Jesús Lozada es un ser de la escritura y la oralidad, de las palabras y los silencios. Alguien que asume con igual pasión y delicadeza el acto de contar una historia o la plasmación en versos de un poema. De pura estirpe camagüeyana, siente el deber de ofrecer tiempo, esfuerzo, talento, para conseguir el decoro imprescindible a toda obra artística.
Consciente de ser una pieza más, igualmente necesaria como cualquier otra, en el rico mosaico de nuestra cultura artística, sabe elogiar con largueza a cuanto considera elogiable. Exquisito interlocutor, excelente amigo, lleva en sí la marca luminosa de los que sueñan. Y la rara virtud de saber cómo obrar para transformar los sueños en realidades.
Eres promotor, poeta, narrador oral. ¿Cuándo descubriste esa vocación por la palabra, pronunciada o escrita?
La raíz de la palabra es un misterio guardado entre llaves maestras, que nos será develado en su momento: el instante en el que pasaremos del tiempo a la eternidad y abandonaremos el mirar como por espejo. Pero hoy, entre el es y el todavía no, podemos vislumbrar ciertos chisporroteos.
Vengo de una familia campesina donde se tocaba la bandurria y se improvisaban décimas, por un lado; y por otro, era gente de la radio, amigos de Luis Casas Romero, es decir, de adelantados, y en la emisora familiar —La Voz de los Laureles— se reunían Chanito Isidrón, La Calandria y Clavelito, cuando aún no necesitaba del agua más que para beber.
Vengo de los silencios rumorosos de la Iglesia de la Soledad en el Camagüey y de un abuelo fabulador, capaz de inventarse una estirpe y ser tenido por tal. Y también del accidente y las furias. Cuando era un adolescente, en una época dura para serlo, intentaron dejarme mudo y comencé a aullar, a gritar, con el instrumento que podía, y salieron poemas que me sanaron del odio y del miedo, que son insanos por naturaleza, y no permiten alzarnos sino que nos entrampan y cercenan. Esos garabatos me llevaron a mis amigos y a una corriente de sentido. Soy principeño en poesía e hijo de mis amigos. Fíjese, cuando comencé a escribir y tener juntamentas iluminadas, ya Roberto Manzano había escrito Canto a la sabana, Rafael Almanza había dibujado sus dos primeros libros y Jesús David Curbelo estaba doblado sobre lo que después sería su Extraplagiario, además de que Luis Álvarez y Roberto Méndez ya se conocían en la ciudad, y en el país, por haber encontrado un lugar en el linaje camagüeyano, que como se sabe es de larga data, pues antes que ellos hay un camino que hicieron Silvestre de Balboa y los sonetistas, Gertrudis Gómez, Aurelia Castillo, Nicolás Guillén, Mariano Brull, Emilio Ballagas y Rolando T. Escardó, entre otros.
Ser poeta en Cuba es algo heroico, pero en Camagüey tiene las marcas del martirio o la locura, es aspirar al imposible.
Mi madre me compraba libros, en tiempos de restricción y cuentas mínimas; y no teniendo entretenciones más viables, encaminé mis pasos por los laberintos de las bibliotecas. Allí encontré seres alados, los bibliotecarios, que me proporcionaron juguetes más duraderos que aquellos frágiles «básicos, no básicos y dirigidos».
Como se notará, toda mi vida ronda alrededor de la Poesía, y ella es el motor, la primera causa no causada. Todo lo demás son intentos, inútiles en mi caso, de atrapar el humo.
La narración oral es una de las formas más antiguas de comunicación, y un modo de preservar tradiciones y costumbres, que mantiene total vigencia, y es ahora reconocida como arte. Háblame de tu experiencia y tu visión sobre este fenómeno en Cuba y si es posible, fuera de nuestras fronteras.
A la narración oral he dedicado muchos de mis días. De allí nacieron múltiples espectáculos, cientos de artículos y ensayos, tres libros, una familia de amigos que rondan la rosa de los vientos, kilómetros de paisajes y hasta el pan nuestro de cada día. Quizás mi obra más resaltable en ese campo sea haber estado disponible y lúcido para escoger bien el bando y acertar en la diana cuando casi nadie apostaba por desarrollar una forma urbana, contemporánea y de marcado signo estético, que, en el mundo, desde el siglo XIX se asomaba, pero que en Cuba es cosa reciente, del siglo xx y bien entrado, con la excepción de Eusebia Cosme, Luis Mariano Carbonell y Mayra Navarro.
