Santuario de El Cobre
Su profesión de fe católica lo identifica espiritualmente ante los cubanos, tanto como su vocación humanista y revolucionaria. Es un renovador por naturaleza y hombre dotado del don de la palabra, que espolea y embellece si de defender la identidad, el patrimonio y la historia patria se trata.
Eusebio Leal Spengler reconoce de esta nación la acrisolada religiosidad, tan explícitamente simbolizada en su entorno cotidiano. El Centro Histórico de La Habana, en el cual lidera un proceso de rehabilitación que proyecta la ciudad futura desde sus valores patrimoniales, es un espacio ecuménico donde conviven en perfecta armonía todas las creencias y expresiones de fe que coexisten en Cuba.
Entre sus devociones están la vida, las obras y la palabra vital el presbítero Félix Varela que fundó, desde la teología y el pensamiento filosófico, el compromiso con una nueva identidad criolla y americana. Conversar con el Historiador sobre la religiosidad del cubano es adentrarse en la tan diversa, espontánea y poderosa profesión de fe de una Cuba fervorosa.
Usted ha dicho que no existe constancia histórica de que durante su primer viaje a América, Cristóbal Colón incluyera sacerdote alguno. ¿Fue entonces la evangelización un propósito posterior al descubrimiento del Nuevo Mundo?
No, lo que ocurre es que el año 1492 fue de acontecimientos muy dramáticos en la historia de los reinos españoles. La conquista en el extremo sur, la capitulación de Granada y la entrada de los Reyes Católicos, ponían fin a siglos de presencia cultural y dominación política musulmana.
Por otra parte, está la expulsión de los judíos, que ocurrió precisamente unos pocos días antes de la partida de Cristóbal Colón, cuando quedó firmado el Decreto de la Alhambra del 31 de marzo de 1492. La situación política interna se estremecía por hechos que tenían que ver con el suceso militar y el acontecer político, y por consiguiente, de gran trascendencia económica.
Cuando los reyes –fundamentalmente la reina– conceden los privilegios y potestades a Colón en el campamento de Santa Fe, a las puertas precisamente de Granada, le abren el camino de un viaje hacia lo ignoto.
Durante muchos años aprendimos que fue necesario reclutar marinos, pero también presidiarios para realizar la travesía, porque sentían verdaderamente terror a cruzar más allá de lo que se consideraba el mundo conocido, hacia el mar incierto, el mare horrendum.
Ese viaje debió contar con un sacerdote… pero al parecer no fue así; es una incógnita. Solamente en el segundo viaje de Colón, cuando se estaba ante un hecho probado, acuden al llamado, desde el monasterio de Montserrat, en Barcelona, un grupo de monjes franciscanos. Y entonces se nombra a un primer nuncio papal, para lo considerado una nueva parte del mundo: el Nuevo Mundo.
Había mucha confusión en relación con ese otro mundo, y comenzó un debate filosófico, teológico y moral sobre si los seres humanos que lo poblaban, tan diferentes, esas criaturas que resultaban relativamente extrañas a ellos, tenían un alma inmortal o no.
El debate fue largo, y derivó en un suceso trascendente: el nacimiento del humanismo moderno, tras la contienda librada por el padre Bartolomé de las Casas y otros batalladores, en Valladolid, por la causa del aborigen americano. Por otra parte, pervivía el criterio de la defensa del derecho de conquista, que fue, es y será siempre un derecho bárbaro.
Evangelización de los indios
La regencia de Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla influyó, sin dudas, en las características de la Iglesia Católica que se asentó en América y especialmente en Cuba. ¿De qué modo nos la describiría?
Primero fue el debate o el gran diferendo entre las coronas española y lusitana. Todo esto va a quedar resuelto, en gran medida, por el Tratado de Tordesillas (1494), que ratificaba la división del mundo dictada por el papa Alejandro VI (el papa Borgia), trazada sobre un globo terráqueo para marcar una parte a favor de Portugal y otra a favor de España.
