Luego de un poco más de siete años, el cantautor cubano Pedro Luis Ferrer regresó a la sala del Teatro Nacional de Bellas Artes para regalarle a su público un variado repertorio.
La relación del tiempo fue comentada por el propio artista porque ciertamente a oídos de los asistentes, este parecía no haber transcurrido. Su agudeza, manera de hacer cómplice a quien le escucha a través de historias de vida o ficcionadas desde la picaresca, sigue resultando “fórmula” favorablemente aceptada para hilvanar las diversas líneas que rigen sus canciones.
A un repertorio conocido, altamente simbólico en su mayoría, sumó nuevas canciones y otra vez se erigió en el escenario el hombre preocupado por el destino del lugar en que nació y para ello qué oportuno verle reverenciar el nengón y el quiribá, esas expresiones que desde los silencios y la sencillez melódica tejen un interesante mundo de aprehensiones, vivencias y sensaciones; que conste todo ello en esta ocasión ofrecido solo acompañado por la excelencia interpretativa de Lena ,junto a una guitarra, un tres, las claves y un equipo de sonido, prestado, al igual que los instrumentos antes mencionados. En tanto este viaje no comprendía hacerlo con banda incluida. Así que todo lo maravilloso que se originó musicalmente, fue una pura conjunción de alma y talento.
Prometió un encuentro íntimo y así fue, hubo instantes muy distendidos, dado el humor criollo que desata, mientras otros, signados por la emoción, por ejemplo, trajeron a los más jóvenes a conocer Mariposa, emblemático tema que se convirtió en singular himno de amor en voz de Mirian Ramos y hoy Lena la hace suya con matices propios: una y otra destacan con sus interpretaciones a través de esa fina poesía, donde el amor compromete; sorprende…cautiva.
Con la certeza de no sentirse un emigrante pero sí un hombre con sed de mundo, con los recuerdos a flor de piel de su vecino Lorenzo, aquel que le acercó al mundo del tango, del que de alguna manera nunca más pudo desprenderse, Pedro Luis, hombre de trova, y canción desde su natal Yaguajay hasta hoy ha sembrado universos de metáforas, parábolas y símiles por doquier. Esta vez no fue la excepción y a través de esos tropos evocó el sabor a campo de su poesía, así como las estampas de vida que le han acompañado desde su niñez hasta hoy, donde no pueden faltar la fuerza de su papá y la esencia martiana de su tío Raúl Ferrer. Por eso con el Romance de la niña mala, dijo hasta luego, pues también prometió no demorarse tanto más en volver.
Por el momento el reencuentro se produjo y un público lo estaba esperando, coreando algunos temas, lleno de goce recordando al Guayabero y muy en silencio, al dar paso a la memoria… eso sí, cada instante devolviendo en aplausos sus gracias a este compositor que nos lleva y nos trae por vivencias y emociones que suelen tornarse en abrazos, sin que medie la palabra.
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