A ser -y hacer- decentes nos llaman hoy. Y hasta allá – que es también hasta un abajo íntimo y profundo- debemos acometer, apretados, en un denso común de ciudadanos virtuosos. Sin purismos ni empujones, sin elitismos ni vulgaridades. Tal como Antonio Maceo actuó y se hizo cumbre, luz e impulso.
Y como José Martí - claro está-, pero eso es más evidente. Acompañados de los dos y de lo que significan en la cultura política de Cuba. Y me centro en Maceo, porque por mucho que se repita las valoraciones que del Titán de Bronce hiciera el Apóstol de la Independencia, aun no se pone “asunto a lo que dice”, la fuerza de su brazo le hace sombra a la de su mente y su valor se confunde con guapería. A saber, si por más mulato, oriental y de pueblo.
Aun no convence aquella profecía martiana: “Con el pensamiento le servirá (a la Patria), más aún que con el valor”. Aun parece simple elogio que Antonio de la Caridad, “hijo de león y leona”, fuese llamado a ser la columna de Cuba. Por ello urge, ha de repetirse, para aldeanos y letrados, lo que un intelectual orgánico dijo de otro: “Firme es su pensamiento y armonioso, como las líneas de su cráneo. Su palabra es sedosa, como la de la energía constante, y de una elegancia artística que el viene de su esmerado ajuste con la idea cauta y sobria. No se vende por su cierto su palabra que es notable de veras, y rodea cuidadosa el asunto, (…) No deja frase rota, ni usa voz impura, ni vaciar cuando lo parece, son que tantea su tema o su hombre. Ni hincha la palabra nunca, ni la deja de la rienda.”
De su “pura virtud” hace elogios Martí en una carta que le escribe en enero de 1895: “lo vi sereno, abnegado, magnifico; lo vi superior al mundo, injusto a veces, y capaz de triunfar de él con su juicio redondo y sagaz y su corazón disciplinado y desinteresado”.
Con ese corazón limpio comandó a sus soldados. Cuentan que jamás los humilló, ni utilizo improperios para requerirlos; fueron otros, no menos evidentes y viriles, los signos de su enojo y desacuerdo. Con su juicio redondo, perdonó los errores de sus compañeros. En Baraguá, negó el Pacto de Zanjón, pero no les negó a los que pactaron -por cansancio o contagiosa desidia-, su derecho a redimirse en las próximas contiendas. El Héroe de mil batallas no regaló un traidor al enemigo. Enérgicamente, rechazó las sediciones militares de Lagunas de Varona y Santa Rita, pero cuando unos de sus negrones intentó insubordinarse allá fue a disaudirlo, con la fuerza de su moral y de sus argumentos.
Intima repulsión le inspiraba a Maceo la anarquía, “ese monstruo, engendro de malas pasiones, que dondequiera que se enseñorea sirve para matar gérmenes vitales de toda sociedad, y llevarla al abismo de la bancarrota y del descrédito. Fue siempre su política - confesó en carta a Martí de enero de 1888- sujetarse a los mandatos de la Ley. Creía que “bajo ningún concepto, ni bajo ningún motivo, de debe nunca apartar al pueblo de la obediencia a las leyes y lanzarlo por los escabrosos caminos de la anarquía”. “Es deber del ciudadano darles respetuoso acatamiento, a reserva de procurar por las vías legales su mejoramiento o enmienda si resultaren nocivos a los intereses generales del Patria”. “Inquebrantable respeto a la Ley, pues, y decidida preferencia por la forma republicana, he ahí concretado mi pensamiento político”- concluyó.
El 30 de septiembre de 1895, señaló a los delegados a la Asamblea Constituyente: “Fundemos la República sobre la base inconmovible de la igualdad ante la ley. Yo deseo vivamente que ningún derecho o deber, título, empleo o grado alguno exista en la República de Cuba como propiedad exclusiva de un hombre, creada especialmente para él e inaccesible por consiguiente a la totalidad de los cubanos”.
Expresiones del republicanismo democrático que comparte con Martí. “Una Republica organizada bajo sólidas bases de moralidad y justicia, es el único gobierno que, garantizando todos los derechos del ciudadano, es la vez su mejor salvaguardia con relación a sus justas y legítimas aspiraciones; porque el espíritu que lo alimenta y amamanta es todo de libertad, igualdad y fraternidad, esa sublime aspiración del mártir del Gólgota, que, a pesar de 18 siglos de expresa, llegara a ser mañana, a no dudarlo, una hermosa realidad”.
Un haz de tradiciones que le confiere capital la importancia a ciertas cualidades o virtudes ciudadanas, deliberativas y de juicio. Que permitan el involucramiento ciudadano en los asuntos públicos y en el autogobierno, de modo que no se vean expuestos a la corrupción de un manejo entre pocos o en manos privadas. Preceptos defendidos por Maceo, como hemos expuesto ya, en varias de sus cartas a Martí.
“Maceo, antes que todo y más que todo, fue un ciudadano”- dijo de él Eugenio María de Hostos, el reconocido antillanista puertorriqueño que lo había conocido en Santo Domingo. Así escribió, al enterarse de la muerte del cubano, en un artículo publicado en El Propagandista, de Caracas. “A sus cualidades de patriota ciudadano debió sus cualidades de guerrero; a su patriotismo, su vehemencia; a su civismo, su constancia; a su deseo de justicia, su clemencia; a su ansia de libertad, su entusiasmo; a su ardentísimo anhelo de igualdad, el popular ejercicio que hacía de su superioridad”.
