Colibrí: «la familia en función de la creación»


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Producciones Colibrí, Casa Discográfica y Editora Musical del Instituto Cubano de la Música, está cumpliendo 20 años de fundada; nació como institución que protege el patrimonio musical cubano, «pasado, presente y futuro, sin hacer concesiones al mercado de la industria fonográfica»

Es una de las entidades culturales de más prestigio en la discografía cubana y mantiene, desde su nacimiento, un empeño encomiable por preservar los valores musicales como forma de expresión de la identidad nacional.

Marta Bonet de la Cruz (La Habana, 1963), musicóloga de amplia experiencia y extenso currículo, es actualmente vicepresidenta primera de la Unión de Escritores y Artista de Cuba, luego de laborar en prestigiosas instituciones culturales cubanas, y en la radio, historia que cuenta en esta conversación; fue, en la génesis de Colibrí, su subdirectora y luego pasó a liderarla durante cinco años.

Graduada de Teoría de la Música en el año 1982, en el Conservatorio «Amadeo Roldán», luego se licenció en Música, especialización Musicología, en el Instituto Superior de Arte (ISA) en 1987, y también aquí, en Máster en Música, en el 2015.

Como enseñaba Eduardo Galeano, recordar, del latín recordis, «volver a pasar por el corazón», es una de las funciones humanas más aportadoras, aunque provoque nostalgia y a veces hasta morriña, porque permite revisar lo vivido y agradecer, a la vida, a los acompañantes en ese pasado y, a la par, ayuda a comparar y ver el presente con más claridad.

Marta Bonet es de esas personas que saben recordar y agradecer desde el corazón; ella confesó a esta redactora: «Acabo de leer la entrevista y terminé llorando, nostálgica de mí misma….increíble!», y aunque entre las intenciones del cuestionario no estaba provocar llanto, es hermoso avivar fuertes emociones que, a su vez, el lector podrá sentir.

¿Cuándo comienza usted a trabajar en Producciones Colibrí?

Yo empecé en Colibrí en enero del 2004; éramos un equipo de cinco personas solamente, Adolfo Costales encabezaba el equipo y estábamos todos en una oficina muy pequeña en el Instituto Cubano de la Música (ICM).

Comencé como subdirectora, después asumí la dirección de la disquera durante cinco años, hasta el 2017 en que pasé al ICM como vicepresidenta del área técnica y después como presidenta del Instituto.

¿Qué aspectos le motivaron a aceptar ser la directora de esa discográfica?

Colibrí ha sido el proyecto profesional más importante de mi carrera; fue un proyecto que me cautivó. Yo venía de Bis Music, donde permanecí un lustro, y donde aprendí mucho del mundo discográfico. Anteriormente había estado en la agrupación Nacional de Conciertos y en la radio por diez años.

Cuando empecé en Bis Music, lo hice al frente del área de Marketing y Comunicación, todo un reto, pues no tenía experiencia alguna en la industria discográfica pero el mundo del disco me atrapó inmediatamente y, al proceder de la radio, había detalles de la producción musical que pude entender más fácilmente, por ejemplo, concebir el balance en el acople de un disco, que es muy parecido a conformar la selección musical de un programa radial.

Por otra parte, era muy satisfactorio y enriquecedor realizar la promoción de los proyectos en la radio y comentar el resultado creativo de cada uno de ellos. Además, como ya sabes, mi profesión es la Musicología, por lo que la capacidad de análisis y el pensamiento científico que te proporciona la especialidad acerca de los procesos de la música por dentro, te permiten enfrentar otros procesos similares, y el mundo del disco me enamoró, diríamos que «a primera vista».

Producciones Colibrí se había fundado a principios del 2003, estamos en su cumpleaños 20, y en el 2004, Abel Acosta, por entonces presidente del Instituto Cubano de la Música, y Ciro Benemelis, quien era el presidente de Cubadisco, nos mandaron a buscar a Gloria Ochoa y a mí para que integráramos el equipo que recién incursionaba en la disquera, y de conjunto, lograr el objetivo con que sus creadores la soñaron: una institución que protegiera el patrimonio musical cubano, pasado, presente y futuro, sin hacer concesiones al mercado de la industria fonográfica.

