Emilio y Eusebio


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Eusebio Leal, homenaje perenne a Emilio Roig /Foto: Magda Resik / Archivo

 

Emilio Roig de Leuchsenring (23 de agosto de 1889-1964) y Eusebio Leal Spengler (1942-2020) llenan con sus existencias singularísimas y su excepcional obra, todo el devenir de una institución precursora, la Oficina del Historiador de la Ciudad (1938), y de un compromiso ético y cívico: ser los Historiadores de La Habana hasta el minuto final de sus vidas. Dos trayectorias vitales que guardan no pocas analogías y diferencias, pero que se unen en un solo haz, virtuoso y fecundo, en la defensa de los superiores valores patrióticos y patrimoniales de la Nación Cubana.

Ambos fueron habaneros de pura cepa, y en los dos bullía la mezcla de sangres peninsulares y germánicas, responsables estas últimas de los sonoros apellidos maternos. Emilio procedía de un estrato social que le permitió estudiar derecho en la Universidad de La Habana y convertirse en uno de los juristas de más notoriedad entre sus contemporáneos. Eusebio nació en cuna humilde, y debió ganarse la vida desde muy temprano en oficios modestos, hasta que la Revolución de 1959 le abrió las puertas al joven autodidacta al conocimiento pleno y la formación como historiador profesional.

Emilio fue el gran paladín de la historiografía antimperialista y nacionalista en los años difíciles de la República burguesa, y también fue uno de los más grandes martianos y conocedores del pensamiento cubano y latinoamericano. Eusebio fue el adalid de la explicación serena y dialéctica de los momentos conspicuos de la historia de Cuba, y fue un exégeta incomparable de Céspedes y Martí, de Gómez y Maceo. Emilio fue el maestro culto e inspirador y Eusebio el discípulo amoroso y agradecido, que llevó adelante la obra de su preceptor, a quien siempre llamó su “predecesor de feliz memoria”. Los dos fueron formidables oradores, Emilio con su voz rajada y aguda, Eusebio con su palabra grave y bien timbrada.

Emilio fundó instituciones de hondo compromiso social y un ramillete de publicaciones patrocinadas y publicadas por la Oficina, honró a los libertadores y fue un sembrador de conciencia histórica y patriotismo. Eusebio continuó esa obra de rescate y divulgación histórica, y como su mentor fue hombre de libros, revistas, archivos, bibliotecas, museos, congresos, programas culturales y audiovisuales, y fue también un creador de nuevos paradigmas y maneras originales de interpretar y salvaguardar el patrimonio.

Nunca la Oficina del Historiador fue para ellos instancia administrativa o lugar para el adocenamiento burocrático, sino espacio privilegiado de creación intelectual, abierto a los más amplios horizontes de la cultura. Ambos impidieron que la indiferencia y el abandono echaran por tierra edificios y estatuas. Emilio mantuvo vivos los magnos ideales del siglo XIX y Eusebio salvó los ilustres monumentos que identificaban al siglo XX. Uno y otro fueron hombres de vasta erudición y discernimiento agudo de los problemas más acuciantes del tiempo histórico que les tocó vivir. Los dos debieron superar obstáculos y oposiciones, y como Quijotes se batieron sin tregua contra sietemesinos y censores de la Utopía.

Emilio tuvo que realizar su obra en condiciones de escaso apoyo oficial y en un medio político muchas veces hostil. Eusebio tuvo la dicha de imaginar y realizar sus sueños en el contexto de un proyecto social que se puso del lado de los pobres y estimuló como nunca antes la educación, la cultura, la solidaridad y el respeto martiano a la dignidad plena del hombre. Emilio fue librepensador y radical dentro del Grupo Minorista, y desde posiciones de izquierda nunca militó en formación política alguna. Eusebio fue cristiano de alma y comunista de convicción. Los dos fueron hombres de su tiempo, en el sentido más hondo y cabal. Ambos fueron criaturas apasionadas y dinámicas, dotadas de un carácter enérgico y justiciero, estoico y compasivo al mismo tiempo. Emilio Roig y Eusebio Leal alcanzaron en vida múltiples honores, distinciones y reconocimientos, pero ninguno mayor que el de la gratitud y el recuerdo emocionado de todos los cubanos. Los dos fueron amantes impetuosos y sublimes: de la historia, de la belleza, de su ciudad, de las mujeres que tuvieron el hado de conquistar sus corazones, y de esa madre afectuosa para la cual siempre trabajaron con audacia y cariño: Cuba.


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