El modernismo y un caso cubano: Julián del Casal (II)


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El modernismo y un caso cubano: Julián del Casal (I)

  1. Casal poeta

Enfermizo desde niño, el poeta cubano poseía una extraordinaria sensibilidad para las letras. Un acontecimiento lo marcó: con cuatro años quedó huérfano de madre. Cuando matriculó en el Colegio Belén, diez años después, fundó un periódico clandestino y manuscrito titulado El Estudiante, y en 1880 obtuvo el título de Bachiller; al año siguiente apareció su primer poema en el semanario El Ensayo. Trabajó en el Ministerio de Hacienda como escribiente y matriculó en la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana, aunque poco tiempo después abandonó sus estudios. Tenía 21 años cuando su padre murió y quedó sin guía. Desde 1885 comenzó su colaboración en La Habana Elegante y participó en las tertulias de Nicolás Azcárate; allí conoció a Ramón Meza y se encontraba en la Biblioteca con Enrique Hernández Miyares, Manuel de la Cruz, Aurelio Mitjans…; leía libros en francés que traía Aniceto Valdivia de París; asistía a las reuniones literarias en casa de José M. Céspedes; colaboraba en periódicos de diferentes orientaciones... Era el más joven de las tertulias.

Su obra en general trata intencionalmente de elevar un nivel estético rebozado de belleza internacional, como si estuviéramos en un bazar de las grandes metrópolis con variedad inconexa y abigarrada, en un espacio urbano más allá de lo local. Se trataba del nuevo espectáculo cosmopolita del modernismo, que también fue vislumbrado por el Apóstol, pero con la conciencia y el aviso de que se hacía para el consumo y que traía aparejados otros sesgos peligrosos, como el deslumbramiento nocivo por la riqueza sin mirar su origen, que el joven bardo habanero no podía vislumbrar. Para Casal esta escritura de amontonamiento de objetos que encandilaban y producían vértigo, si bien señalaba jerarquías sociales, mostraba los nuevos modelos de belleza ansiados, y enfatizaba las recién llegadas aspiraciones bajo su francofilia, alimentada por los influjos de esa cultura, ya en decadencia cuando comenzó la nueva centuria. España tenía sus días contados en lo que quedaba de su imperio y Estados Unidos se preparaba y comenzaba a comercializar mercaderías de la sociedad industrial que muy pronto se hicieron indispensables en cualquier sociedad; incluso hasta las más prosaicas: recordemos que por entonces el bidé fue todo un acontecimiento en los baños de las casas ricas de América Latina.

Cuando en 1890 Casal publicó en La Habana Hojas al viento (Primeras poesías) ─Imprenta El Retiro─, Enrique José Varona saludó su libro en La Habana Elegante; allí reconocía que “…el refinamiento y la sutileza de las ideas forman una especie de atmósfera mental para los espíritus elevados”, afirmaba que se trataba de un “…joven de temperamento artístico exquisito, que se encuentra aislado y como perdido en medio de una sociedad que no realiza sino imperfectamente su concepción de la vida o sus aspiraciones poéticas, si no ha llegado a una concepción plena de la vida, se refugie más o menos conscientemente en el mundo ideal que le forman su libros favoritos”, y concluía asegurando que “Julián del Casal tendría delante una brillante carrera de poeta; si no viviese en Cuba. Porque aquí se puede ser poeta; pero no vivir como poeta” (Julián del Casal. Prosas, t. I, Edición del Centenario, Biblioteca Básica de Autores Cubanos, Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1963). Así fue visto por Varona, siguiendo una perspectiva todavía cercana a los prejuicios de la tradición hispánica.

