Érase una vez la salsa: De un pájaro las dos alas (I)


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Danny Rivera.

La relación musical entre Cuba y Puerto Rico se remonta a la segunda mitad del siglo XIX e involucra fundamentalmente a hombres y mujeres de la zona oriental, algunos involucrados en actividades conspirativas o que huían de la guerra que para ese entonces se desarrollaba en Cuba y que preferían establecerse en esa isla antes que en la República Dominicana.

Ese primer torrente de músicos emigrantes –algunos de formación empírica— se estableció en la ciudad de San Juan, la capital de la isla y allí trasladaron su gusto por las serenatas y su pasión por la música ejecutada a piano y violín. Curiosamente hubo también un proceso migratorio a la inversa –de Puerto Rico a Cuba— y esos migrantes se establecieron en la zona oriental fundamentalmente. En este ir y venir, cruzando el Caribe entre las dos islas, hubo un elemento común: el tambor, y junto con él viajaba el hombre negro.

Es por ello que si se hurga a profundidad se podrán encontrar elementos comunes que emparentan al son oriental con la bomba y la plena. Es que hay, además del elemento africano, la relación con ciertas zonas de la España colonial, sobre todo el peso de la emigración canaria que se establece en las zonas rurales. Genéticamente hablando, podemos afirmar que el tres cubano y el cuatro puertorriqueño tienen decenas de coincidencias.

Será el bolero, en lo fundamental, el primer gran vínculo musical entre estas dos islas. Rafael Hernández (Don Felo) y Pedro Flores, entre otros menos nombrados, componen obras musicales que una vez hechas famosas, más de uno las considera cubanas.

Avanzando el siglo, son obligados en el entorno musical cubano de entonces los nombres de Bobby Capó, de Carmen Delia Dipini, de Tito Rodríguez y de Daniel Santos; y tras muchos de sus éxitos cantados o compuestos por ellos, estaba la apoyatura musical de una orquesta cubana de obligada presencia: La Sonora Matancera.

Pero no todo el universo musical giraba en torno al bolero. Estaba el son y la manera en que era interpretado por los puertorriqueños. Daniel Santos e Ismael (Maelo) Rivera dotaron al son cubano de un estilo y un modo de decir muy propio, tanto que Maelo fue declarado por el mismo Benny Moré como “el sonero mayor”.

El modo de hacer el son por los boricuas en ese entonces permitía la libertad de sustituir el sonido del tres por el del cuatro y el resultado sería el mismo. Y en esa forma de hacer el son llegó el momento de que los pianistas de esta isla comenzaran a proponer sus propios tumbaos, en el que de alguna manera releyeron y reinventaron su propia forma de pianismo. Fue el momento en que comenzamos a escuchar hablar de la familia Lucca y de Rafael Ithier. Los nombres de la Sonora Ponceña y de El Gran Combo de Puerto Rico; de Los Cachimbos de Maelo y de Rafael Cortijo. En Cuba se bailaba el “son puertorriqueño” con la misma pasión que se bailaban los sones de Arsenio, de Chappottín o de cualquiera de las grandes orquestas soneras de siempre.

Sin embargo, esta relación de intercambio musical fue prácticamente suprimida llegados los años sesenta por razones extramusicales. Mas tal “suspensión” no impidió el intercambio musical, solo que a menor escala y el vehículo para mantener ese vínculo fue la radio. 

Ahora el mundo de la música cubana, que se estaba produciendo en esos años, queda relegado a un segundo plano y solo son validados aquellos que deciden radicarse fuera de la Isla. Mientras tanto los músicos puertorriqueños miran al norte, específicamente a la ciudad de New York y en ella comienzan a insertarse junto a sus pares dominicanos y los hijos de inmigrantes que formaban esa comunidad que se ha definido y reverenciado como “el barrio”.

