Conocí a Virgilio mucho antes de que un crítico lo llamara V. López, y de que saliera publicado el mejor estudio sobre el coloquialismo cubano, Palabras del trasfondo, 1988, cuando trabajaba en la Editorial Letras Cubanas. Él y yo éramos compañeros y amigos, en una época en que se llevaba un reporte diario del cumplimiento de la norma en cuartillas, con la estimación de si se trataba de un texto simple, semicomplejo o complejo —como él laboraba en la Redacción de Teoría y Crítica Literaria, la clasificación de simple podía ser un demérito para el autor, quien por suerte nunca se enteraba de estas cuestiones internas. Por esta razón, Virgilio tuvo que escribir su notable estudio “en tiempo libre”. Para entonces, ya se había estrenado en las publicaciones con García Márquez: una vocación incontenible, 1982, y con dos libros de poesía: Hacia la luz y hacia la vida, 1981, y El pan de Aser, 1987.
En tiempos en que casi nadie entre nosotros se atrevía a escribir sobre García Márquez, quien visitaba frecuente en La Habana, Virgilio inauguraba sus apreciaciones valorativas sobre la obra del escritor colombiano con un texto que tuvo una edición aumentada en 1987 y otra en ruso en 1990. Por su parte, Hacia la luz… fue un cuaderno emparentado afectivamente con el legado romántico, en especial con el paisaje, bajo un entusiasmo desbordante que demuestra una vez más la importancia de las experiencias de la niñez en el imaginario simbólico con que el poeta comienza a construir su discurso; comparto la opinión de quienes dicen que la infancia y su legado son la patria de los poetas; además, marcó el conocimiento de las décimas, esas “cárceles métricas” de difícil dominio expresivo. El pan de Aser resultó el recuento y la pronta lucidez, la amplitud de su diapasón poético hacia otros textos que vinieron después como La sola edad, 1990; Cuerpo del día, 2000; Aguas tributarias, 2004; La Eterna edad, 2005; Un leve golpe de aldaba, 2008; El peldaño, 2010, y otros títulos publicados en Cuba y en el extranjero.
Mi intervención aquí no se dedicará al estudio de su obra, ni siquiera de sus libros de poemas, pues ese empeño requerirá de mucho más espacio y profundidad. El registro temático en sus poemarios va desde sus vivencias cotidianas, hasta hondas reflexiones sobre la existencia y la muerte, o asuntos relacionados con la ética y el amor. El equilibrio temático y el manejo creativo de los elementos formales, tanto de la versificación regular como del verso libre o de la prosa poética, es una de las características esenciales de su obra. Desde su segundo cuaderno el creador controló su emoción y evitó que la espontaneidad nublara el calado de sus reflexiones, una cuestión que no todos los poetas logran en su trayectoria. Desde entonces, pasado y presente han estado entrelazados, y más bien fundidos, en un discurso que en estos momentos se encuentra en el punto culminante de madurez. Solo me referiré a sus dos últimos libros de poesía, no sin antes advertir las rutas que ha recorrido como ensayista, y especialmente, la que hasta ahora es su última investigación.
Palabras del trasfondo fue un texto en que Virgilio no solamente estaba escribiendo sobre los vivos, sino de vivos que en ese momento tenían mucho poder en las instituciones culturales. Confesaba en la presentación no creer “en la crítica literaria desapasionada y ‘desinteresada’”, ratificaba que pensaba y escribía con pasión y con intereses puros, “sin halo de ángel rilkista”, y advertía que tampoco formaba parte de cenáculo alguno. Con esta declaración de principios que cumplió rigurosamente en la investigación propuesta, y ha ratificado en el resto de sus ensayos y en su propia vida, me ganó la confianza no solo para leer con atención sus libros, sino para profundizar una amistad mantenida hasta el presente. A partir de su primer volumen de ensayos, Virgilio se convirtió en un investigador penetrante con criterios fundamentados, aun cuando no coincidamos en cada opinión con él. Se arriesgó sobre una nómina de poetas entonces encumbrados y con el análisis de poesía viva y “coleando” en ese momento, además de inconclusa, por tratarse de discursos in progress; por eso recibió algún que otro coletazo, pues cada poeta tiene una visión de su obra, por cierto, casi siempre desacertada.
En 1995 inauguró otra línea de investigación: La décima. Panorama breve de la décima en Cuba; posteriormente le siguieron los estudios El puente decimista cubano-canario, 1996; Décima e identidad. Siglos xviii y xix, 1997; La décima constante, 2000, y La décima renacentista y barroca, 2002. No creo que haya otro estudioso en el país que haya profundizado tanto sobre el tema, no solo desde el punto de vista autoral o literario, sino a partir de la visión histórica de este asunto con un valor simbólico para nuestra identidad. Además, ha analizado profundamente autores cubanos muy diversos como Samuel Feijóo, Severo Sarduy, Juan Marinello, Dulce María Loynaz, José Lezama Lima… entre otros, esenciales para aprehender la cultura cubana. También ha dedicado su atención a clásicos de la lengua como Antonio Machado y León Felipe, y a la poética del español Justo Jorge Padrón, y más recientemente a la de Rainer María Rilke. La obra ensayística de Virgilio ha incluido estudios de métrica, verso libre y poesía experimental en nuestro idioma, y diversas antologías publicadas dentro y fuera del país, entre la que se destaca la generosa Doscientos años de poesía cubana (1790-1990).
