Con José Martí ayer, hoy y siempre


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Los días 4 y 5 del presente mes sesionó en La Habana el cuadragésimo cuarto Seminario Juvenil Nacional de Estudios Martianos, que desde su primera realización incluye, junto con adolescentes y jóvenes, a niñas y niños, y en los últimos años se ha hecho en distintas localidades del país. A estas alturas ya el programa consumado en la nueva convocatoria habrá sido noticia en más de una publicación, aunque tal vez no tanto su significación merece. Solo decir que es la continuidad de un fértil empeño inaugurado en 1972, daría una idea de su importancia, vista, de entrada, en su poder de permanencia.

Hay costados especialmente significativos de esa realidad, y estas líneas intentan esbozarlos siquiera sea de modo muy somero. Es ineludible recordar algunos de los momentos de lo hecho en la reciente celebración, desde la apertura en la Fragua Martiana hasta el panel final y la clausura en el Memorial José Martí. Si no se mencionan nombres se debe al deseo de evitar omisiones injustas provocadas por la presión del espacio, la falibilidad de la memoria y la imposibilidad de haber presenciado todo lo hecho en numerosos escenarios simultáneamente en gran parte del programa. En fin de cuentas, lo más trascendente del Seminario fue, es, su alcance, que desborda fechas y lugares.

Entre comienzo y cierre, numerosos participantes que representaron a todas las provincias del país, vivieron una rica experiencia e hicieron a la vez aportes apreciables. En la Fragua Martiana se familiarizaron, algunos por vez primera, con un sitio que recuerda el desgarrador capítulo del cual salió formado el carácter de José Martí: el presidio político con trabajo forzado en plena adolescencia. Y de la Fragua pasaron al monumento que, cerca de la escalinata de la Colina Universitaria, guarda las cenizas de Julio Antonio Mella, un héroe asesinado prematuramente, cuando ya había dado muestras de la lúcida y fértil veneración que sintió por Martí.

En áreas de la Universidad, en tránsito hacia el Aula Magna, donde se haría la inauguración formal del encuentro, recibieron información valiosa y concentrada sobre la historia de la institución: desde que se fundó en otro sitio habanero, pasando por su historia de formadora de patriotas revolucionarios, entre los cuales sobresalió Fidel Castro, hasta hoy y en su camino hacia el futuro.

El acto inaugural, buen entorno para hacer reconocimientos merecidos, ratificó la vigencia del legado martiano, invocado reiteradamente como alimento necesario para fortalecer el espíritu que Cuba necesita seguir cultivando en la lucha contra sus enemigos externos. Y se reiteró que debe seguir cuidándolo y fomentándolo asimismo para enfrentar y vencer desafíos que la asedian también dentro de su propio territorio y que pudieran ser los más nocivos contra los ideales de justicia y equidad, y decencia, que han caracterizado la marcha transformadora y ascendente de la nación.

Además de las sesiones orgánicas dedicadas al conocimiento y la valoración de los trabajos hechos para adentrarse en la obra de Martí, o rendirle homenaje desde distintas vertientes creativas, el Seminario extendió su utilidad fuera de los límites de esas sesiones. También en torno al legado del Héroe estudiosos de su obra departieron con trabajadores de instituciones ubicadas en distintos sitios de la ciudad.

En la última tarde el Memorial José Martí, ubicado en la Plaza de la Revolución que lleva su nombre, acogió otras citas del foro. Una de ellas se dedicó a valorar las grandes aportaciones de dos eminentes intelectuales de la patria, Fina García Marruz y Roberto Fernández Retamar, a los estudios y la difusión sobre la obra de Martí. Y en la clausura se premiaron los trabajos más destacados en las ocho comisiones en que se estructuraron las jornadas. El cierre consistió en una velada a cargo de niñas y niños, incluida la compañía La Colmenita, que aportaron la frescura propia de la edad y propiciaron que la concurrencia recordara, ante un ejemplo de esa frescura, la convicción expresada por Martí al afirmar que en la infancia se halla la esperanza del mundo.

