El modernismo y un caso cubano: Julián del Casal (I)


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  1. El Modernismo y Casal

En las dos últimas décadas del siglo XIX la influencia de España en América fue cediendo ante el predominio cultural francés. Los paradigmas españoles establecidos retrocederían y se ampliaría la construcción de la expresión americana con la superposición de estilos y la llegada del “refinamiento” galo. Se asimilaron tendencias y sensibilidades, ideologías y lenguajes diversos, y se integraron al ejercicio literario latinoamericano. Continuaron los ecos del Romanticismo ─tal parece que nunca terminan en América─, se interiorizó su tono, se generalizó en el pueblo su influencia y se exigió más al lenguaje. El realismo penetró los discursos, a veces pasando al naturalismo para criticar los vicios de la nueva sociedad en las ciudades que crecían. El parnasianismo constituyó una influencia generalizada venida desde Francia con la imposición de nuevos caminos de subjetividad, el simbolismo encontró paradigmas creativos entre los americanos y el impresionismo puso en primer plano emociones en los creadores.

Las pasiones románticas de Alfred de Musset le abrieron paso al parnasianismo de Théophile Gautier, con un lenguaje más racionalista o realista a favor del progreso social, ante ciudades que seguían creciendo como resultado del desarrollo del recién inaugurado capitalismo monopolista con la centralización, concentración e internacionalización de los capitales en el mundo. Mientras Estados Unidos se preparaba para ser imperio, pues aún no tenía el “certificado internacional” de imperialismo adquirido con la intervención en la guerra de Cuba, en 1898─, la naciente modernidad se estaba acompañando de una expresión cultural nueva. El espíritu del Romanticismo inició la independencia en América, pero en las nuevas repúblicas latinoamericanas, bajo décadas de guerras entre caudillos, se fraguaba un movimiento creador lejano de aquellos impulsos románticos, y su vanguardia literaria se expresaba entonces basada en el aliento crítico del simbolismo de Charles Baudelaire, y posteriormente, con la mirada corrosiva de Paul Verlaine y Arthur Rimbaud, entre otros.  

Cuba y Puerto Rico seguían siendo colonias españolas. En la Guerra de los Diez Años1868-1878─, aunque no se logró la independencia, en Cuba se produjo una lenta transformación de la sociedad; resultó imposible desconocer años en la manigua, con la irrupción y aprovechamiento de saberes populares que lograron una integración favorable a la consolidación de la identidad cultural. Después del Pacto del Zanjón, Cuba fue otra; se había producido una ruptura evidente de la cultura del pueblo en relación con el período anterior a la guerra. El estilo romántico literario animador de las batallas por la independencia maduró, y la llamada “tregua fecunda” o “reposo turbulento” 1878-1895 constituyó una etapa catalizadora del tránsito del Romanticismo, al Modernismo y al Realismo. El auge de las publicaciones periódicas perfiló estas nuevas escrituras. En este contexto cultural se desarrolló la obra literaria de Julián del Casal 1863-1893.

La gran mayoría de los textos aparecidos en las publicaciones periódicas de los últimos 20 años del siglo XIX en América Latina, pertenecía a voces con raíz e influjo europeos, y aunque quienes se encontraban directamente relacionados con la estética parecieran eludir el contexto histórico-social y político, de alguna manera lo encubrían o disimulaban bajo máscaras, porque en realidad estaba presente la búsqueda de un destino de liberación y pensamiento crítico, protesta contra las injusticias y la condición subalterna de los nuevos gobernadores bajo la tipología de Estado-nación en las recién inauguradas repúblicas latinoamericanas. Esa literatura arrastraba la colonialidad detrás de los disfraces, lo cual resultó mucho más evidente y con mayores énfasis en las colonias Cuba y Puerto Rico. El discurso modernista buscaba cambios en las técnicas y los lenguajes, semejante a como lo podía hacer un tecnócrata, pero con una idealización seudoaristocrática como aspiración social y cultural, ansiosa del cosmopolitismo moderno para expresar la nueva belleza. No se presentaba ya conflicto como en el Romanticismo inicial, sino se exponía la “aristocracia del gusto”, a la que el pueblo debía acceder de manera pasiva y paulatina mediante la educación.

