De regreso al callejón de los suspiros VIII: las locuras de un poeta
De regreso al callejón de los suspiros VII: haciendo ebbó
De camino al callejón de los suspiros VI: cita con ángeles
De camino al callejón de los suspiros V: enconsortado con la rumba
De camino al callejón de los suspiros IV: los eggún que me acompañan
De camino al callejón de los suspiros III: cuando nace un poeta
De camino al callejón de los suspiros II: La gente del barrio
De camino al callejón de los suspiros I: Los caminos
Innegablemente la Peña de El Ambia de la UNEAC se puede considerar “como el modelo ideal de un proyecto cultural comunitario” por las diversas ramificaciones que tuvo. No es secreto que para el año 1985, fecha fundacional, esa definición no estaba ni pensada ni diseñada dentro del sistema de la cultura cubana contemporánea.
De ello daban fe dos proyectos que surgieron posteriormente: las rumbas del Callejón de Hamlet que comenzó a organizar el pintor Salvador González en el barrio de Centro Habana y el Rumbón de Empedrado en la Habana Vieja, en la misma esquina de la mundialmente famosa Bodeguita del Medio en el barrio de Jesús María. De estas solo sobrevive, malamente, la del Callejón de Hamlet.
También estaba la rumba de La Corea –o de Los Chinitos— en San Miguel del Padrón, que había surgido de modo espontáneo en los años sesenta y que fue la plataforma de lanzamiento habanero del estilo que conoceremos años después como Guarapachangueo. Y aquí me detengo a hacer una salvedad: no era una rumba en la que participaban grupos de rumba, era una reunión de rumberos que se alternaban en la ejecución de los tambores.
El otro lugar donde se estaba fomentando este estilo era en la ciudad de Matanzas, en el barrio La Marina. Tierra de los Muñequitos de Matanzas y que tenía el mismo funcionamiento que su par habanero y en el que destacaba la presencia de los miembros del grupo Afrocuba de Matanzas.
Pero volvamos a la Peña de El Ambia.
Nadie discute que rumba, con sus diversas variantes, es un fenómeno que involucra en lo fundamental a las ciudades de La Habana y Matanzas, que es fundamentalmente un asunto de hombres y mujeres negros, que no siempre ha sido comprendida y aceptada, mucho menos el aporte de los rumberos a todo el proceso de evolución y desarrollo de la música cubana toda, del jazz e incluso, de la llamada música culta. Ejemplos hay los suficientes que lo ilustran.
A la cita que se organizaba cada miércoles en la UNEAC –a partir de los años noventa comenzó a tener una frecuencia quincenal dada las condiciones económicas del país en ese entonces— comenzaron a concurrir rumberos de otras provincias del país, sobre todo de Cienfuegos, Villa Clara, Ciego de Ávila y Pinar del Río; primero a título personal y en la medida que pasó el tiempo, muchos de ellos con carácter aficionado en un comienzo; se fue generando una sinergia interesante que fue determinante en el desarrollo del género y combinando modos de hacer la rumba más allá de La Habana y Matanzas con sus propias particularidades. Entonces se podía comenzar a hablar de un “movimiento rumbero nacional” que comenzaba a ganar espacios y a derribar barreras y modificar estados de opinión que fueron borrando prejuicios sociales y culturales establecidos en la sociedad.
Y en ese renacer estaba como punto de partida la Peña de El Ambia, que no excluía. No importa si eras conocido o no. Cada presentación en ese espacio era una plataforma de lanzamiento para los cultores del género y una vitrina de promoción dada la cantidad de personalidades de la cultura que comenzaron a ser asiduos del lugar, que interactuaban con los rumberos y que de una forma u otra contribuyeron a que muchos de ellos ganaran fama internacional. El ejemplo más notable es el caso de “Pancho Quinto”, miembro fundador del grupo Yoruba Andabo y que fuera reclutado en La Peña por la flautista canadiense Jane Brunet para su disco Habana y que fuera invitado a decenas de otras producciones por su estilo muy particular.
Allí fue redescubierto Marino Drake o simplemente Chavalonga, cuyos temas y voz muy particular fueran incluidos en diversas producciones discográficas creadas por rumberos cubanos radicados en los Estados Unidos. Caso similar fue el de la familia de “los Aspirinas”.
La Peña también atrajo a realizadores cinematográficos tanto cubanos como extranjeros de paso en Cuba que reseñaron el ambiente que allí se vivía. Tanto que inspiró a que el realizador cubano Elio Ruiz, con la contribución de la televisora británica BBC, realizara una serie de cinco capítulos contando la historia de la rumba teniendo como eje central la figura de El Ambia; o del realizador cubano René Hernández que junto a TV Latina hiciera la que se considera la única biografía de El Ambia a partir de su Peña.
Por allí pasaron de modo regular importantes personalidades de la cultura cubana, como Pablo Milanés que en varias ocasiones se hizo acompañar del español Joaquín Sabina, quien bailó rumba a su manera y fue sorprendido con una versión de La Magdalena hecha por el grupo Yoruba Andabo e integró su voz a esa propuesta. Allí bailó el actor norteamericano Danny Glover en una de sus visitas a La Habana. Algunas personalidades que viajaban a Cuba durante el Festival de Cine hacían una pausa en su agenda para “ir a rumbear un rato” o como la visita sorpresa del catalán Pau Donés –de Jarabe de Palo— que sin pena alguna versionó su tema La flaca, acompañado del grupo Clave y Guaguancó.
Sin embargo, la mayor sorpresa fue la presencia de Mick Jagger, líder de la banda inglesa Rolling Stones en la Peña. Resulta que el hombre llegó y todos lo consideraron “un turista más” que pedía un trago y se sentaba a escuchar a los músicos hasta que Eloy Machado lo presentó “…como su Ambia…” y le invitó a bailar rumba acompañado del grupo Obba Ilu que dirigía El Goyo.
Solo dos acontecimientos no fueron reflejados acertadamente en la Peña de El Ambia. El primero de ellos fue una celebración del Premio del disco La rumba soy yo; tomando en cuenta que gran parte de los músicos participantes habían pasado o comenzado su carrera profesional en ese espacio. Y el segundo fue el no vincular al poeta con la nominación y posterior reconocimiento del género como Patrimonio Inmaterial concedido por la UNESCO.
Tales olvidos –el escritor Tato Quiñones le llamó discriminación cultural el no haber reconocido el papel de Eloy Machado— no menguaron la capacidad de El Ambia de exponer la rumba ante el mundo y la cultura cubana.
Él había logrado su propio premio el día que Juan Formell versionara su poema Soy todo, considerado por muchos como el Manifiesto rumbero de Cuba y que toda la Isla cantaba a diario, desde los años noventa hasta el presente y que ha unido “con sentimiento Manana” a muchos cubanos más allá de los mares.

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