La reina católica era castellana. Su cristianismo tenía las características y rasgos que identifican a la fe española, que es la del calvario, la crucifixión y la resurrección, que todavía se vive con tanta intensidad en la Península y fundamentalmente en el sur, en Sevilla. Hoy el mundo andaluz es el de los pasos de la cruz y del calvario, del Sermón de las Siete Palabras, de la Virgen de los Siete Puñales, que son precisamente las siete palabras de Cristo en la cruz.
Fernando, como hijo de un mundo europeo más profundo, tenía otros conceptos. De hecho, hoy sabemos que hubo una equiparación de ambos hasta en el lema heráldico escogido para su reino: “Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando ”. Pero en el tema del descubrimiento, fue la reina católica quien auspició esos viajes. “ Por Castilla y por León, Nuevo Mundo halló Colón ”, se dirá en el escudo que se conceda posteriormente al Almirante. El rey tendría su influencia, pero la determinante fue la reina. Aun en su testamento, ella manifiesta sus enormes preocupaciones de fe. Era verdaderamente una mujer de fe. Fernando era otro carácter, otra forma de pensar y de ver el mundo. En realidad, a la muerte de Isabel todo cambió.
¿La llamada evangelización propició también el dominio económico y político español en el Nuevo Mundo?
La evangelización es el acompañamiento ideológico de la acción conquistadora. Pero no podemos juzgar ningún acontecimiento histórico desde nuestros días, con los tamices de hoy; debemos verlo figurándonos cómo se pensaba entonces. El pensamiento era muy diferente.
Siempre he creído que la historia no es como quisiéramos, sino como fue. La conquista es la historia de la humanidad; de los que triunfan y los que son dominados circunstancialmente; porque, por lo general, luego se produce una conquista del conquistado sobre el conquistador.
Roma fue implacable con los etruscos, y con Grecia – hasta Adriano –, pero asimiló su cultura; el imperio absorbió esa cultura. No solamente las dominó, sino que desarticuló lo que fueron alguna vez ivilizaciones trascendentales, de las cuales, en gran medida, es heredera. Así mismo, el primer imperio chino significó el dominio sobre todas las etnias, pueblos y reinos.
Los conquistadores aztecas llegaron hasta los confines de su imperio imponiendo tributos, vasallaje, y exigiendo vidas humanas para realizar sacrificios que ellos creían que aplacaban a los dioses y alimentaban su culto. Por otra parte, los incas avanzaban sometiendo de una manera brutal a todos los pueblos que no se plegaban a su poderío.
En lo que llamamos el Caribe, no ha quedado el nombre de los mansos, de los ciertamente tranquilos siboneyes, ni siquiera de los taínos, que no fueron precisamente guerreros feroces; ha quedado el nombre de los fieros caribes que, procedentes de las islas más pequeñas de las Antillas, irrumpían como grupo dominante, robando mujeres, saqueando cosechas, asolando pueblos.
Los vikingos llegaron a la América del Norte antes que Cristóbal Colón, pero no regresaron para contar la historia. No soy partidario de atribuir a la conquista española únicamente el gran pecado de subordinar o someter a los pueblos antiguos. De hecho, como resultado posterior a ese acontecimiento, surgió un Nuevo Mundo de verdad, una nueva cultura, de la cual todos nosotros somos hijos.
La conquista no habría sido posible sin la participación de los pueblos indígenas, quienes se levantaban contra el dominio de su opresor y creyeron ingenuamente que en el recién llegado tendrían la fuerza vindicadora de sus derechos. Después fueron sometidos de igual forma.
Pero la evangelización consiguió realizar, hasta cierto punto, un mestizaje cultural, ideológico, material, étnico, que dio como resultado lo que hoy llamamos con el nombre de América, y que no sabemos cómo se llamó antes, porque estaba profusamente fraccionada.
Padre Félix Varela
¿A qué se debe la religiosidad heterogénea que se manifestó posteriormente en América? ¿Tuvo el catolicismo una expresión diferente en nuestro continente?
