Foto: Ariel Cecilio Lemus
De exitosa se puede calificar la más reciente presentación del Conjunto Folklórico Nacional de Cuba con un programa formado por cuatro estrenos absolutos en agasajo a las seis décadas de existencia de la legendaria compañía.
Cumpliendo con los preceptos fundacionales defendidos en disímiles ocasiones por el etnólogo Rogelio Martínez Furé, la propuesta coreográfica dejó por sentado que "...el folklor no es un museo sino una cantera de formas vitales...", lo que se evidenció en el tratamiento diferente y atemperado que tuvieron las tres deidades del panteón yoruba (Shangó, Oshún y Elegbá), vistas desde la creatividad contemporánea de dos de los más importantes coreógrafos que engrandecen a la sexagenaria compañía en la actualidad.
Con la irreverencia de su tiempo, pero acompañado por el respeto a la estética de la formación músico-danzaria los jóvenes Yandro Calderón Martínez y Leiván García Valle devolvieron a la escena la fuerza y la vitalidad que marcó el trabajo de la compañía, reviviendo la complicidad con el público que supo demostrar su agradecimiento entre risas, largas ovaciones y hasta lágrimas de emoción.
Resultado de una profunda y minuciosa investigación y de largas jornadas de trabajo que excedieron los tres años, los artistas involucrados en el espectáculo Bara marcaron, tal vez sin proponérselo, un punto de giro en la teatralización de la danza folclórica, desde un pensamiento dialéctico y renovador.
Sin pretender una ruptura con la línea de trabajo del Conjunto Folklórico Nacional de Cuba los integrantes de Bara trajeron a estos tiempos un discurso coreográfico basado en los orígenes de las danzas Yorubas, su gestualidad y sonidos, ejecutados con limpieza y profesionalidad por los jóvenes músicos y bailarines comprometidos con la preservación de la identidad cultural de la nación.
Eshu y Elegbá (las dos caras de una misma moneda)
Fotograma del audiovisual
Elegbá es la deidad yoruba que abre y cierra los caminos, está en todas partes y las cuatro esquinas es uno de sus espacios preferidos, energías que confluyeron en el desarrollo del espectáculo que tuvo por escenario la locación de Habana Espacios Creativos, perteneciente a la Oficina del Historiador de la Ciudad y donde estuvieron creadas todas las condiciones para el éxito y el diálogo cercano artistas-público.
Para abrir un toque de güiro a Elegbá protagonizado por los instrumentistas de la compañía y danzado por niños que en consonancia con el orisha hicieron de las suyas y atraparon la atención de quienes llegaban hasta la intersección de las calles Habana y Teniente Rey, donde cuatro esquinas vivas complementaron el escenario perfecto para la materialización del sueño de los talentosos artistas.
Foto: Ariel Cecilio Lemus
Cerrando el espectáculo y levantando a todos de los asientos para robarles sentidos aplausos regalados desde el corazón llegó la obra que da nombre al espectáculo y que nació hace tres años como resultado de la beca de creación El Reino de este Mundo, otorgada a Leiván García Valle por la Asociación Hermanos Saíz.
Ésta creación, parafraseando a su artífice, es el resultado de una investigación coreográfica dirigida a los conceptos filosóficos de las divinidades Eshu y Elegbá, y en mi opinión también una ventana para asomarse a conocer otras cuatro "caras" de estas deidades.
Es así que llegaron a la escena el niño travieso (Dayán Rodríguez/ Osmany Esquijarrosa), el policía (Yosiel Vega), el sabio (Jhonly Drago) y el mendigo (Richard Posada), éste último magistralmente defendido por el primer bailarín quien puso en la escena a quienes en cualquier calle del mundo en muy pocas ocasiones son bien vistos.
En apuesta por una escena diferente y con la asesoría del actor Jorge Enrique Caballero a la música y la danza se sumó la actuación, en la que se involucraron todos en una simbiosis poco vista en los últimos tiempos dentro de la creción dazaria más apegada a las tradiciones.
Del batá al piano y de ahí a la quena
Foto: Ariel Cecilio Lemus
Más singularidades tuvo el nacimiento de Bara y esta vez fue la música la encargada de encantar a los presentes cuando identificaron en el escenario a dos de los más prestigiosos jazzistas de estos tiempos: Alejandro Falcón (piano) Rodrigo Sosa (quena).
En una alianza sin precedentes ambos instrumentistas dialogaron con las sonoridades del tambor batá para construir una admósfera musical de excelencia en la interpretación de dos de las obras de Falcón recogidas en su disco Mi monte espiritual, defendidas por los danzantes desde el compromiso con las expresiones más raigales de la cultura cubana.
Así el talentoso y polivalente Yandro Calderón concibió una danza llena de significados y emociones para Shangó (Obá meyi), en la que compartió protagónico con el versatil Harold Ferrán logrando una atmósfera que el público supo agradecer.
La diosa del amor y la sensualidad (Oshún) llegó defendida por las bailarinas y protagonizada por Yulién Fernández, una de las figuras cimeras de la compañía, quienes danzaron la creación concebida por García Valle para Vals para Oshún, mirándola desde la maternidad.
Las jornadas de 24 y 25 de junio fueron especiales para los músicos involucrados (Yandy A. Chang Pérez, Leonardo Ruiz Veldarrain, Harold Ferrán Molina, Edgar Berroa y Damián Garrido), quienes más allá de su función como instrumentistas formaron parte de un espectáculo de lujo en el que mostraron otras facetas nuevas para muchos de ellos.
De Julián a Julia, un salto imprecionante
Foto: Ariel Cecilio Lemus
Muy convincente fue la actuación de la bailarina alemana Julia Von Oy, quien dió vida a Julián en una coreografía también del talentoso Leiván y en la que con la mística de la Columbia (ritmo integrante del complejo de la Rumba cubana) gritó por la no violencia contra mujeres y niñas.
Superando las expectativas de muchos que ya conocían la obra desde la escena digital Julián maduró en su paso hacia las tablas, poniendo al descubierto las cualidades de su protagonista para la ejecución de un estilo danzario en el que los hombres han creado un feudo pocas veces penetrado por mujeres.
Diálogo con los músicos, limpieza en la danza y compenetración con la manera original de bailarla fueron los ingredientes que provocaron la ovación del público en ambas salidas a escena, para una joven en la que conviven su cultura natal y la cubana, que adoptó para defenderla y ponderarla.
En mi criterio Bara fue un excelente regalo en el año del centenario de Ramiro Guerra (padre de la danza contemporánea en Cuba), quien se hizo presente desde el momento de la creación del espectáculo, quizá desde el subconsciente de cada uno de los implicados.
Es éste, entonces, un momento para reflexionar en cómo hacer que las expresiones de la cultura popular cubana que se llevan a la escena se acerquen más a los tiempos que corren y a los protagonistas de la sociedad actual, sin romper con conceptos y definiciones, pero con aires contemporáneos, para materializar la sentencia del Dr. Martínez Furé en la que reza;
"...el arte que asume el folclor debe ser capaz de hablarle a los hombres y mujeres de hoy con conciencia de su pasado y evitar el espejismo de convertirse en producto exótico para el consumo de turistas ociosos…"
Fotogramas del audiovisual
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