Hoy formamos parte del sistema de la cultura cubana, en su cara institucional, y eso es importante. A partir de ese logro se cimentarán las bases de lo que vendrá. Falta ahora demostrarle a las autoridades y al resto de la comunidad —que forman los artistas y los públicos— que merecimos la alternativa, como dirían en predios taurinos.
A Cuba le falta lo que el mundo descubrió cuando se introdujo el concepto de educación prescolar y allí el papel del cuento en la pedagogía, o se abrió en 1804 la Biblioteca Pública de Boston con un Departamento dedicado a estimular la lectura a través de los relatos orales. En aquel país y en Europa las editoriales supieron que la narración oral puede ser uno de los mecanismos para la promoción de autores y títulos, y los maestros estimularon la escritura de textos que le permitieran usar ese arte antiquísimo como un instrumento eficiente hasta en materias tan distantes a las letras como la Geografía o el Álgebra; esto último en tiempos tan lejanos, en que no manejaban aún conceptos como el de educación por el arte.
El escritor Mark Twain vivía de una forma de contar muy popular en su época, que hoy es aprovechable: se hacía divulgación científica, política, histórica o hasta se promocionaban conceptos y formas de vivir, a través de una suerte de conferencias de una estructura muy igual a los relatos orales tradicionales.
Hoy, aquí y ahora, en tiempos de ocupación gubernamental por mejorar los métodos para la enseñanza y el aprendizaje de la literatura, la lengua materna, la historia —muy especialmente la historia local—, no aprovechamos a los narradores orales en tales empeños. Y, por otro lado, ellos, seguros detrás de sus empleos remunerados, se han acomodado y no ofrecen sus talentos en esos campos. Hay excepciones, claro está, no hablo en cátedra, ni a nombre de todos. Hay esfuerzos que no conozco.
Mire, si alguien quiere aprender sobre historia local en la zona de Florencia, en Ciego de Ávila, puede buscar a El bichito de la luz y su enorme repertorio de cuentería campesina, o si alguien quiere que sus alumnos amen la palabra de Federico García Lorca y se sumerjan en su poética o aprendan sobre la Generación española del 27, bien podría, en Holguín, pedirle a Fermín López que ponga en escena su versión narrativa y oral de Bodas de Sangre. En Guantánamo está Ury Rodríguez y en Camagüey, Catalejo de Cuentos, que hace unos años montó un precioso espectáculo a partir de leyendas de esa tierra, tan cara a mis afectos, y que es un compendio hermoso de historia local.
Otros podrían ser los ejemplos, pero son los que me vienen a la memoria, aunque ya se sabe que deberíamos confiar más en el olvido.
¿Eres de los que piensa que la poesía es para ser leída en silencio? ¿Qué opinas sobre la declamación?
Los silencios y las palabras viven en casa común. Hay poetas para ser leídos en las catedrales y las catacumbas, pero hay otros, grandes y hondos también, que se escucharían en los bares y las galleras. Para todo hay espacio y tiempo en esta viña de uvas amargas.
Tuve la suerte de conocer, a través de mi madre, cuando tenía siete años, a uno de esos grandes especialistas en el decir poemas: Luis Carbonell. Él me llevó hasta Eusebia Cosme y yo llegué hasta Corina Mestre, Alden Knight o Asenneh Rodríguez.
Puede que cierto decir ampuloso o la interpretación de que el poema necesita de ciertas cavernas para conservar su sentido, entendimiento y razón, hicieran que la declamación pasara de moda, pero regresará. Solo hace falta estimular el aprendizaje de las formas de decir el verso y veremos cómo ese arte regresa. En la Escuela Nacional de Teatro se enseña bien esa materia, solo que en función del Teatro en verso. Ojalá se extendieran esos saberes hasta la poesía dicha de viva voz.
