Francisco López Sacha: «Escribo para que nazca un hombre mejor»


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Fotografía tomada de sitio web de la UNEAC.

Francisco López Sacha, uno de los autores a los que se dedica la 32 Feria Internacional del Libro de La Habana, nunca se ha preguntado en cuál de sus escritos hay más de sí mismo, pero en todos está su vida.

Llegar a su casa para conversar con él es advertir su devoción por la lectura. Cuidadosamente colocados en una sala que será testigo de hermosas revelaciones, los libros que atesora frecuentan las respuestas.

Entre sus recuerdos más lejanos asociados a los libros, salta el regalo que le hiciera una tía suya que vivía en La Habana, la que en una visita a Manzanillo le llevó Los piratas del Halifax, de Julio Verne. Tenía entonces nueve años.  Hubo otro que llegó a saberse casi de memoria, la versión que hizo Carpentier de Robinson Crusoe, y era el único que llevaba en su mochila, más allá de la cartilla, cuando a los 11 años se convirtió en uno de los alfabetizadores que libró a Cuba del analfabetismo.

¿Siendo un niño, lograbas hacerte entender entre los alumnos?

Absolutamente. Primero, con mi propia habilidad. Era el charlista de mi brigada, daba charlas políticas a los demás alfabetizadores. Yo tenía un libro que mi padre me había regalado, que se llamaba Manual de capacitación cívica, un libro gordo que tenía a Fidel delante. Ahí estaba toda la historia de Cuba y estaban las ideas esenciales de la Revolución, y eso era de lo que yo les hablaba a los demás.

Se estaba formando el comunicador…

Uno nace con una vocación, eso ya venía conmigo, eso no me lo enseñó nadie. Estaba en quinto grado, y les hablaba de la Reforma Agraria, de Martí…; el coordinador de los CDR quería que yo me quedara trabajando con él. Me lo propuso, pero le dije que yo quería estudiar.

Poco antes, Sacha había conocido al Che

Me lo presentó mi padre, que era dirigente comunista. Fue la primera persona que me presentaron en la vida. Estaba como aparece en la foto de Korda, tenía melena todavía. Para mí fue muy impresionante, y eso lo escribí en mi primer libro de cuentos. Tengo la impresión de que, a partir de ese momento, dejé de ser niño. Hubo un crecimiento porque ya después de esos sucesos mi padre empezó a hablar conmigo de otra manera. Para mi padre yo ya no era un niño, por eso fui a alfabetizar.

Ahora sabemos que tus novelas (cuatro, y una en la que trabajas) precisan tener una banda sonora. ¿Y en la novela que es tu vida, cuál es esa banda?

Mi generación vivió entre dos aguas. Conoció en la más pura infancia la música cubana del chachachá y del mambo, cuando éramos niños, y eso ha quedado en mi memoria. Me refiero fundamentalmente a Pérez Prado, a Benny Moré y a la orquesta Aragón, esa era la música que yo escuchaba. Pero conocer el rock me impactó profundamente. Después he sabido que los Beatles le deben tanto al Trío Matamoros como a Elvis Presley; al final, la raíz es la misma.

Sacha quiso ser músico. Basta oírle la pasión con que aborda el tema…

No fui músico, me dediqué a estudiar, a leer, pero el sueño final de mi vida es poder grabar un disco. Voy a cantar, que es lo único que puedo hacer, porque no sé tocar ningún instrumento.

Él considera que el verdadero camino va por dentro, y siempre termina dirigiéndonos hacia nuestras metas invisibles.

Uno cree de verdad que lo externo te gobierna, pero luego aprendes que no, que hay un camino tuyo y que lo vas a realizar. Yo iba a ser escritor, y no lo sabía. Yo, como todos los jóvenes, tenía tentaciones, y empecé a escribir y me dije, bueno, pues este es el camino…

Escribí un cuento y también crítica de cine, y de literatura. Pensé que iba a ser crítico, pero un buen día descubrí que mi verdadera vocación era la ficción. Hice un cuento que nunca publiqué y se llamaba «Los afortunados». En la novela Voy a escribir la eternidad, que sale ahora en la feria, pude escribir eso de otra manera. Cuarenta y tantos años después salió lo que yo quería decir.

¿Te gusta releer? ¿Qué relees?

Sí, sí, mucho. Releo a mis maestros. A Cortázar, a Carpentier, a Chéjov, García Márquez, Tolstoi

¿Y te relees tú?

No siempre. Cuando yo cierro un libro, lo tiro hacia la espalda.

¿Se parecen el músico y el escritor?

Totalmente. Yo creo que la literatura es una prolongación de la música. El arte literario está más ligado a la música que cualquier otro. Y el arte musical tiene mucho que ver con esa continuidad de la voz narrativa o de la voz poética. Yo creo que son hermanos.

