I
En América Latina a muchos pensadores que se acercan a una o a varias líneas filosóficas se les llama “filósofos”, condición dudosa si se tiene en cuenta que para serlo es preciso crear un sistema de ideas coherente y propio que nuestra joven, ecléctica y superpuesta cultura, acomodada u opuesta a circunstancias coloniales, neocoloniales y poscoloniales, casi nunca ha desarrollado, ni necesitado, para la construcción de un pensamiento propio, criollo, y el logro de una sólida identidad. Al cubano Enrique José Varona (1849-1933), solo por afiliarse al positivismo que defendió con pasión, o por sus no siempre congruentes tendencias materialistas, o por contactos con el agnosticismo, no debería considerársele un filósofo, ni clasificarlo como positivista, materialista o agnóstico, aunque resultara un pensador profundo afín a estas y otras tendencias de la Filosofía: el primer gran ideólogo de la república neocolonial inaugurada en 1902.
Varona fue, sobre todo, un reformador de la educación en Cuba, al punto de transformar completamente en su tiempo la enseñanza insular, arrasada luego de la Guerra de Independencia; por otra parte, su actitud cívica al final de sus días encarnó lo mejor de la herencia criolla. Estuvo afiliado al pensamiento conservador y no pudo entender al sujeto popular de la Isla, ni la estructura clasista, ni la enorme secuela social que dejó la esclavitud. Demostró ser patriota, aunque no tuviera un buen comienzo en su historia personal. Ya entrado el siglo XX comprendió el papel del imperialismo yanqui como enemigo principal del pueblo cubano, sustituto de la metrópoli española; no sería el único, ni presumiblemente tampoco el último, en darse cuenta de esta evidencia. Fue además de un gran escritor, un poeta culto, aspecto menos conocido de su obra.
Carlos Rafael Rodríguez dedicó tres trabajos esenciales al insigne camagüeyano: el primero, en el momento de su muerte, en 1934: “Varona: la muerte acercadora”, y los otros dos en 1949, por el centenario de su nacimiento: “Varona y la trayectoria del pensamiento cubano” y “Varona: balance de un centenario”; este último, publicado en Fundamentos, constituye un resumen medular de su trayectoria. Es imprescindible entender el peso de la ideología de Varona, las acciones y variaciones políticas de su vida, sus limitaciones y aportes a la cultura cubana y la condición de excepcional pedagogo. Esta complejidad fue abordada por Carlos Rafael con ejemplar claridad expositiva y precisión meridiana. Para completar la imagen cultural de Varona, bastaría un repaso de la ensayística como periodista y crítico, y una evaluación de su discreta poesía. Con la ventaja que ofrece el alejamiento temporal, intentaré esbozar un comentario en torno a su papel en la cultura nacional.
Rodríguez conoció al maestro posicionado al lado de los estudiantes de la Universidad de La Habana en el enfrentamiento al dictador Gerardo Machado. En “Varona: la muerte acercadora”, publicado en la revista manzanillera Orto en enero de 1934, y en Repertorio Americano, de San José de Costa Rica, en mayo de ese año, elogió la “fe previsora y atenta de Varona” (Carlos Rafael Rodríguez: Letra con filo, Ediciones Unión, La Habana, 1987, t. 3, p 652), y exaltó su pasión por el ejercicio continuo de pensar ante cada evento, con el análisis equilibrado que requieren las ciencias sociales, alejado de criterios escolásticos y dogmáticos presentes en el ambiente mediático con mayores o menores manipulaciones e intereses, algunos de ellos, espurios. En su lucha anticlerical no evadió llegar hasta el final con la sinceridad que lo caracterizaba. Rodríguez recordó que si “Spinoza se siente ‘ebrio de Dios’, nuestro magro viejecito, con una sutil elegancia intelectual, ‘le admira, pero sigue abstemio’” (Ídem).
El centenario de Enrique José Varona fue propicio para que Carlos Rafael aprovechara la ocasión y, desde su filiación comunista y su relación con el maestro, trazara, en un primer ensayo, una trayectoria del pensamiento cubano, teniendo en cuenta temas como la filosofía y la religión, la raíz social de su ideario, la reforma educativa como instrumento de dominación y la útil permanencia de Varona entre nosotros. El segundo ensayo constituye una pieza maestra por la manera en que Rodríguez sitúa el pensamiento de Varona y su acción política en la república dependiente del capital yanqui. Reconoce que “murió en la sobria honradez” (Ibídem, p. 121), y vivió en la política criolla sin mezclarse en sus fragores más álgidos, a pesar de haber sido vicepresidente de la república en el mandato de Mario García Menocal. Estos matices son fundamentales para evaluar su papel.