Dejo para el final la poesía oral de raíz campesina, que no solo se canta como parte del complejo del punto guajiro, sino que también se dice. Deberíamos distinguir como patrimonio nacional a todas las formas de la oralidad de raíz campesina, que incluye el verso y el cuento, los saberes paremiológicos, y hasta el cuento de relajo y el chiste. Pero esas son harinas de otros costales…
Hablemos de tu creación poética. ¿Cómo relacionas en ella tradición y modernidad?
Vengo del linaje camagüeyano, de cierto clasicismo en sus formas y sus temáticas, al decir del poeta y ensayista Carlos Manresa, y eso pesa. Pero yo, que soy un hombre roto, solo puedo escribir fragmentos, hilachas, escombros. Aunque no olvido que es inútil el esfuerzo de cortar las raíces con tal de aparecer dotado de una cierta singularidad.
Somos hijos de una corriente de sentidos, de un idioma, de un modo de sonar y de sentir; estamos flotando sobre aguas heracliteanas comunes, siempre renovadas, pero igual de líquidas.
Camagüey es considerada cuna de la poesía cubana. ¿Cuál es tu visión de los poetas y la poesía de esta región, desde sus orígenes y hasta la fecha?
Poco a poco, casi con ripios, he ido contestando esa pregunta. Pero deberíamos añadir a lo dicho que si algo hace que la poética del Camagüey tenga una distinción es su insistencia en el Silencio, ese es un tema que le atraviesa. Su lema. Su religión.
Pichardo Moya, cuando nos escuchaba hablar, decía que teníamos formas antañonas, y eso podría moverse entre el elogio y la burla. Thomas Merton, que nos visitó y amó a través de su devoción por la imagen de Nuestra Señora de la Soledad, venerada, a saber, desde el siglo XVIII por esas llanuras marítimas, nos describe como soñolientos, como dispuestos a dormir a las nueve de la noche. Y ambos tienen razón, hay una cierta melancolía, un cierto susto ante el infinito, pues en nosotros hay dos horizontes, el de la sabana y el de la mar, que nos dejan mudos de asombro. Téngase en cuenta que nunca hemos renunciado a nuestro ser de aguas abiertas. La ciudad en realidad está marcada por el nombre: Santa María del Puerto del Príncipe.
La trashumancia de la urbe—hemos cargado con bártulos y ganados varias veces y sembrado en lugares distintos por razones del terror a lo que viene, o a las hormigas, o a la sed— signa a los lugareños y los hace ver el mundo como sitio ignoto, tocado de cierta lejanía, que espera siempre el momento en el que será arrancado y colocado en situación de desamparo.
Mire a la arquitectura de la ciudad, son casas pegadas al suelo, pero que tienen vocación de aire, siempre están esperando algo que caiga, por eso los patios son íntimos y cerrados, no nos gustan las impudicias y nos guardamos del exhibicionismo. Colocamos tinajones no solo para almacenar agua, sino para guardar lo que se nos dona desde arriba. Solo las iglesias se levantan. Escuche la campana Van Horne, que está en el campanario de la Soledad, y habrá escuchado sus rumoreos.
Por mucho tiempo se ha dicho que la ciudad está mal trazada, que es caótica. Unos dicen que en el sitio de fundación, hoy guardado por una cruz de madera, los fundadores se limitaron a golpear el anca de sus ganados y por donde marcó la pezuña se trazó el lindero y hasta la calle. Otros hablan de un entramado, casi obra de arañas, para confundir a posibles agresores. Especulemos un poco, sobre la base del legado espiritual principeño: las calles son el intento de evitar los abismos de la sabana. El ojo tiembla ante tanto infinito. Es como estar permanentemente ante un precipicio, y llega un momento en que el ojo se cansa y el miedo se hace carne. Hay que resistir de algún modo, haciéndose tortuoso, laberíntico. Hay que hacerse poeta laberíntico, trovador oscuro.
Entre el comercio de rescate y la Real Audiencia, venida de Santo Domingo, se estableció un raro maridaje. La ley y la norma, fecundada por el cuero y la piratería, es decir, la luz y las sombras en un mismo tejido. Hay que callar, pues no entran las moscas, ni su señor, en boca clausurada. De ahí el silencio y el silencioso modo.
Yo estaba allí en el momento justo. Estaban los poetas que eran, que iban a hacer de la ciudad lo que es, y hasta lo que será.
