Francisco Covarrubias, fundador de la Compañía de Cómicos del País
Espero satisfacer la curiosidad de algunos que me han solicitado haga referencia a la integración de las compañías teatrales en el período neoclásico y sobre todo, cómo se comportó este proceso en Cuba.
Las compañías del siglo XVIII heredan, por supuesto, conceptos estructurales de las del Siglo de Oro. Todavía en la segunda mitad del XVIII se denominaba autor al director del elenco, aunque ya finalizando esa centuria se va imponiendo el concepto que hasta hoy se mantiene.
El desarrollo impetuoso de géneros musicales como la ópera y la zarzuela impulsó la división interna de las compañías en dos elencos: de verso y de cantado, independientemente de que algunos intérpretes se desempeñasen en ambas modalidades.
También, al reedificarse los antiguos corrales bajo el criterio renacentista que se dio en llamar “a la italiana”, el espacio se duplicó y en algunos casos se triplicó, tanto en capacidad de espectadores como en escenario, requerido ahora de maniobras escenográficas más complicadas y convenientemente ocultas a los ojos del público, sobre todo en las comedias magia y en las llamadas “de gran espectáculo”. Esto obligó a los empresarios a aumentar el número de intérpretes de las compañías.
Ya a las puertas del último cuarto del siglo, cuando comienza la actividad profesional en la escena habanera, era imprescindible, en un teatro que se respetara, contar con elencos de verso y de cantado, además de orquesta y cuerpo de baile. En el elenco de verso habría de seis a nueve actrices: una o dos primeras damas, tres o cuatro segundas damas y una o dos graciosas, aunque una tercera dama solía ser también la primera graciosa; de ocho a doce actores: galanes, del primero al quinto; dos graciosos; dos barbas -lo que hoy llamamos con bastante propiedad actor de carácter-; un vejete para los caracteres ridículos y varias partes de por medio -a los que en el siglo xx se les decía partiquinos, hoy en desuso, al menos en Cuba-. Los graciosos de ambos sexos cubrían todos los papeles farsescos y arquetípicos: los más jocosos majos, gitanos, gallegos, borrachos, tontos, pícaros, petimetres…; las partes de por medio hacían pequeños roles, criados sin importancia y comparsas. Se denominaban sobresalienta y sobresaliente a la cómica y cómico que en caso de enfermedad, ausencia o exceso de trabajo de una primera dama o un primer galán, podían suplirlos, desplazándose momentáneamente de su responsabilidad hacia la del más encumbrado. Así, por ejemplo, hubo actrices que firmaron contratos como “segunda dama y sobresalienta de la primera”. Los sobresalientes eran habitualmente jóvenes con mucho talento que aspiraban en un futuro a situarse en los primeros planos de una compañía. Un ejemplo cercano del contrato de una sobresalienta: “aunque en dichas noches no haga papel alguno, siendo su obligación asistir al teatro en todas las representaciones, vestida, peinada y pronta a salir en cualquier accidente que ocurra”.
Hay que tener en cuenta que los actores españoles, en su mayoría, cantaban y bailaban, por lo que en muchos contratos se especifica que el cómico tendrá durante la temporada más de una obligación.
En esa virtud, muchos de los integrantes del elenco de verso figuraban también en el de cantado, el que solía integrarse así: de cinco a siete cantantes: sopranos, contraltos, tenores y bajos; guardando sus jerarquías, claro está. Racionistas eran los cantarines bisoños o de menor valía, que integraban los coros. Para obras u óperas de gran empaque, se contrataban los llamados supernumerarios -hoy conocidos como extras o figurantes en las producciones televisivas y cinematográficas-.
Un cuerpo de baile tendría entre cuatro y ocho ejecutantes: el “compositor” o coreógrafo era casi invariablemente el primer bailarín; podía haber una primera bailarina y uno o dos solistas, el resto integraba el coro.
El conjunto orquestal, dirigido por un maestro de música, requería de tres a cinco violines, viola, contrabajo y opcionalmente cello; uno o dos oboes, flauta, clarinete, fagot, dos trompas y cajas. Como por lo general cada músico solía dominar más de un instrumento, en ocasiones con solo siete u ocho se podía interpretar una exigente partitura.
La compañía se completaba con al menos un pintor decorador -hoy escenógrafo-, y un maquinista, que casi siempre era también pirotécnico, dos o tres apuntadores o consuetas, mozos de tramoya y luces, uno o dos mozos de limpieza, dos o tres acomodadores, una o dos personas para la guardarropía y un par de cobradores de entradas y abonos.
