Pablo Milanés está de retorno en la vida. Así parece anunciarlo este disco que por varias semanas he estado escuchando y disfrutando y que, de alguna manera, anticipa sus memorias sonoras; sus otras memorias imagino que estén por llegar.
Estándar (BIS MUSIC 1236) es un punto de ruptura en su discografía de los últimos tiempos, que estuvo caracterizada por un regreso al intimismo musical y textual que desarrollo junto al pianista José María Vitier en los discos Canción de otoño y Flor oculta de la vieja trova. Igualmente es una flecha disparada en la dirección opuesta a lo que se suele esperar de Milanés: va directamente al corazón de su pasado; a los comienzos de su vida, a sus memorias que son, de hecho, las memorias de una generación.
Musicalmente hay un regreso al formato de trío con el que se estableció en el gusto masivo tras salir del Grupo de Experimentación Sonora y, que en un comienzo, estuvo conformado por Eduardo Ramos en el bajo; Frank Bejerano en la batería y la percusión y Emiliano Salvador en el piano –lamentablemente los tres hoy fallecidos—solo que esta vez el ensemble está formado por Gastón Joya, Ramsés Rodríguez y Rolando Luna; nombres hoy altamente cotizados en el entorno musical cubano contemporáneo por su talento y creatividad.
Anteriormente decíamos que era un dardo lanzado en dirección opuesta y es que, por vez primera, Pablo Milanés canta en inglés y el repertorio escogido está conformado por 10 temas clásicos del cine norteamericano y cubren un periodo de cincuenta años. Debo aclarar cada tema originalmente se escribió para el formato de gran orquesta o de jazz band, que era lo que definía la música del cine en estos tiempos donde además de la música se requería de canciones conmovedoras y voces capaces de interpretarlas y convertirlas en hitos sociales. Un segundo paso de esta cadena era llevarlas al formato de discos de pasta o vinilo; la forma más común de atesorarlas y convertirlas en un producto masivo.
Sin embargo sería el jazz el refugio y motor que convertiría a muchos de estos temas en clásicos de todos los tiempos y les daría la categoría de estándar con que llegaran a nuestros días. Y dentro de este género el formato de trío de jazz será el motor impulsor de esta universalización al constituirse el acompañamiento musical por excelencia en la naciente cultura de bares y clubes que se expandió por el mundo a comienzos de los años cincuenta del pasado siglo y que definió la vida nocturna en muchas ciudades del mundo y de la Habana en particular.
Del cine al disco de 33 r.p.m. o Long Play en alta fidelidad. Esa fue la primera ruta de estas canciones. Los discos más famosos dedicados a la música en el cine venían bajo el sello Capítol y se agrupaban bajo la voz de dos grandes cantantes norteamericanos: Frank Sinatra y Johnny Mathew. Sus cubiertas impresas bajo la técnica del silk screen siempre aparecían sonrientes acompañados de hermosas mujeres en espacios que recordaban los decorados de las películas de las que provenían.
De aquellos discos hay uno que de forma recurrente escucho en un segundo plano mientras Pablo Milanés canta, el titulado La increíble voz de Johnny Mathew (1957), en el que coincidentemente están recogido parte fundamental de los temas incluidos en Estándar. Si nos atenemos cronológicamente a ciertos hechos culturales podemos afirmar que es el disco que marca el final de una forma de hacer cine y su música y el nacimiento de otra; lo mismo ocurrirá con las generaciones. Tras este disco vendrán Elvis y Ray Charles; Marlon Brandon y James Dean a ser los ídolos de una generación que será el motor impulsor de la contracultura. Y en Cuba a esa generación pertenecen Juan Formell, Pablo Milanés, Sergio Vitier, Carlos Cervantes, y Julio “el gago”; que aprendieron a escuchar esa música en los cines de sus barrios en aquellas funciones que cada domingo combinaban las películas del oeste con los dramas del momento.
Para quienes escuchen por vez primera Estándar se sorprenderán de escuchar a Pablo cantando en inglés y tal vez hasta se aventuren a juzgar su dicción, permitan que les recuerde que al menos su primer trabajo reconocido dentro de la música en Cuba fue cantar negros spirituals y cantos de góspel como parte del cuarteto Del Rey cada domingo en la congregación bautista que existe en el cruce de la Calzada de 10 de Octubre y la Avenida de Acosta. Sin embargo; cincuenta años después fue necesario que regresara a estudiar el idioma para hacer comprensible cada texto en su voz e interpretados en un tono menor al que estamos acostumbrados.
Pablo susurra cada texto, lo asume como una confesión en voz baja, a la que debemos prestar atención y; a diferencia de otras propuestas que la discografía cubana nos propone donde se asume el inglés como lengua fundamental; que nos permite acompañarle en cada tema sin necesidad de ser ducho en el idioma de marras. Simplemente se trata de prestar la debida atención y escuchar un par de veces el fonograma. Y aquí establece un punto de contacto con las interpretaciones originales tanto de Sinatra como de Mathew: podemos cantar entre todos cada tema. Esta es una de las virtudes del disco.
Al comienzo de estas líneas afirme que Pablo Milanés estaba de regreso, o de vuelta como suelen decir los adultos cuando cumplir más de setenta años es el gran triunfo dentro de su generación; y este disco es un regalo que se hace a quienes como él sobrevivieron a la guerra fría y son parte de quienes impulsaron la contracultura como actores pasivos o activos. Pero también estándar es un homenaje al feeling más ortodoxo; a aquel que nació en el callejón de Hamlet y que tuvo en los giros del jazz algunas de sus inspiraciones; no se olvide el vínculo de Milanés con este género que lo ha expresado a lo largo de toda su carrera y de su discografía.
Personalmente pienso que este fonograma es un regalo de vida que se ha hecho el cantante y compositor cubano; puede que sea una de varios; y que haya decidido compartirlo con nosotros; aunque su razón de ser sea alimentar la memoria de quienes como él han sobrevivido y se arriesgan a inventarse cada día para vivir a plenitud sus sueños.
Los músicos que le acompañan están a la altura de la música y del jazz; y aunque generacionalmente esta música no le es afín –incluso me atrevo a afirmar que rara vez han ejecutado alguno de estos temas como parte de su repertorio habitual—la disfrutan y a ella se entregan.
En un rincón de mi casa, en una improvisada penumbra, comparto un largo trago de ron con mi padre que lo mismo que Pablo era y es fanático de Johnny Mathew y pertenece a su misma generación. Es el día de su cumpleaños y ha estado en silencio por 36 minutos. Creo que sus recuerdos son lo único que le importa; tiene los ojos cerrados mientras contiene una lágrima y se traga sus pucheros. Alza su vaso mientras murmulla: play agin Sam* y vuelve a escuchar Estándar por vigésima vez en la noche.
*Se refiere a la famosa frase del personaje Ilsa Lund (Ingrid Bergman) al pianista Sam (Dooley Wilson) “Play it again, Sam” (Tócala, Sam. Toca), Casablanca (1942). El tema As Time Goes By de Herman Hupfeld
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