Nuestro Héroe Nacional fundó el Partido Revolucionario Cubano (PRC) no solo para alcanzar la independencia de Cuba de España, sino para “fundar” y “amasar” un pueblo nuevo que rompiera y superara el espíritu colonial. Con otra cultura política, para usar un término contemporáneo. Para disputarle a los partidos operantes en la Isla la institución de sentidos compartidos, y hacer hegemónico entre los cubanos el sentido independentista, el que mejor expresaba la naturaleza de la nación, del “alma cubana”.
Por eso lo llama “Revolucionario” y no “Independentista”, como razona en 1894 en el artículo de Patria, Los cubanos de Jamaica y los revolucionarios de Haití. "No nos ofusquemos con nombres de independencia, u otros nombres meramente políticos. Nada son los partidos políticos si no representan condiciones sociales"- le sugiere a sus hermanos asentados en el Caribe.
Ya en 1882, era consciente de la necesidad de organizar un partido para socializar otros sentidos y discursos, contrarios a los que promovían en las agentes socializadoras de la Metrópoli y las de las oligarquías criollas, opuestos a la salida independentista. Por ello, le manifiesta al General Máximo Gómez, "si no está en pie, elocuente y erguido, moderado, profundo, un partido revolucionario que inspire, por la cohesión y modestia de sus hombres, y la sensatez de sus propósitos, una confianza suficiente para acallar el anhelo del país -¿a quién ha de volverse, sino a los hombres del partido anexionista que surgirán entonces?".
Cuando en 1891, Martí le impregna el mayor impulso a su plan independentista, se suscitaba al interior de Cuba una guerra de pensamiento por capitalizar distintos modos de gestionar el problema cubano. Pugna que protagonizaban el Partido Unión Constitucional (PUC) para las soluciones integristas, y Partido Liberal Autonomista (PL-A), parta las reformistas. Agrupaciones partidistas que habían surgido meses después de concluida la guerra de los 10 años, a tenor de lo permitido por la Constitución española de la Restauración y a ciertos compromisos emanados del Pacto de Zanjón.
El 5 de enero de 1892, en una reunión de los presidentes de las agrupaciones políticas y personalidades de Cayo Hueso se aprueban Las Bases y Estatutos secretos del Partido Revolucionario Cubano. Previamente, se habían presentado ambos textos a los dirigentes de las organizaciones locales. Doce organizaciones de Nueva York, Tampa y Cayo Hueso los aprobaron. En el artículo penúltimo de Las Bases, publicado el 5 de enero de 1892, se declaran los objetivos concretos de la organización:
I. Unir en un esfuerzo continuo y común la acción de todos los cubanos residentes en el extranjero.
II. Fomentar relaciones sinceras entre los factores históricos y políticos de dentro y fuera de la Isla que puedan contribuir al triunfo rápido de la guerra y a la mayor fuerza y eficacia de las instituciones que después de ella se funden, y deben ir en germen en ella.
III. Propagar en Cuba el conocimiento del espíritu y los métodos de la revolución, y congregar a los habitantes de la Isla en un ánimo favorable a su victoria, por medios que no pongan innecesariamente en riesgo las vidas cubanas.
IV. Allegar fondos de acción para la realización de su programa, a la vez que abrir recursos continuos y numerosos para la guerra.
V. Establecer discretamente con los pueblos amigos relaciones que tiendan a acelerar, con la menor sangre y sacrificios posibles, el éxito de la guerra y la fundación de la nueva República indispensable al equilibrio americano.
Es evidente el peso de lo persuasivo en su labor. Desde las páginas de Patria y desde los Clubes, el PRC enfrentó las falacias de las autoridades coloniales y de “los cubanos tímidos” que se oponían a la Revolución. Contraponían, con argumentos y afectos, todo lo que incitara a la desunión, exacerbara el odio y exagerara peligros para congelar con el miedo. En especial, “el argumento de la tiranía posible y el desorden social” que fue, en su opinión, el que con más éxito usaban en Cuba contra la causa independentista.