Nicolás Guillén y su elegía encuentran plenitud y gozo en el Canto a la sabana de Manzano Díaz, poeta clásico entre los que están vivos, que ha ido encontrando lectores y lecturas. El Canto… de Manzano mira a la tierra como espejo del cielo, como vidrio negro de presencias. La ciudad es el gran ojo y no solo pastores y sombreros. Por primera vez lo telúrico no es demoníaco. Ese poema es nuestro himno a la resurrección que desde ahora atesoramos, pero que le falta plenitud y parusía, que podremos contemplar tras el octavo día, cuando la obra de ese guajiro se extienda desde el Este, a los pies del trono y el Cordero. Por otro lado, Luis Álvarez entona bajo para que Emilio Ballagas se escuche. Roberto Méndez se encuentra con la Avellaneda y Mariano Brull. Rafael Almanza y Jesús David Curbelo, en sus libros, cada uno distinto, parecen resumir y rezumar las fuentes más diversas. Por ellos el cielo en la tierra de Manzano se hace carne y habita entre nosotros encarnado. El Almanza de los Hymnos abre nuevas posibilidades al verso, ya sea libre o endecasílabo, protagonizando una proeza composicional de difícil superación. Yo tiemblo ante su obra magnífica.
Como se notará, tengo ciertas preferencias y devociones, también fobias, por las que no pido disculpas. Me honro en estar allí, aunque me asusta. Soy menor en un linaje antiguo y elocuente. Ante ellos la reverencia, que no el elogio, pues no lo necesitan.
Me alejo de tu ciudad natal, pero no del tema que ahora nos ocupa: ¿Qué piensas sobre la poesía asiática, y muy especialmente, sobre la poesía china?
En los últimos años he estudiado con devoción y asombro la poesía china. Y es que no podría ser de otra manera, pues en esos lugares la Poesía alcanza tonos que en nuestra órbita cultural no asoman. Escuchemos a Tu Fu, y veremos de qué estoy hablando: «Acabo el poema, dioses y demonios quedan estupefactos por él».
Llegué a ella por Teresita Fernández, que era una mujer culta y de gustos refinados en Poesía, y en general, en Arte. Cuando tenía como dieciséis años, ella me habló de Li Tai Po, y me dijo una frase de él que nunca he encontrado por mucho que le he leído: «Los hombres nos pasamos la vida luchando por esa fruta inútil que es la eternidad». Esas palabras fueron la llave que abrió estos arcanos.
Claro, al no hablar chino en ninguna de sus formas, ni coloquiales ni literarias, soy un lector de traductores, que van desde Ezra Pound, Ernest Fenollosa, Francoise Cheng y Pilar González España, hasta Zhao Zhenjiang, quien después me tradujera al mandarín.
Tengo mi escogencia entre ellos, pero en China hay mucho donde buscar. Durante milenios los chinos han cuidado de registrar y conservar toda la poesía, y los poetas se dan lo mismo entre los emperadores, los soldados, los historiadores o los borrachos, como el propio Li Po, que murió tratando de atrapar la luna en el agua. Aunque hay que aclarar que la borrachera entre ellos no es la enfermedad contemporánea sino un recurso para alterar la conciencia buscando estados de iluminación interior.
La Poesía es motivo de devoción, pero también de conocimiento. Entre los libros clásicos confucianos está ella, que había que dominar si se querían aprobar los conocidos Exámenes Imperiales, especialmente después de la época Tang, y que como sabemos abrían las puertas al enorme aparato estatal imperial. Era una burocracia tan brutal como la contemporánea, solo que la actual, y en todas partes, no es una meritocracia, sino una bestia que no piensa, y cuando lo hace, el órgano del pensamiento es gástrico o reproductivo en el mejor de los casos, porque ya sabemos que el tono general es el no-pensar.