Me motivó esencialmente porque Colibrí era el proyecto soñado, no solamente por continuar en el mundo de la discografía, sino por entrar en ese universo sin las presiones del mercado, porque era fundacional en ese sentido; era la última disquera que nacía, y de hecho la última en el panorama discográfico nacional, con el propósito fundamental de rescatar todos aquellos nichos de la música cubana que no estaban explorados, sin distinción de géneros y estilos y llevando procesos de investigación al disco.

Yo recuerdo que cuando empecé ya estaba establecido el sello In Situ, que lo creó Adolfo Costales, con un concepto muy interesante porque se grababan agrupaciones de pequeño formato y solistas de todo el país de mucha calidad que estaban trabajando en algunas instalaciones turísticas, pero poco se conocían en el país, que nunca habían tenido la posibilidad de grabar un disco y además de poder vender ese disco en sus lugares de presentación, que era lo ideal.

Ya después creamos los sellos Cinquillo y Roldán. Cinquillo por la fórmula rítmica de la música popular cubana y con la idea de agrupar en él proyectos muy especiales de jazz, música tradicional, folklórica, música campesina… Roldán para la música de concierto cubana, y su nombre lo escogimos en homenaje a ese gran músico nuestro que fue Amadeo Roldán. Este sello dio continuidad, de alguna manera, a producciones que había realizado la EGREM en su primera etapa, con las musicólogas Ana Lourdes Martínez e Iraís Huerta como productoras.

En Colibrí tuvimos una gran producción de música cubana de concierto que no se conocía y en mi caso me dio la posibilidad de desarrollar esta parte de la musicología porque todos estos proyectos pasaban por un proceso de investigación, muchos los creamos nosotros mismos y otros llegaban como propuestas de los mismos productores o músicos, pero al final siempre les poníamos «un granito»; siempre decíamos que todos los discos, fueran de lo que fueran, llevaban un pedacito de nosotros, porque uno siempre le pone su impronta, además, cuando uno dirige procesos creativos en equipo, se enriquecen las ideas, los conceptos y al final el resultado es mucho más reconfortante.

Colibrí, desde sus inicios, constituyó una familia. Recuerdo cuando comenzamos a trabajar en el Manual de Identidad, toda la tormenta de ideas que hacíamos, de ahí salió nuestro primer slogan «El único que canta»…nuestro Colibrí era el único que cantaba…

Como te decía, fundamos una familia, primero porque a algunos ya los conocía de muchos años atrás; a Adolfo, desde que era músico de Mayohuacán, Gloria y yo fuimos compañeras de estudio desde niñas, Martica Rodríguez, filóloga, que se encargaba y se encarga aún de las artes finales de los discos, también la conocía del ICM, y a Niurkita no la conocía de antes pero igual…, éramos un equipo muy unido. Y así unidos, fuimos encaminando el trabajo de la disquera y ampliándolo también con otros compañeros y compañeras que se fueron incorporando; conformamos las diferentes áreas claves de la disquera: producción, jurídico, comercial, comunicación, economía… pero siempre con el concepto de que era importante la unidad, y que más allá de ser compañeros de trabajo éramos una gran familia. Siempre he dicho que Colibrí es el lugar del que nunca hubiera querido irme, pero bueno, cuando te designan determinadas responsabilidades pues hay que asumir, con el mismo amor y la misma vocación de servicio.

Entonces, volviendo a tu pregunta, porque ya hice un poquito de historia, pero es que hablar de Colibrí me emociona tremendamente. Cuando a Gloria la promueven para el ICM yo paso a ocupar la dirección de la disquera, otro reto, y te confieso que sentí mucho temor, pero igual era un compromiso sentimental y moral con el equipo de trabajo que se había mantenido durante años y había logrado tantos proyectos esenciales para la cultura cubana.

Todavía hay quien se acuerda de la cantidad de veces que nos parábamos en las ceremonias de premiación de Cubadisco y las griterías que se armaban porque Colibrí casi se llevaba todos los lauros, y eso es una cosa muy linda, ahora mismo te lo digo y me emociono (otra vez) porque es como que uno va dejando su impronta, su huella en los lugarcitos por donde pasa, y eso fue Colibrí para mí, un sueño convertido en realidad.