Es cierto que la vida de Casal se convirtió en una persecución obsesiva de la belleza, un intento frustrado por encontrar la perfección del artista. En Nieve. Bocetos antiguos. Mi museo ideal. Cromos españoles. Marfiles viejos. La gruta del ensueño (La Habana, Imprenta La Moderna, 1892; con otra edición prologada por el poeta mexicano Luis G. Urbina, en México, posiblemente en 1893), confesó su pretensión de descubrir la belleza total, hasta que se dio cuenta de que era imposible. Él mismo reconoció este intento fallido en el último libro de poemas que revisó antes de morir, Bustos y rimas (Imprenta La Moderna, La Habana, 1893). En el poema “A la Belleza” de ese libro, renunció a una descripción más de la naturaleza: “…En brazos de la gran Naturaleza, / De los que huí temblando / Cual del regazo de la madre infame / Huye el hijo azorado” (Julián del Casal. Obra poética, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1982). El poema concluye reconociendo la total imposibilidad de acertar con la belleza: “…Mas como nunca en mi áspero sendero / Cual te soñé te hallo, / Moriré de buscarte por el mundo / Sin haberte encontrado” (Ídem).

Pesimista raigal, el poeta habanero en su permanente melancolía llegó al nihilismo, rodeado de orientalismos. En 1888, después de vender el solar que poseía como herencia de su padre, partió hacia Europa para conocer París. Permaneció en Madrid y se encontró con Salvador Rueda y Francisco de Icaza, a quien dedicó posteriormente “La agonía de Petronio”. En La Habana Elegante ─29 de enero de 1893─ publicó el artículo “La última ilusión”, en que reprodujo un ficticio diálogo con un amigo ante la propuesta de marcharse a París; le dice: “Porque si me fuera, yo estoy seguro que mi ensueño se desvanecería, como el aroma de una flor cogida en la mano, hasta quedar despojado de todos sus encantos; mientras que viéndolo de lejos, yo creo todavía que hay algo, en el mundo, que endulce el mal de la vida, algo que constituye mi última ilusión, la que se encuentra siempre, como perla fina en cofre empolvado, dentro de los corazones más tristes, aquella ilusión que nunca se pierde, quizás” (Julián del Casal. Prosas, t I, cit.). José Lezama Lima recogió un testimonio del regreso de Casal de Europa en 1889, sin visitar nunca la capital francesa: “Al regresar, en pésima situación económica, tenía que trenzarle la coleta a un torero para poder fumar unos pitillos. Ya había perdido su ilusión de ir a París […]” (José Lezama Lima: Antología de la poesía cubana, t. III, Biblioteca Básica de Autores Cubanos, Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1965). ¿Acaso Casal  a partir de su frustrado viaje a París había comenzado una nostalgia por un ideal?

La poética de Casal desde sus inicios estuvo asistida por una añoranza aguda, cada vez más grave, hacia la otredad, con una atmósfera vaga y sugerente de altísimo nivel de originalidad literaria. Su modernismo potenció el exotismo, y el escapismo actuó como manera de alcanzar “lo otro”, que en el trópico significaba “lo frío” ─no en balde su segundo libro de poemas se llamó Nieve. “Lo otro” ya era una quimera, algo inalcanzable, una ilusión que lo mantenía con esperanzas, pero lo sabía inexistente, y por ello se instaló en su interior un incurable nihilismo conducente a la inestabilidad o a un trastorno emocional del que nunca salió. En la forja de su carácter, su vida de huérfano y su soledad influyeron y se mezclaron con esta búsqueda como esperanza: la belleza y la otredad; ni una cosa ni la otra le aparecieron de la manera que soñaba.

Algo semejante ocurría con algunos modernistas de América. Mientras aparecía publicado “Neurosis”, en Bustos y rimas, imaginando a una “Noemí, la pálida pecadora” entre “cojines de raso lila”, “biombo rojo de seda china”, “grullas de oro”, “curva mesa de fina laca”, “guantes de cabritilla”, “taza de porcelana” y “el alma verde del té”, muy lejos de La Habana, Julio Herrera y Reissig, en Montevideo, publicaba años después en Los parques abandonados (1902-1908) el soneto “Neurastenia”; el uruguayo, posiblemente sin leer al cubano, descubría en sus versos exóticos elementos personales comunes al habanero al quitarse la máscara y colocarla en sus personajes que están más allá, en otro lugar, pero también pudieran no estar en ninguno, en una búsqueda frustrante por la belleza. La neurosis o la neurastenia causaban esa depresión o abatimiento del que fueron cautivos diversos escritores modernistas, inconformes con su medio.

