Enrique José Varona en la cultura cubana I
II
Indagador de las raíces éticas de la nación cubana, Enrique José Varona aceptó el desafío de ser secretario de Instrucción Pública en el gabinete del interventor Leonardo Wood, ante el hundimiento de la infraestructura de la educación, con falta de escuelas, profesores y alumnos. Intentó evitar la tutela del poderoso imperio norteño con un contenido patriótico e impulsó la enseñanza laica, científica, experimental y moderna que había visto desarrollar en los Estados Unidos, pero defendiendo la subordinación de la escuela privada a la inspección estatal. Su accionar fue parte de un núcleo formador de la nueva, incipiente e inexperta nación. Percibió el peligro y posiblemente fue el primer cubano que utilizó el término “antimperialista”, en el ensayo de 1905 “El imperialismo a la luz de la sociología”. Atento a las relaciones entre arte y literatura, y realidad social y política, en los temas pedagógicos defendió el principio laico y depuró la intromisión clerical.
Varona aceptó prologar textos de ensayistas destacados de los primeros años republicanos y logró una producción propia notable que abarcaba lo necesario para la formación integral de los nuevos ciudadanos. Estuvo en la avanzada, a pesar de su conservadurismo, con un programa reformista y nacionalista, que ha sido considerado puente esencial entre el siglo xix y el xx. Menos estudiado ha sido su atendible ensayismo sobre arte y literatura, con prosa limpia y de altísimo nivel cultural, y aún menos su poesía. Su ensayística se concentró, principalmente, en las preocupaciones filosóficas, y luego pedagógicas. Desde mi belvedere, 1907, y Violetas y ortigas, 1916, propiciaron una mirada investigadora de la realidad social cubana desde posiciones escépticas, e influyeron en pensadores contemporáneos y futuros de la república. Desde mi belvedere posiblemente haya constituido la avanzada de la frustración que se puso de manifiesto en la intelectualidad conocida como “primera generación republicana”. En ambos volúmenes se reforzó su posición evolucionista transportada a la sociedad, la llamada “darwinista”, pero con una tendencia crítica, lo mismo frente a intentos de “restauración” de las fuerzas más reaccionarias y entreguistas, que, ante posibles cambios revolucionarios más audaces, por lo cual mantuvo una posición conservadora sostenida también coherentemente en arte y literatura.
Martí se dio cuenta del valor del pensamiento de Varona en relación con el arte y la literatura, a pesar de saber que no era un radical. Justipreciaba su utilidad para la posible república cubana que quiso construir, donde debían caber todos los ciudadanos. En una reseña publicada en El Economista Americano de Nueva York en 1888 sobre el libro Seis conferencias, destacó al “escritor honrado para hablar con la majestad del arte a la patria” (José Martí: Obras completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, t. 5, p. 119). Y enfatizó que lo hizo con “belleza, erudición y sensatez” (Ídem). El Apóstol expresó: “El arte no es venal adorno de reyes y pontífices, por donde apenas asoma la cabeza eterna el genio, sino divina acumulación del alma humana, donde los hombres de todas las edades se reconocen y confortan” (Ibídem, p. 120). Si bien la erudición de Varona podía ser factor para deslucirlo, Martí reconocía que lo mucho que sabía, lo sabía bien. Para el momento de hacer la revolución peleando en la manigua, también vio necesario fundar belleza y estremecer con los sentimientos del arte, sembrar y “cultivar” razones con la cultura. Sabía que Varona podía ser útil.
La estancia del camagüeyano en Nueva York no lo mantuvo deslumbrado todo el tiempo, como les sucedió ─les sucede─ a muchos cubanos; vivir allí contribuyó a su madurez intelectual. La “socialización” en los Estados Unidos no lo convenció porque percibió que el feroz papel del individualismo y la salvaje competencia provocaban una crisis social en las crecientes ciudades, que no quería para su patria; un dilema del nacimiento de la modernidad capitalista estudiado sobradamente por Martí. También aprendió bajo las enseñanzas martianas, que en la futura república superviviría la colonia. El Apóstol había advertido ese lastre en algunos países latinoamericanos independientes, y luego Varona lo vivió en la colonialidad de la república, lamentablemente prolongada aun hasta nuestros días, y fue consciente para enfrentarla. La colonia en la república fue tema tratado por Varona en diversas conferencias y artículos, salpicándolo de fino humor criollo, como en “A Plutarco” y “Manual del perfecto sofista”, ambos de 1904. Si como ensayista histórico-social pudo manejar con acierto estas sutilezas del pensamiento, no comprendió como ensayista artístico-literario la superación romántica.
