Discriminaciones


discriminaciones

Lancé una vez en una reunión una pregunta problemática: ¿cuál de las discriminaciones es la más importante? Blanco, heterosexual, hombre, viejo, ateo, que nunca había padecido necesidades económicas de primer orden… tenía mis propias creencias y aprehensiones sobre el tema. Cuando comencé a discernir los diversos criterios que se manejaban allí y cuando se reafirmaron por el pueblo cubano en las discusiones en torno a los artículos de la Constitución de la república, me di cuenta de que la discriminación era un asunto más complejo, diverso e importante de lo que creía o suponía. Creía que la principal discriminación que podía existir era la clasista, que la batalla principal debía librarla contra esa que diferenciaba a ricos de pobres. Mi educación marxista, que sigo defendiendo contra viento y marea, incluso contra algunos que dicen patrocinarla, me indicaba como esencial la exclusión de los pobres de la tierra, con los que Martí quería echar su suerte y que Fidel defendía con la revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes.

Mi primera conmoción fue cuando un vecino y amigo me dijo que, si se hablaba de discriminación, la primera era la racial, pues él, niño mulato de penetrante inteligencia, que vivía en un batey, en condiciones económicas muy decorosas y le repasaba las asignaturas a una compañerita blanca, oyó cómo el padre le comentaba a su mamá: “lástima que sea negro”. Ese dolor, que afloró más de 60 años después, tal vez haya sido el acicate para convertirse en un profesional de altísimo nivel, como compensación a la triste e injusta desventaja que le marcaron desde la infancia. Conozco a muchas personas que, sin expresarlo, guardan ese dolor en lo más recóndito de su conciencia y puede emerger cuando se comete otra injusticia basada en algo tan irracional como el simple color de una piel. La discriminación racial es una aberración cuya erradicación de la conciencia de las personas cuesta más trabajo de lo que pensábamos, aunque resulte increíble que se mantenga viva y compitiendo con su hermana la pobreza. No han bastado décadas de Revolución que la ha eliminado desde el punto de vista institucional.

La otra discriminación que parece también más intensa de lo que pensábamos, causante de sufrimientos, rencores y desarraigos, es la ejercida por preferencias sexuales. Con algunas amistades, en una visita a Estados Unidos, rememoré intensas y tristes historias de valiosísimas personas que por ser homosexuales decidieron marcharse de Cuba para siempre, con un sufrimiento que en la mayoría no sana, víctimas de una intolerancia irracional generada por la homofobia, esta, sí, una enfermedad, aunque alguna vez se definiera a la homosexualidad en nuestro país como “patología social” enmarcada dentro de la “actividad antisocial”, “parametrada” en el Primer Congreso de Educación y Cultura de 1971, que añadía la necesidad de realizar “saneamiento de focos”, y cuyo más lamentable antecedente fueron las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP). A pesar de las campañas contra la homofobia, no solo continúa escondida y no declarada, sino que se expresó disimuladamente cuando algunos comentaban el desaparecido artículo 68 del nuevo proyecto de Constitución. A veces no se puede explicar por qué uno encuentra mayor comprensión hacia este tema en personas intuitivas y no tan cultas y preparadas, que en otras con mayor conocimiento y racionalidad.

Una segregación silenciosa y permanente, tolerada y ejercida, invisible y humillante, se mantiene dentro de las casas, en “discretos” comentarios laborales, en los chistes masculinos, bajo ocultos pensamientos… cuando a una mujer le sucede lo que a cualquier hombre. Por la condición femenina, cuesta trabajo el reconocimiento verdadero a un impetuoso avance de sus conquistas. Las mujeres cada vez ocupan más puestos de dirección, pero ello no siempre se traduce en un empoderamiento real. La enorme carga de desigualdad que todavía sostienen se enmascara en una trama de difícil visibilidad y mucho más compleja para su solución. No basta una organización que las represente, ni campañas constantes para detener la violencia que se ejerce contra ellas; la injusticia contra las jóvenes, las hermanas, las esposas, las madres, las hijas…  parte de la subjetividad social, que incluye a la propia mujer. Las silenciosas y permanentes acciones discriminatorias se convierten en patologías intangibles y habituales que cuesta trabajo erradicar y casi siempre se apoyan en lo más negativo de las costumbres.