Al analizar el devenir del pensamiento cubano mediante la personalidad de Varona, el ensayista de Letra con filo recordó los empeños al uso por adulterar ese pensamiento al acercarse a figuras como Félix Varela y José de la Luz y Caballero ante el dogma católico, y dejar silenciada la “escoba del racionalismo” del padre Varela frente a la inútil escolástica, y a Luz y Caballero cuando enseñó a sus discípulos a “no descansar en la autoridad de ningún autor”. No hay que olvidar que la ortodoxia católica en la Isla aún hacía estragos más allá de la colonia. Carlos Rafael enfatizó que Varona “perdió de vista a Dios” y su anticlericalismo fue radical, y advirtió, aunque tarde, “el peligro que entraña la vecindad de la desbordante economía norteamericana”, por lo que haría falta algo más que virtud: Varona sabía que “cada millón que recibimos prestado es un eslabón de nuestra cadena de galeotes del extranjero” (Ibídem, pp. 139-148).
Si Varona no fue un filósofo, tampoco es justo ceñirlo solo a su labor como periodista, orador o profesor. Más allá de esos ejercicios en los cuales brilló, junto al de ensayista lúcido por sus contenidos y mensajes, y por su limpia y elegante prosa, se constituyó como un estudioso y divulgador de la Filosofía en su aplicación práctica; ejercía esta disciplina no de manera abstracta ni especulativa, para emplearla en la sociedad cubana, lo mismo contra el arrastre inercial de colonialidad hacia teorizaciones europeas pasatistas, que contra intentos de imitación mezquina del vecino del norte y sus segundones del patio. No en balde, como a Félix Varela, se le recuerda como un influyente maestro de juventudes, porque también enseñó en pensar a la Isla desde su propia realidad, aunque haya sido bajo presupuestos conservadores. Tampoco sería justo juzgarlo por una zona de su vida u obra, sin tener en cuenta sus limitaciones de época y clase social, y los diversos cambios experimentados en su quehacer personal ante la sociedad y la política.
Varona perteneció a la clase media de Puerto Príncipe, en la segunda mitad del siglo xix, un territorio ganadero que no necesitaba tanta mano de obra esclava como la zona occidental de la Isla, por lo que posiblemente no sintiera de cerca desde niño los horrores de la más cruenta esclavitud, como Martí. A los 11 años comenzó el aprendizaje de idiomas, y con el tiempo llegó a dominar el latín, el griego, el inglés, el italiano, el francés y el alemán; dedicó mucho tiempo a traducir y a estudiar. A los 18 años ganó un concurso de poesía y había hecho versiones de las obras de Horacio y Catulo. Sus Odas anacreónticas, publicadas por la imprenta El Fanal de Puerto Príncipe en 1868, fueron olvidadas poco tiempo después por el autor, al considerar que la lira tiene débiles sonidos y es más importante dedicarse a otras gloriosas tareas.
En Puerto Príncipe había florecido un pensamiento como el de Gaspar Betancourt Cisneros, El Lugareño, destacado escritor costumbrista y firme conspirador contra el colonialismo español, un anexionista desengañado que terminó abrazando las ideas de la independencia, a quien el joven Enrique José profesaba gran admiración. Al sonar el grito de independencia de Carlos Manuel de Céspedes en la región oriental ─los camagüeyanos desde antes ya habían dado muestras de rebeldía─, entre las filas de los sublevados se alistó Varona, quien pocos meses después renunció a su experiencia insurrecta y volvió al seno familiar. Entonces optó por el autonomismo, posiblemente debido a una conjunción de razones: por evadir el acoso de las autoridades españolas, por una convicción sincera y por no estar preparado para los rigores de la manigua. Con 20 años escribió y publicó el drama alegórico La hija pródiga, además de una oda “A España”; luego confesó que sacrificaría con gusto la mano que los escribió.
