Conversación con Teresa Melo


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Casi a mitad de noche y de Isla, nos sentamos a compartir con un amigo común. Un poco cansada (yo) del largo viaje, pero conmovida por la ciudad —y La Ciudad— que acababa de encontrar, recordaba su nombre en la cubierta de uno de los títulos de la Colección Manjuarí y en otro de Letras Cubanas, que me calaba hondo. Sentía antes —y ahora— ese regusto cómplice de quien vive con denuedo la maternidad, la sorpresa al descubrir experiencias similares y el respeto por otras que espero no vivir.

En la dicotomía que padecen los nuevos de acercarse o no, ayudada sin querer por el poeta-amigo-común, encontré a la persona real. Hilvanamos, con muchos kilómetros por medio, una amistad sencilla y franca, cruzada por espacios de lecturas compartidas, presentaciones en ferias y hasta una adopción ocasional en el bello proyecto que resultó La Estrella de Cuba y que esta Teresa, «La Melo», capitaneó con maestría.

El paso de los años nos han traído más cercanías que distancias, dándome la oportunidad de invitarla a celebrar un medio siglo memorioso, con otros amigos, y ahora, de compartir con los lectores, sus palabras.

Hace apenas unos días, en aquel bellísimo encuentro de cinco poetas, hablabas de lo importante que ha resultado para ti seguir escribiendo «ahora y aquí». Dime, qué te apega, no solo a tu Isla, sino a tu lugar de origen, a Santiago. ¿Crees que hubieses escrito de igual modo de haber vivido en otro sitio?

Cierto es que fue un hermoso encuentro, y agradezco a la Casa de la Poesía haberlo pensado y realizado. El «aquí y ahora» trataba de abarcar la idea de que estábamos allí cinco poetas de la misma promoción literaria, todos diferentes en sus poéticas, todos igualados por estar, más allá del hecho de que en el espacio nos unía el medio siglo que cumplíamos. Lo he dicho, pero no me importa repetirlo, me siento «criatura de Isla», con todo lo que conlleva seguir insistiendo en la insularidad, considerada demodé por muchos.

Me apego a la porción de tierra que elegí, me agarro a ella como si fuera la tierra firme toda que existe. Un sentimiento parecido tengo por mi lugar de origen, al que regresé hace algunos años, Santiago de Cuba. Me leí en una de las tantas crónicas de viajeros que han estado aquí, una idea singular: decía que el carácter y personalidad del santiaguero ha sido formado por su topografía, por la batalla permanente para resistir esas calles empinadas, esas bajadas abruptas, esas escaleras que sorprenden y quitan el aliento, y una vida de espaldas al mar, «donde toda casa tiembla». El esfuerzo condiciona la ciudad personal que cada uno se hace dentro de la ciudad. Me gusta esa condición erizada y difícil, aunque critico muchas otras cosas que la conforman, dulcemente, como se hace con un familiar o un amigo. Ello marca la escritura, no porque sea yo: aunque no queramos o creamos somos esa circunstancia, se llame Santiago o Burundi. No sé qué hubiera escrito viviendo en Martinica o en Teresina, y ya no lo sabré.

Siento que tus poemas llevan en su interior sentencias innegables, fuertes verdades sobre historias de vida que otros tratan de ocultar o edulcorar, ¿escribir poesía es un modo de exorcizarte de esas realidades?

En todo caso, son sentencias innegables para mí, verdades de mi vida donde otros pueden verse; tal vez precisamente porque no las oculto más que en las palabras que elijo para decir. Escribir poesía es una cosa rara, por más que se arriesguen explicaciones. Desde esos argumentos teóricos no he visto la posibilidad de construir un buen poema. Hace poco leí un texto escrito a mano, con errores ortográficos, de un retirado de la construcción, que por supuesto no tenía ni la más mediana idea de las infinitas páginas gastadas para explicar la poesía. Y ese poema imperfecto me estremeció, con la súplica de comprensión de un abuelo hacia su nieto, de la vejez hacia la infancia. Fue su necesidad de exorcismo, logrado por la palabra escrita. En mí, siento más la necesidad de fijar, de lograr la permanencia «el tiempo que le corresponda», como está dicho en algún libro mío. Observo largamente a la gente, como abstraída, escucho fragmentos de la vida que sucede. El poema destila su aceite almendrado, o glorifica impurezas. En todos los casos, lo único que he buscado y busco, es la sensación final de esa esencia atrapada en palabras.

