Érase una vez la salsa: Quédate este bolero y algo más…(II)


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Foto portada: Isolina Carrillo.  ​​​​

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Dos Gardenias, como espacio musical, pasó a ser una alternativa interesante dentro de la vida nocturna de La Habana en los años noventa. No era secreto para nadie que todos los espacios disponibles para el disfrute y la difusión de la música estaban rendidos a los intereses de los cultores de la música popular bailable. Tampoco era secreto que esta nueva dinámica económica y musical había dejado cesante a importantes figuras de la música cubana –en especial de la canción y el bolero— y que algunas de esas figuras habían emigrado en busca de nuevos horizontes; algunos de modo temporal y otros con carácter definitivo. Hubo, dentro de los que se quedaron aquí quienes se reinventaron gracias a su dominio de la música o a que decidieron asumir otro oficio para el que alguna vez se prepararon y dejaron en pausa mientras lidiaban con el asunto “ser cantantes”.

El mundo del cabaret, lugar por excelencia donde encontraban trabajo muchas de esas figuras, había desaparecido y los dos cabarets disponibles en la ciudad – Tropicana y el Parisien— no podían asimilar esa cantidad de talento que ahora vagaba en busca de una segunda oportunidad.

La solución, que no mágica, llegó de la mano de la compañía Palmares, que en ese momento –años noventa— formaba parte del grupo CUBANACAN y se especializaba en la creación y explotación de restaurantes de diversas categorías y niveles gastronómicos. Y es innegable que en ese salto “cultural” haya influido el tesón de la promotora cultural Cary Bridón, quien asumió la dirección artística y general del “espacio reservado” al bolero dentro de aquel complejo gastronómico que fue abierto en la habanera barriada de Miramar, en calle 7ma y 24.

A pesar de la estrecha mirada acerca del papel de “las otras músicas cubana”, como muchos le llamaban en determinados espacios –y su importancia cultural en el entorno gastronómico—, que regía en esos años dentro de los ejecutivos de la industria turística y sus prejuicios raciales, sociales y culturales; la apuesta de Dos gardenias vino avalada por un hecho incuestionable: la presencia en ese lugar de la compositora Isolina Carrillo –quien además cedió el nombre de su bolero insignia para caracterizar el lugar—, unida a la experiencia que había dejado por años el Festival Boleros de Oro que organiza la UNEAC y que había reunido en La Habana a importantes nombres de la canción mexicana, en lo fundamental. Y como complemento está la errada decisión de cerrar el Pico Blanco, sitio emblemático de la canción y el filin que se convirtió en una discoteca más de la ciudad hasta su cierre definitivo.

Cary Bridón, con la anuencia de CUBANACAN en el tema económico para cubrir los estipendios de los artistas convocados, logra reunir y rescatar a importantes figuras de la canción para que se presenten en este nuevo espacio; mientras los ejecutivos turísticos comienzan a hacer lo suyo y el espacio –dedicado al bolero, no así los restaurantes del lugar— comienza a ganar notoriedad y se vuelve una alternativa interesante dentro del circuito turístico de la ciudad. Sobre todo, entre visitantes provenientes de México, España y Colombia fundamentalmente; que tenían la posibilidad de ver en directo a la autora de uno de los grandes y más hermoso bolero de todos los tiempos; y de paso estar frente al gran César Portillo de la Luz, cuyo tema Contigo en la distancia, había vuelto a ganar notoriedad al incluirse en el disco Romance del cantante mexicano Luis Miguel, rompiendo récords de ventas en todo Hispanoamérica y entre los emigrados latinos en los Estados Unidos.

La Bridón logró una programación bien equilibrada y abrió las puertas a muchos intérpretes que hasta ese entonces no habían logrado alcanzar toda la popularidad posible o deseable; pero también rescató nombres que eran imprescindibles dentro de la música cubana en general. Sobre todo en el caso de los pianistas acompañantes quienes a su vez funcionaban como repertoristas, y ese fue el caso en específico del pianista Kemal Kairuz, que sustituye en esa función a Isolina tras su muerte.

Dos gardenias, a diferencia del Palacio de la Salsa –el centro musical más importante de la ciudad en esta década—, tuvo como una de sus grandes virtudes el haber sido trampolín para que algunas de las figuras que allí se presentaron y presentaban hicieran temporada en Colombia fundamentalmente, donde se abrió un espacio con similares presupuestos, solo que en función únicamente de la música; la gastronomía era solo un complemento.

Así las cosas, Dos gardenias, como sitio dedicado al bolero en las noches habaneras, se mantuvo activo hasta mediados de la primera década del presente siglo. Factores extramusicales estuvieron entre las causas de su declive; entre ellos la corta visión que acerca del papel del bolero y sus figuras dentro del entramado cultural tuvieron los ejecutivos, tanto del lugar como de la misma compañía.

“El bolero estaba muerto –algo similar a lo dicho por Millán Astray a Miguel de Unamuno con relación a la literatura— y era hora de la música urbana, de dejar espacio a otra generación más activa”.

Aquella decisión no solo finalizó la historia de un espacio musical que era referencia más allá de La Habana, sino que también dio el tiro de gracia del lugar.

Aquella sala íntima donde señoreaba el piano que una vez ejecutó Isolina Carrillo, terminó convertida en el lugar donde se fueron almacenando sillas rotas y otros trastes en desuso. El buen ángel de la música cubana fue desterrado de este lugar, lo mismo que en otros tiempos ocurrió con espacios similares.

Solo que la memoria sobrevive a los deimurgos.

 

 

 


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