzaron mucho. Recuerdo que de pronto, una vez, se nublo y la luz cubana hay que entenderla y quererla, y yo las sentía tan preocupadas como nosotros.

No son actrices (Coralia y Tahimí) que se aíslan en maquillaje o que ponen distancia de sus compañeros. Nunca están ajenas al espíritu del filme, saben qué puede o no obstaculizar una filmación, y que un nubarrón puede impedir la continuidad. Eso se aprecia tanto.

¿Por qué contar su historia desde un auto Fiat Polski 126p, es decir, en un vehículo en movimiento y con muy poco espacio?

Una historia como esta, de amor y dolor, un drama latente inagotable, que debía ser ejecutado por dos personajes, tenía que llevarlo a otro nivel. Había algo de claustrofobia que necesitaba para que madre e hija estuvieran más cerca, físicamente, pues ya en muchos sentidos e ideas estaban separadas, y nada mejor que un antiguo polaquito, que es otro rol importantísimo en Las polacas, junto a la fotografía del esposo y padre, que en una escena saca del maletín “Bertha”.

Si se quiere está más cerca de lo teatral lo que yo propongo con Las polacas, aunque desde una visión cinematográfica, y estamos muy contentos de que haya funcionado. Yo no quería distracciones formales, sino a ellas en el centro de los acontecimientos. Hay que estar atento a todo lo que se dicen, hacer el viaje también, acompañarlas cada minuto.

La música de Yuri Hernández; la fotografía de Carlos Rafael Solís; el montaje de Jorge “Tutti” Abello; el sonido de Javier Figueroa; el diseño de banda sonora de Valeria Mancheva y Benito Amaro, sin dudas, me ayudaron a construir ese universo. También está Juan Manuel Gómez en la producción junto conmigo; Ernesto Rancaño y N&B en el diseño gráfico con un cartel tremendamente hermoso y que, a su vez, formó parte de la selección oficial del 42 FINCL; Víctor Dennis González operando cámara; Oscar Pérez como jefe de iluminación y Abel Álvarez en la dirección de producción.

¿Cuáles proyectos le ocupan hoy?

Hace tres años que trabajo en la trama de un largometraje de ficción inspirado en una idea de la gran actriz alemana Hanna Schygulla; invitación de la querida y ya fallecida cubana Alicia Bustamante y de la propia Hanna para colaborar juntos.

Tengo en plan, además, dos cortos casi en igualdad de condiciones para rodar, y un proyecto que me tiene muy ilusionado con el cineasta Gerardo Chijona, a quien me unen afectos entrañables. Porque el cine es eso también: cercanía, afinidad y confianza.

 


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