Palabras de Abel Prieto, Director de Casa de las Américas, en la presentación de la Exposición "Memoria"
Cuando Corina me pidió en la UNEAC, hace unos días (precisamente cuando conmemorábamos el centenario de Cintio), que dijera unas palabras en esta inauguración, le respondí que sí, sin pensarlo dos veces. En primer lugar, porque para mí es muy difícil decirle que no a Corina, a quien quiero mucho, y, en segundo lugar, porque me resulta todavía más difícil no acompañar en una ocasión como esta a Lesbia, que es, todos sabemos, una persona merecedora de la mayor admiración, doblemente admirable, como artista en primer lugar, porque es una de nuestras grandes creadoras, que ha hecho y sigue haciendo contribuciones valiosísimas al panorama de la visualidad de la nación, y también como un ser humano realmente excepcional.
Es imposible pensar en Lesbia sin tener presente su generosidad, su vocación de servicio, su disposición permanente a ayudar a los demás, su “aura” limpia, como dicen los espiritistas, su forma tan genuina de instalarse en la vida (ajena a toda “pose”, al más mínimo artificio), su armadura para protegerse contra intrigas y mezquindades, su espíritu unitario natural (que tanto aporta cotidianamente a la UNEAC, como aportó antes a la Casa de las Américas) y algo más que la caracteriza radicalmente desde muy joven: su entrega absoluta a la Revolución.
Aparte de esas muchas virtudes y de todo su talento, los dioses la premiaron con otro don prodigioso: su eterna, invencible juventud, que se burla de los calendarios tradicionales y del temido Cronos y nos sorprende todos los días. Ese lugar común que se repite tan menudo (“la juventud es un estado del alma”) se prueba de manera irrebatible en el caso de Lesbia.
Como grabadora, como dibujante, como pintora, como creadora de esos “objetos” misteriosos, hechos con retazos de sueños y recuerdos, Lesbia borra las fronteras entre lo cotidiano, lo minúsculo, “las pequeñas cosas” que tanto amaba Eliseo Diego, y la intención trascendente del arte, entre el ámbito familiar y casero y los universos de indagaciones más ambiciosas, y también borra las fronteras entre lo que pensamos que puede ser fugaz y aquello que consideramos perdurable. (Por cierto, Miguel Barnet hizo una observación muy aguda en un texto que escribió a propósito del otorgamiento a Lesbia del Premio Nacional de Artes Plásticas: “Lesbia se niega a lo efímero y le concede a todo lo que toca el don de la perpetuidad.”)
Quiero felicitar al Museo, al Consejo de la Plástica, a la UNEAC, a todas las instituciones que hicieron posible el catálogo de Memoria. Es, de verdad, un formidable catálogo, hecho con un gusto exquisito, capaz de sintetizar el espíritu de esta gran exposición, que se llama Memoria y va a ser memorable en sí misma y nos permite apreciar la originalidad de la mirada de Lesbia y su forma única, singularísima, de entender el arte y de entender lo cubano.
Me gustó mucho que Normita encabezara sus palabras en el catálogo con una cita de “Muerte de Narciso” de Lezama, Dánae teje el tiempo dorado por el Nilo, es muy acertado, porque ahí Lezama nos está hablando de un personaje femenino de la mitología griega que se dedica a tejer el tiempo que fluye y lo hace usando las aguas del río que fluye. En su obra, como Dánae, Lesbia está tejiendo el tiempo y las aguas, los utiliza como parte de sus collages. Pero Normita nos recuerda algo más, que estamos ante “una muestra que se erige en testimonio trascendental del camino recorrido por la artista, del tramado del tiempo a través de sus manos, (…) dueñas de todos los oficios, artífices de sus fantásticas narraciones en las que hablan o interrogan la mujer y la historia sin abandonar el lirismo y el humor”.
Hay algo literario, narrativo, sin ninguna duda, en la obra de Lesbia (algo que hablaba con la compañera Teresa Toranzo, que curó junto a Lesbia esta exposición. Por cierto, Teresita, en una entrevista que le hace Cubarte, insiste con mucha humildad en que la curadora fue Lesbia y ella fue su asistente).
Virginia Alberdi, en sus atinadas palabras al catálogo, subraya que al premiar a Lesbia se estaba jerarquizando “una entrega que va mucho más allá de la producción artística en sí misma, en la cual es imposible separar creación y vocación, servicio y compromiso”, en suma, “una trayectoria ejemplar”.
Pero, después de revisar el catálogo, de leerme sus textos y de examinar sus ilustraciones, me di cuenta de que aquí en el Museo había ocurrido algo mágico, algo muy especial, y que debía venir a verlo antes de la inauguración. Hablé con Normita y con Jorge, y tuve la fortuna de que esta mañana me estaban esperando la subdirectora del Museo y otras compañeras más. Me ayudó en particular Teresita Toranzo (ya hablé de ella), que se ve que es una conocedora de la obra de Lesbia y una admiradora suya.