“Lo otro” podía encontrarse bien lejos de la realidad del poeta cubano. En la sección «La gruta del ensueño», de su libro Nieve, se ubica el poema “Kakemono”, dedicado a la emperatriz de los nipones en Kioto; el ambiente descriptivo entre “anchos quitasoles”, “doradas mariposas”, “azulinas flores”, “fondo níveo”, “rayos de Luna”, “flexibles bambúes”… refuerza el retrato de la princesa con mejillas de “rojo cinabrio”, “cejas de arco”, “cuerpo erguido en amarilla estera”, “cabellos / Con agujas de oro y blancas flores”, “traje de seda”, “regia vestidura / Cigüeñas, mariposas y dragones / Hechos con áureos hilos”, “abanico de marfil calado / y plumas de avestruz”…, y la escena se remata en su palacio real. La belleza de la dama en la belleza de su reino, un primor exótico que muestra un altísimo nivel de artificiosidad, se transforma en una posible realidad con el arte imaginado. El poema concluye con la admiración a este vínculo de circunstancias: “…¡En los jarrones, / Biombos, platos, estuches y abanicos / No trazaron los clásicos pintores / Figura femenina que reuniera / Tal número de hermosas perfecciones!” (Todas las citas en Julián del Casal. Obra poética, cit.). “Kakemono” es también la visión poetizada del retrato de una amiga suya: María Cay. Una vez la vio “…vestida de Japonesa, que vaga por un jardín asiático, con el abanico de nácar abierto ante los ojos, para atenuar el brillo del sol, como si buscara la flor sagrada del loto” (“Retratos femeninos”, en la sección «Álbum de la ciudad», en La Discusión, 1.0 de abril de 1890, tomado de Julián del Casal. Prosas, t II., Edición del Centenario, Biblioteca Básica de Autores Cubanos, Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1963). Estos trasvases creativos del recuerdo en la escritura periodística y poética en el modernismo fueron frecuentes.

En la exploración de mundos de belleza, Casal le cantó a la morfina, usada como analgésico para aliviar dolores. A principios del siglo XIX se generalizó el uso de la morfina ─nombre derivado de Morfeo, dios de los sueños─, y a finales de la centuria los poetas franceses, que se preciaban de estar “fuera de la norma”, la empleaban para buscar caminos de fantasía. Aquellos “poetas malditos”, de tanta influencia en Casal, encontraron en las drogas un estímulo para potenciar la imaginación. En las redondillas “La canción de la morfina”, el cubano pretendió proponer la opiácea como vía hacia un posible encantamiento que conducía a la muerte: “Yo venzo a la realidad, / Ilumino el negro arcano / Y hago del dolor humano / Dulce voluptuosidad. // Yo soy el único bien / Que nunca engendró el hastío. / ¡Nada iguala el poder mío! / ¡Dentro de mí hay un Edén! // Y ofrezco al mortal deseo / Del ser que hirió ruda suerte, / Con la calma de la Muerte, / La dulzura de Leteo” (Julián del Casal. Obra poética, cit.). Martí exploró estos mundos de belleza, pero de manera muy diferente, pues los concebía bajo el sentido del deleite del hedonismo y alejado de la muerte; se encontraba más bien en el complemento del gozo o el consuelo implorante del amor en la mujer árabe en días de soledad; escrito en marzo en México, publicó en la Revista Universal el 1.0 de junio de 1875 el bello poema “Haschisch”.  