Escritor de raíz romántica y poeta “de transición”, nunca entendió completamente ni al modernismo ni a los modernistas ─Lezama había dicho que tenía “espejuelos de plomo”─, comenzando por el joven Julián del Casal. En él confluyeron prejuicios hispanizantes y conservadores, quizás porque le hizo resistencia a la modernidad; sin embargo, hallamos más comprensión hacia las escritoras que batallaban por darse a conocer en la cultura, como las románticas Gertrudis Gómez de Avellaneda y Luisa Pérez de Zambrana. Los posmodernistas Regino E. Boti y José Manuel Poveda lo vieron como un opositor a cualquier renovación en literatura; incluso, Poveda enfatizaba que Varona ni siquiera había entendido lo esencial del modernismo. Sin embargo, pese a esta falta de reconocimiento hacia el avance de ciertos recursos literarios exigidos por la modernidad, empleaba en su escritura algunas prácticas que caracterizaban al estilo modernista, como los poemas en prosa.
Resulta de interés repasar la evolución de la poética de Varona. No vale la pena detenerse en sus Odas anacreónticas, un ejercicio juvenil en que presume de ciertas manifestaciones esteticistas ajenas a la intuición poética y se concentra más en rendir tributo a sus escritores favoritos: Horacio, Catulo, y por supuesto, Anacreonte; en estas odas se advierten expresiones y vocablos más propios de España que de Cuba: “rapaz”, “riyendo” o “vaquerillo”; sobrecarga de adjetivación en lo descriptivo y abusó de la mitología grecolatina. En Poesías, de 1878, se recopilan en la primera parte, obras escritas, entre 1872 y 1875, y en la segunda, las que datan de entre 1875 y 1878; en todas, renuncia a lo reflexivo por encima de la intuición, hay mayor acercamiento al paisaje natural y al “paisaje humano” insular.
En Poesías Varona demuestra un pulcro lenguaje para temas como el amor y la muerte. Su indagación pasaba por lo racional con una intención romántica, de la que nunca se despojó totalmente. Se trata de un libro escéptico en que muestra cansancio y renuncia. No pocas veces trata con frialdad temas que podían haber manejado mayor erotismo y se siente la nostalgia por un pasado inexistente, no obstante denotar gran admiración por los avances de la ciencia. Su renuncia a dios trae aparejados momentos de angustia que se salvan por sus acercamientos a la belleza natural. Le canta a Laocoonte, como quien percibe a un semejante, que desafía a los dioses y pierde la confianza en ellos. Incluye temas comunes a poetas del Romanticismo cubano, tan elevados como los dedicados a la inmortalidad, o tan cotidianos como el eco. Reflexiona sobre la juventud cuando cumple 25 años, en un extenso poema narrativo en que persiste su desconfianza en el futuro de la patria.
Paisajes cubanos, publicado al inicio de la “tregua fecunda”, pero escrito durante el segundo lustro de la Guerra de los Diez Años, reúne historias en versos en que se aprecia un dominio y flexibilidad mayores de la versificación dentro del ambiente romántico, costumbrista y criollista. Las pinturas naturales y los retratos sociales recrean una atmósfera descriptiva de fuerte intensidad sensorial; rompen de cierta manera con su poética anterior, y contribuyeron a fomentar una tradición argumental de radionovelas, películas y telenovelas cubanas realizadas en la centuria siguiente. Varona aprovechó los últimos años de una contienda de la que no esperaba un triunfo cubano para adentrarse en historias familiares, la cultura de pequeños pueblos, la sicología de terratenientes y burguesía rural, y los apetitos carnales de señoritos mimados capaces de aprovecharse de la desprotección de mujeres indefensas, sometidas a la esclavitud y la pobreza. Sus observaciones, estudios y escrituras poéticas de estos años se erigen en denuncia en tono menor del esclavismo y la explotación de las clases humildes, así como una disección de las clases ricas del país. Sin embargo, este texto ha sido poco estudiado.
Basta leer el fragmento inicial de “El prólogo”, en el poema “Bajo la capa del cielo” ─cuyo protagonista me recuerda al “hombre del casino provinciano de Antonio Machado─ para reconocer el rendimiento que obtuvo la poética de Varona: “Arturo de Guzmán, es un mancebo / Tan rico y tan espléndido en su trato, / Que dice con desdén a cada rato: / ─Ni lo que tengo sé, ni lo que debo. / Nació en Cuba, educóse en cualquier parte / Con el mayor esmero, / Pues le dieron con arte / El barniz de un cumplido caballero. / Arriesga sin pasión en cada encuentro / El jornal de diez pobres por semana; / Y aunque vive cien leguas tierra adentro, / Le cortan sus chalecos en La Habana. / Cuando salta la diestra bailarina, / Atruena el coliseo con sus bravos; / Ha leído a Proudhon, anda en berlina, / Ama la libertad y tiene esclavos” (Enrique José Varona: Poesías escogidas, cit., p. 109). Aquí se retrata la hipocresía social de la burguesía criolla rural cubana, cuyos hedonismo y pereza conducen en una historia posterior al asesinato, con triángulo amoroso, relato de egoísmo y lujuria de un terrateniente, y desprotección y acoso a una mulata esclava.