Desde hace muchos años dedicas buena parte de tu tiempo a la organización de espacios literarios, ¿cuánto deja en el camino el poeta que se dedica, con tal responsabilidad, a la promoción de otros?

No cometeré el error de decir que por dedicar parte de mi tiempo a la promoción de otros escritores, y haber asumido esta «misión» de dirigir el Centro Provincial del Libro, es que publico poco. No sería cierto, porque siempre he publicado poco y casi por imposición. Lo que se entrega es otra cosa: tiempo propio, del que a uno le gusta ganar o perder en cuestiones personales; y a veces, o a menudo, también mucho del convencimiento interior de que nos sobran papeles y nos faltan maneras de hacer avanzar los sueños sin que estén escritos en una resolución, documento, planilla, reunión, mecanismo, indicación y todo el lenguaje antipoético del burocratismo.

Realmente disfruto organizando espacios para otros escritores o artistas, porque los pienso como los quisiera para mí; o escribiendo sobre ellos, o cuando estoy en eventos de literatura donde puedo escuchar a los más jóvenes. El Encuentro de Poetas del Caribe y el Mundo que estoy coordinando, como quiso Jesús Cos Causse, y que se realiza como uno de lo eventos del Festival del Caribe, es uno de los que más me apasiona, aunque implica un trabajo grande. Es un espacio plural, abierto. Me ha hecho comprender que todos pueden tener un espacio para expresarse, aun reconociendo las jerarquías lógicas que impone la grandeza. Los escritores de otras culturas que vienen a él no son, por lo general, los mejores poetas del mundo, pero tampoco lo creo necesario. Hay mucho de gran pasión por la palabra propia y del otro en esos encuentros, y esa cualidad orquesta su ganancia, que es siempre el conocimiento de otros modos de ejercer la calidez, el abrazo y el respeto hacia la sensibilidad de los demás. Me puede molestar mucho la pose de alguien que cree ser dueño de la verdad escrita, y se burla, con esa condescendencia vanidosa, de modos más sencillos de expresión, cuando solo con un poco de humildad podemos descubrir que la única verdad posible viene del poema único que resulta de las palabras de todos.

A lo largo y ancho del país, hay diversos espacios de lectura de poesía, de intercambios y debates sobre temas literarios, ¿serán suficientes? ¿adecuados? ¿llegan a ese público «otro» o sólo los visitan los propios escritores?

Tal vez el público mayoritario de las decenas de espacios literarios que hay por toda la Isla, sean los propios escritores, y no lo veo como algo negativo. Tiene mucho de espíritu grupal. Este debate sobre el consumo de la poesía por el lector cubano, por ejemplo. Hasta dónde se, en ninguna parte del mundo se podría afirmar rotundamente que sea la poesía el género privilegiado y, de hecho, no muchas editoriales de las más reconocidas (reconocimiento aquí no es igual a calidad) se arriesgan a publicarla porque puede producirle pérdidas. Cuba publica anualmente un gran número de libros de poesía, también es grande el número de poetas. Pero yo jamás diría que hay que editar menos, sería un contrasentido, porque he notado que cuando un escritor afirma que hay que publicar menos libros de poesía está infiriendo que si se publicaran diez, uno sería suyo. Así que en todo caso, es tarea de las editoriales promover creativamente el libro que han considerado necesario publicar, y de los autores también, como es práctica habitual en cualquier sitio de la geografía, donde a veces no solo te pagas tu edición sino que tienes que lograr venderla.

He mezclado dos temas porque creo se complementan: el espacio de poesía siempre es válido si está pensado para ese alguien que necesita y gusta de escuchar la poesía, aunque después de participar en tantos, los diseños de algunos parecen replicarse.

Hace unos años en Romerías de Mayo organicé varias veces la peña en el parque del Angelote. Hoy todavía me resulta difícil explicarme por qué iba tanta gente, tantos jóvenes, a escuchar poesía y música de doce a cuatro de la madrugada, y reitero: «escuchar», con una especie de oído festivo y reverente, o sea, con gozo.

Sobre El Público/el Lector, ¿crees que se deban buscar «poéticas» (espacios/libros) que los satisfagan o encaminarlo hacia formas que no les son comunes?

