De camino al callejón de los suspiros I: Los caminos


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                                                                                                                A la memoria de Eloy Machado, El Ambia.

 

Propongo un largo viaje de regreso en el tiempo. Un ejercicio de memoria que puede sorprender a muchos. Es una historia que se debe contar, pues en ella también se involucra el orgullo de la cultura y, si se quiere, hasta el orgullo de la nación. También es una historia de resistencia, de rebeldía e inconformidad. Esta historia no está asociada a una definición como “resiliencia”; y es que cuando comienza, ese término no era del dominio público, me atrevería a decir que no existía.

Lo que sí hay una cosa cierta: transcurre fundamentalmente en dos escenarios yuxtapuestos: el barrio de Cayo Hueso y una vetusta mansión de El Vedado. Va de lo profundo de un solar a los cenáculos de la cultura y no está exenta de contradicciones, negaciones y aprobaciones a medias, de acuerdo a las personas e intereses que involucre.

Me pudiera aventurar a decir que esta historia, que pretendo contar, tiene un poco de Generales y doctores, citando el título de una novela de principios del siglo XX del escritor Carlos Loveira. También tiene mucho de “ese positivismo lombrosiano” que se enraizó en la sociedad cubana y que enfrentó sin miedos Don Fernando Ortiz.

Es una historia en que religiones y ateísmo por momentos se dan la mano o la espalda. Todo es según el color del cristal con que se mire. También es una historia de negros y blancos pobres o de clase media. Todos mezclados. Su protagonista responde al nombre de Eloy Machado, conocido por todos como “Eloy el oficial” o simplemente “El Ambia”.

Situemos su comienzo en el hoy desaparecido solar del Reverbero, también puede ser en el llamado La Madama o en el África. Todos hoy desaparecidos. Ubiquémonos, espacialmente, en una cuadrícula que va desde el cruce de las calles Infanta  y Zanja hasta la de Belascoaín, por una parte; y desde Infanta y San Lázaro hasta la misma avenida.

Esas son las fronteras del barrio de Cayo Hueso. Un barrio que tiene como centro social el llamado parque Trillo. Es también el lugar donde nacieron, vivieron y murieron algunas importantes figuras de la cultura cubana.

Es un barrio bullicioso, musical… Tanto, que ha sido el centro de importantes momentos de la música cubana del siglo XX. Eso se siente en sus calles, en la forma de andar de sus hombres y mujeres. En la algarabía de sus calles, incluso cuando toda la ciudad duerme, se respira música; sobre todo, el espíritu de la rumba.

La casona de El Vedado tuvo su gran esplendor. Dicen que fue construida al mismo tiempo que algunas edificaciones propias del barrio de Cayo Hueso. Fines del XIX y comienzos del XX. Que hombres de ese barrio mezclaron cemento para darle forma. Que muchos de los canteros que colocaron sus mármoles o que los carpinteros que trataron su madera también eran de allí; lo mismo pasó con quienes trabajaron al servicio de su propietario: un influyente banquero que se suicidó al descubrir que estaba en bancarrota.

Con el paso de los años, La casona de El Vedado y el barrio de Cayo Hueso se fueron acercando. Encontrando espacios comunes y compartiendo nombres y hechos. Establecieron una relación bidireccional, rompiendo toda barrera jerárquica.

Los hombres de Cayo Hueso regresaron a ese lugar no en calidad de obreros, como pudo ser con algunos de sus antepasados. Esta vez llevaron la fuerza de los cueros, sus cantos, sus leyendas y sus temores. Sí, porque en esta historia también hay temores, además de resistencia y rebeldía.

Muchos pasaron de ser hijos del “lumpenproletariado”, a ser adalides de la cultura y todo indica que sería así por mucho tiempo.  Esta es la historia de Eloy Machado, de su viaje a través de un barrio y la consumación de un sueño.

Cuarenta años han pasado desde el día que se dio el primer paso de esta historia, que nació la Peña de El Ambia, que la rumba cambió parte de la historia de la vieja casa de El Vedado.

Hagamos recuento…

 

 


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