Después de Carlomagno, los reyes de Occidente necesitaron siempre la unción papal para reconocerse legítimos. Napoleón desafió al papa Pío VII, y en el acto de coronación, en el momento en que el pontífice iba a inclinarse a tomar la corona, la asió él, se la colocó a Josefina y después se la puso él mismo; es el que se atrevió a desafiarlo, e hizo venir al papa desde el Vaticano hasta París para pasar por semejante humillación. Jamás, en mil años, se había visto algo semejante. Hasta ese momento, todos los reyes tenían que ser coronados por el papa; buscaban esa legitimidad, porque el cristianismo era la fe de Occidente.
A partir del acontecimiento evangelizador, van a producirse sucesos y a desencadenarse sinergias completamente diferentes. En el propio Santo Domingo – el nombre simbólico que Cristóbal Colón le dio a esa isla donde se asentaría por vez primera fue La Española – surgen las grandes protestas: la primera fue de fray Antonio de Montesinos, que en su Sermón de Adviento hizo la gran crítica contra la encomienda y la explotación; una protesta violenta en nombre de la fe. La continuarán otros dominicos ilustres. Entre los juzgados moralmente durante la Pascua de Adviento de 1511, estaba Bartolomé de las Casas, quien luego, en Cuba, defendería a los indios, encomendados para ser evangelizados, no para ser inmisericordemente explotados.
Bartolomé de las Casas se convierte en el defensor a ultranza de las encomiendas, junto a Montesinos, Pedro de Rentería, y posteriormente otros, como Vasco de Quiroga (Tata Vasco), Juan de Zumárraga… Ellos desacralizaron el hecho conquistador e intentaron independizar fe e ideología del proceso de conquista, tratando de otorgarle a la fe su verdadero contenido.
Es cosa muy reveladora que se va a repetir a lo largo del tiempo muchas veces. No olvidemos que quien primero rompió la cadena de la subordinación a la monarquía en el continente americano, específicamente en México, en 1810, fue un teólogo, sacerdote rector de seminario, Miguel Hidalgo y Costilla, Padre de la Patria mexicana. Su poderoso continuador fue precisamente otro sacerdote: José María Morelos. Y un tercero, el Benemérito de la Patria, el padre Mariano Matamoros.
En Cuba, el que “nos enseñó primero en pensar ” fue precisamente Félix Varela, al decir de José de la Luz y Caballero. Varela fue el iniciador; el horizonte de las ideas emancipadoras y antiesclavistas está en él, al margen de la sangre derramada, del sacrificio de los precursores, del dolor de los esclavos, de los líderes ignotos nacidos de la propia esclavitud o de los indígenas, que lucharon ferozmente, desde Anacaona y Caonabo, hasta Hatuey, Guarina, y todavía, en el siglo XVIII, en el Perú, Túpac Catari y Túpac Amaru II. Quiere decir que hubo una gran rebeldía.
Muchos de estos rebeldes van a serlo también en nombre de que hay una contradicción entre colonia y emancipación, entre colonia y abolición de la esclavitud, entre colonia e ideal republicano, que va a ser todo un proceso liberador, en el cual siempre encontramos al sacerdocio católico y están presentes los cristianos.
En el sur de América, el padre Juan Pablo Vizcardo y Guzmán fue el gran peruano jesuita expulsado, ideólogo precursor de la independencia americana.
Cuando se proclama la soberanía de Venezuela y el gobernador y capitán general Vicente Emparan y Orbe intenta consultar al pueblo en un acto desesperado por mantener el dominio monárquico, es un canónigo chileno, José Cortés de Madariaga, quien, apostado detrás de Emparan, hace gestos con sus manos al auditorio, como diciendo: de eso nada, aquí lo que hace falta es que se vayan.
En las propias cortes de Cádiz, hace doscientos años, cuando América estaba en llamas, lo más progresista de España se aglutina en esas cortes, y en su gran mayoría, eran sacerdotes. Por eso, la Constitución de Cádiz, que clama porque el rey se someta a la Constitución y por ser ciudadanos y no vasallos, no toca el tema religioso.
