Cuando se censuró la ignorancia


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CON DOS DEDOS

 

Existió en la Cuba colonial lo que se llamó el censor regio. Era el hombre a quien el gobierno confiaba la triste tarea de supervisar el material que aparecía en la prensa. Ejercía así lo que después se llamó la censura previa. Por lo general, había un censor para cada periódico.

Antes de que la edición del día fuese enviada a la imprenta, el lector revisaba todos los textos y los valoraba en lo político, lo moral y lo religioso con el fin de que no pasara nada de lo que a su juicio —que era asimismo el juicio de las autoridades— pudiese resultar inconveniente. Pero el Capitán General y Gobernador de la isla, Juan González de la Pezuela, se empeñó, en 1854, en que también se censurara en la prensa el disparate, la tontería y la incorrección gramatical.

González de la Pezuela asumió el mando de de Cuba en 1853, luego de haber sido Gobernador de Puerto Rico entre 1848 y 1851. Impuso en esa isla el llamado régimen de la libreta, un modo de esclavitud encubierta que obligaba a los habitantes de la colonia a laborar en las haciendas de manera gratuita o, en el mejor de los casos, a cambio de una paga miserable; un trabajo cuyos resultados se asentaban en una libreta que el jornalero estaba obligado a portar en todo momento.

A Cuba llegó con instrucciones de liquidar el tráfico clandestino de esclavos, lo cual hizo que se enfrentara a la oligarquía negrera. Declaró libres a los negros emancipados y ordenó la supervisión en aquellos ingenios y cafetales sospechosos de recibir negros de contrabando.

Fue muy lejos para su tiempo cuando autorizó, mediante una orden, el matrimonio entre un hombre blanco y una mujer negra. Se cuenta que en una ocasión un colaborador le facilitó la relación de los más notables conspirados habaneros y lo instó a proceder contra ellos con mano dura. Claro que sí, respondió Pezuela, les daré candela, y acercó el papel a una vela y lo quemó sin leerlo.

Había nacido en Lima, Perú, en 1809, en la época en que su padre ocupaba el virreinato. Marqués de la Pezuela y Conde de Cheste; Grande de España. Tuvo una participación destacada, a favor de Isabel II, en la primera Guerra Carlista. Diputado a Cortes, Mariscal de Campo y Ministro de Marina en 1843. En 1848 volvió a la carrera militar y ocupó la Capitanía General de Madrid. Gobernador y Capitán General de la isla de Cuba entre el 3 de diciembre de 1853 y el 21 de septiembre de 1854. Ese año, al iniciarse el llamado Bienio Progresista, se le arrinconó política y militarmente, pero en 1867 fue nombrado Capitán General de Cataluña.  Al año siguiente triunfó la Revolución Gloriosa y acompañó a Isabel II en su exilio parisino, y se convirtió en su cercano y fiel colaborador.

En 1875 regresó a su país y, apartado de la escena política, se dedicó a la poesía y a las traducciones. En 1877 asumió la presidencia de la Real Academia de la Lengua, cargo que mantuvo hasta su fallecimiento en la ciudad de Segovia, en 1907, a los 98 años de edad.

Como poeta y escritor se le incluye dentro del movimiento romántico. Su retrato aparece junto a los más destacados hombres de letras de su tiempo en “Los poetas contemporáneos”, el famoso cuadro de Antonio María Esquivel.

La traducción que realizó de La divina comedia, de Dante, está considerada como una de las mejores acometidas en español. El trabajo en tercetos endecasílabos y siguiendo la pauta métrica y rítmica del original en toscano, hace de ella una versión clásica.

Monumento triste de la ignorancia

¿Cómo se las arreglaría el gobernador Pezuela para acabar el disparate, la tontería y la incorrección gramatical en la prensa?

Para conseguirlo, dispuso en primer término que no se permitiera abrir nuevos periódicos cuyos redactores no acreditaran “haber hecho la competente carrera literaria”, y que los que ya se publicaban no consintieran la inserción de escrito alguno “de individuos que no justificaran las mismas aptitudes”.

Decía Pezuela que los diarios de la época publicaban “enojosas producciones, monumento triste de la ignorancia y de la tontería y escuela perversa donde se corrompe el gusto, se anima la desaplicación, se acaba con el habla castellana y se deshonra la literatura patria”.

De igual modo criticaba que, mientras se disponía de leyes y reglas para censurar escritos irreligiosos, inmorales y subversivos, no existía ninguna “contra las irrupciones de los ignorantes”.

 


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