El virtuosismo de las formas tenía como meta ganarse a un público. Rubén Darío, en el “Prefacio” a sus Cantos de vida y esperanza, los cisnes y otros poemas, de 1905, lo señaló claramente como conclusión de este período, después que William McKinley como presidente de los Estados Unidos patrocinara el inicio del inaugurado imperialismo yanqui con la batalla naval de Santiago de Cuba: “…la forma es lo que primeramente toca a las muchedumbres. Yo no soy un poeta para las muchedumbres. Pero sé que indefectiblemente tengo que ir a ellas. []. Si en estos cantos hay política, es porque aparece universal” (Poesía. Rubén Darío, Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1989). El gran nicaragüense ya tenía claro lo que representaba Theodore Roosevelt presidente estadounidense sucesor de McKinley para el resto de América y el mundo, y su “Oda a Roosevelt”, en el propio libro, sería su manifiesto, como necesidad consciente de ganarse a ese público para que desde el “idealismo” hispánico se venciera al “materialismo” sajón.

Una de las cuestiones peor estudiadas del modernismo americano y que generó graves confusiones posteriores en la enseñanza, ha sido considerarlo como un estilo literario centrado en la poesía. El modernismo necesitaba revitalizar la lengua como acompañamiento de una nueva civilización, como lo hicieron los franceses en sus últimos intentos finiseculares para recuperar su influencia, y como harían antes los ingleses después de ser los reyes de los mares; la rebelión antiespañola pasaba por atender más la prosa y el poema en prosa, marcado como síntoma de la modernidad. Baudelaire fue el modelo, y Casal uno de los primeros americanos que reconoció estas posibilidades artísticas en el relato y la crónica periodística. José Martí fue el primero en hacerlo en el periodismo desde Estados Unidos. Cuando se leen sus artículos, algunos verdaderos ensayos, parece también que está a punto de revelar la creación de un gran poema, debido a la imponente renovación de la lengua: nacía una nueva escritura. Lo descriptivo cambió y se hizo más dinámico; no se basa ahora en las escenas de la naturaleza, sino en su rehumanización activa, en la que predominan los retratos de la ciudad con sus problemas sociales: el propósito descriptivo se encaminó a nutrir a la intuición y al impresionismo que dejaban entre los creadores determinadas escenas urbanas.

En 1932 Federico de Onís definió el modernismo como “la forma hispánica de la crisis universal de las letras y del espíritu que inicia hacia 1885 la disolución del siglo XIX y que se había de manifestar en el arte, la ciencia, la religión, la política y gradualmente en los demás aspectos de la vida entera, con todos los caracteres, por lo tanto, de un hondo cambio histórico cuyo proceso continúan hoy” (Antología de la poesía española e hispanoamericana (1832-1932), Centro de Estudios Históricos, Madrid, 1934). Se trata de una visión española. No fue una “forma hispánica”; la crearon los escritores de América, especialmente la de habla hispana, a la que se sumó Europa. El desastre español en América de 1898, con la pérdida de Cuba y Puerto Rico ─y además de todas sus colonias en el Pacífico─, vino a ser una conmoción semejante a la que produjo la pérdida de Granada a los árabes en 1492. La generación del 98 española dio fe de su afectación por ello, pero tampoco fue una “crisis universal”, sino una crisis moral en la Península, y el cambio histórico se produjo a favor de los Estados Unidos, autodenominados “de América”. Onís amplió el restringido concepto del modernismo, aunque muchas veces no se tuvo en cuenta esta proyección en la enseñanza; sin embargo, no supo reconocer bien la modernidad en todas sus peculiaridades, quizás todavía bajo la mirada colonial.   

Otros importantes estudiosos españoles como Juan Ramón Jiménez y Ricardo Gullón enriquecieron el concepto del modernismo, pero fueron el uruguayo Ángel Rama, el norteamericano Iván Schulman y el cubano Roberto Fernández Retamar, los ensayistas que precisaron de una manera más lúcida este concepto. En el caso de Martí, posteriores estudiosos han reconocido su primacía; por citar solo los más importantes que publicó Casa de las Américas, baste recordar a la venezolana Susana Rotker, con un texto ya clásico: Fundación de una escritura; las crónicas de José Martí, Premio Ensayo Artístico-Literario, 1991, y varios textos aparecidos en su revista. El español Álvaro Salvador Jofre, con El impuro amor de las ciudades (Notas acerca de la literatura modernista y el espacio urbano), Premio Ensayo Artístico-Literario, 2002, amplió las relaciones entre el modernismo y la ciudad; en este texto se privilegia la obra integral de Casal y de otros modernistas.      

