Leer: Intrahistoria, Microhistoria y Metahistoria (I)
II
Hacia finales del siglo XX, algunos estudiosos en los Estados Unidos se dieron cuenta que, después del “desmerengamiento” del llamado “campo socialista” europeo, era necesario cambiar las narrativas de la Historia con una epistemología diferente. Algunos, bajo una perversa manipulación política, hasta tuvieron la estúpida osadía de proclamar el fin de ella. Mucho antes, Hayden White con su libro Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX, de 1973, había considerado la importancia de tener en cuenta las formas en que se había pensado y escrito el discurso histórico, más allá del discurso único. En su obra se enfatizaba en la necesidad de usar diversos recursos expresivos propios de la ficción, no solo para narrar el qué, el cómo y la argumentación, sino ir más allá y añadir la imaginación para comprender y aprehender la Historia razonada, utilizando el espíritu de su realidad contextualizada, articulándola junto a los procedimientos de los relatos ficcionales: a esta manera, método o vía, White llamó metahistoria.
La descripción de hechos históricos necesitó formularse desde discursos más creativos y con diferentes puntos de vista. Hoy resulta imprescindible la formulación de hipótesis históricas con técnicas de la narrativa literaria, siguiendo un transvase de gran provecho, no solo para la Historia, sino para la cultura, utilizando el ejercicio del criterio, a riesgo de poner en dudas algunas cuestiones que han permanecido incólume a lo largo del tiempo, y al mismo tiempo, hacer valer otros asuntos en el presente de manera dinámica y útil. La Historia es una disciplina razonada en que se utiliza la inducción-deducción de las Ciencias Sociales, pero como toda ciencia, con criterios inexactos y puntos de incertidumbre. Los determinismos económicos, sociales y políticos para promoverla o enseñarla, ahora tienen poca efectividad o nula eficacia o crédito. Resulta imprescindible incorporar mayor riqueza de significados y modernizar o atemperar su exposición para los nuevos tiempos.
La representación histórica está basada en un discurso narrativo de la Historia y no habrá que argumentar la significación o importancia de estos contenidos para la educación y los medios en la sociedad y su repercusión en la cultura. Tradicionalmente se han estudiado los relatos históricos y ficcionales de manera separada, pero en realidad el texto histórico es también un dispositivo literario. Hoy es difícil separar los procedimientos entre el relato histórico y el de la ficción; el historiador no puede desentenderse sobre el atractivo que puede despertar su discurso sobre el pasado. Los críticos de la metahistoria han argumentado que una investigación histórica solo produce un conocimiento objetivo de la realidad, pero al investigar lo factual, nadie es receptor pasivo para asumirla y convertirse en un emisor de verdades absolutas: no solo se registran hechos y conexiones, sino que la información se organiza bajo subjetivas concepciones preestablecidas. La Historia se escribe con dispositivos del lenguaje y nadie tiene autoridad para afirmar que está describiendo los hechos tal y como sucedieron realmente, porque existe una arquitectura de la imaginación y una literatura del historiador.
Tampoco se podría aceptar el determinismo lingüístico o literario basado en construcciones del lenguaje o énfasis excedido en la poética, por muy brillante que sea, pues se pudiera eliminar el marco referencial del discurso y la esencia histórica del relato. En Historia lo más importante no son las intenciones u opiniones del autor, sino el aporte en un proceso orientado hacia la producción de nuevas informaciones, mediante una apropiación de otras suficientemente fundamentadas y evidenciadas: esas son las claves que sostienen el relato histórico. El uso creativo del lenguaje no puede sustituir los hechos o el mundo real por muy figurativo que sea el esquema de pensamientos y las palabras del autor. La metahistoria brilla oportunamente en el discurso historiográfico con eventos exclusivos, cuando es posible interpretar hechos con posibilidades de apreciarse en diversas aristas o que pudieran existir dudas y provocar ciertas preguntas, pero las concepciones políticas, jurídicas, morales, religiosas, estéticas… del momento, no pueden falsamente descontextualizarse de su marco.
