MADRE AMÉRICA
El 2 de junio de 1821, hace dos siglos, se produjo la histórica entrevista entre José de San Martín, jefe del Ejército Libertador, y el nuevo virrey del Perú José de La Serna. Su antecesor, el general absolutista Joaquín de la Pezuela, había sido obligado a renunciar cinco meses antes por su oficialidad, encabezada por el propio de La Serna y los generales José Canterac y Gerónimo Valdés, en el llamado motín de Aznapuquio,
La sustitución de la máxima autoridad de la Corona en este Virreinato, baluarte del colonialismo español, estaba asociada a la revolución liberal en la metrópoli, ocurrida en enero de 1820, y a los avances del ejército de San Martín, que tras pisar tierra peruana, en agosto de ese mismo año, se había apoderado con facilidad del litoral septentrional y bloqueaba al estratégico puerto de El Callao. Esta complicada situación, junto a las instrucciones de Madrid para negociar con los patriotas, tal como ya había ocurrido en noviembre de 1820 en Venezuela entre Simón Bolívar y el jefe militar español Pablo Morillo, llevaron al flamante virrey a aceptar la reunión con San Martín. Por su parte, el alto mando criollo buscaba conseguir en ese encuentro una independencia pacífica, ante la dificultad de alcanzarla por la vía militar debido a la enorme superioridad del ejército enemigo, que quintuplicaba sus efectivos.
Tras contactos preliminares entre representantes de los dos bandos en pugna, la histórica entrevista se celebró en la hacienda Punchauca, a unos 25 kilómetros de Lima. Al virrey lo acompañaban, el general José de la Mar y los brigadieres José de Canterac y Juan Antonio Monet; mientras el jefe del Ejército Libertador era escoltado por el general Gregorio de las Heras, Mariano Necochea y Diego Paroissien. Según testigos, San Martín abrazó a La Serna, diciéndole cordialmente: “Venga acá, mi viejo General; están cumplidos mis deseos, porque uno y otro podemos hacer la felicidad de este país”. A continuación, añadió que este era “uno de los días más felices de mi vida. He venido al Perú desde las márgenes del Plata, no a derramar sangre, sino a fundar la libertad y los derechos de que la misma metrópoli ha hecho alarde al proclamar la Constitución del año 12, que V.E. y sus generales defendieron. Los liberales del mundo son hermanos en todas partes.”
En las conversaciones, San Martín propuso otra vez, pues ya lo había hecho a fines de septiembre de 1820 a los representantes del anterior virrey Pezuela, el reconocimiento de Madrid a la emancipación de las Provincias Unidas en Sudamérica, o sea el antiguo Virreinato del Río de la Plata, más Chile y Perú, que se convertirían en un reino borbónico independiente, según una fórmula muy parecida al Plan de Iguala de Iturbide. A La Serna se le ofrecía la regencia, “hasta la llegada de un príncipe de la familia real de España que se reconocería por monarca constitucional”. Detrás del posible acuerdo, estaba la garantía dada por San Martín en su proclama “a los españoles europeos residentes en el Perú“, circulada tras su desembarco en Pisco: “No vengo a hacer la guerra a las fortunas y las personas de los hombres. Abandonad, pues, el proyecto culpable de dominación o servidumbre. Haceos americanos: tiempo es ya de acabar esta contienda escandalosa de pocos contra todos. Yo os prometo del modo más positivo que vuestras propiedades y personas serán inviolables …”.
Aunque La Serna se inclinaba a aceptar, al final se impuso el criterio de sus dos generales más influyentes, Canterac y Valdés, que vieron en esta proposición una simple maniobra dilatoria, obligando al virrey a rechazarla alegando falta de instrucciones. A pesar de que las conferencias continuaron en Miraflores y en el barco Cleopatra, anclado en El Callao, sólo pudo acordarse un corto armisticio de veinte días. Decepcionado, San Martín ripostó a los dos oficiales realistas que le comunicaron la decisión de La Serna, que “dentro de poco tiempo no tendrán los españoles más recurso que tirarse un pistoletazo”.
Finalizadas las negociaciones el 30 de junio de 1821, el virrey evacuó de inmediato sus fuerzas de Lima hacia el Cusco y la fortaleza Real Felipe de El Callao, pues en la capital ya no podían sostenerse ante el apretado cerco de San Martín. Despejado el camino a la Ciudad de los Reyes, las tropas patriotas entraron el 10 de julio sin combate alguno. Dos semanas después se proclamaría solemnemente la independencia del Perú.
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