Martí desde los Estados Unidos, a partir de 1881, con sus «Escenas norteamericanas», la publicación de su primer poemario, Ismaelillo, de 1882, y con su novela Lucía Jerez conocida como Amistad funesta, de 1885, escrita en una semana y de gran profundidad en las emociones de la protagonista especialmente por sus monólogos─, comenzó la escritura modernista. Según el argentino Enrique Anderson Imbert: “En 1885, nadie había ido tan lejos, en lengua española, en ese estilo” (Estudios sobre escritores de América, Raigal, Buenos Aires, 1954). El médico mexicano Manuel Gutiérrez Nájera El Duque Job lo hizo con las notas de crítica literaria y teatral en los periódicos a principios de los 80, y con Cuentos frágiles, en 1883, una antología en que usó varios seudónimos, además de mostrar la primera novela modernista, Por donde se sube al cielo, publicada “por entregas” en el periódico El Noticioso, de junio a octubre de 1882. El cubano y el mexicano fueron verdaderamente los fundadores de esta nueva escritura.

Otros vinieron después: Rubén Darío publicó poesía modernista en Chile con gran éxito: Abrojos y Rimas, en 1887, son antecedentes, pero se promocionó como “iniciador del modernismo” el cuaderno Azul… al año siguiente, un libro no solo de poemas, sino también de relatos, en que sobresale “El rey burgués”. Posteriormente, fue coronado por la fama desde Europa después de que el novelista español Juan Valera lo publicara en Madrid y se diera a conocer allí. Casal por esos años cultivaba una poesía esteticista de gran elegancia; calificada entonces por los críticos americanos de parnasiana; cuidó la policromía y las joyerías en un verso con finísimo sentido musical y acento plástico, pero también lo había hecho en la prosa con el periodismo escrito a partir de 1885, en que dio a conocer crónicas y relatos memorables, y en la poesía, a partir de 1890, con Hojas al viento. Refugiado en la búsqueda de la belleza, nunca promocionó su obra como Darío. Algo más lamentable le ocurrió al desdichado poeta colombiano José Asunción Silva, muy reconocido por sus “nocturnos”, y quien perdiera casi todos sus manuscritos en un naufragio; solo su novela, De sobremesa, en forma de diario, se publicaría más de una década después, en 1896, año de su suicidio.

El modernismo americano fue un movimiento cultural heterogéneo y esteticista de fuerte vocación estilística para la construcción de un nuevo lenguaje artístico y literario que explotaba, entre otros aspectos, las capacidades de la lengua y aprovechaba las innovaciones de la industria para el arte, creando nuevos temas, técnicas, recursos y visibilizando los conflictos de la modernidad. Aunque en Brasil, con la prolongación del imperio y la irrupción de las generaciones posrrománticas el Modernismo se retrasó, la llegada tardía del simbolismo sirvió de preparación para las vanguardias que allí llamaron “modernismo”, por la Semana de Arte Moderno, en 1922; autores como José María Machado de Assís, con la introducción del realismo y el arribo de la modernidad ─en momentos en que la república sustituyó al imperio, desarrollaron una copiosa producción sin precedentes; en Machado de Assís se destacó Memorias póstumas de Blas Cubas, de 1880. En los Estados Unidos, los nuevos caminos de la modernidad se gestaron desde el romanticismo de Edgar Allan Poe, narraciones y poemas de terror promocionadas en Francia, aunque después fueron enriquecidos por autores como Mark Twain Las aventuras de Huckleberry Finn, 1884, Henry James Otra vuelta de tuerca, 1898 y Jack London El llamado de la selva, 1903. Walt Whitman Hojas de hierba, 1860 trajo tempranamente el anuncio de un cambio de canon con el verso libre.

