En los mismos ríos…


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A Rine y Rosa Ileana, siempre

La historia de las publicaciones escénicas en Cuba es tan empecinada como el propio teatro que le da origen. Muchos serían los nombres, avatares y desventuras —también momentos de gloria— que pudieran encontrarse en esa especie de memoria salvadora, que da sus primeros gestos de vida en aquellas notas relativas a las «invenciones» que tenían lugar en La Habana del siglo XVI, recogidas en las Actas capitulares y que dejaban, para la posteridad, el testimonio de los primeros atisbos de la interacción entre acontecimientos pensados para «divertir y entretener» (junto a la mención de los primeros nombres de los organizadores de aquellas «fiestas e regocijos») y un público que esperaba con ansias tales acontecimientos.

Pienso ahora en Buenaventura Pascual Ferrer, que desde sus semanarios El Regañón de La Habana, y El Nuevo Regañón, legó a la posteridad información preciosa sobre los acontecimientos teatrales a principios del siglo XIX, específicamente entre los años 1800 y 1802, para así conformar las bases de la historiografía teatral en nuestro país, además de establecer el carácter cultural de esa manifestación desde una posición de pensamiento crítico.

Ya en el siglo XX, se suceden intentos e iniciativas en aras de establecer publicaciones que estaban condenadas desde su nacimiento. La falta de apoyo y la ausencia de financiamiento borraba, como el mar los dibujos en la arena, cualquier intento de perdurabilidad. La vida de estos proyectos no superaba los pocos meses; algunos, más afortunados, se mantenían uno o dos años, pero nada más. Sin embargo, el sentido de todos, se vinculaba con el anhelo creciente de ofrecer a la escena cubana, y a su público, un espacio de confrontación y reflexión, a la vez que se pudiera establecer puentes con lo mejor del arte escénico a nivel internacional.

Revista de Teatro Cubano (1919-1920), los tres números de la Revista Artes (1944), Revista del Instituto Nacional de Cultura (1955- 1956), son algunos ejemplos de una muestra tan amplia como efímera, de la que emerge, con la tenacidad sin límites de su director, Francisco Morín, la Revista Prometeo (1947- 1953), que tiene, entre sus más notables aportes, el hecho de haber propiciado el nacimiento del grupo homónimo, hecho sin precedentes —al menos en nuestra historia teatral— y que simbólicamente hace honor al mito del Titán que entrega el fuego a los mortales.

Estas son apenas referencias parciales de un proceso editorial fragmentado, intermitente y unido por un deseo común: la defensa a ultranza del teatro cubano. No he podido dejar de hacer estas referencias, aún cuando el tema de estas líneas alude a la revista Tablas, que arribará, en 2022, a sus primeros cuarenta años. Cuatro décadas de convivencia y relaciones productivas con el teatro cubano, sus hacedores, las transformaciones y crisis que lo han marcado, los momentos de esplendor y de oscuridad y de algún modo, un homenaje a esos héroes y heroínas que en épocas pasadas trataron de construir espacios para pensar el teatro.

Portada del primer número de la revista Tablas

Tablas nacía en 1982, creo que como un reflejo de la recuperación que en esos años mostraba la escena nacional. Nuestro movimiento teatral dejaba atrás los años tenebrosos en los que se truncaron carreras, se llevó a muchos teatristas a la desesperación y el anonimato, algunos, incluso, arrancados abruptamente de su espacio de creación.

En el momento que ve la luz, Tablas encuentra un movimiento que se restaura y se estructura desde una voluntad coral. Era una necesidad inaplazable que surgiera una publicación que acompañara estos procesos, aún cuando existían otras publicaciones con líneas editoriales afines que reflejaban nuestro quehacer escénico, pero era necesario un espacio exclusivo que funcionara como registro de la praxis teatral en un espacio ecuménico donde pudieran convivir tendencias y estilos, generaciones diversas, experimentación y tradición.

Guardo un recuerdo entrañable de una tarde en la entonces Dirección de Teatro y Danza, y aunque no identifico la causa por la que llegué allí, sí tengo presente que alrededor de una mesa redonda conversaban Rine Leal y Rosa Ileana Boudet, además de otros amigos, creo recordar a Mandy Correa y a Carlos Celdrán (que me perdonen mi mala memoria, si es que involuntariamente he omitido a alguien) y el tema de la conversación era la búsqueda para el nombre de una revista teatral de próxima aparición.