Por su civismo fue reconocido en Costa Rica, donde residió por cuatro años. El poeta nicaragüense Rubén Darío lo conoció en San José. “Su trato era culto, su inteligencia vivaz y rápida. Fue un gran varón de ébano”- rememoró. El tres veces presidente de aquel país, Ricardo Jiménez Oreamuno, recordaba así a quien consideró su amigo: “Era culto, gran conversador y hombre amable. De carácter tranquilo, espíritu varonil y absoluta serenidad”.
Al decir [j1] del doctor Eduardo Torres Cuevas, “Maceo como antes Aponte fue líder de un movimiento en armas y a la vez un hombre de la cultura. En ambos se articulaba la riqueza sincrética que caracteriza el más raigal culto popular”. El general Antonio vestía elegantemente y gustaba del Teatro y de la buena música. De la importancia que le confería a la Prensa, ya argumentamos en un texto anterior. E[j2] s “la política misma levantada a los planos sublimes del pensamiento y los sentimientos- comento al respeto en carta a Cirilo Pouble Allende, fechada el 24 de noviembre de 1883.
Maceo entabló relaciones de amistad con importantes intelectuales de su tiempo. Con políticos cultos nuestroamericanos como el ecuatoriano Eloy Alfaro, el mexicano Catarino E. Garza y el colombiano Juan de Dios (El indio) Uribe. Con cultos patriotas como Armando García Menocal y Enrique Loynaz del Castillo.
Con el “pintor mambí” mantuvo una profunda amistad, cimentada por la mutua admiración. El pintor que al estallar la Guerra Necesaria abandonó el aula y se incorporó a las tropas mambisas, fue designado por el General Máximo Gómez para integrar la Comisión que hizo entrega al Titán del nombramiento de Lugarteniente General del Ejército Libertador. Cuentan que el mismo papel que lo certificaba, y con la aceptación del Titán de Bronce, el artista le dibujó a la pluma su retrato. Desde entonces se hicieron amigos y el pintor, incorporado a las fuerzas de Maceo, recorrió el camino de la invasión desde Oriente hasta el Mariel.
Enrique Loynaz del Castillo fue su compañero de cuarto y de campañas comunicacionales, en Costa Rica. Fue su salvador cuando atentaron contra su vida al salir de una función en el Teatro Variedades en San José. Luego, integró la columna invasora con el cargo de ayudante de campo. Recorriendo con él las llanuras camagüeyanas, 15 de noviembre de 1895, en la finca La Matilde - propiedad del padre de Amalia, el gran amor de “El Mayor”-, Loynaz del Castillo creó el “Himno Invasor”.
Relató Loynaz[j3] , que la letra de ese canto épico nació de un combate literario, entre unos hermosos versos escritos por un español, bajo una pirámide con la bandera española, y otros suyos. Los primeros fueron encontrados en una ventana blanca y azul; sobre la otra hoja de la misma ventana Loynaz dibujó una bandera cubana y debajo de ella escribió las patrióticas estrofas: “A Las Villas valientes cubanos: // que occidente nos llama al deber. // De la Patria arrojar los tiranos. // ¡A la carga: a morir o a vencer!...”, incluidas en su combativa marcha. Aun enardecido, el joven se dirigió a ver a su jefe. “General, aquí le traigo un himno de guerra que merecerá el gran nombre de Usted; déjemelo tararear.” Después de escucharlo, el general Maceo, con su mano sobre la cabeza del novel compositor, lo premió con un “Magnífico, yo no sé de música, para mí es solo un ruido, pero esta me gusta. Será el Himno Invasor. Sí, quítele mi nombre y recorrerá en triunfo la República”. Para acto seguido indicarle: “Véame a Dositeo para que mañana temprano lo ensaye la banda”.
Un concentrado de los principios éticos de Maceo lo encontramos la carta que dirigió al General Polavieja”, publicado en El Yara, de Cayo Hueso, en junio de 1881: “En cuanto a mí, amo todas las cosas, y a todos los hombres, porque miro más a la esencia que al accidente de la vida: y por eso tengo sobre el interés de raza, cualquiera que ella sea, el interés de la Humanidad que es en resumen el bien que deseo para mi patria querida. La conformidad de ‘la obra’ con el ‘pensamiento’: he ahí la base de mi conducta, la norma de mi pensamiento, el cumplimiento de mi deber”.
Incluido, su internacionalismo, su compromiso y lealtad como ciudadano que “se debe a la Patria y con la honradez y pureza de motivos del hombre, que ante a todo se debe a la Humanidad”. Proyecciones cubanas de esa secular metáfora fraternal de Aspasia, el ideal de República democrática en la que “son todos hermanos de una misma madre”.
Esas raíces fraternales que comparten el republicanismo democrático del mediterráneo y el socialismo de gorro frigio, y que nos deberían iluminar siempre, ante los retos que conlleva transitar hacia el “Reino de la Justicia”, el Comunismo. Que nos deberían impulsar a no regalar como “contrarrevolucionarios” a todos nuestros “vándalos” de Cuatro Caminos. Y con ese “juicio redondo”, maceista, a preferir monumentos para admirar actos heroicos que Palacios ostentosos para adorar mercancías.
Martí comparó el pensamiento del Héroe de Baraguá, con “la luz que brilla en la oscuridad, ilumina el espíritu de los tiempos y dota al futuro con una reproducción valiosa y duradera del presente". Un pensamiento y un decir, armonioso y comedido, como su comportamiento ciudadano. Por eso su civismo es también paradigmático, fuente inagotable de decencia.
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