Fue muy útil para mí recorrer con calma esta exposición. Primero es hermosísima y tiene una coherencia sorprendente, muy bien pensada y meditada. Sus fundamentos, muy claros, tienen que ver son el repaso que hace la creadora de su trayectoria vital, como persona y como artista.
Lesbia dedica esta exposición “a quienes no olvido y recuerdo casi a diario”: a sus padres, su abuela, su hermana, la también artista Odenia Vent Dumois, fallecida prematuramente (me conmovió el grabado que hicieron al año de su muerte). Y a Carmelo, “mi maestro, compañero de toda la vida”. Tanto Carmelo como Odenia, invitados por Lesbia como figuras esenciales en esta contemplación memoriosa, tienen obras en la exposición.
Los recuerdos empiezan reducidos a una especie de cajitas de fósforos ilustradas, retratos pequeñísimos y, quizás por eso, dotados de una fuerte densidad espiritual. Funcionan como una invitación al viaje. Son chispas que crecerán más tarde.
Es antológica la pintura “¡¡Miren al pajarito!!”, de 1967, donde se representa, posando para una foto, a un matrimonio acompañado por una galería de sus antepasados y fantasmas. Esta pieza me hizo pensar que Lesbia distingue dos tipos de memoria: la memoria como principio creativo y fecundante y la memoria deslucida, momificada y retórica que marca a la pareja de “¡¡Miren al pajarito!!”. O la memoria de lo vivido y sufrido que pesa sobre “La novia”. La ironía funciona como un instrumento agudísimo (aunque no despiadado) para esta distinción. Lesbia nunca es despiadada.
La ironía de esa obra de 1975, “La novia”, de la serie Viejas postales, se expresa en el modo en que la mujer mira al vacío o quizás al futuro mientras soportaba la carga de un lastre, de una tropa (caricaturesca y patriarcal) de personajes impresentables. De la misma serie, como un segundo capítulo, inevitable, que sigue al primero, “Al fin”, la boda, una trampa, la entrada de la novia a un mundo floreado, sí, pero sórdido.
Lesbia ejercita una ironía que revela y denuncia esquemas y convenciones sociales burgueses; pero que no es jamás, repito, una ironía destructora ni mordiente. Es una ironía agridulce, risueña, muy cubana, que usa con sobriedad y sabiduría el recurso del componente grotesco propio del expresionismo.
Virginia Alberdi dice con acierto: “Lesbia hace memoria y se inclina ante ella. Esta exposición registra etapas, pero a la vez anuda los hilos de una construcción coherente y paciente, obstinada y venturosa, de imágenes sentidas, pensadas y vividas. No todo artista puede darse el lujo de rendir cuentas de esta manera. No todo artista se rejuvenece en cada desafío y los encara como si en ello le fuera la vida misma.”
Tiene mucha razón Virginia: “No todo artista puede darse el lujo de rendir cuentas de esta manera.”
El conjunto de dibujos y collages en homenaje a siete escritoras y artistas y a un personaje literario es uno de los grandes momentos de la exposición: las piezas dedicadas a Virginia Woolf, a Frida Kahlo, a Isadora Duncan, a Rita Montaner, a Violeta Parra, a Tina Modotti, a Carmen Mondragón y a la Lucía Jerez imaginada por Martí. Yo les sugería a las compañeras del Museo que le compraran a Lesbia ese conjunto y algunas piezas más de Memoria.
“Guantanamera” y “¡¡Miren al pajarito!!”; los collages dedicados a Martí, la almohadilla extraordinaria de la carta a María Mantilla, el pañuelo bordado de “Página salvada”, las piezas dedicadas a los sonetos de Sor Juana y a la segunda carta a María Mantilla; todos ellos y otras obras más deberían ser acogidos por nuestro Museo. Y también, por supuesto, la colección de “cajitas” (Teresita me recordó que algunas “cajitas” de esa serie se le obsequiaron a dirigentes de la Revolución en un Congreso de la UNEAC).
Uno redescubre la estatura de Lesbia como creadora con esta exposición. Ella es una persona tan modesta, tan digna, y, al propio tiempo, tan incapaz de practicar ese deporte que en Cuba llamamos “meter cabeza”, que a veces puede haber gente superficial que no estime su obra en todo lo que vale.
Memoria, si la promovemos bien, si la usamos como base para un documental (aunque Teresita me dijo que Lourdes Prieto tiene uno que se está presentando aquí), podría ayudar mucho a que una de esas grandes artistas nuestras más hondas y originales se conozca como debe ser.
Felicito a mi querida Lesbia por esta exposición. Felicito al Museo y al Consejo por este regalo, que la pandemia retrasó dolorosamente, a los amantes de la plástica, a los estudiantes de arte, al pueblo cubano.
Muchas gracias
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