La noticia, por más que esperada, causó júbilo y atizó todos los resortes del nacionalismo musical que nos caracteriza; o aquello que sabiamente definiera Odilio Urfé como “…el chovinismo musical que nos permite exponer nuestro orgullo en el lugar menos esperado…”. Y no faltó nunca razón a este sabio cubano: el son no es solo nuestro mayor orgullo, es también la inagotable fuerza de reinvención musical que, enconsortado con la rumba; han creado el matrimonio musical perfecto que define la identidad cultural y musical del cubano más allá de credos e ideologías.
La declaratoria del son cubano –entiéndase el apellido— como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, cierra de modo tentativo un ciclo de validación de todo el entramado musical cubano presente en los cinco continentes con cultores, seguidores y defensores entusiastas de algo que les ha enriquecido espiritualmente.
Es justo reconocer que en esta selecta lista por la parte cubana se incluyen la música campesina y el bolero; en el caso de este último se apeló a una fórmula muy común que fue la existencia de un expediente compartido o “binacional”, en función del arraigo que pueda tener una práctica o experiencia cultural más allá de su lugar de origen.
Ejemplos de estas propuestas binacionales hay las suficientes, pero me limitaré a las muy propias de nuestra área geográfica, el Caribe; y son los casos del casabe, el tamal y de la arepa. Es entonces cuando surge la pregunta: dónde surgieron estas costumbres culinarias y a qué país o cultura pertenece su hegemonía fundacional.
Por convención, a estas declaratorias se agrega la palabra “práctica” que, en el caso de la música cubana (y en general), no aplica; pues el son, la rumba y la música campesina no son ni objeto ni sujetos de una “práctica” –lo mismo pasa con otras músicas del Caribe, del África o de la Polinesia que han sido reconocidas con el “mismo título nobiliario”--. Al contrario, son organismos vivos en constante evolución y que en este proceso no modifican su ADN original; al contrario, lo refuerzan y someten a constante revisión para enriquecerlo y, además, no rechaza estímulos exteriores que inciden en su expansión y consumo.
En el caso del son, aplica igualmente a la rumba y a la música campesina, es aplicable cierta ley de la física pensada para la materia “…el son ni se crea ni se destruye, solamente se transforma…”. Esa transformación viene ocurriendo por más de un siglo y todo indica que no se detendrá, que habrá de sobrevivirnos.
Sin embargo, a los efectos de esta serie de artículos para recorrer, vivir, conocer o polemizar acerca del son, sus historias, personajes, hechos y leyendas; así como aquellos que han despejado el camino de su historia y evolución, se impone una pregunta inicial: Cuál es o fue el primer son conocido…
La respuesta, que no ha logrado poner de acuerdo a los más profundos conocedores de este género musical cubano –hay otros sones en el arco afro hispano y caribeño— fue la base de la polémica más aguda de la historia de los estudios sobre la música cubana…
Y qué piensa usted: fue el son La Má Teodora… el de… o esos que años después descubriera el Dr. Danilo Orozco en sus viajes por la zona del río Cauto y la zona del Toa.
Agreguemos, a esta polémica, la siguiente interrogante: hay un son habanero diferente del oriental…
La historia está a la espera de respuestas… hagamos notas.

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