La inconformidad de Casal con su espacio-tiempo y la necesidad de un sitio idealizado, resultó la causa principal de su permanente pesar de ánimo, obsesión dolorosa que nunca cesó, porque sabía que tampoco se resolvería renunciando a vivir o a trabajar donde siempre lo había hecho. Ha sido uno de los poetas que mejor ha tratado el tema del exotismo bajo una exquisita sensualidad. Las cuartetas endecasílabas de “El camino de Damasco” ─dedicado a Gutiérrez Nájera─ enfatizan ese utópico lugar encantado de bellezas: “Lejos brilla el Jordán de azules ondas / Que esmalta el Sol de lentejuelas de oro, / Atravesando las tupidas frondas, / Pabellón verde del bronceado toro. // Del majestuoso Líbano en la cumbre / Erige su ramaje el cedro altivo, / Y del día estival bajo la lumbre / Desmaya en los senderos el olivo. // Piafar se escuchan árabes caballos / Que, a través de la cálida arboleda, / Van levantando con sus férreos callos, / En la ancha ruta, opaca polvareda. // Desde el confín, de las lejanas costas, / Sombreadas por los ásperos nopales, / Enjambres purpurinos de langostas / Vuelan a los ardientes arenales. […]” (Julián del Casal. Obra poética, cit.). Otros poemas dejaron constancia de su pasión obsesa por imaginar “lo otro”. El modernista colombiano Guillermo Valencia continuó esta perspectiva de camellos en el trópico alentado por su amigo Darío en París; la publicación de Ritos, de 1899, lo atestigua. Poco a poco para Casal la otredad se convirtió en patria soñada.

Los poetas latinoamericanos viajaron en la imaginación a lugares primitivos o rústicos; buscando un exotismo menos conocido, procuraron investigar otra belleza que mostrara otro mundo. El modernista boliviano Ricardo Jaimes Freyre publicó en 1899 en Buenos Aires, con prólogo de Leopoldo Lugones, su obra Castalia bárbara. “Jaimes Freyre prefirió irse a otro lugar, va a la Castalia mítica, al Olimpo bárbaro en que los guerreros y las hadas del mundo germano y nórdico mostraban motivos que en su fe poética fueron artificio y decoración para producir estados emotivos diversos del momento del ocaso de los dioses” (Juan Nicolás Padrón: “La patria de la nostalgia”, en Ricardo Jaimes Freyre. Obra poética, Fondo Editorial Casa de las Américas, La Habana, 2010).

La contradicción casaliana entre partir a un lugar de sueño o quedarse y adaptarse, teniendo en cuenta la imposibilidad para alcanzar la plenitud en lo uno y en lo otro, posee una mayor complejidad y ha dejado en la literatura cubana huellas perdurables: ¿irse o quedarse? Mientras que Martí vivió casi toda su vida fuera de la Isla, con la pasión por lograr no solo su independencia o soberanía, sino la emancipación y libertad de todas las opresiones posibles, Casal permaneció casi toda su breve vida en La Habana, con una ensoñación por un sitio ideal, de cuya inexistencia ya estaba seguro. Martí, centrípeto, fue al centro de la patria y acumuló todas sus energías para poseerla; Casal, centrífugo, se escapaba del centro y desarrolló sus fuerzas creativas para hallar una ilusión fuera de ella, pero sabía que ese sitio solo estaba en su imaginación. En la historia de Cuba algunos tuvieron que irse para lograr su objetivo, aunque su obsesión por la patria nunca desmayó; otros permanecieron aquí contra viento y marea, aunque seguros de que para alcanzar sus ideales debían confrontarse constantemente con el mundo.  

Uno de los poemas de Casal que mejor devela esta esencial contradicción de marcharse o permanecer, es “Nostalgias”: “Suspiro por las regiones / Donde vuelan los alciones / Sobre el mar, / Y el soplo helado del viento /  Parece en su movimiento / Sollozar; / […] / Otras veces solo ansío / Bogar en firme navío / A existir / En algún país remoto, / Sin pensar en el ignoto / Porvenir. / Ver otro cielo, otro monte, / Otra playa, otro horizonte, / Otro mar, / Otros pueblos otras gentes, / De maneras diferentes / De pensar. / […] / Mas no parto. Si partiera / Al instante yo quisiera / Regresar. / ¡Ay! ¿Cuándo querrá el destino / Que yo pueda en mi camino / Reposar? (Julián del Casal. Obra poética, cit.). Este dilema aún permanece en algunos cubanos; sienten nostalgias por Cuba cuando están fuera de la Isla y añoran conocer otros sitios o vivir en ellos cuando se encuentran en la Isla: es cuestión irreconciliable.