Casi sin darnos cuenta, algunos de los que hemos arribado a una edad que los estudiosos consideran tercera, comenzamos a ser injustos con quienes se ubican en la primera. Hay viejos que culpan a los jóvenes de cuanta desgracia existe en este mundo, olvidando todos los problemas que les hemos dejado como herencia. Ciertos ancianos con amnesia que todavía mandan, no toman conciencia de la posición en que se encuentran los jóvenes; su falta de equilibrio y de memoria conduce a tomar decisiones y olvidar necesidades vitales de cualquier joven para reafirmarse, cometer sus propias equivocaciones, tomar decisiones inéditas, arriesgarse en la ejecución de algunos proyectos y explorar nuevas vías de solución, en una era muy diferente a aquella en que los mayores comenzaron trabajar —quizás por ello resulta muy sabio abandonar la vida laboral cuando los especialistas afirman que debe hacerse. No pocas veces pedimos que la juventud no sea joven, y no entendemos sus lógicas; se trata de una manera sutil de discriminación, una exclusión o un trato diferenciado desde una supuesta superioridad.

Y aunque hemos creído abolidas las discriminaciones por creencias religiosas, afloran prejuicios y suspicacias en la rutina social o laboral que demuestran que los influjos de aquella república atea todavía se arraigan en el fondo de las conciencias. Tuvo que venir de “a-fue-ra” el planteamiento de la falta de lógica al convertir un Estado en ateo, con la tradición de religiosidades diversas en que nuestra patria se forjó; tuvo que preguntarle el fraile dominico brasileño Frei Betto a Fidel sobre el confesionalismo del Partido; tuvo que aparecer el libro Fidel y la religión, preparado por él junto al Comandante, para que la práctica de cualquier religión en Cuba tuviera una expresión neutral en la vida política y social. Sin embargo, quedan caras y gestos, desconfianzas y suspicacias, cuando alguna persona invoca alguna de sus más firmes creencias para sentirse en armonía con su espiritualidad o cuando aparece un líder religioso. El miedo a la invocación y a liderazgos en esa “forma de conciencia social” no ha desaparecido, y es posible apreciarlo incluso en practicantes de alguna religión en relación con los de otra u otras.

Más discriminaciones se suman a este tren de injusticias. No es lo mismo ser de La Habana que de otra provincia: es una verdad que se transparenta en “la capital de todos los cubanos”, se exacerba en el Estadio Latinoamericano, se evidencia en la denominación de “editoriales territoriales”, como si todas no estuvieran en un territorio…; esa misma actitud discriminatoria, sutil pero constante, se reproduce desde las capitales provinciales hacia los municipios: la vieja concepción vertical procedente de la colonia todavía domina algunas mentes y se traslada al lenguaje como envoltura material del pensamiento. Cualquier otra diferencia, como ser enano o albino, o tener una discapacidad, puede ser motivo segregacionista. Si en una persona hay más de una diferencia respecto a la mayoría, la injusticia golpea por varias vías.

He dejado para lo último un tipo de discriminación que, como las anteriores, ha llamado la atención de nuestros cientistas sociales, y posiblemente sea la primera que debamos combatir, por su transversalidad con el resto: la de tipo económico. Su existencia se hace notar en ciertos reservados VIP, en los que puede ser más “important” la marca de la ropa, la anilla del tabaco o el grosor de la billetera, que el aporte a la sociedad de los parroquianos; en la composición social de muchas de nuestras aulas universitarias —al menos en La Habana, que es donde vivo y trabajo—, en las que cada día hay menos negros y menos hijos de obreros; en las miradas despectivas a unos zapatos artesanales, un celular comprado en un punto de Etecsa y hasta a un otrora envidado Lada. Si esa discriminación se entroniza, ni soñar con que podamos erradicar definitivamente las otras.

Empeñados como estamos en hacer una sociedad socialista más justa e inclusiva, más participativa y democrática, tenemos el deber de luchar contra toda forma que diferencie, separe, aparte, segregue, aísle, excluya… a cualquier minoría o individuo por ser distinto, porque de ellos se compone la mayoría. La discriminación se manifiesta de numerosas maneras sutiles e inconscientes. Identifiquémoslas y actuemos.


1 comentarios

Junior Humberto
23 de Enero de 2019 a las 09:44

Este tema es muy antiguo y va apersistir por todas las generaciones. Yo soy de un pesamiento religioso y he sufrido y siglo sufriendo los embate discriminatorios de las demas personas que piensan distito a mi, eso para mi es normal desde el punto de cosmovicion que tengo, el mundo que nosotros vivimos a sufrido un cambio cosmico y todavia lo está pasando aun mas, entender el origen de las cosas nos ayuda a comprendre, todas las anomalias existentes por las que estamos pasando, hay cosas que no queremos hacertar y por eso buscamos vias de escapes, para no ves nuestros errores, el mundo vive muchas vesces desconectados de la verdad, y por eso busca incansablemente una solución que les ayuden a llevar sus vidas a nivel más compresible hacia las demas personas.

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