Compositores y directores, equilibrio necesario


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Nuestra música ha tenido un peculiar acercamiento entre directores de orquesta y compositores durante muchos años. Estos últimos han llegado a colocarse delante de un colectivo sinfónico, cameral o coral de manera esporádica, o no.

Nada más alejado de una tradición que se pierde en el imaginario temporal al que somos capaces de acceder: bastaría buscar brevemente en bibliotecas o en internet –tan de moda, pero aun sin esa cultura multicolor que pudiera pensarse para tales fines– los momentos en que algún notable creador dirigió su propia obra, ya fuera en estreno o en alguna determinada temporada. Ejemplos sobran.

En nuestro país algunos directores de orquesta han sido músicos de atril, tanto en lo popular bailable, como en el jazz o en lo sinfónico: Guillermo Tomás (flauta), Manuel Duchesne Cuzán (trompeta), Leo Brouwer (guitarra), Enrique Pérez Mesa (violín), Joaquín Betancourt (violín), Armando Romeu (flauta, sax) y Enrique González Mántici (violín), entre muchos otros destacados artistas. Unos, en cambio, han estudiado la carrera de dirección orquestal propiamente, otros son compositores, y así ha sido el variopinto escenario que ha descrito el género en Cuba.

No podríamos dejar pasar el hecho que significó para nuestro país el sistema de becas para importantes conservatorios en el antiguo campo socialista, especialmente el Tchaikovski de la urss, que formó no solo a grandes instrumentistas, sino también a compositores y a directores como Frank Fernández y Guido López-Gavilán, por citar solo dos. Tampoco debemos ignorar el espaldarazo metodológico, artístico y conceptual surgido en 1976 con la creación del isa para los aspirantes a la carrera, y que hasta hoy ha sido un fuerte eslabón en esa línea.

Ahora bien, muchos se han preguntado si es loable dirigir sin tener titulación, y si el mero hecho de ser un destacado instrumentista o compositor ya avala tal decisión. Algunos llegan a verlo como una especie de sacrilegio y otros no.

Si tenemos en cuenta factores como la técnica, elementos expresivos y de análisis musical, la comunicación con quien esté frente a una orquesta será más fluida, o no. Y puede existir desde un indescifrable director hasta un entendible compositor-instrumentista ejerciendo esa labor, aunque obviamente hay que poseer herramientas inherentes a la profesión, que permitan no solo la empatía necesaria, sino todo lo concerniente al rigor orquestal. Conocer y dominar todas las secciones de instrumentos, sus particularidades morfológicas, así como un sólido entendimiento de sus posibilidades tímbricas y la nomenclatura propia de cada uno, redundará en un loable maridaje. A todo ello puede sumársele el factor emotivo, rozando lo simbólico de conjugar el hecho de ser dirigidos por el propio autor de una obra determinada. Y siendo Cuba un país de grandes y capaces artistas, no es raro que esto suceda.


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