Un día, gracias a Roberto Manzano, llegué a China y subí hasta la provincia tibetana de Amdo. Visité el lago donde murió asesinado el VI Dalai Lama, que era un monje raro y un poeta espléndido, el mayor de una etnia y una lengua que tienen su propia órbita. Estuve en la Ciudad Prohibida, la Plaza Tiananmen, y comí en los conocidos hutong, antiguas cuarterías o solares asiáticos, hoy convertidos en lujosos restaurantes, y me espantó la polución de Beijín o los que viven en la calle, sin dejar de quedar absorto delante de la muralla de la ciudad, que estaba justo delante de mi ventana, o comer goloso de la cocina han y nousu, tan llena de detalles. La culinaria en China alcanza niveles de sofisticación y exquisitez tan marcados como sus monumentos, ciencia o arte magnífico.
Hay que conocer los lugares para entender a los poetas. Las claves de la Poesía están en el aire, son aire. Aunque no traduje una palabra, pude entender la poiesis que está allí, que le habita. El poeta Enrique Servín, una de esas cabezas coronadas que mueren pronto, me ayudó con el entender y el ver.
Otro rostro de China me atrapó cuando me vi a mí mismo en esa lengua, en esa particular caligrafía. Mucho más en los trazos de LAU Kwod Hung, calígrafo y artista visual que vive en la Toscana, y que mantiene intactas las esencias de ese arte milenario, comparable en dignidad con la pintura. En ese país un cuadro y un pliego o una seda escritos tienen la misma dignidad y valor que una pintura. Grandes poetas o pintores —Wang Wei, de la Dinastía Tang, por poner un ejemplo, fue afamado poeta y calígrafo— manejaron todas las artes del escribir.
La letra es sagrada allí. Los monjes taoístas saben que un talismán es realmente efectivo por la maestría en el arte de sus caligrafías; o la santidad y veneración de un texto budista ch´an (zen para los japoneses y occidentales) depende en mucho de la perfección de su escritura. Esas cosas solo se ven allí, y lo que es mejor, solo allí las podemos abrazar con todos los sentidos, incluso con el tercer ojo, el que está en la frente, al centro, pero al que no alcanzamos a reconocer si no es con gran esfuerzo y pureza. Esta última en nada relacionada con la genitalidad, como por estos horizontes.
Asia, al menos al sur, por los lados de Indochina y el Mar de Japón, ha nacido de la cultura continental. Si no la entendemos difícilmente podremos admirar la poesía de Japón o de Viet Nam. Ho Chi Minh podría muy bien ser nombrado entre los poetas clásicos chinos; su Diario, en Cuba traducido por Félix Pita, no me deja parecer exagerado.
Por los clásicos chinos llegué a los contemporáneos, que no me gustan tanto, aunque hay excepciones, porque están lejos del Este y sí muy cerca del Oeste. Una de esas excepciones es Francoise Cheng —Cheng BaiYou—, que me interesa mucho, pero es un poeta que escribe en francés, por lo que no es propiamente un chino, al menos en cuanto a lengua, aunque sí en esencias y tradición, que quizás sean lo verdaderamente definitorio. Este es un poeta extraordinario, prácticamente desconocido en Cuba y que merece toda atención. Es un rostro chino muy particular.
Ya sabe, soy solo un lector tendencioso, no busque en mí al especialista. Tengo los defectos de los autodidactas, que presumen, con cierta arrogancia e ingenuidad, de su vocación de colibrí y de tomar las mieles que primero se les rindan.
Regresemos al Caribe. Conozco tu admiración profunda por Orígenes. ¿Qué la motivó en un inicio, y por qué ese interés no decae?
El siglo XX cubano no puede negar la centralidad de Orígenes. Alrededor de su editorial, y de todos los intentos de fundar revistas, se reunieron las poéticas que marcaron la lengua en este país, y su alma, y su ser. Incluso su música y su visualidad. No olvidar ese detalle importante. Tan es así que hasta el nacionalismo católico de Cintio Vitier, en un momento, logró llenar vacíos impensables.
A Eliseo Diego, que era el único católico públicamente reconocido como poeta en mi adolescencia, llegué por una nota que apareció en un boletín del Seminario San Basilio Magno de Santiago de Cuba, que reseñaba una visita suya a esa casa de estudios eclesiásticos. Por él y su Calzada de Jesús del Monte, vinieron los otros. Nadie hablaba de ellos, había un silencio raro, como de cosa oculta, en el entorno de esos poetas. Después vinieron los tiempos del jubileo público y la fiesta. Cuando empecé a leerlos nos podía pasar como a María Luisa Bautista en el poema que le dedica Lezama al verla leer la Biblia en la azotea conversable.
