Érase una vez la salsa: y las soneras dónde están


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No voy a negar que eran poco difundidas en la radio, ni que decir de los programas de televisión que nos acompañaron en los años setenta y ochenta del pasado siglo; pero ellas estaban ahí, eran las mujeres que cantaban sones, rumbas y/o guarachas.

Las conocíamos, solo que no eran populares. Aparecían de vez en vez en algún programa de esos que se solían transmitir antes de la hora de almuerzo. Recuerdo nítidamente el nombre de uno: Listo estudio, lo recuerdo porque se hacía en vivo y en directo y con público presente, y alguna vez fui parte de ese público que miraba como el hombre de los audífonos atados a un largo cable hacía señas a los presentes para que aplaudieran o guardaran silencio antes de empezar la transmisión. Luego supe que aquel hombre era el coordinador.

Puede que hubiera otras, estoy seguro de que sí, que estaban en activo trabajando de forma anónima en los distintos cabarets de la ciudad; pero las dos más conocidas compartían el mismo nombre, no así los apellidos. Una era miembro de una ilustre familia oriental: La Hierrezuelo; la otra había comenzado como epígono de una cantante famosa: Cuervo, de ella la leyenda decía que cantaba como Celia Cruz. Su nombre no podía estar más vinculado al sincretismo cubano: Caridad.

Celia no existía en el mundo musical cubano que nos rodeaba. Al menos públicamente. Estaban sus discos, sus anécdotas y el escucharla en las casas, aunque no todos. Sin embargo, gozamos versiones de algunas de sus canciones, como aquella que hiciera la Orquesta Monumental y que aquí fuera conocida como “El majá,” aunque su título original fuera El guabá. También estuvo aquello de No hay cama pa´ tanta gente, versionada por otra orquesta poco mencionada que respondía al nombre de Cuba 95 (primero había sido un combo y después amplió su formato) y que fueron los primeros en hacer versiones de temas del brasileño Roberto Carlos, sobre todo uno llamado Un gato  en la oscuridad.

No olvido el cartel de D.R. (Derechos Reservados) que identificaba al autor del tema y que el generador de caracteres ponía en letras mayúsculas cuando se escuchaba el tema. Temas que fueron muy populares en los setenta.

No logro recordar ninguno de los temas que ellas cantaban, solo sé que a nivel de amantes de la música cubana se les profesaba un profundo respeto. Ellas dependían del mundo del cabaret y en esos espacios eran reinas; mejor aún, las grandes Divas y las maestras por excelencia. Sin ellas y sin otras que de las que poco se habla, se hubiera perdido esa hacer de la música cubana en esos años; aunque para suerte nuestra están sus discos que hoy pocos conocen, pero que al escucharlos se descubre su grandeza y sobre todo el sabor para hacer la música cubana. No debe olvidarse a Las D´Aida, pero esa es una historia que contaremos oportunamente.

En el tránsito de los setenta a los ochenta nos llegaron, nuevamente, la voz de Amelita Frade y de una Leonora Rega que entre boleros nos dieron una dimensión del son y la guaracha fresca, pero siempre regresaban al cabaret. Y es que el cabaret fue el reservorio natural para que las voces femeninas triunfaran haciendo buena música popular cubana, solo que la radio y la televisión se divorciaron de esos medios a pesar de que importantes directores de la tv estaban entre los mejores directores de shows de Cuba; cómo olvidar las producciones de Amaury Pérez García en Tropicana o de Silvano Suárez en el Habana Libre.

Los años ochenta traen la primera señal de que las voces femeninas están de regreso a la palestra pública, y en ese empeño juega un papel importante la televisión a partir del programa Todo el mundo canta. Sí, esta vez no fueron al cabaret a buscar el talento, lo crearon aplicando la vieja fórmula de aquel programa que alguna vez, desde la radio, abrió las puertas a muchas cantantes cubanas. Aquellas que mientras esperaban realizar su sueño de ser grandes cantantes se realizaron en la Escuela Normal para Maestros.

En ese intermedio que cubre el primer lustro de los ochenta Celina González regresa con una fuerza inusual a su reinado en la música campesina y a los sones bien hechos por obra y gracia de combinar su voz y talento con Frank Fernández y Adalberto Álvarez en uno de sus mejores discos. Por su parte Elena Burke presenta a su hija en sociedad que renunciaba a sus estudios de medicina, de nombre Malena, y un huracán de voz para el son, la guaracha y el bolero llega a la música cubana. Malena honraba a su nombre y entraba en la piel de aquellas niñas que a estas alturas querían ser cantantes famosas.

Ellas estaban ahí. Esperando su oportunidad y de alguna manera la visión del jurado, sobre todo de la profesora María Álvarez Ríos, que les diera el aval necesario para lograr su sueño de cantar y ser parte de esa legión en la que Caridad Hierrezuelo y Caridad Cuervo comandaban entonces.

Así supimos de una cantante del calibre vocal de Paz Luaces, del encanto de las Hermanas Nuviola, Lourdes y Aymée que pasaron a formar parte de la orquesta de Pachito Alonso y nos pusieron a bailar. También hubo otras, pero ellas prefirieron la canción y el bolero antes de dedicarse al son y la guaracha; lo que no niega que alguna que otra vez, apremiadas por las circunstancias y el fervor del público, hicieran sus sones.

Para fines de los ochenta Joaquín Betancourt, desde el grupo Opus 13, nos presenta a Jacqueline Castellanos, una mulatica de voz hermosa que hace unos sones complicados y divertidos, habida cuenta del sonido de esa orquesta que estaba abrazando y desarrollando un nuevo estilo que con el tiempo se llamará Timba. Mientras que en los cabarets se estaban curtiendo y formando algunas otras voces interesantes que para fines de esa década comenzaran a llamar la atención, aunque su gran momento será en los años siguientes.

Quien haya vivido las largas noches de los años ochenta se habrá sorprendido con unas nacientes Osdalgia Lesmes, Haila María Mompié y Leonor Méndez; pero esos nombres –al menos los dos primeros—en aquel entonces no les decía nada.

Todo indicaba que el son, en voz y nombre de mujer se preparaba para volver por sus pasos. Cosas veremos, nombres diremos y sones cantamos.


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