El modernismo hispanoamericano estableció nuevos códigos en literatura con su “poética de bazar” como ha señalado el ensayista y crítico argentino Saúl Yurkiévich, tanto en la prosa como en el verso. Inserto en una nueva cultura latinoamericana de la hibridez con varias formas expresivas superpuestas, como el Art Nouveau, acompañó a una civilización que todavía se construye, aunque desde hace décadas la posmodernidad haya roto con la idea del canon. La importancia del modernismo radica en que supo potenciar la creación de formas artísticas y textos literarios bajo nuevas mitologías culturales que se explotaron lejos de paradigmas europeos. En el caso de la poesía, las metáforas regresaron a Europa, como ha expresado el profesor dominicano Max Henríquez Ureña. La cultura modernista hispanoamericana propuso un puente entre lo antiguo y lo moderno, la ensoñación medieval europea quedó atrás frente a una realidad arrasadora convertida a inicios de la nueva centuria en los comienzos del apogeo del capitalismo yanqui.

América lograba su independencia expresiva, aunque en el caso de América Latina, no totalmente su independencia política, y mucho menos, la económica y comercial, con las intervenciones del imperialismo estadounidense. Este capitalismo hispanoamericano de segundo orden, acompañado de la expresión modernista, en algunos casos fue patético. La creación del modernismo hispanoamericano postuló una disociación del seudoaristocrático mundo del arte y la literatura en relación con la realidad, bajo la miseria de sus penurias y las desigualdades sociales de sus pueblos en tierras muy ricas. La heterogeneidad de expresiones modernistas mostró diversos propósitos, según sus creadores, la manifestación que cultivaban y la historia social del país a que pertenecían. En algunos, esta nueva expresión se convirtió en refugio frente al ascenso de grupos sociales con variadas ideologías: unos lo asumieron como fuerza para “cambiar la vida” al futuro, y otros, como evasión y proceso de transmutación hacia la idealidad del pasado y lo que se podía conservar de simbólico en su presente, por lo que podía ser revolucionario o conservador. Según las obras, las épocas y los destinos de los autores, el sentido selectivo al considerar a la belleza como esencial, se convertía en parte de la felicidad, y aunque para algunos fuera una finalidad en sí misma, para todos constituyó una necesidad.

El movimiento cultural modernista en las repúblicas de América Latina, y también, en las colonias que quedaban como Cuba y Puerto Rico, incluyó variadísimas formas artísticas, más allá de la literatura y de las artes visuales, se prolongó hasta el final de la centuria e inicios del siglo XX. Cuando Martí, Gutiérrez Nájera, Casal y Silva habían muerto, solo quedaba Darío como referente de una segunda promoción, un modelo del segundo momento del modernismo, con otros libros muy diferentes a los primeros. Si bien el bardo nicaragüense logró más fama en el primer momento con el irónico título de Prosas profanas y otros poemas, publicado exitosamente en Buenos Aires en 1896 y una segunda edición ampliada en París en 1901, en que todavía abundaba la presencia de princesas y cisnes, es notable la diferencia que marcan sus Cantos de vida y esperanza, de 1905, que inaugura el segundo momento, compartido con otros autores, como el argentino Leopoldo Lugones, los mexicanos Amado Nervo, Enrique González Martínez y José Juan Tablada, el uruguayo Julio Herrera y Reissig, el boliviano Ricardo Jaimes Freyre, el colombiano Guillermo Valencia, el venezolano Rufino Blanco-Fombona, el peruano José Santos Chocano, el chileno Carlos Pezoa Véliz, entre otros. Que Darío se quedara solo como el más importante entre los primeros del primer momento, hizo posible que él mismo inaugurara un segundo momento con toda su gloria en Europa. Ello contribuyó decisivamente a que se le reconociera como “el primer modernista”, aunque es fácil comprobar que no lo fue, con tan solo cotejar fechas.

El modernismo literario tuvo un vínculo con el Romanticismo, una relación de continuidad con sus raíces de comunes afectos y una identidad espiritual basada en la voluntad persistente hacia el idealismo más subjetivo, pero también, una ruptura en la construcción de un lenguaje nuevo y el interés consciente, más allá de su cosmopolitismo, de afianzar la identidad cultural de cada pueblo, a veces como parte de la continuidad de nacionalismos propios. El modernismo prolongó el exotismo romántico en su gusto por lo raro, pero creó una iconografía de mitos alimentada desde diversas culturas y con refinadas evocaciones de fuentes grecolatinas, ahora expandidas hacia el Oriente, que constituyó una explotación conveniente para convertirlo en universal, y al mismo tiempo nacional, siguiendo una singular interpretación de los temas. En el caso de Casal no solo recurrió a Grecia y a Roma, sino al Cercano y Lejano Oriente, especialmente a Siria y a Japón, respectivamente.