Martí había sido bien crítico de las prácticas de los partidos estadounidenses, de los que conoció en México y en otros países de Nuestra América. Fundó un partido sui generis, no disputativo, ni mero vehículo para llevar hasta el poder a determinada casta. Por ello aclara en julio de 1892 que el "Partido Revolucionario Cubano no era, como los partidos políticos suelen ser, mera agrupación, más o menos numerosa, de hombres que aspiran al triunfo de determinado modo de gobierno, sino reunión espontánea, y de más alta naturaleza, de los que aspiran, de brazo de la muerte, a levantar con el cariño y la justicia, un pueblo".
En el mismo artículo, Los Cubanos de Jamaica en el Partido Revolucionario, emplea una metáfora alfarera para equiparar el arduo proceso de conformar el nuevo partido y el de conformar ese pueblo nuevo, al que aspira: "Y cuando se amasa un partido político, libre de todo interés de persona para convertir a la tarea de fundación los elementos que tantean, ineptos, en el disimulo y el desorden; para levantar la patria a escuadra y a nivel, de modo que no se venga a tierra por lo torcido de los muros; para poner a la patria independiente cimiento de siglos, -no es un partido en verdad lo que se amasa, sino un pueblo."
Era consciente de lo complejo de acomodar las diversas preocupaciones, aspiraciones, intereses y de caracteres, para que, sobre “las diferencias de detalle”, prevalezca el “móvil común”, la causa emancipadora. Por ello, se impone como Delegado “fomentar relaciones sinceras entre los factores históricos y políticos de dentro y fuera de la isla” y convoca a los demás miembros del Partido a ejercer continuamente el derecho de su idea y de su voto, “con a entusiasmo y cariño de hermanos”.
El PRC venía a ser “el molde visible del alma de un pueblo, y su brazo y su voz”. Para lo cual, debía equilibrarse en su propio seno, y en su labor movilizativa de los “cubanos completos”, el “esfuerzo ordenado, con disciplina franca y fin común” y “el desahogo y espontaneidad de la opinión libre”. Solo posible en un partido de “espíritu y método republicano”.
El político Martí no se imponía. Sus discursos eran de proyección deliberativa; inducía hacia determinada orientación por acumulación emotiva y una argumentación articulada en torno a dicotomías axiales del tipo lo bueno y lo malo, lo útil y lo perjudicial, lo digno y lo indigno. Paradigmático resulta en sus discursos políticos el equilibrio entre lo emocional y lo racional. Como reflexionó en El Discurso del 10 de octubre de 1890, en épocas de creación había que armonizar “el tacto y la sabiduría de la academia política” y el sentimiento, también “un elemento de la ciencia”.
Auscultó el sentir de sus compatriotas y les propuso el camino común que proyectaban sus propias expectativas. La estructura organizativa del Partido se asemeja a las asociaciones fraternales y patrióticas que se habían dado los emigrados revolucionarios cubanos, como la Convención Cubana en Cayo Hueso y la Liga Patriótica Cubana en Tampa, sumado a clubes como Los Independientes, fundado el 16 de junio de 1888 en Nueva York, y el Ignacio Agramonte, constituido en Tampa el 10 de mayo de 1891.
Como organizador de la Guerra Necesaria y Delegado del Partido Revolucionario Cubano, agenció una movilización impresionante, que sumó fuerzas nuevas a los “rebeldes de siempre y sorteó “las leyes de la naturaleza que alejan al hombre de la muerte y el sacrificio”. Para comprometer con su programa a la heterogénea masa que se sumó al Movimiento Independentista, activó y articuló recursos retóricos y simbólicos de gran arraigo entre los cubanos. Integrando armoniosamente razones y resortes emotivos, logró socializar su interpretación de la realidad y alinearla a las interpretaciones individuales de los participantes.
El Delegado nos legó un modo eficaz de hacer política y de batallar con las ideas y los símbolos. Por el “bien mayor del hombre” y por un mundo nuevo, hacemos su Revolución, todavía.
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