Usted mencionaba el sello Roldán, que fue su creación, ¿cómo surge?

Surge por la necesidad imperiosa de registrar la música de concierto cubana y dar a conocer sus principales compositores. Cuando comencé en la disquera ya Adolfo Costales estaba trabajando en el disco Homo Ludens, que recogía, casi en su totalidad, primeras grabaciones mundiales de obras inéditas del Maestro Leo Brouwer, para formatos de música de cámara con y sin guitarra, y que abarcan más de 40 años de su labor como compositor. El proceso de grabación fue plasmado en un excelente documental realizado por Ángel Alderete y, para nosotros fue una tremenda experiencia participar de la conceptualización, el trabajo de estudio en su totalidad, la realización audiovisual, las artes finales, pero, sobre todo, las enseñanzas del Maestro. Este trabajo inauguró el Sello Roldán, fue su fonograma fundacional.

Generalmente, desde el equipo de producción, atendíamos todos los proyectos de la disquera, pero cada uno de nosotros nos fuimos especializando en cada sello y fungíamos como una especie de «productores principales».

Fundar y desarrollar Roldán, identificando e investigando toda esa música de concierto prácticamente desconocida fue un desafío, pero a la par, una tremenda enseñanza y algo muy lindo, de las cosas más bonitas que me sucedieron en Colibrí.

Trabajamos mucho con el Centro de Investigación y Desarrollo de la Música Cubana, con el Museo Nacional de la Música, de hecho, el maestro Gómez Cairo fue productor de muchos de los fonogramas que agrupó este sello; y también con la doctora Miriam Escudero y el Gabinete de Patrimonio «Esteban Salas», de la Oficina del Historiador de La Habana.

¿Cuáles de las producciones discográficas del sello Roldán usted consideraría hitos en la historia de Colibrí?

¡Imagínate!..., yo diría que todas marcaron hitos, de alguna u otra manera. Cuando revisas el catálogo de Roldán, no es posible delimitar. Por ejemplo, hicimos el último disco en el que participó Luis Carbonell, un proyecto hermoso de Ulises Hernández, donde se grabaron Las Danzas Melopeas de Ignacio Cervantes, las cuales no se conocían, pues los músicos conocían las cuarenta danzas que están editadas en el libro y en el disco, pero las danzas melopeas las descubrimos en el proceso de investigación cuando Ulises nos trajo el proyecto, realmente era su proyecto; son cinco danzas que Cervantes escribió con textos, que fueron grabados en la voz de Carbonell, que lo hizo maravillosamente bien. Este disco fue bien importante y marcó mucho la discografía de Colibrí.

Hicimos Todo Roldán, Todo Caturla con la Orquesta Sinfónica Nacional; Los cinco conciertos para piano y orquesta de Villalobos, grabados en vivo en el Teatro Auditórium Amadeo Roldán; grabamos igualmente a la Camerata Romeu; la Orquesta Solistas de La Habana con obras de José White; el Dúo Promúsica con obras inéditas de Alejandro García Caturla; la Orquesta de Cámara de La Habana…hicimos un colección dedicada al Grupo de Renovación Musical - que a mí me dio mucho gusto porque estaba relacionada con muchos de mis maestros durante la carrera- con un disco de cada uno de los miembros de ese grupo, como Argeliers León, que además de ser el padre de la musicología cubana, fue mi maestro, a quien yo le debo mucho de lo que hice; Harold Gramatges, Hilario González, mis profesores en el nivel medio y en el superior, y fue una manera de homenajearlos a ellos y a la obra que nos legaron.

Para esta colección buscamos intérpretes muy jóvenes, casi todos estudiantes del ISA; el objetivo era, además, poder reflejar en las grabaciones la visión que tenían esos muchachos de una obra tan anterior a su tiempo y creo que logramos revitalizar la cosecha de todos esos maestros; yo recuerdo este proyecto con muchísimo cariño; el Maestro Ulises también fue su productor.

Algo también muy bonito fue la grabación y filmación de la primera zarzuela infantil, Cerca del río, con estudiantes de la Escuela de Canto Lírico de La Habana, que, a su vez, fue la tesis de graduación de Ivette Herrymann, una estudiante de composición, alumna del maestro Juan Piñera en aquel momento.