El cultivo de la poesía confesional en Casal se infiltra desde su primer libro. En Hojas al viento se destaca el poema “Autobiografía”, en que se reveló la tristeza por su orfandad ─“¡Cuán difícil me fue marchar sin guía!”─, la desventaja de esta circunstancia para lidiar en la injusta sociedad en que vivía ─“Mi juventud, herida ya de muerte”─ y el refugio en el arte para olvidar las tristezas. El respeto a la tradición coexistía con el reconocimiento de su latente rebeldía. La orfandad y el desamparo lo acompañaron en su breve vida y lo dejó traslucir en varios poemas: su soledad sin aliados tenía que lidiar con su rebelión interna frente a las injusticias sociales cotidianas. No pocas veces se ganó enemigos poderosos y se buscó problemas por no saber calcular los riesgos a que se exponía, ni tomar las debidas precauciones para maneras de actuar que a la larga lo perjudicaron.

Los sonetos autobiográficos de Casal en sus libros arrastran esta trágica e incurable melancolía. “A mi madre” lo reafirma: “No fuiste una mujer, sino una santa / Que murió de dar vida a un desdichado, / Pues salí de tu seno delicado / Como sale una espina de una planta. // Hoy que tu dulce imagen se levanta / Del fondo de mi lóbrego pasado, / El llanto está a mis ojos asomado, / Los sollozos comprimen mi garganta. // Y aunque yazgas trocada en polvo yerto, / Sin ofrecerme bienhechor arrimo, / Como quiera que estés siempre te adoro, // Porque me dice el corazón que has muerto / Por no oírme gemir, como ahora gimo, / Por no verme llorar, como ahora lloro” (Julián del Casal. Obra poética, cit.). La elegante nostalgia es patológica frente a los rigores de su experiencia de vida. Sin familia, no tenía interés tampoco por la gloria o los rangos. Otras formas estróficas como las cuartetas abordaron con más despliegue este problema sin solución, que lo llevó hasta a pensar en el suicidio; “Nihilismo” lo descubre: “Ansias de aniquilarme solo siento / O de vivir en mi eternal pobreza / Con mi fiel compañero, el descontento, / Y mi pálida novia, la tristeza” (Ídem).

El poeta se declaró inmune a las ambiciones y solo bajo la espiritualidad que necesita la belleza; consideró que la indiferencia a la codicia es la manera más limpia para alcanzar la libertad. El desinterés por la riqueza material y el pavor al desamparo con la espera por la muerte, están presentes en “Pax animae”: “No me habléis más de dichas terrenales / Que no ansío gustar. Está ya muerto / Mi corazón, y en su recinto abierto / Sólo entrarán los cuervos sepulcrales. // Del pasado no llevo las señales / Y a veces de que existo no estoy cierto, / Porque es la vida para mí un desierto / Poblado de figuras espectrales. // No veo más que un astro obscurecido / Por brumas de crepúsculo lluvioso, / Y, entre el silencio de sopor profundo, // Tan solo llega a percibir mi oído / Algo extraño y confuso y misterioso / Que me arrastra muy lejos de este mundo” (Julián del Casal. Obra poética, cit.). Esta conjunción de factores lo hacía un poeta muy infeliz y trágico.