Posiblemente su último trabajo antológico y de exhaustiva investigación sea el concluido en 2018, cuando vio la luz Yo, poeta, poesía completa de José Ángel Buesa, anotada y prologada, publicada por la editorial española Verbum en 866 páginas. Nadie como Virgilio ha hecho tanto por situar en el lugar que merece a Buesa; en ese sentido, ha logrado valorar justamente al poeta más publicado en toda la historia de nuestras letras. Con una mirada desprejuiciada, su prólogo “José Ángel Buesa y la inmortalidad de los sentimientos” explica por qué V. López sigue arriesgándose a escribir sobre los vivos: no pocos de los versos de Buesa son los que más se repiten aún hoy en el mundo, de la autoría de un cubano. En ese sentido, el ensayista no cesa de atender temas actuales y asuntos que tienen una proyección social más allá de la Academia.
La poesía actual de Virgilio López Lemus cumple exacta y coherentemente lo que había planteado como requisito para la crítica: sus versos son apasionados e interesados, y, así mismo, se empeñan en correr el riesgo de escribir sobre los vivos. Para demostrarlo, quiero detenerme en sus dos últimos cuadernos: Donde ha caído el ángel, publicado por la Editorial Matanzas en 2016, y el brevísimo y desgarrador Hipno, de la Colección Sur, de 2018. En el “Pórtico” de presentación de Donde ha caído el ángel, asegura que se trata de un texto que “no se parece a ninguno mío y su estilo me extraña”, y reconoce que es su “libro más terrícola”. Con él inicia su última madurez bajo la advocación y presencia de quien estuvo y sigue ahí para conducir su verso, no de manera directa, sino mediante su espíritu fecundante: Alberto Acosta-Pérez. Después de tanto desasosiego, incertidumbre, intranquilidad, interés mezquino, ansiedad provocadora, juego de inocencia; después de la insaciable búsqueda bíblica del paraíso en la tierra; después de tanta angustia y preocupación por la destrucción total y acudir a la ironía como mecanismo de defensa para que el dolor no lo aniquile; después de presentar todos los desastres que ha ocasionado el vil dinero, llega el ángel para marcharse en “ascenso puro hacia las estrellas…” y dejarle este libro excepcional.
El libro, publicado para saludar los 70 años del poeta, logra sintetizar líricamente las relaciones escondidas y expresadas bajo una comunicación rastreable en un itinerario que parte de los epígrafes, continúa con un impulso oculto en reverso por la memoria y regresa visible a través del discurso poético que complementa el epígrafe. Las lecturas que acompañan a cada poema refuerzan la sabia presencia de un espíritu alado que encabeza el viaje. El texto parece señalar la circularidad de los acontecimientos: siempre que ocurre lo mismo sucede igual, pero diferente, una síntesis de elemental sabiduría breve y elíptica, como los poemas talmúdicos más antiguos: una especie de preparación para la ascensión. Confieso que mi lectura es interesadamente exegética, porque en todo el libro no ha aparecido ni siquiera la “sombra meditada” mencionada en el epígrafe del último poema que da título al volumen, pero personalmente he sentido la presencia del ángel que ha acompañado cada verso como si se lo dictara al poeta.
Hipno es el hijo de la Noche, el sueño como antesala del sueño eterno. Lugar imaginado donde amor y muerte coexisten. En la extraordinaria elegía que abre el intenso y brevísimo cuaderno, se enuncia claramente que el salmo está dedicado a un ángel: “supe luego que eras como un ángel”; “te fuiste como un ángel de alas sin destino”; “donde el ángel lleva apagada sus alas”; “Para mí eras el ángel de alas asustadas, el ángel de la memoria”. Se trata de la historia de un amor eterno, un interminable poema desde el primer encuentro y desde la muerte, un poema narrativo sobre un dolor infinito y sus variaciones, una composición que rehúye la carnalidad para cantar a un espíritu alado, en la que imagen y sonido relampaguean y resuenan en el recuerdo. El Yo lírico conversa inconsolable con Dios para intentar saber dónde ha ido el ángel, como en el idealismo poético más subjetivo, poniendo en duda hasta la existencia del mundo. Poesía sideral de las tinieblas, de infinitud y eternidad sin tiempo en un firmamento perdido, sin pasado ni futuro, y mientras avanza la historia de amor después de la muerte continúa una resistencia a cualquier olvido. Los demás poemas de Hipno son propuestas de mudanzas hacia otro mundo, chispazos de recuerdos, idealización sublime en el balance doloroso: la vida y la muerte confundidas con la naturaleza.
La obra de Virgilio López Lemus alcanza en estos dos textos emparentados, quizás con hilos invisibles, pero con un influjo común, uno de los cuerpos más reflexivos y dolorosos de la poesía cubana; versos de sólida madurez expresiva que llegan al recuento de la vida después de la desaparición del ser más amado y a la raíz aflictiva del sentimiento amoroso ante el inagotable zarpazo de la muerte. La incesante búsqueda de un lugar mítico y la elegía alcanzan un punto culminante de manera indirecta y directa. Al final, se trata también de escrituras tributarias para quien vive. Virgilio continúa escribiendo sobre los vivos, solo que esta vez el riesgo que ha corrido solo será una posible reclamación para que ya abandone la tristeza. Tal vez ahora mismo Alberto me esté escuchando y, riéndose, me esté dando la razón.
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