A 102 años del nacimiento de nuestro Benny, icónico músico de la Isla cuya voz permanece hoy en la memoria, recordamos también este texto del escritor, investigador y crítico de música Emir García, publicado hace unos años en Cubarte. Porque hoy..., preferimos "tener al Benny en la puerta de la casa, que su voz suene a todo pulmón, que avergüence a los demiurgos y a los puritanos; que convoque a trasnochadores, inventores de leyendas y los olvidados; que marchen junto a él los que sufren penas de amores y los que le han repudiado".
Benny Moré es el mito más trascendente de la música cubana del siglo XX, de ello nadie tiene dudas. Todos los caminos conducen a él. No importa si ya ha pasado más de medio siglo que decidió irse con su música a la inmortalidad; ni importa que hayamos pasado de la era del disco de vinilo y sonido analógico a la era digital. El Benny y su música han resistido y están dispuestos a soportar el paso inexorable del tiempo.
Cuentan sus biógrafos, amigos y su siempre creciente leyenda, que sentía pasión por la música de Duke Ellintong y pasaba horas escuchando cada uno de sus discos; cuentan también que disfrutaba como pocos escuchar a su compatriota Miguelito Cuní cantando sones; argumentan que amaba a su terruño natal y que en su parcela de tierra en las afueras de la Habana nombraba a sus animales de corral como a sus colegas del gremio. Así hubo una Celia Cruz en el alma de una de sus gallinas, un Pérez Prado con alma de chivo berrenchín y hasta uno de sus gallos preferido respondía al nombre de Pedro Vargas. Con cada uno de ellos grabo dúos y temas memorables.
Benny fue impulsor del mambo en México y en Cuba; fue la voz para que don Bebo Valdés experimentara con el ritmo Batanga; canto rumbas, boleros y sones de un modo que no han podido ser superados. Simplemente era único; y cuando se es singular el tiempo es una categoría que no aplica. Dicen, además, que devolvió el alma al conjunto Matamoros; que nunca fue el mismo una vez que Bartolo –que era su nombre—decidió probar fortuna en México ayudado por Silvestre “Tabaquito” Méndez y su esposa la bailarina de rumbas Tongolele.
El Benny era Cuba y es que para todos los cubanos de ayer, de hoy y quién sabe si de mañana, comprendan, estén donde estén, que cuando se escucha su voz el silencio es una vergüenza. Con él se canta y se baila, se vive y hasta se bebe un largo trago de ron a su memoria.
Benny también es Cienfuegos y Santa Isabel de las Lajas. Una la ciudad que lo identifica, el otro el terruño en que viera la luz hace ya un siglo. De una admiró sus mujeres, y cada una de sus bellezas naturales. Cienfuegos y el Benny son inseparables.
Lajas además de ser el punto de partida de su vida fue el sitio donde fue bendecido por aquellos sus dioses, que desde el Casino de Los Congos le trazaron la ruta del sufrimiento y el goce, de la virtud y su voz privilegiada.
A Lajas y a Cienfuegos volvió un día para descansar, reposar muy quedo cerca del Casino de los Congos hasta su próxima función (dicen que su Banda Gigante, La Tribu, no ha dejado de ensayar esperando ese día), un regreso que esperan sus fanáticos y quienes le descubren a cada paso.
No importa que en estos tiempos las redes sociales y el internet definan nuestras vidas; que los discos de 33 ½ RPM sean anacrónicos; que cada vez estemos más cerca de entrar en los agujeros negros y que Julio Verne no esté de moda. Después de recorrer las calles de la ciudad de Cienfuegos y de escuchar sus discos, le aseguro que podrá vivir placenteramente esta era que parece nunca acabar y regresara a su música una y otra vez.
Hoy prefiero tener al Benny en la puerta de mi casa, que su voz suene a todo pulmón, que avergüence a los demiurgos y a los puritanos; que convoque a trasnochadores, inventores de leyendas y los olvidados; que marchen junto a él los que sufren penas de amores y los que le han repudiado.
A fin de cuentas, para su voz y su leyenda siempre habrá un mañana.
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