El historiador, al usar la metahistoria, se enfrenta a un campo más amplio de la cultura. Significa un reto luchar con la terminología de algunos documentos. Si bien cualquier historiador utiliza una interpretación del pasado, al aplicar la metahistoria debe atenerse al lenguaje adecuado y empleado en esa interpretación. A veces, al tomar forma de discurso o relato, puede resultar engañoso. A la vez, se utilizan diversos elementos que deben ser revisados: ¿quién es el emisor?; ¿para quién escribe?; ¿cuál es su mensaje?; ¿qué códigos transmite?; ¿cómo ha usado el canal?; ¿de qué manera ha manejado el contexto? Es importante conocer los diferentes niveles conceptuales de su crónica o relato, el modo de tramar la argumentación y de infiltrar la ideología que promueve. Ir más allá de la Historia como metahistoria significa caracterizar las posibilidades de registrar en el discurso histórico del pasado, mayores y mejores posibilidades de informaciones en que el ser humano interactúa con su sociedad, y administrar y proponer determinadas significaciones esenciales dentro de una cartografía.
Cuando se acuña el término “descubrimiento” para América, por parte de los españoles que llegan, no se pensó en la posibilidad de otro “descubrimiento” simultáneo para los aborígenes que están: “la visión de los vencidos” de esa primera invasión. ¿Existe neutralidad al asumir solamente una u otra versión? Para un estudio integral sin sesgo necesitamos las dos visiones, incluso, otras más desde la periferia, con personajes no encumbrados y en sitios no paradigmáticos. Desde los años 60 de la era pasada comenzaron a transformarse los paradigmas establecidos de la Historia; hoy resulta imprescindible el uso de la metahistoria para entenderla mejor; tal cuestión es imprescindible para transmitirla de superior manera en la enseñanza. La dimensión poética y expresiva del relato histórico actualmente se presenta no solo para aportar variedad de conocimientos, sino para inculcar el interés o el atractivo bajo mecanismos emotivos movilizadores de la sensibilidad para llegar al razonamiento. La naturaleza mitificada de la historiografía tradicional ha pretendido solo reflejar, pero se trata de recordar imágenes con belleza, tal y como hace el tropo literario.
Al asumir la metahistoria, se presenta la inseguridad de lo inexacto. No todas las potencialidades que ofrecen el sentimiento y la emoción en las relaciones humanas, ni todos los relatos con el auxilio de la imaginación, aseguran precisión; sin embargo, vale la pena correr los riesgos. Si no hubiera sido por la obra biográfica de Stefan Zweig, aunque fuera imprecisa, no tendríamos elementos imprescindibles de la historia en algunas personalidades importantes de la Historia como Fouché, esencial para estudiar los métodos policiales y los fundamentos de la diplomacia en la modernidad. Imposible entender la historia social de Francia, protagonista esencial del capitalismo en esa centuria en Europa, sin leerse parte de La Comedia Humana de Honorato de Balzac ─uno de los proyectos literarios de mayores dimensiones de la Literatura, con 137 novelas, de ellas escritas 87, la más completa historia de la sociedad francesa de la primera mitad del siglo XIX─: Carlos Marx había asegurado que había aprendido más por ella que en todos los libros de Historia. ¿Cómo conocer la Revolución Mexicana sin leer su amplísima narrativa literaria de novelas y cuentos?
No se puede conocer bien la historia de Polonia si no se lee El diluvio, trilogía de Henryk Sienkiewicz, que recoge una epopeya histórica fundamental para comprender el mapa político de Lituania y Polonia, así como una parte de Ucrania y Rusia, y quizás completar la historia polaca por el cine de Andrzej Wadja ─Cenizas y diamantes, Todo para vender, Los abedules, Paisaje después de la batalla, La tierra prometida…─, esencial para entender en toda su dimensión social el mayor fresco de la historia contemporánea de ese país. Técnicas literarias y prácticas cinematográficas se usan hoy por escritores y artistas, y contribuyen a eliminar al narrador omnisciente y subvertir el punto de vista único con recursos literarios y excelentes actores y escenas en el cine. El carácter pedagógico de la literatura y el cine para la enseñanza de la Historia es decisivo. Más se aprende de Historia de América por los tres tomos de Memorias del fuego, de Eduardo Galeano, o del Noticiero ICAIC de Santiago Álvarez, que en no pocos libros de la historia del continente. Los hechos fundamentales de la Historia necesitan belleza.