¿Qué pasa contigo en el momento en que escribes?

Uno escribe cuando está poseído por el tema, solamente así yo puedo escribir. Cuando siento que no estoy dominando el tema, no me atrevo, y puede resultar muy torpe lo que pueda escribir, porque no lo domino. Hemingway decía que, cuando uno omite algo porque lo conoce, fortalece el texto, pero si es porque lo desconoce, hace agujeros en el papel, y es verdad. Me siento a escribir porque desde mucho tiempo atrás ya tengo vislumbrado el arco de la historia. Yo empecé a escribir hace mucho tiempo esta novela que estoy haciendo, y ya lo tenía muy claro en mi cabeza. Lo otro es encontrar la voz que va a narrar la historia, y el tono, si es evocativo, si es un tono alegre o triste, o de fiesta. Cuando encuentras el asunto, el tema y el tono, ya estás en condiciones de escribir.

¿Qué te dice una experiencia como Universidad para todos?

Una de las grandes ideas de Fidel, la gran idea de la universalización de la enseñanza, utilizando los medios masivos. Esa no fue la primera vez que Fidel lo hizo, lo hizo en el 59. Fue el primer dirigente mediático del mundo y así está reconocido internacionalmente. El primero que no se paró en la televisión dos minutos y se fue, el primero que trabajó el medio televisivo sin ser exactamente un director de televisión, siendo un político y usando la televisión como difusión política. Fidel fue delante de los dirigentes políticos de su época. Los otros usaban la prensa. Y Fidel se da cuenta de que los medios televisivos tienen más alcance. Para mí fue un episodio de mi vida muy hermoso. Y me enseñó a afinar la docencia, la claridad de comunicar…

Has hablado y escrito con mucha pasión sobre Manzanillo, tu terruño.

Como hizo James Joyce, al querer poner a Irlanda en la literatura mundial, yo quiero poner a Manzanillo en el mapa de la literatura, al menos en el de la literatura cubana, y quizás hispanoamericana, con mi propia creación.

A mí me hicieron un homenaje al cumplir 55 años, en Manzanillo, y yo se lo dediqué a Luis Felipe Rodríguez, que no tuvo nada, que fue un paria, que era pobre, y él solo se fue haciendo como escritor. Vivió con mucha precariedad, y así y todo hizo una obra importante porque fue el primero que intentó narrar a Manzanillo. Y lo logró, dentro de los códigos de la literatura de esa época. Mi alter ego en mi novela Voy a escribir la eternidad es Luis Felipe.

¿Y con qué contaste para «escribir» la eternidad?

Con muchas cosas, primero, con mi vida, porque es una novela biográfica; y con la vida de mi familia. Quizás yo plantee como tesis en mi novela que la eternidad es aquello que uno vive una sola vez, y nadie más lo vive por ti. Esa es mi teoría de la eternidad. Por eso somos eternos cada uno de los seres humanos. Luego, la vida de mi familia, en Manzanillo, lo que vivió desde que se fundó la ciudad, porque yo la amo profundamente. Después la música que acompañó a mi generación.

En Arte cuéntica, un escritor asegura que escribe porque cree en el hombre y en el futuro. ¿Ese eres tú?

Yo creo que sí, que escribo para que nazca un hombre mejor. Tengo la misma esperanza de los grandes líderes que fundaron este país, la misma esperanza de Céspedes o de Martí, de Agramonte o Fidel. Me importa mucho que las generaciones que vengan sean mejores que la mía, que mis nietos sean mejores cubanos que yo, sí, eso sí me importa.

Llega la Feria del Libro, en la que siempre has estado honrando a los otros…

Y en esta yo no voy a dejar de hacer eso. La feria es una confrontación en la que yo voy a ver qué está pasando en la literatura de mi país. En esta hablarán de mí, pero yo no voy a dejar de hacer eso.

¿Te consideras afortunado?

Sí, porque tengo personas que me quieren y a quienes quiero, porque siento que mi trabajo no ha sido inútil. Porque soy cubano y me siento orgulloso de serlo, porque he tenido el privilegio de tener, entre mis compañeros de generación, gente muy valiosa, y el de vivir en la época de la Revolución Cubana; también el de conocer, gracias a la propia Revolución, las raíces de la historia de mi país, y porque me siento vinculado históricamente a Cuba; y siento que, si soy cubano y tengo un dolor, ese dolor puede ser compartido, así como puedo compartir mi alegría, porque formo parte de un pueblo. Eso para mí es esencial, no quiero perder esa raíz. Esa raíz me nutre como muchas otras que le han dado la fuerza a este país.

 

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Si se trata de calmar la sed, una mentira nunca hace daño


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