La satisfacción acrítica es una trampa donde podría disolverse el arte todo. Si solo entregas lo que gusta al público, estás recreando un círculo vicioso, porque El Público/el Lector consume lo que le es mostrado, así que por lógica, si solo le muestras constantemente una parte de la creación artística y literaria asumirá que ese fragmento es el todo. Ejemplos hay miles de la fascinación que surge cuando se logra penetrar esa coraza que crea la repetición. Yo lo viví en la gira de La Estrella de Cuba. Estoy segura de que miles de personas que acercamos a la poesía y la música de la trova, se estaban acercando por primera vez a algo distinto al estribillo pegajoso e inexpresivo que es cualquier cancioncilla de molde. También he tenido experiencias con jóvenes, sobre todo en presentaciones de libros en escuelas, pues se suele decir que no leen. Un libro bien elegido puede conducirlos a abrir otras muchas puertas hechas de palabras. Es una batalla ganada cuando algún estudiante en la calle me dice «profe, usted tenía razón, me gustó mucho el libro», porque se que seguirá leyendo.

Inmersos en ese proceso de reordenamiento económico, pensando en todos los recursos que invierte el país para llevar adelante la empresa del libro, ¿qué futuro ves para la RISO?

Prefiero decir «para llevar adelante el valor-libro». Creo que toda persona con un poco de información, reconoce qué significa en medio de esta real crisis económica que abarca al planeta, el hecho de que nuestro país, pobre por demás, siga priorizando y subvencionando las publicaciones de libros y revistas.

En el centro de ello es lógico que tu pregunta se dirija hacia las ediciones territoriales, a las que conocemos como RISO, y como tengo la fe por todo lo que he dicho anteriormente, de que esta revista la lean no solo los escritores, es necesario aclarar que estas ediciones no existirían si el estado cubano no financiara cada año no solo el material necesario para hacer el libro, sino lo demás, o sea, su equipamiento.

Primero: hay una relación diferente entre el autor y la editorial cuando publica en estas ediciones, porque es posible ver tu obra en todo el proceso de convertirse en un libro con el trabajo de edición, diseño, etc., y luego la impresión, todo el arte final y el objeto-libro. Crea lazos emocionales con la gente que ves haciéndolo. Por otra parte, he sido una de las que más ha escrito y defendido estas editoriales, y como todo lo que va creciendo es perfectible, se ajustan cada vez los modos según los territorios y los escritores. Así que, tal vez, lo único que deba decir, nuevamente, es que así como el mapa literario de Cuba cambió con estas editoriales, es imposible ya imaginar el mapa sin ellas.

En varios lugares te he escuchado hablar acerca del tiempo que te toma terminar un libro. Sin embargo, intuyo que El mundo de Daniela, esa entrega deliciosa, lo escribiste en poco tiempo, movida por aquellas preguntas de la primera infancia de tu hija. Ahora, casi diez años después, ¿no te animas a regalarle/regalarnos otro, para la tan convulsa adolescencia?

Es verdad que lo he repetido mucho, sobre todo para quienes preguntan por el próximo. Me doy cuenta de que publiqué el primero: Libro de Estefanía, gracias a la insistencia de mi «alter ego», el poeta León Estrada, que se ocupó incluso de ordenarlo, estando él en Santiago y yo en La Habana. El segundo: El vino del error, por Sigfredo Ariel, que fue y es uno de los poetas cubanos de mi promoción que más influencia ha tenido en mi vida, y cuyos criterios fueron definitivos en mi amor por la cultura cubana. El mundo de Daniela fue diferente, como dices. Pensado para explicarme desde la voz de mi hija, que entonces tenía tres años y empezaba a preguntarlo todo. Muy en lo personal, su nacimiento cambió de verdad mi percepción, sin que esto sea una afirmación rosa. Y me devolvió la capacidad de decir algo en poesía, que creí perdida con la muerte de mi padre, por el tiempo que estuve sin poder escribir nada. Así que me sentaba a jugar con ella e imaginaba maneras comprensibles de regalarle palabras, «canciones cantadas en la oscuridad», como escribí por algún lado. Me sigue gustando mucho el libro, en sus dos ediciones, y con él gané gente buena que se sabe los poemas. La adolescencia es diferente, y aunque he querido escribir esa otra parte, temo ser didáctica, lo cual sería imperdonable.