Después de manejar algunos en animado intercambio, no parecía que ninguno fuera el indicado; el debate llegó a una pausa algo desesperanzadora, y de repente Rosa Ileana, con una convicción que le brillaba en la mirada dijo: «¡Se llamará Tablas!». Y eso fue todo. El nombre fue aceptado como el único posible y legítimo. Fue un instante que no podría olvidar, era en ese momento una estudiante de Teatrología que estaba trabajando en su tesis, y para mi total asombro, Rosa Ileana me pidió que colaborara en el primer número de la revista con una pequeña nota en una de las secciones, hecho que comenzó mi relación con un espacio que abrió sus páginas a toda esa nueva generación de teatrólogos que comenzaban a salir de las aulas de Elsinor, quienes compartían protagonismo con nuestros más venerables maestros.

En Tablas conocí y entablé amistad con el equipo excepcional que la echó a andar, personas entrañables como Vivian Martínez Tabares, que posteriormente fue su directora, Juan Carlos Martínez, un editor de gran sensibilidad, capaz de hacer que un texto llegara a sus máximas posibilidades, y todo, desde una posición de delicadeza extrema.

A Juan Carlos siempre habrá que recordarlo como uno de los más brillantes integrantes del equipo fundador. Orlando Silvera, su diseñador de más largo vínculo, Armando Correa y Amado del Pino cuyo trabajo excepcional lo demuestran los números que estuvieron a su cuidado. Hoy, Amado no está con nosotros, pero creo que Tablas nunca olvidará su energía y genialidad. Debo mencionar también a Yana Elsa Brugal, su tercera directora, que integró un Consejo Editorial formado por voces de gran peso en el quehacer teatral.

Con la llegada del nuevo milenio, la revista, bajo la dirección de Omar Valiño, desarrolla algunos de los postulados contenidos anteriormente en su plataforma editorial y nace así una Casa Editorial que se enriquece con la presencia de una valiosa colección de textos, cuyo antecedente estaba en los libretos que casi desde el inicio comenzaron a integrar las páginas de cada entrega. Se ampliaban así las posibilidades de los autores de ver sus obras publicadas y ofrecía al público la valiosa oportunidad de conocer textos de recién aparición en las carteleras, o que esperaban su turno para la confrontación con los diferentes públicos. Sería muy curioso reunir todos esos libretos en un volumen y tratar desde una mirada integradora, de conformar un registro del pensamiento dramatúrgico, códigos genéricos, modos de relación y diferentes lenguajes representacionales de esos años en que los libretos que acompañaron la publicación.

Es así que Tablas se redimensiona, responde eficientemente a las necesidades de la creación vinculada a la escena nacional, abre una puerta para romper el maleficio histórico de textos engavetados y ofrece un espacio de aprendizaje que dedica su atención al legado histórico y a la búsqueda de nuevos lenguajes escénicos, a la actualidad más candente y a una mirada crítica múltiple y transdisciplinaria. Es una publicación que ha crecido junto y desde el movimiento escénico que la acompaña, ha sabido redefinirse y encontrar nuevas maneras de transmutarse en un proyecto cultural con múltiples espacios de significación.

Hoy, el nuevo equipo de dirección de la revista, que lidera Ambar Carralero, se enfrenta a desafíos inéditos en el contexto de un planeta que afronta la disyuntiva de su autodestrucción o la búsqueda de una alternativa inclusiva y armónica. El teatro y sus múltiples ramificaciones escénicas reflejan, por derecho propio, todos esos traumas del tejido social, político y humano, en sentido general ¿cuál es si no, la propia naturaleza de este arte? Por tanto, la crítica, y sus diferentes modos de intervenir el espacio confluyente entre la escena y los públicos, deberá atemperarse a estas necesidades, y ahí está el desafío, el dilema, el acertijo de la esfinge que debemos develar como única vía posible.

Vuelvo a recordar a todos aquellos hombres y mujeres que durante más de un siglo construyeron el sueño de lograr una expresión escénica nacional y una crítica que la reflejara, artistas e intelectuales que dejaron plasmados sus anhelos en proyectos truncos, destinados al fracaso desde su nacimiento y que aún así asumieron desde sus magros recursos personales. Estos cuarenta años de un proyecto cultural como Tablas, es el testimonio conmovedor de que sus intentos dejaron un camino apenas trazado, pero lo suficientemente iluminado para seguir.

Tomado de la revista Tablas (Nos. 3-4 Vol. CXVIII)


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