Es posible que, de ahora en adelante, cuando se hable de cine histórico cubano, en variante épica y biográfica, se tengan en cuenta los diversos logros de El Mayor, un filme difícil de fechar, puesto que estaba listo para estrenarse desde principios de 2020. Por razones conocidas por todos, fue imposible realizar entonces la exhibición en grande y hubo que posponerla hasta ahora mismo, en las postrimerías de 2021, cuando el filme fue incluido en la competencia oficial del Festival de La Habana, y después se quedará en algunas de las principales salas de la capital.
Rodada mayormente en las sabanas de Camagüey y sus lugares históricos, con un presupuesto imponente, El Mayor permite admirar en pantalla las dimensiones del proyecto, sobre todo, en cuanto a las numerosas escenas donde se aprecia una gran cantidad de extras, los momentos de batalla, el despliegue en cuanto a la dirección de arte y el vestuario, y a todo ello se unen, con una contribución meritoria, la fotografía de Ángel Alderete, la música de José María Vitier y las actuaciones de los protagonistas Daniel Romero y Claudia Tomás, quienes recrean —aunque ambos parezcan alejados físicamente de los personajes que interpretan— las semblanzas plausibles del patriota camagüeyano Ignacio Agramonte y Loynaz y de su esposa Amalia Simoni.
Es cierto que el filme apela sobre todo al público cubano, y particularmente al sector que se interesa por conocer la historia patria y sus principales figuras, más allá de las lecciones mal aprendidas en la escuela. Pero es que incluso para estos amantes de revisar el pasado con un ánimo positivo, y para un público joven y poco inclinado a volver la vista atrás, puede resultar parcialmente novedosa la película en cuanto a la revelación de desacuerdos entre los independentistas cubanos en torno a la mejor manera de alcanzar la independencia. Además, para los menos inclinados a la épica, está la recreación de ese gran momento de romanticismo cubano decimonónico que constituye el epistolario de Ignacio y Amalia, y la existencia misma de un amor siempre cercado por la intolerancia y el despotismo.
El guion del filme intenta equilibrar romanticismo y realismo, verdad histórica y ditirambo grandilocuente, y por esos caminos a veces deriva hacia un cierto verbalismo excesivamente literaturizado, porque se aspira a explicar los hechos más que a tratar de generar emoción con su ocurrencia. Incluso se impone la ilustración de personajes reales desde un espíritu de corrección y homenaje que a veces impide apreciar la auténtica fibra humana que indiscutiblemente los hizo grandes. Sin embargo, El Mayor consigue su objetivo principal, que aparentemente consiste en relatar de forma paralela lo público y lo privado, el idilio amoroso de los protagonistas y la guerra terrible y necesaria a la que fueron compulsados.
También es verdad que la edición del filme pudo aplicar con mayor ahínco a operaciones como resumir, ajustar, subrayar intenciones, reajustar la causalidad del relato, pero es imposible acusar a nadie de nada, porque evidentemente trataron de conservar intacta la recreación visual de una época en esta, la película póstuma de Rigoberto López, quien entregó sus últimos esfuerzos a la magna empresa, es decir, al rodaje y conclusión de El Mayor, una película capaz de propiciar que los cubanos nos volvamos a encontrar, al pie de la gran pantalla, enfrentados a los paisajes luminosos del país, y podamos rememorar todavía su pretérito indiscutiblemente heroico.
Porque esta película se hizo para quienes todavía nos emocionamos con la resurrección de aquel que llega cabalgando, con su herida, y mientras más mortal el tajo es más de vida.
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