En medio de las modas y los vaivenes, ellos lograron sobrevivir gracias a la dureza de su obra. Son como monolitos que difícilmente se podrían derribar, aun cuando para ello se movilizara un ejército de entrenados fanáticos iconoclastas.
Un sector de la Cuba letrada vuelve, por razones políticas, desde la derecha radical, a intentar satanizar el nacionalismo católico, la teleología insular, de Vitier, y la hace ver como patrimonio de todo el origenismo, algo así como la expresión totalitaria de una ideología grupal. Pero todos sabemos que eso es falso. Orígenes no fue un movimiento, y mucho menos, una revista católica romana, aunque algunos de ellos lo fueran. Lezama, el director junto a José Rodríguez Feo, era un católico heterodoxo, amigo del lado herético del teólogo alejandrino Orígenes, y devorador de su idea de un infierno vacío pues todos serían justificados, y para escribir y vivir, como buen cubano, metía en el ajiaco todo lo que le pareciera paladeable, desde el taoísmo y su «galopar sentado», hasta la idea sufí de una flauta del maligno, que en las noches llora por las cosas que se perderán.
Con discreta elegancia Orígenes esperó su momento. Y este llegó. Cuando regresaron a los altares, yo los había leído a todos y pude servir de cicerone a algunos de mis contemporáneos.
No hay que ser muy ducho, ni tener ojos de araña, para descubrir en mis poemas las huellas de Lezama, Vitier y García Marruz. No tanto de Eliseo Diego, que ahora es que está llegándole su momento en mí. El pariente más cercano que tengo hay que buscarlo en Ángel Gaztelu, no porque sea cura, sino por lo breve de su obra y lo paciente y discreta de su espera.
La colección Arco Tenso, diez títulos de poesía cubana actual, debe su existencia a una idea tuya y al apoyo de muchas personas amantes de este género, que no temieron dedicar tiempo y recursos a una aventura como esa. Háblanos de este sueño hecho realidad en tiempos tan complejos como los que vivimos hoy.
Arco Tenso nació hace veinticinco años en Buenos Aires, cuando en la Feria del Libro presentaban a golpe de la orquesta del Maestro Pluguiese y ante un público milenario, que no ocultaba su devoción por la poesía y los poetas cubanos, la primera edición de Pinos Nuevos. Yo intuí, junto a Edel Morales, que aquellos argentinos, agradecidos y memoriosos, no podrían sostener el proyecto por más tiempo. No porque no quisieran, sino porque las costuras de la política económica del menennismo y su paridad cambiaria eran ya evidentes.
Jorge Timossi, el inspirador de Felipito, el de Mafalda, que era un hombre central en el proyecto, se opuso resueltamente a nuestra propuesta de internacionalizar los apoyos y de negociar las ventas y los derechos de autor para una distribución más amplia. La historia nos dio la razón, desgraciadamente, y Pinos Nuevos pasó a ser solo la memoria de lo que fue o de lo que pudo ser.
Los colchones editoriales cubanos no los brinca ni un chivo, aunque estos se llamen editoriales nacionales, territoriales o voluntad estatal. Hay que crear alianzas, buscar finanzas, ser creativos y abiertos. Y eso es el Arco Tenso.
Puede que, como su antecesor, nos quedemos en el primero y más glorioso de los intentos; pero habremos de pasar a la memoria o al olvido como lo fue aquel: obra de agradecidos.
Pocos de los invitados, creo que dos, se excusaron de participar. Seguro ahora lo lamentan, pues es una obra donde belleza, verdad y virtud se juntan. Mire los diseños y sabrá que el hábito hace al monje y lo ayuda a ser. Dieiker Bernal, el diseñador, respondió a las limitaciones, no a orientaciones, y propuso un traje a la medida, elegante y funcional. Dashel Hernández diseñó, más que un logotipo, un signo. Manzano y Curbelo cuidaron lo ajeno como propio. Yo solo estuve, como en las sombras, mirando, agazapado, esperando a que me den más de lo pedido, porque ya estoy soñando con otros diez.