La atmósfera de sus poemas por lo general remite constantemente a un ambiente invernal, de nocturnidad y de dolor por la soledad, sin abandonar nunca la elegancia ni la más encumbrada aristocracia, junto a la añoranza del lujo. Del primer libro es “Mis amores”, que tiene el epígrafe “Soneto Pompadour”, refiriéndose a la duquesa-marquesa madame de Pompadour, célebre amante del rey Luis XV y una de las grandes promotoras de la cultura de Francia, que contribuyó a marcar la trascendencia de un estilo propio del siglo xviii. En este homenaje se compendian los símbolos sensuales y eróticos del modernismo casaliano: “Amo el bronce, el cristal, las porcelanas, / Las vidrieras de múltiples colores, / Los tapices pintados de oro y flores / Y las brillantes lunas venecianas. // Amo también las bellas castellanas, / La canción de los viejos trovadores, / Los árabes corceles voladores, / Las flébiles baladas alemanas; // El rico piano de marfil sonoro, / El sonido del cuerpo en la espesura, / Del pebetero la fragante esencia, // Y el lecho de marfil, sándalo y oro, / En que deja la virgen hermosura / La ensangrentada flor de su inocencia” (Julián del Casal. Obra poética, cit.). Mantenía una obsesión parnasiana sobre asuntos pastoriles o mitológicos, bajo la influencia del cubano radicado en Francia José María de Heredia y el pintor francés Gustave Moreau, pero logró su propio estilo superando el parnasianismo y dejando atrás estos temas.

Desde su primer libro está planteada la misoginia del poeta. Los criterios de su relación amorosa con las mujeres parecen revelarse claramente en el soneto “A la castidad”, de Nieve, en cuyos dos primeros versos afirma: “Yo no amo la mujer, porque en su seno / Dura el amor lo que en la rama el fruto” (Julián del Casal. Obra poética, cit.); y concluye con los tercetos: “¡Oh, blanca Castidad! Sé el ígneo faro / Que guíe el paso de mi planta inquieta / A través del erial de las pasiones, // Y otórgame, en mi horrendo desamparo, / Con los dulces ensueños del poeta / La calma de los puros corazones” (Ídem); la sustitución del amor de mujer por el amor al arte es evidente para alcanzar la anhelada pureza. Sin embargo, en diversas zonas de su obra se observa un singular erotismo insinuado, aunque trate temas mitológicos; un ejemplo es el soneto “Galatea”: “En el seno radioso de su gruta, / Alfombrada de anémonas marinas, / Verdes alas y ramas coralinas, / Galatea, del sueño el bien disfruta. // Desde la orilla de dorada ruta / Donde baten las ondas cristalinas, / Salpicando de espumas diamantinas / El pico negro de la roca bruta, // Polifemo, extasiado ante el desnudo / Cuerpo gentil de la dormida diosa, / Olvida su fiereza, el vigor pierde, // Y mientras permanece, absorto y mudo, / Mirando aquella piel color de rosa, / Incendia la lujuria su ojo verde” (Ídem). Se trata de un erotismo idealizado.

En realidad, a Casal le interesaba más el ambiente citadino erótico que el idilio pastoril. Asimiló lo urbano como pocos modernistas americanos, que por lo general se mantenían apegados a códigos que representaban los campos de sus respectivos países. Ironizaba sobre esta perspectiva de manera magistral en los tercetos monorrimos llamados socarronamente “En el campo”: “Tengo el impuro amor de las ciudades, / Y a este sol que ilumina las edades / Prefiero yo del gas las claridades. // A mis sentidos lánguidos arroba, / Más que el olor de un bosque de caoba, / El ambiente enfermizo de una alcoba. // Mucho más que las selvas tropicales, / Plácenme los sombríos arrabales / Que encierran las vetustas capitales. // A la flor que se abre en el sendero, / Como si fuese terrenal lucero, / Olvido por la flor de invernadero. // Más que la voz del pájaro en la cima / De un árbol todo en flor, a mi alma anima / La música armoniosa de una rima. // Nunca a mi corazón tanto enamora / El rostro virginal de una pastora, / Como un rostro de regia pecadora. // […] (Julián del Casal. Obra poética, cit.). Esta pasión erótica está iniciada en su obra desde el primer libro; en el poema “Tras la ventana” se menciona el beso de Paolo a Francesca en Divina comedia de Dante: la importancia del deseo y la tentación que provoca el erotismo, siempre estuvieron en sus versos.