Por distintos caminos, a lo largo del programa no solo se recordó una realidad reconocida y evidente: la vigencia del legado martiano. Los seminaristas, y los profesionales que, invitados por el Movimiento Juvenil Martiano —adscrito a la Unión de Jóvenes Comunistas y responsabilizado con la organización de los Seminarios—, ratificaron un hecho estimulante, vital: los grandes valores del Apóstol perduran como garantía para la permanencia y el mejoramiento de la nación cubana y su pueblo.

Entre esos valores sobresalen su patriotismo, su latinoamericanismo y su antimperialismo —que continúan irradiando luz—, junto con su ética y su espiritualidad, su capacidad de sacrificio y su sed de belleza. Son fuerzas que siguen brindando a Cuba, como parte de la humanidad, exigentes guías luminosas para el comportamiento y la superación de la ciudadanía.

Cuando en la civilidad, la disciplina y ese par inseparable asentado en la educación y la cultura —que no se agotan en el plano de la instrucción, y demandan el ejercicio de una conducta regida por los más altos ideales humanos— se observan grietas de diversa índole, las enseñanzas que emanan de la conducta y la espiritualidad de Martí constituyen un tesoro que urge continuar abrazando y defendiendo. No se trata de consignas que puedan repetirse, sino de normas que deben cumplirse amorosa y conscientemente.

No por mera reverencia devocional tuvo Fidel la convicción de que Martí no solo fue el autor intelectual de los sucesos del 26 de julio de 1953, sino también sería el guía eterno del pueblo cubano. Vale añadir que un guía en quien pueden encontrar luz todos los pueblos del mundo.

En ese camino ya está lanzada la convocatoria para el cuadragésimo quinto Seminario Nacional, que sesionará en 2020, año en el cual se conmemorará el aniversario 125 de la caída de Martí en combate. Tendrá sede en la provincia de Granma, a la cual pertenece Dos Ríos —escenario de la tragedia ocurrida el 19 de mayo de 1895—, y que, desde los preparativos y la consumación del levantamiento del 10 de octubre de 1868, está profundamente vinculada con la historia, en grande, de la nación cubana.

En su infancia vio José Martí que sus condiscípulos se dividían en bijiritas, representantes del espíritu patriótico y emancipador, y gorriones, apegados a la herencia colonial y los intereses encarnados en ella. En su juventud y hasta el final de su vida siguió observando que la defensa de la patria y, en general, de la emancipación y la justicia, no era patrimonio de un tramo particular de la vida o de una generación. Frente a ello apreció el valor de la educación y la cultura que, basadas en las mejores ideas y en la utilidad de la virtud, en la sed de conocimientos y en el papel de la conducta como insustituible fuente de ejemplo, afianzaran los ideales por los que era digno vivir y, llegado el momento, dar la vida.

No es fortuito que, cuando se adentraba en la etapa más intensa y compleja de su labor revolucionaria, echara sobre sus hombros la tarea de escribir La Edad de Oro, revista concebida en función de los afanes fundacionales que lo guiaban, y con los que guiaba él a quienes lo seguían. Tampoco es casual que ya en plena campaña para organizar la guerra necesaria llamase pinos nuevos a quienes, independientemente de su edad, asumían la causa de Cuba, la lucha con que ella debía ponerse por encima de reveses y errores pasados, para acometer la obra de transformación revolucionaria en que la propia guerra constituía apenas una etapa en la brega hacia el logro de la república que debía nacer de la contienda.

Iluminados por esa luz, los Seminarios Juveniles de Estudios Martianos expresan la voluntad de ser fieles a José Martí, en quien la Revolución Cubana sigue y seguirá teniendo su fundamento moral.


2 comentarios

Ana Rosa Perdomo Sangermes
11 de Junio de 2019 a las 15:06

Excelente crónica del Seminario, con profundo sentimiento y apego a la verdad, como el autor nos tiene acostumbrados. A veces la prensa se limita a informar, en breve espacio, sobre la presidencia presente en la apertura y clausura del Seminario y olvidan lo esencial acontecido, su significación y trascendencia entre los presentes en sus diferentes espacios. Este no es el caso. Con sublime y exquisita sensibilidad el autor llega, merecidamente, a sus esencias. Gracias.


Ludey Liudys
12 de Junio de 2019 a las 11:01

Hermoso este escrito. Fui parte de ese Seminario y la experiencia fue inolvidable. Gracias a todos por eso.

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