André Barros de Castro es el artífice de este esfuerzo. Buscó dineros y motivó a la Red Eclesial de Estudios Avanzados del Arzobispado de La Habana. Cuando la Editorial Selvi puso los libros en la rada habanera, la UNEAC se convirtió en el garante de esta aventura y eso abrió puertas. Toda gratitud a ellos.
Pero una colección, por muy amada y pensada que sea, no es nada si no hay poetas, libros que le calcen y lectores que le acojan. Busque y verá esos nombres, en ellos encontrará a gente notable, de una principalía innegable. Ya sé que son solo diez, pero ese es un buen número, que nos permitió movernos con cierta libertad entre lo pedestre y lo estelar.
En un mundo cada vez más cambiante y lleno de banalidades de todo tipo, ¿qué lugar crees que ocupa y va a ocupar la poesía?
Puede que parezca un lujo del espíritu leer o escribir Poesía, puede que alguna vez la soberbia nos insinúe que somos parte de un reducto salvador o de una levadura, y hasta de una sal vencedora. Pero eso se nos pasará, como las fiebres, o nos matará. Ella es en nosotros como la luz que hace las cosas. Nada hay fuera de esas fronteras infinitas. Y créame, la nada no existe.
Muchos coinciden en afirmar que la Poesía es algo indefinible. ¿Te atreves a aventurar una definición? Si no tienes una, ¿cuál de los grandes poetas te parece más productiva?
Me quedo entre el caracol nocturno lezamiano y el Tú de Gustavo Adolfo Bécquer. Lo líquido del rectángulo puede convertirse en el espacio de la transfiguración que nos llevará a la visión del Otro, que es Uno y Tres. Fíjese que el Camino, la Verdad y la Vida arman una unidad hipostática, de personas, como sugerían los Padres del cristianismo primitivo. Pero todo intento de definir fracasa.
Para los judíos el Escondido tiene que autolimitarse para ser contemplado por la criatura. Así en la Poesía, todo intento de definirla fracasa de antemano, en tanto tiene que ponerle bridas.
Mejor dejémosla donde está, inatrapable, aunque sepamos que es cosa creada, energía creada que expresa lo increado o medio por donde esto último se muestra como epifanía.
[Foto: Tomada en el Tíbet, por la poeta y fotógrafa israelí Anapt Zachari en el año 2014 (cortesía del entrevistado)].
Jesús Lozada Guevara
(Camagüey, 1963)
Poeta, narrador oral, libretista de radio, promotor. Ejerce el periodismo cultural y la crítica literaria. Investigador y pedagogo de la Oralidad y la Narración Oral. Graduado como doctor en Medicina en el Instituto Superior de Ciencias Médicas Carlos J. Finlay. Considerado uno de los protagonistas del relanzamiento de la narración oral en Cuba en la década de los ochenta del pasado siglo. Asesor Consultante del Foro de Narración Oral del Gran Teatro de La Habana, y creador de su Aula de Teoría y Pensamiento. Miembro del Grupo de Expertos del Consejo Nacional de las Artes Escénicas del Ministerio de Cultura de Cuba. Fundador de La Peña del Brocal (1987) y de la Bienal Internacional de Oralidad de Santiago de Cuba (1997). Promotor, junto a otros, del Primer Festival Nacional de Narración Oral Escénica, inaugurado el 20 de marzo de 1989 en Camagüey, primero de su tipo en Iberoamérica, por lo que desde 1993, en conmemoración de tal evento, se celebra en algunos países el Día del Narrador Oral. Tiene publicados los poemarios Archipiélago (Editorial Letras Cubanas, 1994; Premio Pinos Nuevos en su primera edición), Los ojos quebrados (Editorial Unión, 2004) y Sentado en el olvido (Arco Tenso, Selvi Ediciones, 2020). Coordinador general de la Colección Oralia de la Editorial Tablas-Alarcos. Compilador de las antologías El vuelo de la flecha (Editorial Tablas, Colección Oralia, 2012) y El Árbol de las Palabras y del texto de teoría de la oralidad y la narración oral contemporánea El trigo y la cizaña (Editorial Tablas, 2012). Miembro de la Asociación de Escritores y de la Asociación de Artistas Escénicos de la UNEAC. Miembro de la Red Internacional de Cuentacuentos.
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