Érase una vez la salsa: lección de piano (I)


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Leonel Morales al piano (Detalle). Imagen tomada de leonelmorales.com

 

El piano, de acuerdo a la tradición histórica, ha sido por excelencia un instrumento fundamental en la evolución de la música cubana y de su interacción con otros géneros y músicas.

Creo que fue Odilio Urfé quien le llamó “…el embajador natural de la música cubana en el mundo (…) siempre acompañado de la tumbadora y las maracas…”. Y no se equivocó el músico –era pianista--, compositor, profesor y estudioso cubano.

Aquello de “piano, bongó y maracas” no ha dejado de funcionar en todos los lugares a los que ha llegado la música cubana como un detalle identificativo, sobre todo cuando se trata de son; aunque es justo reconocer el papel de la guitarra, del tres, del bajo, de las tumbadoras y las trompetas. Es decir, se trata del conjunto sonero.

Para nadie es secreto que la enseñanza del piano en la Isla ha sido un problema casi de orgullo nacional y que desde su punto de vista “cada maestro tiene su librito”, pero ese librito ha repercutido en la creación de un cuerpo tanto en la ejecución y en la formación ciento por ciento cubano. Lo que se pudiera llamar como “la escuela del piano cubano”.

Esa escuela ha permitido que el pianista cubano –chovinismo aparte, pues no son los únicos que lo hacen hoy en día-- sea capaz de pasar de ejecutar una sonata a un tumbao y terminar con un magistral solo de piano al más recurrente estilo del afrocuban jazz sonero, en el mismo escenario, ante la escucha perpleja del público que estallará de júbilo sin entender en qué momento ocurrió la transición.

Nuestra historia en la pedagogía pianística pasa por diversos estadios que van desde consagrados conservatorios privados como el Orbón o el de la familia De Blanck y otros profesores menos conocidos; hasta consagrados como la maestra Margot Rojas y nombres más recientes como los de Teresita Junco, Hortensia Upmann, Miriam Lay, otros menos conocidos y el de Frank Fernández. Estos últimos han liderado, de alguna manera, todo el proceso de formación que ha definido el sistema de enseñanza artística cubano.

Los años noventa del pasado siglo, entre sus tantos acontecimientos complejos, impulsaron un proceso migratorio en el campo de la música que incluyó a notables pianistas cubanos que, más allá de sus pretensiones como concertistas, se vieron obligados, para sobrevivir, a dedicarse a la pedagogía en aquellos lugares en que se radicaron. Y ese volcar energías destinadas al escenario a las aulas fue definiendo “una cubanización de la enseñanza en la formación y ejecución de futuros pianistas” donde convergen tres escuelas –todas mezcladas—de alto prestigio. Son ellas la rusa, en la ejecución de las grandes obras en las que el virtuosismo estriba en la apropiación personal de la obra; la norteamericana, que prepondera la capacidad y libertad creativa que da el jazz; y la cubana, que combina estas dos últimas y que tiene la impronta sonera popular como rasgo fundamental.

Dos nombres destacan, en un principio, en este proceso de combinar la ejecución como concertante y su vinculación con la enseñanza del instrumento. Ellos son Jorge Luis Prats y Leonel Morales; y de ellos, será Morales quien con más fuerza se hará notar en el campo de la educación, sobre todo en España.

Leonel Morales pertenece al grupo de alumnos que tomará bajo su mando Frank Fernández durante su estancia como profesor titular del ISA en los años setenta y ochenta. Él, junto a Víctor Rodríguez, Rodolfo Argudín o “Peruchín III”, Miguel Nuñez, Miguel Ángel de Armas o simplemente “Pan con salsa”, entre otros nombres menos conocidos, forman parte de una generación que comenzó a imponerse con fuerza en el panorama musical cubano de los años ochenta; y que incluye otros nombres notables como el de Gonzalo Rubalcaba, Gabriel Hernández y Omar Sosa,cuya principal labor se ha dirigido hacia la ejecución fundamentalmente en el universo del jazz internacional –aunque Rubalcaba también ha destacado en la música de concierto— y no se han relacionado, al menos de forma notable o abierta, a la enseñanza.

Morales se radicó en la ciudad de Madrid y fue allí donde comenzó su carrera como docente en el Conservatorio Superior de Castellón “Salvador Seguí”, donde fue catedrático a la vez que comenzaba a desarrollar una notable carrera como ejecutante con reconocimiento total de la crítica especializada.

Sin embargo, su labor como docente le ha llevado a fundar el Concurso Internacional de Piano Compositores de España. Y es que ese concurso se convirtió en la plataforma inicial para que sus alumnos comenzaran a destacar en el complejo y extremadamente competitivo mundo de la ejecución pianística internacional.

Innegablemente Leonel es hoy por hoy el primer “adelantado” de la internacionalización del estilo cubano en la enseñanza del piano.

No ha existido en los últimos treinta y cinco años un concurso en el que sus alumnos no se encuentren entre los premiado o los finalistas, (algo similar a lo que ocurrió en los años setenta y ochenta con muchos de aquellos que formó Frank Fernández, Leonel Morales incluido); tanto que esos mismos concursos se honran con su presencia como jurado o invitado especial.

Entonces se impone la pregunta: se habrán de convertir los profesores cubanos de piano en los “nuevos rusos” de la pedagogía en algunos lugares del mundo.

La pregunta puede resultar un tanto presuntuosa y pretenciosa; habida cuenta de que en los años sesenta fueron maestros rusos los que aportaron su sabiduría en la naciente Escuela Nacional de Arte y que su principal conservatorio con su exclusiva sala de concierto fueron el cenáculo desde el que se proyectaron al mundo. Teniendo presente la tradición pianística cubana, con sus métodos de enseñanza muy particulares, del siglo XX que combinaba acertadamente lo culto y lo popular, jugó su papel al definir un “alma cultural propia de los pianistas cubanos” en cuanto a formación de ejecutantes.

Mas la respuesta es muy sencilla: “no son los nuevos rusos” pero sus aulas comienzan a llenarse de aquellos niños y niñas cuyo talento se hace notorio.

Más mangos y mamoncillos –para no decir pera y uvas—hay en este camino que va más allá de España y la misma Europa.


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