Foto tomada de Cubadebate
Con la Revolución Francesa, surgió el lema de “Libertad, igualdad, fraternidad” como divisa del Tercer Estado en su levantamiento y se hizo famosa cuando la “fuerza pública” tuvo que enfrentar la defensa de su territorio; en las paredes de París se escribía: “Unidad e indivisibilidad de la República; Libertad, igualdad, fraternidad o la muerte”. La fraternidad o hermandad emergió de la necesidad y se llevó a los documentos, pero después de la dictadura jacobina, la muerte fue asociada al terror y solo quedó la frase que hoy conocemos, refrendada en las constituciones francesas hasta los años 40 del siglo XX. Aunque durante la ocupación alemana, bajo el gobierno de Vichy, este lema histórico fue sustituido por “Trabajo, familia, patria”, y después de la caída del fascismo la consigna original fue restituida.
El reclamo de la hermandad ante los peligros es muy antiguo y tiene sus orígenes en las sociedades secretas monacales o religioso-militares de la Europa medieval; la reina Isabel la Católica creó la Santa Hermandad, semejante a un cuerpo policial, que después cumplió tareas militares. Posteriormente, en la Ilustración, se trasladó el concepto de fraternidad a los masones: albañiles que creían en el Gran Arquitecto del Universo y se defendían de la Iglesia. Las hermandades fueron sociedades para protegerse.
Las fraternidades deben poseer un compromiso muy fuerte para que no sean inoperantes o inútiles; el sentido de la amistad y la camaradería son capaces de unir a un grupo durante un tiempo frente a un ataque, pero una vez cesada la agresión, o cuando ya no se comparten afinidades, pueden deshacerse. Es común que se conformen en la vida estudiantil, regularmente tienen uno o varios líderes y casi siempre son informales y se desarman con las graduaciones. A veces estas hermandades generacionales, entre estudiantes que afrontaron muchas vicisitudes, duran un tiempo después de que sus miembros obtienen un título, y en ocasiones se prolongan toda una vida. Otras surgen entre practicantes de algún oficio, especialmente aquellos que comportan algún riesgo laboral. Ambas surgen como defensa ante alguna amenaza o riesgo. La fraternidad o hermandad es una necesidad del ser humano, un mecanismo de protección frente poderosas fuerzas naturales, sociales o políticas.
El internacionalismo amplió el sentido de las fraternidades, una vez que se convirtió en movimiento político y cultural de cooperación. Los anarquistas lo adoptaron como parte de su filosofía social y política para incorporarlo a los sindicatos y usarlo para abolir el Estado. Marx incluyó el internacionalismo proletario cuando creó la Asociación Internacional de Trabajadores o I Internacional en 1864, que agrupaba a sindicalistas europeos para luchar contra el capitalismo, que explotaba el trabajo infantil, pisoteaba los derechos de la mujer, no admitía ninguna mejora en las condiciones de trabajo de los obreros, ni siquiera el límite del horario laboral. Como se conoce, la III Internacional Comunista rompió con la Internacional Socialista y el internacionalismo comenzó a tener diversas prácticas políticas. Cuando el socialismo fue adoptado como política en países del Tercer Mundo, donde los obreros no eran solo los explotados o los más humildes, el internacionalismo socialista desempeñó un papel de defensa significativo frente a los antivalores del capitalismo.
La cooperación económica y política de los países con cierto nivel de riqueza, declarados de orientación socialista, hacia otros de menor desarrollo, estableció un elemento esencial en la lucha contra el capitalismo mundial, de gran peso para la sobrevivencia de algunos pueblos, como el cubano, que resistían las agresiones del imperialismo yanqui, además de reportar beneficios mutuamente ventajosos. En sentido general, el internacionalismo socialista actual se opone a la globalización, estrictamente económica y negadora del valor de la cultura y las identidades nacionales, e incluye el reconocimiento a las diferencias culturales nacionales. Los movimientos sociales antiglobalización constituyen hoy uno de los instrumentos de lucha contra el capitalismo; su objetivo principal es el cambio del régimen capitalista y su carácter internacionalista es heredero de las luchas iniciadas por Marx en la I Internacional. Se trata de una forma de acción colectiva y organizada que se moviliza para exigir a las autoridades derechos y promover cambios favorables al pueblo, usando los medios de comunicación, sobre todo los digitales; algunos de sus líderes mantienen un compromiso muy fuerte y generalmente son interclasistas y multipartidistas. Estamos en presencia de un nuevo tipo de internacionalismo contra el capitalismo.