En otra de las composiciones de Paisajes cubanos se retrata a un hijo de aristócrata criollo y se revela cuánto el poeta había conocido la sociedad de su época. En un fragmento de “I. Buena pesca” del extenso poema “¿Justicia o venganza?”, describe: “Es un hombre que tiene / Muy en saldo sus cuentas con el mundo, / Y se encuentra un amigo en cada esquina. / No roba, no señor, no le conviene; / Calumnia de afición, mas no asesina / Es noble, hijo segundo / De un marqués, y bastardo según creo. / Por sus rentas no abono; / Vive, sin trabajar, con un empleo. / Tahúr ¿quién no lo es?, da lustre y tono; / Estafa, alguna vez, cuando no hay riesgo; / Se embriaga; eso la edad; según el sesgo / Que presenta el asunto. / Es mendaz o insolente o todo junto; / Nació y vive en el lodo, / Pero de buena fe, después de todo. / Ostenta la maldad tan engreído, / Como su Fausto un rico majadero; / Con chaqueta y puñal fuera un bandido, / Con botas de charol es caballero” (Enrique José Varona: Poesías escogidas, cit., p. 126). Un genuino fruto de la corrupción y el vicio en la clase más poderosa del país.
Varona pareció abandonar la poesía, pero después de 38 años publicó en 1917 De mis recuerdos. Ya viene de regreso, hay menos ironía evidente y más pasión casi enmascarada; salpica sus páginas con las “Gotas de rocío”, reflexiones y sentencias en una combinación de sabiduría letrada y experiencia vital; incluye poemas de amor y a veces se descubren familiaridades con poéticas conocidas. Posiblemente lo más interesante de este libro sea la mediación que fija un interlocutor más cercano, en ocasiones él mismo, para contactar con la lírica intimista patente a principios de esa centuria. Más que escepticismo, llegó casi al agnosticismo con cierta amargura, en cuartetas, sonetos y yambos bien logrados.
En Poemitas en prosa, de 1921, aumentó la tensión subjetiva, semejante en la forma a una zona de la obra de Dulce María Loynaz ─los Poemas sin nombre─, para evidenciar algunos recursos modernistas e intimistas. El empleo de la retórica de preguntas introduce más dudas sin respuestas. Hay un llamado a la inocencia con sus recuerdos de niñez, una reflexión entre la vida y la muerte bajo observaciones simples y como reflejo de los cambios experimentados en la sociedad moderna. Y por último, entre los poemas no recogidos en libros, se distingue la poesía patriótica y social, en que se resaltan la valentía, la audacia, la gallardía y la dignidad de los cubanos en su lucha por la independencia. De manera indirecta expresa su ideario desde 1883 en “Dos voces en la sombra”, original romance dialogado del cual escojo la primera y la última cuartetas: “─¿Dónde vas con la vista inflamada, / Orlado el acero de verde laurel? / ─A buscar en las forjas del tiempo / Los hombres que saben morir o vencer. // […] // ─¿Dónde vas, con la frente siniestra, / El labio mordido, jadeante el corcel? / ─A escupir a los pueblos abyectos / Que besan sumisos de un déspota el pie” (Enrique José Varona: Poesías escogidas, cit., p. 173). Sobresale por una parte el cambio de 180 grados en relación con el poema que escribió en 1869, con 20 años, y por otra, la curiosa semejanza con la “Canción antigua a Che Guevara” de Mirta Aguirre. Comparto la idea de Lezama de que existen afinidades selectivas concurrentes.
Algunos antólogos han prestado atención a la poesía de Varona. Antes de 1959: José María Chacón y Calvo en Las cien mejores poesías cubanas, de 1922; José Manuel Carbonell en La poesía lírica en Cuba, de 1928, y Rafael Esténger en Cien de las mejores poesías cubanas, de 1943. Durante el período revolucionario, Samuel Feijóo seleccionó Paisajes cubanos para Azar de lecturas, en 1961; José Lezama Lima incluyó algunos poemas de Varona en su imprescindible Antología de la poesía cubana, en el tomo 3, de 1965, y Luis Suardíaz escribió dos artículos en Granma, en 1975. Alberto Rocasolano le dedicó una selección y prólogo, que tuve el placer de editar, en 1983. Posiblemente pocas personalidades de la historia cubana sean tan difíciles de estudiar como Enrique José Varona. Ojalá estos comentarios estimulen una nueva lectura.
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