Una de las nuevas reinterpretaciones de carteles clásicos cubanos al contexto actual, de los diseñadores Annick Woungly, Javier G Borbolla y Kendrik Martínez. (ICAIC)
El amor y el ansia de la libertad posiblemente sean los sentimientos más intensos y apasionados del ser humano; por ellos luchamos sin pensar en conveniencias, incluso perdiendo, y hasta arriesgando la vida. El amor a la patria, al terruño, la familia, la pareja, los amigos…, y también, a la profesión, oficio, trabajo, ocupación… adquiere en algunos de nosotros una intensidad irrefrenable expresada en la vida cotidiana. De la misma manera, la libertad para pensar y obrar de una forma u otra, moverse y vivir en un sitio u otro, sin sujeción opresiva o subordinación represiva, nos atrae fuertemente, tanto en el orden personal o individual como colectivo o público. El amor libre, que unió estas pasiones, fue una mezcla explosiva en los años 60, y representó una violenta ruptura de las costumbres, la cultura, la moral, etc. Las sociedades modernas desarrollaron las expresiones de amor y libertad como nunca antes conoció la humanidad, hasta que llegaron a convertirse en un estilo o modo de vida. Las manifestaciones públicas de afecto entre amigos y amantes, sus contactos físicos para expresar simpatías y ternura, ya se han vuelto una práctica habitual no solo entre jóvenes. Igual ha sucedido con la libertad de movimiento: acudir al trabajo, a visitar amigos, a realizar innumerables gestiones; disfrutar de un paseo, viajar a provincias o a otros países se ha vuelto un imperativo de la vida moderna. En la actualidad, las expresiones o manifestaciones de estas dos costumbres de amor y libertad han sido canceladas de manera abrupta por la pandemia de la Covid 19: hay que saludarse a distancia y mantenernos aislados.
No nos han castigado ni estamos presos; se trata de una contención voluntaria imprescindible, contraria a lo que generalmente hemos hecho durante mucho tiempo: menuda paradoja. Dejar de darle la mano a alguien, de tocarlo o besarlo, y estar aislado socialmente, es decir, perder la libertad para moverse, como medidas incuestionables de la ciencia médica y de gran responsabilidad social y personal debido a la pandemia de la Covid 19, impone la contrariedad angustiosa de mantenernos reprimidos y detenidos de forma voluntaria. Nadie nos obliga, pero nuestra conciencia nos impone estar despegados de familiares y amigos, y estar privados de libertad, en un cambio restrictivo violento, que de mantenerse por mucho tiempo puede provocar desajustes y desequilibrios si no nos preparamos y desarrollamos el poderoso poder de adaptabilidad del ser humano. La felicidad que disfrutábamos cuando éramos amorosos y libres la hemos perdido provisionalmente, pero ¿hasta cuándo durará esta provisionalidad autoimpuesta?, ¿cómo calcularla sin acudir a Nostradamus, a las apocalípticas noticias falsas, o a los numerosos charlatanes que pululan por las redes? La ciencia en todos los países del mundo ha coincidido en una serie de medidas de higiene ante la imposibilidad de contar con una vacuna o un medicamento definitivo. Higiene y limpieza, protección extrema en relación con las partes del cuerpo por donde suelen entrar los virus al organismo: boca, nariz, ojos, y sobre todo, las intrusas manos con sus invasores dedos, que van y vienen a cualquier parte, por lo que hay que lavarlos bien. A la nucleoproteína recubierta de lípido de altísima movilidad, adherencia y contagio, hay que destruirla con cloro, hipoclorito, alcohol, calor…, esté donde esté, en cualquier superficie, incluso, suelas de zapatos o tejidos. Pero insisto: todos los profesionales de la salud del planeta aseguran que la guerra se decide en el alejamiento de personas contagiadas, que, al menos en Cuba, la mitad no tiene síntomas, por lo que la Covid 19 no tiene rostro; entonces, resulta definitivo mantenernos a distancia y aislados.
Para intentar una aproximación del tiempo que demorará este distanciamiento y encierro, opto por seguir confiando en la ciencia y acercarnos a la modelación matemática, basada en el comportamiento de estadísticas analizadas a partir del 11 de marzo, según un estudio de científicos cubanos. De acuerdo con estos modelos de pronósticos, continuaremos creciendo en contagiados hasta un estimado medio de un poco más de 2 000 pacientes infestados para la segunda quincena de mayo, momento de su “pico” en el crecimiento, cifra que puede duplicarse o reducirse a la mitad, en dependencia de la disciplina social e individual y el acatamiento riguroso de lo orientado, especialmente lo de manteneros a distancia y aislados. Estaremos para esa fecha en nuestro peor lapso, cuando, si todo continúa con ese orden, sin ningún evento que complique el esquema, empezará a descender la curva, que tenderá al ansiado 0 en el mes de julio. Ahora todo depende del número de posibles sospechosos que se detecten en las pesquisas diarias, del aumento del número de tests para comprobar realmente la cantidad de nuevos casos, pero esencialmente de la efectividad y eficacia de todas las medidas orientadas. Podemos adelantar tres experiencias para la pospandemia en todos los sitios del planeta, no importa cuán ricos o pobres sean los países o qué regímenes tengan: la conciencia de tomar medidas a tiempo, la necesidad de transparencia informativa y la importancia de contar con el mandato de la ciencia para gobernar.