La solidaridad, un concepto más amplio que la fraternidad o hermandad, puede tener un peculiar carácter personal, pero también social, basado en el sentimiento de unidad en objetivos comunes, no pocas veces convertido en doctrina, derecho y política. El principio de la solidaridad tiene como esencia ayudar sin recibir nada a cambio, incluso a personas desconocidas. Algunos consideran que se trata de una capacidad innata de algunos, una condición humana, y otros aseguran que es una ideología que necesita ser inducida mediante la educación. Como doctrina social, el principio de solidaridad ha sido asumido por la Iglesia Católica desde los tiempos del papa Pío XII y se entiende como el conjunto de aspectos que pueden unir a personas bajo la colaboración y ayuda mutua. La carta enclítica promulgada en 1987 por el papa Juan Pablo II da fe de la preocupación social de la Iglesia ante la pérdida de valores espirituales, y se remite a las conclusiones del Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII en 1959. Estos documentos y reuniones recuerdan la interdependencia entre Estados y empresas con las personas ante los valores evangélicos. El actual papa Francisco ha insistido en este principio.
La solidaridad tiene derechos, los Derechos de los Pueblos, o los llamados también tercera generación de derechos humanos. Si bien la Revolución Francesa inició la primera generación, referidos fundamentalmente a los derechos civiles y políticos, para proteger a los individuos de los excesos de los funcionarios estatales, después de la I Guerra Mundial, y especialmente con el triunfo de la Revolución de Octubre, nacieron los de segunda generación, los derechos de carácter social, económico y cultural, imprescindibles para el funcionamiento de las sociedades contemporáneas. La tercera generación de derechos humanos surgida por los años 80 está sustentada en la solidaridad y tiene en cuenta el agotamiento del planeta donde vivimos: habrá que garantizar paz, calidad de vida e integridad física y cultural. Esta solidaridad social como derecho en los últimos años han tenido nuevas generaciones que incluyen la protección contra la manipulación genética, el uso de los avances de la ciencia y la técnica al servicio del ser humano, la solución de los problemas en armonía con el medio ambiente, una vida digna que permita el desarrollo de la personalidad individual, el derecho a existir digitalmente con su correspondiente privacidad y ética, etc. Hoy los Derechos de los Pueblos son amplísimos.
El primer destructor de toda solidaridad es la guerra y el llamado a la violencia, por lo que vivir en paz resulta esencial. Para la convivencia pacífica es necesario reconocer el derecho de libre autodeterminación de los pueblos, que significa apoyar la justicia para que decidan sus propias formas de gobierno y encaminen su desarrollo económico, social, político y cultural, libremente, sin injerencias externas y de acuerdo con la igualdad de sus ciudadanos; numerosas resoluciones de las Naciones Unidas hacen referencia a este principio, aunque el concepto de “libre autodeterminación de los pueblos” tiene un carácter polémico por los diferentes sentidos que tiene la categoría “pueblo”: si en la Atenas de Pericles, el pueblo se definía por los patricios de la ciudad, y excluía a plebeyos y esclavos, hoy se reconoce como pueblo a todos los ciudadanos de un país, por lo que el ejercicio de la libre autodeterminación deberá ser potestad de todos, sin exclusiones.
La solidaridad como principio debe formar parte de la política de cualquier país. El derecho al desarrollo y la prosperidad de cada ciudadano junto a los de la nación, en un medio ambiente sano, resulta una de las prioridades de ese ejercicio solidario. Derechos que sustentan la solidaridad social son: la coexistencia pacífica; la solución de problemas vitales como alimentación, vivienda, agua potable, energía, salud, educación, seguridad social, cultura y deporte; la independencia económica y política basada en la identidad nacional y cultural; el aprovechamiento de los avances de la ciencia y la tecnología; y, en sentido general, el desarrollo de una vida digna y moderna. Ningún país debe obstruir la solidaridad de otro, mucho menos si se trata de engañosas maniobras politiqueras de una potencia contra un país pequeño y bloqueado. Hoy el gobierno de Estados Unidos acusa a Cuba por la colaboración médica prestada en varias decenas de países, fundamentalmente de escasos recursos humanos para enfrentar su demanda de salud pública. Estos servicios representan un ingreso significativo para la economía bloqueada de la Isla —especialmente para su sistema de salud, universal y gratuito— pero también la preservación de millones de vidas humanas en los lugares donde ejercen nuestros profesionales.
Esta colaboración se realiza de forma estrictamente voluntaria y con apego a convicciones de solidaridad e internacionalismo, inculcados en todos los niveles de la enseñanza. No hay por qué ocultar que las misiones al exterior representan ingresos para el país y para la economía personal de quienes las cumplen, y además tributan a una formación más integral y competente. Sin embargo, tampoco debe desconocerse el compromiso humano de esos colaboradores con quienes necesitan de sus servicios. La solidaridad, el internacionalismo y la fraternidad constituyen principios ideológicos esenciales en la política y la cultura del pueblo cubano desde hace seis décadas. En los últimos años, como en todo el mundo, se han perdido valores; algunos han cambiado su condición de profesionales formados para salvar vidas por determinadas ventajas materiales o profesionales; no obstante, la mayoría de nuestros médicos, enfermeras y otros técnicos de la salud permanecen en sus misiones. Cuenta mucho la responsabilidad individual y la coherencia personal, pues no tendría sentido que un internacionalista no fuera solidario con su vecino. Los valores de fraternidad, internacionalismo y solidaridad constituyen una reserva moral que no entienden los enemigos de Cuba.
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