Cuando una ha vivido —y leído— con cierta intensidad, acumula una carga de experiencias que le permite moverse hacia otros géneros. ¿Has pensado reunir en un mismo volumen tus valoraciones críticas, reseñas, artículos o ensayos sobre poesía?

Fue Abel Prieto quien me dijo que le gustaba mi prosa y me sugirió eso, pero no hay nada mejor que reconocer los límites propios, para saltarlos o para mantenerlos. Así que no creo que lo haga, tengo demasiadas lagunas del conocimiento y una carencia casi total de lenguaje académico.

Casi puedo decir que lo que he escrito sobre otros han sido poemas impresionistas utilizados como reseñas o valoraciones. Porque la verdad es que sí me gusta hacerlo, sea para una presentación, salón de artes plásticas, exposición, concierto, etc., e incluso esa especie de periodismo de las emociones, que es lo único que se hacer, como lo que escribo en la Feria del Libro para el periódico El Cañonazo.

Cuando trato de hacerlo diferente se me escapa la esencia de lo que cuento. Por ejemplo, no he podido escribir la crónica que le prometí a Frank Fernández sobre su concierto en el Teatro Heredia hace muy poco, en la inauguración del Cubadisco: quería contar la magnitud de la belleza solamente con las palabras de mi sobrino Cristian, de cinco años, que por primera vez llevaban a un concierto de ese tipo. Cuando terminó, y porque hubo un poco de todo con los invitados de Frank, otros músicos, bailarines, etc., le pregunté qué era lo que más le había gustado en toda la noche y me dijo: «El compañero que estaba tocando el piano». Ya ves, para mí es un resumen hermoso del reconocimiento a la maestría, y creo que eso fue lo que más le gustó a Frank, porque por supuesto un niño de esa edad no sabe de compromisos estéticos ni de figuras reconocidas, valora solamente lo que recibe. Bien, ya hice la anécdota, creo que será una cosa más de las que se quedarán sin escribir.

¿Qué significa para Teresa Melo «alimentar su leyenda»?

Se que me has oído la frase, siempre dicha en tono de broma, así que no la voy a explicar en una entrevista. Pero sí digo que tiene que ver con la personalidad y que habla un poco de ser consecuente con ella para lograr que los demás la respeten. Hasta ahí. Teresa Melo es una persona sencilla, y como pasa con todos los seres humanos, nunca podré complacer las disímiles ideas que puedan tener otros de mí, con lo que realmente creo ser. Vivir en el tiempo nos hace cambiar, si no, quedaríamos en un limbo insalvable. Pero interiormente soy la misma persona que se sentaba a compartir la cercanía, en mis años de F y 3ra, con Edel Morales, Fernando Cabrejas, Frank, Yarman, o escuchaba con mi amigo Karim las canciones de Silvio y las de Mali. La Casa de la Poesía adelantó esa celebración por cumplir cincuenta años (en este octubre que llega), y hablé de ello al principio de la entrevista. Estaba allí y creía ser la que estuvo tanto en La Escalera de Santiago, con León Estrada, Odette Alonso, Gretell Arrate, Sergio Pereda, Marta Mosquera y otros artistas y escritores de todas partes.

De cierto modo, lo que creía ser, es. Me gusta mi vida: las plantas de mi patio que siembro con mi mamá; la complicidad con mis hermanos Alina y Ángel, y mis sobrinos y todo eso que es simple y es la vida. De lo que no me gusta, no hablaré aquí, porque en mi casa desde la infancia, con su techo destruido y de goteras, todavía se siente el olor de los jazmines de niña y hay nidos de zunzunes en sus árboles.

En una de esas sagas que me gustan sobre los orígenes del hombre, leí sobre los soñadores de las tribus, y cómo debían renunciar a las relaciones personales, porque la vida cotidiana interfiere en la capacidad de soñar, y parece querer mantenerte en un plano terrenal que impide la entrada y permanencia en otras esferas «superiores». Los poetas somos un poco esos soñadores. Si he renunciado a alguna esfera por la fidelidad a mis lazos personales, entonces lo asumo a conciencia. Siempre es posible encontrar un poema, un cuadro, una escultura, una armonía, que exprese lo que yo necesito decir.

 


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