En el catálogo del sello Roldán puedes encontrar, además, a los Maestros Juan Piñera, José Loyola, Roberto Valera, Alfredo Diez Nieto, Guido López Gavilán, Carlos Fariñas… todos los compositores cubanos de los que pudimos rescatar obras. También Ignacio Cervantes, Manuel Saumell, Ernesto Lecuona, Cecilia Arizti, Magaly Ruiz…y los más jóvenes…En todo el catálogo de Colibrí, en sus tres sellos, hay marcas importantes, hay producciones que constituyeron hitos dentro de la discografía cubana…¡es una producción de lujo, creo yo!

¿Quisiera hablarme del proyecto de Música Catedralicia?

Ese fue un proyecto que nos propuso la doctora Miriam Escudero, musicóloga y directora del Gabinete de Patrimonio Musical «Esteban Salas»; allí tenían unas investigaciones importantísimas, que han sido premios de la Academia de Ciencias de Cuba, sobre la música catedralicia de los siglos XVII, XVIII y XIX.

Llegamos a grabar varios discos en colaboración con la Oficina del Historiador de la Ciudad; la propia Miriam y su equipo, entre los que se encuentra la doctora Claudia Fallarero, fungieron como productoras y, casi todos se grabaron con la Orquesta del Lyceum Mozartiano de La Habana, bajo la batuta del maestro José Antonio Méndez, que es un joven director con muchos resultados.

En esta colección participaron varios intérpretes como solistas; un proyecto muy interesante que aún se mantiene en producción, pues cada vez que una de las investigaciones concluye, sale un proyecto discográfico de esta colección.

¿Qué es la colección Conmutaciones?

Es una colección superinteresante, está asociada a la Beca «Conmutaciones» que otorga la Asociación Hermanos Saíz (AHS) a jóvenes compositores. Los proyectos ganadores son producidos por Colibrí.

El resultado ha sido excelente; se han grabado obras de músicos muy jóvenes como Wilma Alba Cal, Ernesto Oliva, Daniel Toledo, Pepe Gavilondo, entre otros; muchachos muy talentosos que en ese momento estaban estudiando Composición en el ISA.

De igual manera hicimos una colección vinculada al Premio «Musicalia», de piano, del ISA; al primer laureado del certamen le hacíamos su disco, pero no era hacerlo por hacerlo; el Maestro Ulises Hernández dirigía el concurso, como jefe de cátedra del departamento de Piano de esa universidad, y siempre tratábamos de ponernos de acuerdo con él para que esos muchachos, cuando fueran premiados, no grabaran cualquier repertorio, sino que realizaran un buen trabajo de preproducción y conceptualización antes de entrar a estudio, en eso tuvo mucho que ver la mano de Ulises.

Por ejemplo, el último que recuerdo fue el de Lisa María Blanco, una muchacha muy joven que hoy es pianista del Centro Nacional de Música de Concierto y que en aquel momento grabó toda la obra para piano de Cecilia Arizti, que es una de nuestras más importantes compositoras, totalmente desconocida, y era una manera de que también la juventud enfrentara esos procesos de investigación y sacara a la luz todas esas partituras que han estado durmiendo en los archivos. Estas colecciones aún se mantienen en la disquera.

¿Cree que Colibrí continúa cumpliendo sus propósitos fundacionales?

Sí, rotundamente; yo creo que Colibrí es un proyecto que lo bonito que tiene es lo diferente que es. Estar cumpliendo 20 años bajo esos preceptos, yo creo que es algo fundamental para la música y la cultura cubanas porque se siguen enfrentando discos, proyectos, que no son para nada la media de la producción nacional, con esto no quiero decir que el resto de las disqueras no los hagan, lo que pasa es que haber mantenido, desde el Instituto Cubano de la Música, una casa discográfica que no tenga la presión del mercado en la situación en la que estamos viviendo en la actualidad en el mundo, es un logro primordial y que hoy ese proyecto cuente con salud, con un equipo creativo que siga defendiendo los propósitos con que comenzamos el proyecto, es cardinal. No creo que se haya perdido la esencia fundacional de Colibrí, aunque a veces he visto algunas producciones que no responden a su catálogo, pero, en esencia, Colibrí sigue mostrando proyectos de mucha valía.