De esa conjunción, de esa simbiosis –en la estaba presente la música y los músicos cubanos radicados en esa ciudad y en otras de los Estados Unidos— nació un movimiento musical al que llamaron “Salsa” y que nunca negó sus influencias cubanas; tanto que Arsenio Rodríguez era el “supuesto mesías”, mientras que Miguel Matamoros, Ignacio Piñeiro, Benny Moré y Mario Bauzá eran sus principales "apóstoles". Mas en ese evangelio musical entraban por derecho propio Rafael Cortijo e Ismael Rivera.

En Cuba nuevas formas y propuestas musicales se comenzaban a desarrollar e imponer. Nuevos actores entraban en juego y sus propuestas no fueron ajenas a los músicos de Borinquen. La radio seguía siendo el principal aliado en este proceso.

Los años setenta fueron un momento de cierta distención cultural. En menos de dos años se crearon las bases para una reconexión. Primero fue Danny Rivera, después le siguió la cantante Lucecita Benítez y en un acto de total rebeldía una mañana Ángel “Cachete” Maldonado y varios de los músicos que le acompañaban en un proyecto llamado Batacumbele desembarcaron en La Habana y entre sus principales ídolos estaba Evaristo Aparicio y aquella formación suya llamada Los Papa Cun Cun.

Del lado cubano Irakere, Pablo Milanés y Silvio Rodríguez grabando un disco con Roy Brown marcaron el gol de nuestra presencia en la isla hermana. Pero se necesitaba más. Y un buen día llegó a Santiago de Cuba Andy Montañez. No fue con El Gran Combo, pero era un puertorriqueño; lo mismo que los que vinieron con las Estrellas de Fania.

En esos mismos años setenta y los posteriores sería Adalberto Álvarez la principal referencia de lo que en materia de música estaba ocurriendo en Cuba; entre los músicos de Puerto Rico habían otras influencias y referencia. Ahí estaban Los Van Van, la Ritmo Oriental y la siempre añorada orquesta Aragón.

Así llegamos a los años noventa. En Cuba se comienza a imponer un nuevo movimiento musical que recibe el nombre de Timba y que entre sus influencias más menos veladas estaba la bomba como género musical (escuche las primeras cosas de NG La Banda) y la Salsa estaba entrando en un nuevo momento de su existencia en el que renunciaba a esa fuerza atronadora y representativa de una realidad social para convertirse en un remedo para impulsar algunos “latin lovers”; o al menos dejar en un rincón aquella “marca negra” y afroantillana que la definió en sus primeras décadas.

Todo apuntaba que estaban creadas las condiciones para que se restablecieran de modo definitivo aquellas vías bidireccionales, o puentes, que una vez estuvieron cerrados o con paso limitado. 

Así llegamos al año 1994. Un buen día se comenzó a hacer conocido y repetido en Cuba, sobre todo en el gremio musical, el nombre de Eugenio Acosta. No era un músico específicamente, pero había nacido y crecido en el barrio de Trastalleres, en el corazón obrero de San Juan. El mismo barrio que tiene una calle llamada Calma.

Ese barrio es, para decirlo de modo sencillo y comprensible, el equivalente a Jesús María, o a Cayo hueso, o a Los Sitios. Un barrio que se enorgullece de ser el lugar de nacimiento de Maelo, donde Cortijo fundó su combo o en el que alguna vez se soñó fundar una orquesta llamada El Gran Combo de Puerto Rico. El barrio en que nació y murió Daniel Santos.

Eugenio Acosta, en conjunción con José Luis Cortés, tuvo la clara idea de restablecer el vuelo de ese pájaro cuyas dos alas alguien había intentado amordazar. Ese primer vuelo trajo a los escenarios cubanos a parte de los más importantes músicos de Puerto Rico en ese momento bajo el nombre de La Orquesta Nacional de Puerto Rico.

Cosas interesantes y trascendentes para la historia habrían de pasar en La Habana durante cinco noches.

 

 

 


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