Érase una vez la salsa: El primer rito del Areito


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Medardo Montero es el presidente de la EGREM en el año 1979 y los posteriores. Son los años en que la empresa que dirige se avoca a un cambio tecnológico a partir de la combinación de tres tecnologías diferentes que los expertos cubanos lograron compatibilizar. En un mismo estudio se podía encontrar tecnología de las dos Alemanias vinculada por medio de “un chivo” a una japonesa y esta, a su vez, estar adaptada a la que se había importado en los años cincuenta en los tiempos que los estudios eran parte de la empresa PANART.

A pesar de ese “ajiaco tecnológico”, se grababan discos con una calidad media, si se compara con algunos que se produjeron en otros países donde la tecnología funcionaba de modo uniforme y se renovaba cada cierto tiempo la misma. En nuestro caso había una combinación de talentos de técnicos, grabadores y productores que lograban hacer funcionar esos equipos.

Es en estos mismos años que músicos como Rafael Somavilla, quien fallecerá a mediados de ese año, Evelio Landa, Tony Taño, Frank Fernández y Juan Pablo Torres, lideran parte importante de la producción discográfica del momento y transmiten su experiencia y “maldades profesionales” a muchos jóvenes que en los años posteriores serán también parte importante del grupo de productores discográficos que hoy conocemos. En ese grupo que se está formando sobresalen los nombres de Iraís Huerta y Ana Lourdes Martínez (no he logrado precisar el año en que María Elena Mendiola se incorpora como productora a la EGREM); posiblemente las pioneras en la industria discográfica nacional. Y aquí es bueno reseñar que antes de su llegada a los estudios, ya María Teresa Linares se había aventurado en esas labores, pero su función principal era de carácter etnográfico y testimonial. A Ana Lourdes e Iraís corresponde el mérito de haber pensado, propuesto y materializado proyectos discográficos que hoy son joyas de la música cubana, incluso el haber tomado riesgos que marcaron a la naciente industria y que hoy son procederes normales en ese campo.

Medardo Montero también fue un hombre de riesgos. Se arriesgó y abrió las puertas al mundo discográfico cubano en Panamá y para ello se valió del talento y el carisma del cantante Pacho Alonso, cuya música hacía furor en ese país, tanto que en el Hotel Intercontinental sus conciertos se agotaban en sistema de preventa, propio de aquellos años. Las presentaciones de Pacho venían acompañadas de ventas de sus discos que EGREM había licenciado a una productora panameña. Suerte similar corre el grupo Las D´Aida en aquel país.

Otro de sus riesgos fue apostar por la orquesta Aragón y lograr colocarla en ciertas zonas del continente, en lo fundamental Venezuela y México y crear las condiciones para que sus discos se licenciaran en aquellos países, sobre todo en Venezuela donde hacía furor la Salsa.

Sin embargo, su obra más conocida, al menos parcialmente, fue la asociación con Raoul Diomandé para introducir tanto discos como presentaciones en vivo de orquestas cubanas en África, sobre todo en aquellos países que habían sido excolonias de Francia y Portugal. Y el empeño dio sus frutos: la Orquesta Aragón, Las Estrellas Cubanas y la Orquesta de Pancho el Bravo hicieron furor en muchos países del África a los debían viajar al menos dos veces al año.

Es la alianza entre Diomandé y Medardo Montero la que impulsa el proyecto Estrellas de Areito, tal vez la más osada aventura musical de ese momento que involucra a la EGREM y que reúne a parte importante de las grandes figuras de la música popular cubana que estaban en activo o habían sobrevivido para este momento.

Parte de «Las Estrellas de Areito». De izquierda a derecha: Niño Rivera, Amadito Valdés, Rubén González, Tata Güines, Ricardo León «El Niño».  Detrás: Fabián García-Caturla.

Pero en lo que se organizaban las sesiones de grabación de la formación que llevaría por nombre Estrellas de Areito, la EGREM había asumido otro riesgo interesante. Medardo Montero, por mediación del director de la agencia CUBARTISTA, Pedro Orlando, había aceptado la propuesta de Jerry Masuchi, presidente del grupo Fania, de que una de las orquestas de ese conglomerado musical viajara a La Habana a efectuar una sesión de grabación con músicos cubanos; es así como llega a Cuba la orquesta Típica 73 para grabar el disco En Cuba. Intercambio cultural y que saldría bajo el sello Fania.

Para 1979 la llamada “era matancerizante” que ocurrió paralela al boom de las Estrellas de Fania estaba llegando a su fin y dentro de las mismas Estrellas de Fania comenzaban a haber fisuras entre sus miembros y los ejecutivos de la firma. Por otra parte, el “…asunto las Estrellas de…”, era una constante en la industria discográfica de fines de los setenta ante el empuje de la música Disco que estaba creando nuevos patrones de consumo. Es por ello que muchas empresas discográficas comenzaron a aglutinar lo mejor de sus talentos y produjeron selecciones de temas e intérpretes bajo la denominación de “All Stars”.

En el caso de Las Estrellas de Areito han tenido sobre sí el estigma de ser una respuesta a la Salsa y a las Estrellas de Fania; y resulta curioso, pues en más de una oportunidad –pocas veces publicitada en ese entonces— llegaron a coincidir en escenarios del continente, en lo fundamental Panamá y Venezuela, Las Estrellas de Fania con la Orquesta Aragón o con el dúo Los compadres y el mismo Pacho Alonso. Y es que como parte del repertorio fijo de la Fania había temas de Félix Reina (Vuela la paloma, Aja Bibi) o de Richard Egües, o del mismo Pío Leyva que formaban parte de las descargas para el lucimiento de los músicos neoyorkinos y latinos de la misma.

Estrellas de Areito fue una realidad discográfica que marcó un antes y después dentro de la historia musical cubana de los años ochenta y posteriores. Tanto que por años ha sido la banda que ha soportado determinados proyectos de la EGREM, algunos con menor o mayor fortuna; entre ellos la propuesta en los años noventa por parte de Jerry Masuchi de grabar un disco con algunas de las figuras que una vez fueron parte de la Fania y que incluía a Che Feliciano, Ismael Miranda y al cubano Pete “El Conde” Rodríguez.

Para ese entonces ya Medardo Montero había fallecido y la EGREM disponía de los estudios de la Calle 18 en Miramar. En ese entonces nadie pensaba en que el Buenavista Social Club fuera una posibilidad.


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