Es explicable su apasionado arrepentimiento. En la obra teatral, el personaje Cuba dice: “─¡Ah madre!, deja que adore / Prosternada tu grandeza; / Y confiese mi vileza, / Y tus pies besando llore. / ¡Oh deja, deja que dude / De mi obcecación impía. / Una madre así tenía / ¡Y desconocerla pude! / Pero de hoy más adorarte / Solo mi pecho sabrá: / Mi labio se moverá / Tan solo para loarte, / Y si por estas mancillas / Mi amor tu pureza enloda, / Emplearé mi vida toda / En servirte de rodillas” (Citado en el prólogo de Alberto Rocasolano a Enrique José Varona: Poesías escogidas, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1983, p. 14). Según Manuel de la Cruz, cuando Varona fue testigo de los horrores de la represión colonialista y vio la profanación de los restos de Ignacio Agramonte en Camagüey, su ideario y pluma se volvieron separatistas, aunque quizás tal juicio sea una exageración. Dos años estuvo dedicado al estudio y a la reflexión, alejado de pronunciamientos políticos, aun cuando se libraba la Guerra de los Diez Años.
No es posible entender estos bruscos cambios de orientación ideológica y adhesión política apasionada sin adentrarse en las complejidades de la historia de Cuba. Habrá que repasar la diversa composición clasista de la sociedad, las familiaridades españolas y criollas, y entrar en el estudio de las individualidades para desentrañar comportamientos que suelen simplificarse. Comparto el énfasis de Carlos Rafael Rodríguez cuando explicó: “…a Varona hay que defenderlo contra quienes pretenden castrar su pensamiento y opacar su actitud” (Carlos Rafael Rodríguez: “Varona: balance de un centenario”, en su Ob. cit., p. 140). Varona es un ideólogo burgués, aunque sus intereses no siempre coincidieran con los paradigmas de la burguesía más acaudalada. Tampoco se afilió al positivismo en todos sus aspectos, ni al materialismo en sus más lúcidas tendencias, ni siempre mantuvo una posición agnóstica completa; no se debe exigir otra postura política a quien logró muchas veces trasponer el espíritu de su centuria, ni sería objetivo sesgar su comportamiento para argumentar alguna tesis. Si todavía al inicio de la llamada por Martí “tregua fecunda” o “reposo turbulento”, entre la Paz del Zanjón y el comienzo de la Guerra de Independencia ─1878-1895─, Varona dudaba ante el autonomismo, en su madurez y al final de este período, abrazó la causa independentista, con auténtica convicción.
Cursos y tratados sobre la enseñanza le dieron prestigio como pedagogo después de regresar del exilio en Nueva York, donde había dirigido el periódico Patria desde 1895, y estuvo al tanto de los más modernos métodos de aprendizaje. Su gran obra en la cultura cubana fue la reforma educativa. Conocida como Plan Varona, permaneció por más de 30 años sin modificación y sintetizó las mejores experiencias de la enseñanza razonada y científica del mundo, experimentadas en los Estados Unidos, donde el protestantismo ofrecía una mayor libertad.
Tenía conciencia de que los cubanos debíamos aprender de otra manera para propiciar oportunidades en todos los procesos económicos, sociales, políticos, culturales, ideológicos… de la nación. Estaba persuadido de que se podía sacar más ventaja productiva al suelo; creyó ingenuamente durante un corto tiempo, en el momento de la ocupación yanqui, que podíamos ser libres políticamente; admiraba la cultura cubana y terminó aquilatándola después de conocer a sus compatriotas fuera de la Isla. En materia pedagógica, entendía que la educación no podía ser para una minoría ociosa y resultaba imprescindible el adiestramiento técnico para hacer más útil la escuela cubana: más ingenieros y menos abogados. Desechó definitivamente el latín y adaptó con lucidez lo aprendido en los Estados Unidos en cuanto a modos de enseñar, y sobre todo, de aprender; en algunas regiones del sur norteamericano, con semejanzas con Cuba entonces, aplicaron métodos pedagógicos que Varona recomendó para la Isla.