Probablemente la mayoría de los ciudadanos en Cuba cumplan con el distanciamiento y el encierro con resignación y conciencia, bien por su responsabilidad personal y colectiva, o porque tienen mucho miedo a contraer la enfermedad, o por las dos cosas juntas. Lo mejor sería que pesara más la conciencia ciudadana, porque no podemos olvidar que existe un grupo de compatriotas que día a día arriesgan su vida por nosotros, no solo los trabajadores de la salud, que están en la vanguardia del enfrentamiento, y hasta algunos en pelotones de avanzada, sino los que garantizan la retaguardia, no pocos con muchos riesgos. Sería ingenuamente confiado considerar que el contagio está lejos de alguien —lo que los médicos han llamado “falta de percepción del riesgo”—; esos que se sienten inmunes por gozar de buena salud o porque su edad oposición social los hace creerse inmunes al contagio, están delirando. Salir de casa habrá de deberse a una “fuerza mayor”, acompañada de todas las precauciones posibles, y, al regreso, de un “protocolo” de desinfección. Sentirse con posibilidades muy remotas de contagio es una “cuenta china” que le puede pasar factura a cualquiera; no pocas autoridades han advertido que la Covid 19 no tiene rostro ni edad, puede estar dondequiera debido a que el virus se ha expandido por todo el planeta y resulta imposible asegurar con total precisión las fuentes de contagio de algunos pacientes, convertidos en el “misterio que nos acompaña”. Hay dos cuestiones muy importantes: ningún sistema de salud estaba preparado para la magnitud de esta pandemia, y cualquier gobierno evalúa costos para tomar medidas drásticas, por muy buena voluntad que tengan, pues la Economía es también una ciencia para tener en cuenta en las evaluaciones, sin llegar al punto de afectación de la salud humana, pero integrándola a los estudios en las decisiones de gobierno, porque si colapsa la economía, no hay manera de mantener la vitalidad de nada.
Entre los sistemas socioeconómicos que responden al bien público y los que se subordinan al interés privado, los primeros han estado en mejores condiciones para enfrentar una contingencia de este tipo, y probablemente las que vengan en la pospandemia. Independientemente de opiniones y criterios políticos, la pandemia ha demostrado que los países mejor preparados para protegerse han sido los que han defendido un sistema de salud concebido como derecho del pueblo. Los países en que hasta el presente la pandemia ha hecho menos han sido los que establecieron a tiempo las regulaciones pertinentes y con mayor rigor han cumplido las medidas sanitarias, confiando en la ciencia médica y situándola al frente de la contingencia. Si bien tal circunstancia ya es motivo de examen y balance por parte de los estudiosos de estos temas, es de desear que no caiga en el olvido en el tiempo de la pospandemia. Pero en este instante no hay vacuna más importante en cualquier sitio que el aislamiento físico. Si el miedo paraliza y la inmovilización prolongada crea ansiedad y angustia en quienes no se encuentren preparados, hay que volver otra vez a la Psicología, de manera que podamos combatir a lo que pudiera ser una segunda enfermedad, oportunista, de la Covid 19: los artistas hacen arte desde las redes, los escritores escriben para estas, los deportistas se ejercitan para mantenerse en forma, los estudiantes desarrollan sus posibilidades para el estudio individual y hacen los trabajos orientados, los profesores ensayan las clases a distancia, los profesionales aprovechan este tiempo para estudiar o adelantar proyectos, a distancia, muchos aprovechan sus habilidades manuales —“ergoterapia”, porque siempre se puede encontrar una variante de trabajo para la casa que evite las crisis de ansiedad—; otros leen, ven televisión, escuchan la radio, conversan en casa, rescatan juegos de mesa olvidados, se comunican con familiares y amigos distantes… No pocos se mantienen en puestos de trabajo que resuelven necesidades impostergables de la población: además, del sector de la salud, nunca suficientemente aplaudido, están los trabajadores de comercio, de comunales, de servicios básicos como la electricidad, el agua, las comunicaciones, el orden público… Estamos en prisión preventiva voluntaria, tenemos que combatir la ansiedad y el miedo, y también, la ignorancia y el desequilibrio. Contamos en Cuba con trabajadores de la salud experimentados y valiosos que están al frente del combate a la epidemia; tenemos un gobierno que sabe que gobernar es prever y ya modela lo que vendrá después; tenemos un sistema coherente preparado para este y otros tipos de contingencias, con una experiencia de más de medio siglo de bloqueos y guerras diversas, incluida la bacteriológica. Nuestra principal debilidad es la falta de disciplina social e individual. Ya seremos cariñosos y libres: pero ahora, a distancia y aislados. Ya vendrá el tiempo de besarnos y abrazarnos, y de correr hasta el cansancio por el Jardín Botánico…
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