De camino al callejón de los suspiros III: cuando nace un poeta


de-camino-al-callejon-de-los-suspiros-iii-cuando-nace-un-poeta

De camino al callejón de los suspiros II: La gente del barrio

De camino al callejón de los suspiros I: Los caminos

 

Todo comenzó por un libro y ese libro fue La biografía de Malcolm X. Una lectura trepidante. Era la historia de un negro; solo que un negro distinto. Entonces pensó que había puntos en común entre ellos. El libro era propiedad de su amigo de la infancia Germinal Hernández, que era el esposo de Sara Gómez; esa muchacha (negra por demás) que hacía cine y que entendió el barrio de Cayo hueso como pocos, a pesar de no haber nacido allí.

Después estaban las reuniones donde se hablaba de cosas y personajes que parecían no estar a su alcance. Pero para explicarlas había algunos conocidos –a los que llamaba indistintamente “Ambias”— que estaban en la onda de la cultura; sobre todo Abraham Rodríguez y Erick Romay que habían estudiado y comenzaron a prestarle libros.

Libros que guardaba con celo en su taquilla de la obra en que trabajara. Libros que dormían a los pies de aquel pin pan pum que con el paso de los años cambió por una cama camera con colchón de “guata cimarrona” y muelles que siempre estaban a punto de vencerse. Libros que le abrieron las puertas de los sueños.

Perdió el miedo a preguntar. Él podía redimirse, lo mismo que Malcolm X, sin dejar de ser él mismo. Y ese acto humano pasaba por leer todo lo que pudiera, por preguntar todo lo que no entendía. Quería redención, no ser aceptado por mutar su personalidad. Hasta que un día brotaron las palabras y necesitó un pedazo de papel. Estaba en la obra y se “coló” en la oficina de Efigénio Ameijeiras –quien era su ambia de la infancia— y en una hoja escribió su primer poema que hablaba de sus recuerdos, de sus miserias y los abrazos de su madre para protegerlo del frío cuando no había más que papel periódico; y de cómo con la rumba él podía matar el hambre.

Perdió también aquel primer intento de hacer una poesía. Al menos eso pensaba mientras organizaba una rumba sabatina en la obra. El poema no estaba perdido, había llegado a las manos del escritor Froilán Escobar que lo leyó una y otra vez. El mismo Froilán que se apareció en aquella rumba, invitado por Efigénio y que bebió sin temores varios tragos de aguardiente Coronilla directo de la botella o en aquellos vasos improvisados frutos del corte de alguna botella que alguna vez tuvo ron o aguardiente.

Ahora tenía Eloy Machado un nuevo amigo escritor. Uno más. Solo que este era poeta. Un poeta que le preguntó si había escrito otras coplas como aquella, desgarradora, visceral, pero muy humana.

Froilán Escobar pasó a ser otro “Ambia” más. Como mismo lo eran aquellos hombres de cine, de teatro y de música. Como lo era Serafín “Tato” Quiñones o Calixto Callava y aquellos hombres del puerto (estibadores y marineros) que no faltaban a las rumbas de los sábados después de finalizada la jornada laboral. Sí, porque los sábados se trabajaba mediodía. Fue Froilán quien le impuso que sábado tras sábado le debía entregar o enseñar un poema.

En una de aquellas rumbas llegó Nicolás Guillén. Froilán lo había invitado, fue víspera de uno de sus cumpleaños. Ese día fueron presentados. Nicolás bebió también aguardiente barato, bebió guafarina y hasta cervezas clandestinas del “tiro de Mercedita picadillo” que estaba al fondo de la obra; compradas todas mediante una ponina de la que Nicolás fue parte.

Nicolás le mandó a buscar días después. Pasaron horas hablando y hasta compartieron unos tragos del ron favorito del “Poeta nacional”. Y le regaló sus libros y le pidió que leyera algunos de esos poemas desgarradores de los que le había hablado Froilán en los que la rumba era la protagonista, como había sido el son para él en su tiempo. Nicolás le llamó amigo.

Entonces, aquello de escribir se volvió una fiebre. Efigénio le regaló una libreta de lujo y pidió a su secretaria que pasara a máquina sus poemas, que eran muchos. Interminables.

Cada sábado que Nicolás regresaba a aquellas rumbas, lo hacía siempre acompañado de algún amigo, de algún escritor o músico. Y leían poemas juntos y bebían aguardiente barato –Coronilla era el obligado— y le preguntaba por su libro de poemas, ese que estaba escribiendo entre vagones de mezcla y dar fino a las paredes.

La rumba del Ameijeiras comenzó a ganar fama. Era la cita obligada de los rumberos habaneros y a Matanzas llegaron sus ecos. Y con la rumba comenzaron a llegar los poetas y a pensar en el futuro, y ese futuro fue el primer espacio “oficial” donde se presentaba un grupo llamado Guaguancó Portuario que dirigía entonces Calixto Callava, quien también escribía sus poemas, solo que se cantaban a golpe de tambores. Y también llegaron los cuadros de Salvador González –que vivía en el barrio de Cayo hueso, en el callejón de Hamlet— y se escribieron los primeros grafitis en las paredes de las barracas donde se guardaban las herramientas.

Y así, un buen día del año 1984 se organizó una rumba especial. Además del Guaguancó Portuario estaban los Muñequitos de Matanzas, y los músicos del Conjunto Folklórico Nacional –que nunca faltaban—, un señor muy circunspecto llamado Rogelio Martínez Furé, y Nicolás Guillén con otros poetas.

Esa rumba no tuvo aguardiente barato, ni las cervezas clandestinas de Mercedita Picadillo. Fue una rumba de altura y Eloy Machado no fue el anfitrión, era el homenajeado. Ese día del año 1984, lejano hoy en el tiempo, aconteció la rumba más importante de su vida: fue presentado al mundo su primer poemario.

Froilán Escobar dijo las primeras palabras y Rogelio Martínez Furé definió al hombre al llamarle “…. El poeta de la rumba…”

Sin saberlo, Eloy Machado Pérez, “…el hijo de Jacinta la sufrida… Jacinta la caminante…” había entrado en el mundo de la literatura cubana con el calificativo de poeta y ninguna frase podía definir su paso por la vida como el poema que daba título a su primer libro Camán lloró

En lengua de los ecobios no tenía otra traducción que no fuera “llora conmigo”. Ese acto de fe y de renacimiento que enfrentan todas las potencias abakuá, una vez que dejan a buen recaudo a sus muertos y se disponen a retomar la vida.

 


0 comentarios

Deje un comentario



v5.1 ©2019
Desarrollado por Cubarte