¿Qué le faltaría a la disquera para que fuera la misma que se fundó en 2003?

Nosotros…, es que todos los proyectos llevan implícita la época en que les tocó vivir, y Colibrí puede ser la misma en cuanto a objetivos, pero la manera de sentirlo, de vibrarlo y vivirlo… bueno, hoy se siente, se vibra y se vive de otra manera; para que vuelva a ser la del 2003 y hasta el 2017… tendríamos que estar nosotros otra vez, el mismo equipo de aquella etapa.

Nosotros logramos que todo el equipo de trabajo entendiera lo que era la disquera, entonces, por ejemplo, a Anabel que era la económica, una muchacha muy jovencita, nosotros nos la llevábamos para el estudio, así hacíamos con todos los miembros del equipo que no estaban vinculados directamente al proceso del disco, sobre todo porque a la hora de priorizar un cheque, revisar un contrato, hace un control económico, concebir las estrategias de venta o de promoción, era importante que supieran cuál era su responsabilidad y su rol social, y a quién iba destinado su servicio.

Era muy importante que, desde la propia recepcionista, todos entendieron qué era aquello y en función de qué nosotros estábamos. Por otra parte, el equipo fundacional se mantuvo muchos años, todavía Martica Rodríguez y Adolfo están allí…

Te pudo decir que yo tengo el orgullo, de que a veces yo salía de la oficina, y me sentaba, en la escalera de Colibrí y todo el mundo venía a decirme: «¿Qué te pasa Martica?, ¿Qué hay que hacer?» era algo…, yo no me sentía directora de nada, sencillamente intentaba dirigir un equipo creativo, procesos creativos que caminaban solos, y eso era muy lindo. Y el equipo no era solo los que estábamos en la disquera, logramos una comunicación muy hermosa con los propios músicos, grabadores, diseñadores, realizadores audiovisuales, escritores, especialistas en casi todas las ramas que intervienen en el resultado final de un disco… los músicos y su música, la creación misma en el centro de atención era nuestro objetivo fundamental.

Recuerdo como uno de los orgullos más grandes que he sentido en mi vida, que cuando Orlando Vistel, quien era cuando aquello el presidente del ICM, fue a Colibrí a explicar que yo iba para el Instituto; en esa reunión todo el mundo salió llorando, no querían que me fuera, qué lindo ¿no?, y ahora seguimos siendo amigos todos, y comunicándonos, aunque muchos ya no están aquí. Todo recordamos Colibrí como esa cosa linda que nos ocurrió en la vida, más allá del trabajo.

Usted casi ha respondido la penúltima pregunta que traía preparada. ¿Qué significa esta disquera en su vida?

Para nosotros Colibrí era como un laboratorio de creación en el que nos implicábamos todos, donde todo lo discutíamos en equipo y era constante, no era que dijéramos vamos a hacer el consejo de producción, no, era… «Hay esto, vamos a verlo»; Colibrí era la familia en función de la creación y eso se extraña, yo al menos, lo extraño mucho, no solamente por el amor que le tengo al mundo del disco, sino porque se convirtieron en mi familia.

Para mí es lo más lindo que me ha pasado en la vida, desde el punto de vista laboral, incluso, mi hijo Harold, es casi un producto de Colibrí, porque se crió con ese equipo, dando carreras por los estudios de grabación, yo lo recogía en la escuela y me lo llevaba para los estudios… Cuando se graduó de piano, en los agradecimientos del Programa de mano puso: «A mis tíos de Colibrí; a mis amigos de Abdala; a los sofás donde yo dormía…». Toda esa familia que teníamos -eso lo entendí después- fueron responsables de que al final Harold diera un vuelco en su carrera y en segundo año de piano en el ISA se cambiara para estudiar sonido, y se graduó de Dirección musical de sonido, porque absorbió desde muy pequeño el espíritu de los estudios de grabación.

¿Regresaría usted a trabajar algún día a Colibrí?

Sin dudas regresaría al disco, es un mundo para mí fascinante y lo extraño a mares. Sí, yo sí volvería a Colibrí, aunque digan que no se debe regresar al lugar donde fuimos muy felices.

 


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