Publicó mucho. Temas relacionados con la Psicología y la Lógica; conferencias sobre diversos aspectos de la Filosofía; disertaciones acerca de las relaciones entre sociedad y cultura; análisis de clásicos de la literatura como Cervantes, Víctor Hugo o Heine; estudios sobre Emerson y elogios como los dedicados al Dr. Antonio Mestre o a Esteban Borrero Echeverría; comentarios sobre Moral y Gramática; observaciones lexicológicas, porque el lenguaje es la expresión del pensamiento; artículos en torno a España o a los Estados Unidos, la metrópoli del pasado y la del futuro; ensayos acerca del pensamiento de Martí, tan influyente en el suyo propio, y en especial, innumerables trabajos relacionados con la Pedagogía. Al comenzar el siglo publicó libros de diferente naturaleza: Desde mi belvedere, 1907; Mirando en torno, 1910; Violetas y ortigas, 1916; En voz alta, 1917; Con el eslabón, 1918; De la colonia a la república, 1919… Y además de las obras poéticas juveniles ya mencionadas, Poesías, 1878; Paisajes cubanos, 1879, y ya en la república, De mis recuerdos, 1917, y Poemitas en prosa, 1921, que completan su principal obra lírica.
Miembro de la Academia Nacional de Artes y Letras, de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, y de la Sociedad Antropológica de Cuba, la cual presidió en varias ocasiones, así como Catedrático Honorario de la Universidad de La Habana y Presidente de Honor de la Academia de la Historia de Cuba, tuvo una actitud política regularmente moderada dentro del Partido Conservador, pues nunca encarnó ideas radicales ─las que iban a la raíz─, porque nunca las entendió. La relación con José Martí fue decisiva para orientar de manera más coherente su ideario esencial, aunque, como se sabe, fue mucho menos “radical” que el del Apóstol. Lo más frecuente en su accionar fue adaptarse a las posibilidades positivas que le ofrecía la realidad, sin provocar rupturas; en su programa propuso la construcción de una república burguesa orientada al liberalismo económico y político, aunque después comprendiera que no era viable debido a que el imperialismo yanqui significa entre nosotros “dólar y puño”, como él mismo reconociera. En conclusión, como ha resumido Rodríguez, Varona fue el “ideólogo de una clase social vencida”, la última burguesía criolla tradicional.
Unirse a la rebeldía juvenil contra la dictadura de Machado y firmar proclamas que apoyaron esa causa después de 1927, sitúan a Varona como un profesor influyente cercano a las posiciones de la izquierda universitaria. Un mayor compromiso se hizo patente luego del asesinato de Rafael Trejo en 1930, que conmovió a la ciudadanía y a las llamadas “fuerzas vivas”: como hombre de cultura y defensor de la palabra, respaldó documentos de lucidez y protesta. Había representado todas las evoluciones posibles de la burguesía criolla, desde la subordinación sincera a España, al enfrentamiento a la dominación colonialista y la asunción de las convicciones independentistas, hasta la construcción de una república que nació torcida por interposiciones foráneas.
El pensador cubano, en su libro De la colonia a la república, de 1919, muestra una lectura errónea del marxismo, como era frecuente entonces, al enjuiciarlo como una forma de economicismo. Sin embargo, el 20 de agosto de 1930, en entrevista concedida al director del diario El País, preveía: “Nada más contrario a mis ideas, que este régimen [ya Stalin había torcido el rumbo de la URSS después de la muerte de Lenin]; difícil ya por mis años cambiar de orientaciones; pero reconozco que el sistema ruso es imposible de destruir por Europa, y con modificaciones, más o menos, permanecerá como un ejemplo, una lección y un experimento trascendental. No sé si llegará la humanidad a ello, pero sí preveo que el socialismo, en sus diversas fases, y estructurado a las circunstancias orgánicas de cada pueblo, es un régimen, que, implantado hoy en varios países, sustituirá al sistema capitalista, en un futuro inmediato. Vamos, sin quererlo o queriéndolo, hacia el socialismo…” (Hortensia Pichardo: Documentos para la Historia de Cuba, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973, t. III, p. 446). Su programa nacionalista naufragó por la intromisión de sucesivas intervenciones militares, económicas y políticas del vecino; no podía ser desarrollado sin una revolución social. El principal valor ideológico y político de Varona podría ubicarse en que, a pesar de su escepticismo, formación decimonónica e ideología conservadora, supo al final de su vida situarse al lado de las fuerzas del futuro de Cuba.
Continuará…
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