No olvidemos que Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria cubana, entra bajo palio en la iglesia de Bayamo; Bolívar recibe el reconocimiento por parte de la Iglesia rebelada, y también José de San Martín. No es una historia fácil; es una historia compleja.
En América surgió una nueva cultura, una civilización otra, fruto del encuentro que se manifestó en el humanismo, la literatura, el arte, en todo. Por ejemplo, la arquitectura, en los países conquistados, reflejaba un poco el efecto estético del conquistador sobre los conquistados y el efecto de los conquistados sobre el conquistador. En las misiones cristianas en Manila, donde se realiza arte para el Nuevo Mundo en marfiles, carey y otros elementos, las figuras humanas llevan rasgos orientales.
En el lago Titicaca he visto una gran iglesia levantada mediante el uso de monolitos que representan ídolos antiguos. Y junto al sagrario de la catedral de México – donde, por cierto, se casó José Martí –, está el Templo Mayor, que va emergiendo del fondo de la laguna, en la medida en que le fue retirado el peso de la ciudad colonial o virreinal.
Coexisten en América dos culturas que se van a unir en una sola: en el Inca Garcilaso de la Vega, en Sor Juana Inés de la Cruz… en nuestra propia sangre. Hay indígenas puros en el continente; sobre todo en el Alto Perú, en el Estado Plurinacional de Bolivia; en Venezuela, en la selva, los yanomani o “hijos de la Luna”; en Brasil; en México, en el istmo de Tehuantepec, en Chiapas… pero todos llevan el sello de la cristianización.
El Caribe se convirtió en un verdadero Mediterráneo americano. No podemos afirmar que España conquistó; España era múltiple, todavía permeada del mundo musulmán, judaizante. El monumento más bello, la mezquita catedral de Córdoba, es en un emblema de la interculturalidad, y en su interior encontramos la tumba del Inca Garcilaso de la Vega. Son símbolos de ese mundo.
La España que llegó a esta zona del mundo era múltiple; el África que vino, la América que hallaron, eran múltiples. Y de todo eso se formó lo que Simón Bolívar definió en la Carta de Jamaica como una especie de pequeño género humano.
San Lázaro, que es Babalú Ayé. Lo más interesante es que en el santuario nacional de San Lázaro están las dos representaciones: el San Lázaro obispo y el Lázaro de las muletas y los perros
Cuba se declara constitucionalmente como un estado laico, pero ¿significa esa definición legal el no predominio de una religiosidad mixta?
Cuba ha resistido, está aquí, es una singularidad en el mundo; a mi juicio, no se parece a nada. Recorremos nuestros propios caminos, y aun de nuestros propios extravíos como diría Martí surge una experiencia que permite enrutar la nación desde su presente hacia el futuro.
En nuestro pasado aparecen fuentes y raíces cristianas que los papas en sus viajes han exaltado y que la nación ha reconocido, aunque constitucionalmente seamos un Estado laico. En nuestra Constitución uno de los más importantes resultados fue suscribir el derecho a la religiosidad personal, colectiva y al mismo tiempo pública, de los creyentes.
Cuba es un mosaico de expresiones religiosas, aunque los católicos practicantes constituyan una minoría, porque en su mayoría los cubanos que se llaman católicos lo son “a su manera”. Entiendo el catolicismo como el catolicismo sacramental, de quienes cumplen los preceptos y los sacramentos de la Iglesia y los observan, no es solamente por el bautismo – y hay muchísimos, una miríada de cubanos que ni siquiera están bautizados –; existen además diversas confesiones cristianas, que vienen del protestantismo tradicional.
El papa Juan Pablo II, en sus discursos en Alemania, puso en su lugar el papel de Martín Lutero y de la Reforma en la historia de la humanidad, que es innegable. Por nuestras propias relaciones históricas con los Estados Unidos, el protestantismo, que llegó allí con los puritanos en 1620, se implantó como una forma de fe religiosa. Por otra parte, toda una gran población cubana, fundamentalmente la que tiene su origen en África, ha heredado de sus padres, abuelos y ancestros una fe sincera; una fe que a veces es panteísta, fe en la naturaleza; que es animista y cree en ese mundo que comparten también en gran medida muchos españoles. En Galicia se cree en los espíritus de los muertos que conviven con las personas: la Santa Compaña; se habla de brujas o aparecidas en las lagunas. Existen lugares mágicos como San Andrés de Teixido, donde se dice que si no se va de vivo, se vuelve de muerto. Todo esto es una gran realidad que anima la religiosidad cubana.