Con rara mezcla de la educación religiosa y la dureza de la modernidad, se despliega su vida cantada en su obra. Lo declara en el breve poema “Flores”: “Mi corazón fue un vaso de alabastro / Donde creció, fragante y solitaria, / Bajo el fulgor purísimo de un astro / Una azucena blanca: la plegaria. // Marchita ya esa flor de suave aroma, / Cual virgen consumida por la anemia, / Hoy en mi corazón su tallo asoma / Una adelfa purpúrea: la blasfemia” (Julián del Casal. Obra poética, cit.). Le dedicó “Virgen triste” a Juana Borrero, su amor platónico; en el poema se resume el sentimiento de la otredad, el erotismo insinuado, el glamur de la belleza, la contención religiosa y la pureza de la castidad: “Tu sueñas con las flores de otras praderas, / Nacidas bajo cielos desconocidos, / Al soplo fecundante de primaveras, / Que, avivando las llamas de tus sentidos, / Engendran en tu alma nuevas quimeras. / […] / Al roce imperceptible de tus sandalias / Polvo místico dejas en leves huellas, / Y entre las adoradas sola descuellas, / Pues sin tener fragancia como las dalias / Tienes más resplandores que las estrellas. / Viéndote en la baranda de tus balcones, / De la luna de nácar a los reflejos, / Imitas una de esas castas visiones / Que, teniendo nostalgia de otras regiones, / Ansían de la Tierra volar muy lejos. / […] / ¡Ah, yo siempre te adoro como un hermano, / No sólo porque todo lo juzgas vano / Y la expresión celeste de tu belleza, / Sino porque en ti veo ya la tristeza / De los seres que deben morir temprano!” (Ídem).

Fue dado a cultivar amigos y tenía algunos importantes, como Rubén Darío, de visita a La Habana en 1892, a quien Casal le dedicó “Páginas de vida” y “La reina de la sombra”. Al morir el poeta cubano, Darío en crónica publicada en El Fígaro el 30 de octubre de 1910, recordaba que él mismo había confesado que tenía “la nostalgia infinita de otro mundo” (Julián del Casal. Prosas, t. III, Edición del Centenario, Biblioteca Básica de Autores Cubanos, Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1963). También Casal sintió una repentina y honda emoción por Antonio Maceo, a quien conoció y le dedicó un retrato firmado de su puño y letra. En carta del poeta a su amigo Esteban Borrero Echeverría, le confesaba: “Sólo he encontrado en estos días una persona que me ha sido simpática. ¿Quién se figura que sea? Maceo, que es un hombre bello, de complexión robusta, inteligencia clarísima y voluntad de hierro. No sé si esa simpatía que siento por nuestro General es efecto de la neurosis que padezco y que me hace admirar los seres de condiciones y cualidades opuestas a las mías; pero lo que le aseguro es que pocos hombres me han hecho tan grata impresión como él. Ya se ha marchado y no sé si volverá. Después de todo me alegro, porque las personas aparecen mejor a nuestros ojos vistas de lejos” (Ídem).   

Bustos y rimas fue el último libro que revisó el poeta y no pudo ver su publicación porque falleció de tuberculosis. Es leyenda que el final de su vida transcurrió en una cena, riéndose de un chiste que devino ataque de hemoptisis: paradójicamente, el poeta más triste de Cuba, terminó su vida riéndose. En este libro se incluyó el poema “Páginas de vida” ─publicado en La Habana Elegante, el 22 de enero de 1893─; las cuartetas dodecasílabas concluyen como resumen de su análisis autobiográfico iniciado en poemas de su primer libro; aquí recopila un recuento de su desdichado viaje a Europa y continúan confesiones de su afligida vida: “─Yo soy como esas plantas que ignota mano / Siembra un día en el surco por donde marcha, / Ya para que la anime luz de verano, / Ya para que la hiele frío de escarcha” (Julián del Casal. Obra poética, cit.). Y Casal se desahoga finalmente: “Doblegado en la tierra, luego de hinojos, / Miro cuanto a mi lado gozoso existe; / Y pregunto, con lágrimas en los ojos, / ¿por qué has hecho, ¡oh, Dios mío!, mi alma tan triste?” (Ídem).

 

 


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