El Van Van del día después


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Fotografías: Archivo de Pedro Herrera

María Cortina sabía que no siempre el día 2 de agosto Juanito, el menor de sus dos hijos, pasaría a verla y a ocupar su lugar preferido en la mesa. Desde que con apenas diez y ocho años había comenzado a trabajar en el negocio de la música de manera profesional había desaparecido el hábito de comer juntos el día de su cumpleaños.

Ella estaba consciente de que podía aparecer a cualquier hora. Llegaría dándole un beso muy sonoro en la frente –cosa que a ella le molestaba mucho--, se quitaría la camisa y los zapatos y en plantilla de medias iría a revisar los calderos. El menú siempre era el mismo, su preferido, congris con frijoles colorados, pollo asado en su jugo, platanitos maduros fritos, mucho aguacate y la guinda del pastel: boniatillo con mucha canela.

La primera vez que se ausento el día de sus cumpleaños fue al cumplir los diez y ocho. Días antes había ganado por oposición la plaza de bajista en la Banda de la policía y su director, el trombonista Generoso Giménez, le había ofrecido un trabajo extra en un baile. Llegó pasada las tres de la mañana. La preocupación le impidió dormir esa primera noche; y así sería hasta el momento en que logró tener su propia casa; pero para eso faltarían años.

Ella sabía que la vida y el mundo del músico era así. Tenía la experiencia de tantos años de matrimonio junto a Francisco Formell, que cuando encontraba trabajo en una orquesta de cabaret o que diera un baile no siempre estaba para la hora de la comida. Ahora era Juanito.

Menos mal que tenía trabajo estable.

Vivían en la Lisa en una casita que habían logrado comprar; en la que estar en la sala era un gran problema. Era pequeña comparada con el tamaño del piano y ella no daba abasto recogiendo partituras y papeles. Cierto que la casa era más grande que el último alquiler del barrio de Cayo Hueso, donde había vivido por casi veinte años; era más ventilada y tenía un pequeño patio.

La confronta, vieja. Me cogió la confronta.

Esas fueron sus palabras cuando entró por la puerta y fue directo a la cocina a servirse lo que hubiera; después de darle un beso.

(…)

Era costumbre de Juanito cuando estaba en la casa pasar horas conversando con Francisco o rasgando la guitarra. Lo mismo que el padre ya comenzaba a dejar reguero de papeles en cualquier lugar. Ahora eran dos regando en vez de uno. Y como conocía las letras y la forma de escribir en los papeles sabía como organizarlos. Los del padre sobre la banqueta del piano y los de Juanito en una mesita de caoba que sobre ella tenía el tocadiscos, situada al lado de la que soportaba la radio.

Se sentía feliz cuando estaban todos en casa. Francisco, el hijo mayor, que estudiaba ingeniería; y Juanito que ya comenzaba a componer sus primeras canciones. Y mira que algunas de esas canciones eran raras, sobre todo cuando las tocaba en la guitarra.

Ella se encomendaba a la virgen para que a la gente le gustaran. Y parece que sus reclamos fueron escuchados. Cierta tarde llegó más que contento; Elena Burke le iba a grabar dos de esas canciones; podía oírlas en la radio y comentarle a los vecinos.

Para este entonces él había dejado la Banda de la Policía y trabajaba en la orquesta del cabaret Caribe del hotel Habana Libre y estaba de pupilo de Juanito Márquez que era el director de la orquesta. Era cierto que llegaba muy tarde, siempre pasada las tres de la mañana; pero al día siguiente se pasaba horas con el “viejo” hablando de música, sacando acordes en la guitarra y garabateando en las partituras como un loco hasta la hora de irse.

Y parecía que estaba enamorado. Ella lo sabía porque las madres conocen a sus hijos. Usaba más perfume que de costumbre, se ocupaba de planchar el mismo sus camisas; y escribía muchas canciones de amor.

Ella, cuando no estaba oyendo las novelas de la radio estaba pendiente de saber si pasaban sus canciones en los distintos programas musicales. Y estaba los vecinos que le preguntaban si tenía algún numerito nuevo. Ciertamente Elena le había llevado para que le acompañara en algunos programas de la televisión. Eso la ponía orgullosa.

Ahora le habían ofrecido el trabajo de director musical de una orquesta. La orquesta Revé, que era una charanga. Además del cabaret también hacían bailes y viajaban a provincias. En esa orquesta estaba el hijo de Nene Pedroso, que tocaba el piano – Francisco le conocía por haber trabajado juntos en Tropicana alguna vez en los cincuenta—y que a veces pasaba por la casa y se sentaban a conversar en el portal por horas. Él vivía en Pogolotti, por lo que regresaban juntos cuando terminaban de trabajar.

Juanito se había hecho más responsable. Se había casado con una muchacha muy buena, la había hecho abuela y todo indicaba que “había encargado” otro hijo más.

(…)

Todos hablaban de la música que estaba haciendo, de sus temas que la gente bailaba y que la radio ponía a toda hora. Francisco Formell no decía mucho pero su mirada era de orgullo. Juanito, por su parte, seguía escribiendo música y ya se estaba mudando para su nueva casa en el barrio de Cayo Hueso con su familia; pero los domingos religiosamente venía a comer con ella; que extrañaba en reguero de partituras que dejaba por toda la casa y que podían confundirse con las del padre.

Este domingo, día de su cumpleaños veinte siete, estaba más extraño que de costumbre. Antes de irse me dijo que me tenía una sorpresa. Semanas después supe que estaba organizando una orquesta para hacer su música como quisiera. De eso estuvo hablando a media voz en el portal con algunas personas que vinieron a felicitarlo.

María Cortina volvió a pedirle a su virgen que lo protegiera y le acompañara para que todo le saliera bien.

Poco a poco fue conociendo los detalles del posible cambio. Supo que había músicos ensayando los temas nuevos que había escrito. Que estaba buscando un nombre para la orquesta que haría y que lo más cómodo, lo práctico, lo funcional era una charanga. A él le gustaba mucho escuchar a la orquesta Aragón, lo mismo que a ella.

En la calle solo se hablaba de la zafra. Que había que lograr hacer, producir, diez millones de toneladas de azúcar. En las vallas solo había una frase pegajosa: de que Van Van. A ella solo le preocupaba que la apuesta de Juanito Formell, el menor de sus hijos resultara y que la orquesta que dicen que había fundado tuviera éxito.

Tal parece que la virgen la escuchó.

A comienzos del año setenta el nombre de su hijo y el de la orquesta estaban en boca de todos. Los vecinos celebraban su éxito y ella evitaba mostrar su emoción más allá de una sonrisa. Dejemos que el tiempo decida si las cosas le van a salir bien en la música –solía pensar en silencio--; tenía la experiencia de su vida junto a Francisco; con la diferencia que ahora hay trabajo estable para los músicos.

Ese día, sábado, víspera del dos de agosto se sentó a ver Juntos a las nueve. Eva Rodríguez anuncio a los músicos invitados y en primera fila estaba su hijo junto a sus músicos. Oyó a los vecinos que le acompañaban viendo el programa decir su nombre a viva voz, emocionados. Barbarita, la hija menor de uno de ellos no lo pensó dos veces y se puso a bailar cuando comenzaron a tocar. María Cortina comprendió que todo había tenido sentido. Ella, en su fuero interior era la madre de una Van Van. Al día siguiente sería tres de agosto y Juanito vendría a pasar el día con ella.

 En la cocina los frijoles colorados para el congris se estaban ablandando.

 


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