Foto de portada: Tomada de Bedigital bereal
No contentos con comunicarnos a través de la aplicación cuya traducción significa ¿Qué pasa, qué hay?, se han inventado los colectivos, la participación en charlas hasta límites insospechados. Son los grupos de WhatsApp. Todos pertenecemos a uno, a tres, a cinco, a cuantos nos incluyan amigos, conocidos, vendedores, anunciantes de modas, de medicinas, de programas culturales, pensadores, solucionadores, querellantes lacrimógenos, excompañeros, examores, en fin, las posibilidades apuntan a lo infinito.
Varios aspectos se destacan en esta comunicación coral: los nombres otorgados a cada fiesta del intercambio resultan curiosos: “Los amigos de antaño”; “Amémonos”; “Los inolvidables”; “Farmacia sin límites”; “Actualízate”; “Operación gelato”; “Acontecer moda”; “Hermanos de infortunio”; “Trámites imposibles”, “Los fieles vivos”, “Hermosuras de la vida” y otros por el estilo. Una vez insertados, admitidos y activos en alguno o varios grupos, el segundo paso es identificar quiénes nos acompañan, tarea no siempre fácil, y cuya solución radica en apartarse y pedir información por vía privada. Así, luego de varias charlas, hay que detenerse porque nos carcome la duda de quién será realmente “El llanero acompañante” que escribió, por ejemplo: “nos recuerdo a todos sentados en la escalera de la facultad, hace 35 años, mírenme en esta foto que les estoy enviando. Soy el de la gorra naranja”. Es el momento de preguntarle a Cándida o a Brígida, a quienes sí recordamos perfectamente, quién es el de la gorra cítrica, cuyo rostro aparece borroso en la fotografía. Y en ese rejuego de saludarse en público y preguntar en privado, identificamos o no al llanero acompañante.
El tercer y muy importante peldaño al que arribamos cuando estamos en un grupo de WhatsApp consiste en el aprendizaje de las preferencias de cada coro. Los diferentes colectivos no comparten los mismos gustos aunque varios miembros estemos, simultáneamente, en grupos similares y, por ende, hay que aprender a tolerar, por ejemplo, las florecitas, los angelitos y los cafés mañaneros que son típicos del grupo “Los fieles vivos”, y las imágenes de suciedad en las calles, con latones de basura desbordados y mosqueados que suelen publicar los miembros de “Hermanos de infortunio”, mientras que en “Amémonos” se inclinan más por los deseos de buenas noches, con querubines que arropan una almohada de plumas en el momento en que nubes luminosas coronan el dibujito.
Los grupos fenicios como “Farmacia sin límite”, “Operación gelato” y “Acontecer moda” suelen ser más pragmáticos, como es obvio. No consumen tiempo ni megas en mensajes tales como “Amén, en breve recibirás un milagro, tu salud y la de los tuyos será eterna”, sino que concretamente muestran fotos de envases de paracetamol, de proctocaína en ungüento, de cubetas de mantecado, de chocomenta, o de pantalonetas de lino, de chaquetas de poliéster y de carteras de varias dimensiones, respectivamente. Estos grupos, por cierto, anuncian rebajas de diez centavos como si en ello nos fuera la vida, y meten mano al viejo recurso de advertirnos que todas las ventas se agotarán muy rápido, así que mejor apúrese y haga su pedido hoy mismo.
El misticismo floreciente es otro aspecto que no debe ser soslayado en este asunto de los grupos de WhatsApp, y lo comento con todo respeto. Cada día hay que agradecer a las deidades cada nuevo amanecer. Y se supone que digamos “Sí, siempre” a la pregunta de “¿Cuántos de nosotros estamos endeudados con Dios y agradecemos un día más de vida?, o que “Madre Yemayá nos ama”, y que “El Todopoderoso proveerá”. El cambalache sincrético de nuestras creencias también dice “presente” y, claro está, cumplimos, cumplimos, porque nunca está de más rendir tributo al más allá. Nunca.
Renglón aparte merecen los pedidos de entretenimiento, con particular énfasis en series, películas y telenovelas. Por increíble que parezca, se solicitan informaciones a través de estos grupos como si los integrantes trabajáramos en Netflix o en otra cadena de distribución. He leído cosas como “Díganme, por favor, cómo se llama la serie donde una muchacha francesa ciega se enamora de un soldado nazi que no quiere ir a la guerra y se esconde en el sótano de una casa que, aunque ha sido bombardeada, conserva un salón con butacones mullidos, y ambos, la muchacha ciega que es francesa y el soldado que es alemán, bailan mientras escuchan a Bach por la radio que está en la sala”. O si no: “Estoy viendo Bolívar, ¿qué creen de la escena en que Manuelita Sáenz le dice a Simón que quiere derrotar a los españoles y se suma al ejército libertador con un vestido de guinga rojo que tiene un lacito azul en el hombro derecho?”. O: “¿Ustedes no creen que en Peaky Blinders Tommy debería sonreír más, y que Tía Poly merece casarse con el gitano viejo que fuma, aunque menos de lo que fuma Tommy Shelby quien, por cierto, es menor que su hermano Arthur, aunque dé las órdenes de la banda?” Dan ganas de gritarle a los preguntones, pero no, no, los grupos de WhatsApp son para mantener cordialidad, amor y mucho cariño. La opción de “irse del grupo”, aunque existente, casi nunca se usa, porque después de todo, la curiosidad impera y seguimos husmeando en los teléfonos.
Pero reconozcamos que hay excepciones a esta aparente congregación amistosa. En ocasiones se arman fuertes discusiones, algunas de ellas encarnizadas, casi ofensivas, y es entonces cuando no solo nos retiramos, sino que bloqueamos a cada uno de los integrantes para siempre, porque hay cosas francamente inadmisibles, imperdonables. Puede ocurrir (y ocurre) que se trasladen enojos, encarnizados odios desde el espacio virtual al real, y termine una divergencia de opiniones dividiendo en dos o más bandos al grupo originalmente creado con fines armónicos. Porque la vida es así, mitad ilusoria, mitad concreta, una parte etérea y otra la que vivimos día a día. A pesar de que es imposible aconsejar cómo debe manejarse cada grupo, cuál es la mejor manera de disfrutar de la compañía múltiple, algo sí parece evidente: Los grupos existen porque nosotros queremos, porque nosotros participamos, porque nosotros nos dejamos involucrar desde el sentimiento, lo cual, hablando en plata, constituye una visita a gran escala, una reunión sin movernos del cómodo sillón de nuestra casa, a la distancia de un click. Sí, sí, los grupos de WhatsApp valen la pena.
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