Por otra parte, en el campo cubano, por el contacto habitual con el entorno, el campesino ha sido muy animista, proclive a reverenciar la naturaleza. En el valle de Viñales, por ejemplo, un grupo creía y cree todavía en algo tan antiguo como el valor purificador del agua, que era el principio de todas las cosas para Tales de Mileto en la Grecia Antigua.
Y dentro de los propios africanos, quienes como los españoles tenían distintas procedencias, se reconocen disímiles influencias religiosas. La Regla de Ocha es lo más extendido, lo que llamamos la santería, en la cual hay una asimilación, no táctica, sino sincera, por reconocimiento, por homologación, entre los santos católicos y las divinidades africanas. Así Santa Bárbara es Changó, Orula es San Francisco, Yemayá Olokun es la virgen de Regla, y eso es creído y acatado con fe sincera.
Desde el año 1714, la virgen de Regla, cuya primera imagen fuera tallada por San Agustín de Hipona, conocido como “el Africano”, es reverenciada por los africanos y por marineros hispanos y criollos en el puerto de La Habana, y su cofradía estaba formada por negros de nación zape, una de las tantas etnias africanas.
¿Qué decirte del culto a San Lázaro, que es Babalú Ayé? Lo más interesante es que en el santuario nacional de San Lázaro están las dos representaciones: el San Lázaro obispo y el Lázaro de las muletas y los perros que, por cierto, lo contemplé en Sevilla en un precioso mural del siglo XVII.
Ese Lázaro, el de la parábola de Jesús del rico epulón y el pobre Lázaro que quizás vivió Cristo como una experiencia real, transmitida en forma de parábola o discurso poético a sus seguidores, era representación de fe española y antigua.
¿Y qué decir de Ochún, la virgen de la Caridad, de cuya aparición en el oriente del país celebramos el aniversario 400? Por cierto, en la fe popular la virgen de la Caridad se muestra con el barco, y en la original de El Cobre no es así.
En todo momento se produce un sincretismo importante, tanto cultural como religioso, etnológico y etnográfico, que es determinante para poder realizar una interpretación verdadera de Cuba.
Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba.
Reza la leyenda popular que la Virgen de la Caridad del Cobre esa aparición en 1612, flotando en aguas de la bahía de Nipe, de la virgen de la Caridad del Cobre. ¿Cómo nos explica usted el devenir de esa advocación mariana como Patrona de Cuba?
En México se dice que se puede no ser católico, pero no se puede dejar de ser guadalupano. Quiere decir que la fe en Tonantzín – como se le llama a la virgen de Guadalupe por sincretismo con la divinidad azteca –, que no es ya la Guadalupe proveniente de la Extremadura española, se convierte en un símbolo nacional desde que el padre Hidalgo la toma como estandarte y la lleva cual bandera de la lucha por la independencia mexicana. Ella deviene algo entrañable para el pueblo mexicano y trasciende la religiosidad al convertirse en un signo de identidad. Es un retrato del país mestizo, porque aparece Tonantzín en la tilma del indígena Juan Diego. Todo un misterio.
Como fruto de la evangelización surgió una teología de América, con símbolos para América. He contemplado en el Vaticano, en el Tesoro de la Catedral de Milán – San Carlos y San Ambrosio, obispos de Milán, fueron muy venerados en Cuba: el cuartel general del Ejército era el de San Ambrosio, la fortaleza es la de San Carlos, el seminario es el de San Carlos y San Ambrosio, en Santiago de Cuba el club se llama San Carlos –, una mitra hecha con plumas de colibrí que nadie podía imaginar. Los papas nunca vistieron pontificales de tal belleza ni de tal extrañeza.