El lenguaje figurativo y artístico no se puede seguir considerándolo hoy como carente de cognición, y mucho menos, ajeno a la Historia. Sin él, no existe posibilidad de establecer en estos momentos el pasado, el presente, y mucho menos el futuro. Resulta ridículo creer que nuestros antepasados fueron asépticos o puros y que pueden estudiarse sin pasiones, dudas, equivocaciones... Un anquilosado discurso historiográfico desgastado y obsoleto, más cerca de la mística que de la realidad, no tiene eficacia comunicativa en esta centuria. Se necesita superar una resistencia a ese cambio, obstinación psíquica de creer que los hechos sucedieron de una sola forma, que los hombres son dioses y la interpretación de ellos es inamovible. Se impone sepultar algunas narrativas históricas únicas y supuestamente exactas, pertenecientes al método hegemónico del pasado. La construcción del “peligro negro” después de la Revolución de Haití, las ojerizas con los masones por parte de los católicos, o los prejuicios con todos los comunistas por la oligarquía cubana porque estaban pagados por el “oro de Moscú”, fueron perversos mitos construidos bajo esos discursos hegemónicos, con demasiados costos lamentables.
No pocas etiquetas o frases se han acreditado de manera siniestra y manipuladora bajo recursos o figuras literarias, como “Casa Blanca”, “Cortina de hierro”, “Guerra fría”… Ahora ha molestado para algunos, establecer otras terminologías reales como la del “Sur Global”: Mario Benedetti se había adelantado con su proyecto, “El sur también existe”. Este fenómeno no es nuevo, solo ahora se concientizan y se resemantizan textos con posibilidades para estos rendimientos. No hay relato mejor para conocer la historia de Perú que los Comentarios reales del Inca Garcilaso de la Vega o las Tradiciones peruanas de Ricardo Palma, con una nueva lectura intencionada. Para saber de Chile resulta imprescindible conocer bien la poesía de Pablo Neruda. Literaturas como la de Argentina o la brasileña aportan un contenido valiosísimo para entender las diferentes etapas históricas de esos países. ¿Cómo captar las esencias de la sociedad norteamericana, si ignoramos su literatura, teatro, cine, música, religión…?
En la Isla se cuentan con múltiples textos de la Literatura y el Periodismo para tratar la Historia de Cuba; basta las obras monumentales de dos figuras cimeras: José Martí y Alejo Carpentier. Las obras de ambos constituyen ejemplos del uso de la Historia en piezas literarias u obras periodísticas mediante la grandeza de sus respectivas poéticas, con una estrategia conceptual muy bien definida, unas veces ajustándose más a la realidad histórica, y otras, a las ficciones verbales. Martí no podía separar el discurso literario de todo lo demás, no solo del histórico, sino del sociológico, el político, el económico,…: una totalidad con variedad de enfoques que nos deja perplejos. Carpentier usó la Historia “deliciosamente”, a veces con informaciones dudosas, incluso algunas casi inverosímiles, pero aportaron decisivamente modos de representación histórica, no solo desde sus novelas, sino también en sus ensayos; gracias a ellos, se ha estudiado la música cubana y se conocen algunas cuestiones “marginales” de la Historia que posteriormente han rendido frutos muy diversos y valiosos.
Los políticos cubanos han usado con frecuencia la metahistoria. En el período revolucionario, uno de los que más la empleó fue Raúl Roa, con excelso verbo criollo cargado de picardía socarrona. Ernesto Che Guevara la utilizó exitosamente en el testimonio, los diarios, el periodismo y las cartas. Fidel Castro y Carlos Rafael Rodríguez la usaron brillantemente cuando fue pertinente; solo hay que revisar sus discursos frente a escritores y artistas. La metahistoria de los historiadores se incorpora en este siglo con obras importantes de la cultura cubana de Eduardo Torres-Cuevas, María del Carmen Barcia, Zoila Lapique, César García del Pino, Edelberto Leiva Lajara, Áurea Matilde Fernández Muñiz, Sergio Guerra Villaboy, Francisca López Civeira, Ernesto Limia… No encuentro una réplica semejante en libros de la enseñanza de la Historia. Parece que desde hace mucho tiempo ese ha sido nuestro talón de Aquiles.
Deje un comentario