Maqueta sobre una representación en España en el s. XVIII
La primera compañía profesional que tuvo Cuba es resultado de una de las providencias tomadas por el Gobernador, Felipe de Fondesviela, Marqués de la Torre, para fomentar la afición por el teatro y recaudar fondos que resarciesen las inversiones que se hacían en la edificación del primer gran Coliseo, iniciada en 1773. El Marqués ordenó levantar a toda velocidad un teatrico provisional de mampostería y tablas en un punto llamado El Molinillo, en la confluencia de Oficios y Acosta, a un costado de la Alameda de Paula y muy cerca de donde se construía el Coliseo; e hizo traer de España una compañía que comenzó a dar funciones allí en 1774. Esa misma compañía inauguró el gran Coliseo el 20 de enero de 1775. Intento una sucinta descripción de sus integrantes:
Antonia de San Martín, gaditana, primera dama hasta que se marchó al virreinato de la Nueva España en la Cuaresma de 1780. Allí continuó su apreciable carrera; sobre ella se ha escrito: “… de notables facultades y hermosa mujer, rebosaba en caprichos, orgullos y vanidades de toda especie…”. Y otra opinión: “Temperamental y altiva, prototipo de la actriz dieciochesca de vida escandalosa (…) su orgullo y sus desplantes nos muestran a una actriz con plena conciencia de su talento, su experiencia y su valor en el escenario”.
En la viñeta Los más antiguos actores profesionales criollos me referí a las hermanas Josefa “Pepa” y Bárbara González, actrices criollas que están en 1774 en “El Molinillo”, continúan en el Coliseo y emigran en 1788 a la Nueva España, donde se las conocerá como “Las habaneras”. En la capital azteca, “Pepa” llegó a ser firmada como “segunda dama y sobresalienta de la primera (que era la San Martín)”.
Los demás integrantes: Antonio Pizarro, segundo galán, viajará a México con su esposa -la San Martín-, en 1780. Se irán tempranamente en 1776, Victoria Meléndez, segunda dama, Antonio Lansel, primer galán, Francisco Aguallo, segundo galán, Bartolomé Bernabeu, Cristóbal Rosado, Tomás Pallarés, Jerónimo de Lara y Domingo Álvarez. Isabel Velázquez, tercera dama, se va en 1777 y reaparece en 1804. Se mantienen hasta 1794, Cristóbal de Mesa, barba, Ramón Medel, segundo galán y posteriormente primer galán y empresario, y José Moroti. Pedro de Villa, gracioso y apuntador, llegará a ser fundador de la Compañía de Cómicos del País y estará en el ambiente profesional hasta 1803.
Son muchas las bajas, sobre todo hacia el virreinato de la Nueva España, pero como en todas las compañías teatrales, también se producen altas, casi en su totalidad, procedentes de la península.
Ingresa en 1782 el matrimonio de Felipa Mercado, buena cantante y José Álvarez Gato, barba; solo estuvieron dos temporadas. Apenas actuaron en el Coliseo habanero, entre mediados de 1785 y principios de 1786, la familia de bailarines integrada por Gerónimo Marani, su esposa Teresa Pier Antoni y sus hijos; entre 1788 y 1790 será primer galán Fernando Gavila: todos los mencionados marchan igualmente a México. El cantante Lucas Sáez y el actor Juan Acosta ocuparán primeros puestos entre 1789 y 1793. En ese período se menciona una docena más de intérpretes, hasta el debut de la Compañía de Cómicos del País, en octubre de 1800.
Aunque los mencioné en la crónica Un proyecto teatral en 1800, no es ocioso que, con algunas adiciones, relacione aquí la integración de aquel memorable elenco: María Agustina Pereyra, primera dama y cantante, Dolores Yorfe, segunda dama, Brígida Montero, tercera dama, graciosa y tonadillera, Francisco Covarrubias y Ramón Granados, primeros galanes; Juan Joseph García y Pedro Poveda, barbas, Juan Cabello y Juan Nieva, primeros tenores; Francisco Henríquez y Francisco Pereyra, segundos galanes y Pedro de Villa, gracioso y apuntador. Todos o casi todos son criollos. El ya conocido violinista Juan de la Peña es maestro de música y director de la orquesta. Juan Guillet es el maestro de baile. Giuseppe Perovani, pintor y escenógrafo. Monsieur Ambrose, pirotécnico y maquinista. Eustaquio de la Fuente es autor y empresario de la compañía.
A partir de la temporada siguiente el elenco varía su nombre; se llamará Compañía de Cómicos Havaneros y se mantendrá con altas y bajas durante una década, hasta la conformación de la gran compañía dirigida por el catalán Andrés Prieto; a él y a la composición de aquel magnífico elenco dediqué dos de estas crónicas.
Deje un comentario