Algunos escritores abusaron de las mayúsculas, los suspensivos y la puntuación en los versos, o establecieron una original forma de concebir extensos períodos prosódicos en la prosa narrativa, combinados con frases breves: todos innovaron en el lenguaje. Asumían la libertad en el verso y creaban en la prosa atendiendo a la música de las palabras y al sentido plástico de sus contenidos. Generalmente buscaban una profunda y exquisita sensualidad apegada a las nuevas sensibilidades de la recién creada modernidad, con altísima apreciación de los sentidos como vía para llegar a la razón y al convencimiento de sus verdades, utilizando el desarrollo de la psicología con todas sus intencionalidades y ahondando en la profundidad de las emociones. Nacía la novela psicológica y su gran impacto socio-literario, y no es necesario recordar cuántas novelas psicológicas se escribieron en el período, con nombres de mujer o destinadas a este segmento de público. Otros autores como Casal dejaron una huella de introspección psicológica en algunas de sus prosas, al caracterizar profundamente a los personajes en crónicas, narraciones y artículos.    

El arte modernista rompió con las limitaciones del arte verbal y lo instaló, entre otros espacios, en las artes visuales, apoyado en un ideal de belleza cercano a lo conocido dentro de la tradición aristocrática, igualándolo al llamado “buen gusto”, que irremediablemente tenía referentes europeos, al ubicarse en la fantasía y la imaginación de que habían partido los modelos cultos de las antiguas metrópolis de Europa, entre sus galas y oropeles. Este afán perseguía en América Latina olvidar las fealdades sociales y los horrores de la soledad a que conducía el “materialismo” de la sociedad industrial capitalista, influido por el utilitarismo de los ingleses, y luego, por el pragmatismo de los Estados Unidos, que comenzaba a ser la metrópoli de su antigua exmetrópoli, y tomaba a otros países como “traspatios” o neocolonias, partiendo de las ventajas del comercio industrial y la imposición de su moneda, un plan elaborado desde la Conferencia Internacional en Washington en 1888, y materializado por la Comisión Monetaria Internacional en 1891, de los cuales Martí fue activo denunciante. El mundo de la belleza en la poesía casaliana pasaba por las tenues acuarelas de paisajes invernales, bocetos, bajorrelieves y leyendas mitológicas, piezas del pintor francés Gustave Moreau, precursor del simbolismo; “cromos españoles”, en los que se incluyen descripciones de una maja, un torero y un fraile, y una galería de impresiones plásticas. El mundo real era otro.

Los Estados-naciones latinoamericanos, recién salidos del coloniaje español y con un pensamiento de colonialidad en caudillos-presidentes que lamentablemente aún hoy perdura en buena parte de ellos, arrastraron una descomunal deuda de injusticia social con pueblos de origen africano que habían sido esclavizado y de indígenas invadidos, cuyas culturas los colonizadores intentaron exterminar. Se invisibilizaron las poblaciones de esclavos africanos bajo el látigo, arrancados de sus culturas de origen y proyectados violentamente en sociedades subalternas, en sitios extraños y con dioses extranjeros. Los pueblos aborígenes, que habían testimoniado la invasión europea, quedaron marginados y silenciados. En todo este contexto surgió la literatura de Casal en Cuba, una sociedad colonial esclavista española colmada de contradicciones e injusticias, con una gran población de poblaciones de origen africano esclavizadas y otra casi exterminada de aborígenes. Su obra no solo está llena de oropeles poéticos y de exquisitas galas en su prosa, sino también de denuncias y rebeldías encontradas en el periodismo, menos estudiado. No parece que fue bien entendido por la mayoría de sus coetáneos, y menos por los que vinieron después. Casal, sin patria, la buscó afanosamente, pero solo la encontró de una manera ideal.


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