Ese deslumbramiento quizás viene del penacho de plumas de quetzal, únicas, que se encuentra en el museo de Viena y que es tan reclamado por los mexicanos. Se trata de un ofrecimiento de Moctezuma a Hernán Cortés, tratando de honrar a los recién llegados para que se fueran.
La virgen de la Caridad es, a mi juicio, de un simbolismo muy poderoso allá en el horizonte de los tiempos, cuando la resistencia indígena todavía persevera y en las minas de cobre, en el oriente del país, trabajaban los esclavos del rey. En medio de un ciclón, en una de las bahías más grandes del mundo, los tres Juanes buscaban sal en las inmediaciones del que todavía se llama cayo de la Virgen, y en esos mares encontraron una imagen sobre las aguas, probablemente proveniente de un naufragio.
Fíjate que no se habla de la aparición; se habla del encuentro, del hallazgo. Entonces llevan esa imagen, al parecer identificada con un atributo en que se dice “Virgen de la Caridad” o “Yo soy la Virgen de la Caridad”, y ese culto mariano, que estaba ya en Santo Domingo, en México, en todo el Caribe y en el continente evangelizado, va a parar al hato indio de Barajagua, y va a ser llevada la imagen a las minas de El Cobre, después de un largo peregrinaje, y allí se detiene para la gloria de Cuba.
Es curioso que los barqueros fueran tres personas muy humildes: un negro, que aparece orando y por vez primera desempeña un papel protagónico en nuestra historia, si tenemos en cuenta el valor que supone la oración para todo hombre de fe de cualquier religión; un indígena, que lleva un remo, y el otro, al parecer un indígena españolizado, o quizás español de origen indígena, como aquel Velázquez de la familia de Diego Velázquez, criado en esa casa, quien se convirtió en el primer maestro, al que Cintio Vitier cita en su obra monumental “Ese Sol del mundo moral”.
Poseedores del idioma que unifica al pueblo cubano, el castellano, indio, español y africano navegan en una barca. Y nosotros somos una isla. La prefiguración es clara: en esa barca viaja lo que somos. Prescindiendo de alguno de los elementos que ahí están, dejamos de ser.
Esos tres barqueros llevan la imagen a las inmediaciones de las minas de cobre, y ella, al mismo tiempo, tiene el color del cobre. Es una virgen mestiza, de pelo negro y ojos oscuros. Es una virgen que con el tiempo se convertiría en símbolo de la rebeldía de los esclavos de El Cobre, que se levantan ochenta años antes de la abolición de la servidumbre, y es reconocida su libertad por su epopeya; es la virgen de los sobrevivientes de las familias que llevan sangre indígena, y es también el culto del cubano.
Los españoles tenían los suyos: tenían a Santiago Apóstol, a la virgen del Pilar, que eran invocados inclusive en la lucha emancipadora. Carlos Manuel de Céspedes, en una de las últimas páginas de su diario, le cuenta a Ana de Quesada, su esposa, cómo ha perdido la virgen de la Caridad que ella le había enviado y él llevaba atada al cuello.
Emilio Roig conservaba una estampa en la cual aparecía la virgen de la Caridad también como patrona de los Voluntarios. Era una devoción tan popular, tan arraigada, que incluso se confrontaba políticamente entre unos y otros.
El Cobre tiene mucha simbología. En el santuario está la virgen de la Caridad que doña Lina Ruz envió a su hijo Fidel Castro para protegerlo en la lucha rebelde. Un hombre como Ernest Hemingway llevó la medalla del Premio Nobel y la colocó a sus pies. Y no era el escritor norteamericano precisamente un católico, pero la entrega a la virgen en un acto de amor al pueblo cubano. Al margen de ser católicos, protestantes, animistas, panteístas… todos llevamos en la sangre un reconocimiento a valores sin los cuales Cuba no sería Cuba, y uno de ellos, a mi juicio, es la Caridad del Cobre.
Septiembre 15, 2015.
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