En un pequeñísimo pueblo de Jicotea, antigua provincia de Las Villas, nació Juan Marinello en 1898 —su padre, el catalán Felio, era administrador del central azucarero Pastora. Estudió allí y en el Colegio de los Padres Pasionistas de la capital provincial; entre 1910 y 1912 lo hizo, como interno, en el Colegio de los Padres de la Sagrada Familia, en Villafranca de Panadés, Cataluña, España; continuó estudios en el Instituto de Segunda Enseñanza de Santa Clara; terminó en 1920 Derecho Civil y al año siguiente Derecho Público en la Universidad de La Habana, donde conoció a Rubén Martínez Villena; como alumno eminente obtuvo una beca que le permitió asistir dos años a la Universidad de Madrid. Cuando regresó a Cuba en 1923 era un joven abogado de 25 años, de procedencia burguesa, formado en escuelas católicas: demasiados pecados capitales para un futuro comunista.
Sin embargo, recién llegado a La Habana y junto a Martínez Villena se comprometió políticamente: fue uno de los participantes en la Protesta de los Trece, fundó con Rubén la Falange de Acción Cubana, integró el ejecutivo del Movimiento de Veteranos y Patriotas, y firmó el manifiesto del Grupo Minorista. Desde 1913 publicaba en la revista Cuba Contemporánea y comenzó a hacerlo en Social cuando Emilio Roig de Leuchsenring fue su director literario; en 1926 presidió la Sociedad de Conferencias de la Institución Hispano-Americana de Cultura constituida por Fernando Ortiz y al año siguiente creó la Revista de Avance que codirigirá con Jorge Mañach, Francisco Ichaso, Félix Lizaso, Martín Casanovas, durante un tiempo con Alejo Carpentier, y después con José Zacarías Tallet. Como puede comprobarse, desde temprano Marinello participó en acciones políticas importantes de la que él mismo llamara “década crítica”, y también estuvo muy vinculado a la cultura mediante el periodismo y el ensayo sobre temas diversos de España y América Latina, y sus dos pasiones: José Martí y la poesía; la primera la mantuvo toda la vida y alcanzó un clímax significativo con el libro Martí, escritor americano, y la segunda la autorreprimió poco después de publicar en Madrid el cuaderno Liberación.
Carlos Rafael Rodríguez recordó el reproche a Marinello de Gabriela Mistral, quien le reclamaba en nombre de la literatura “un regreso a su quehacer artístico para que no se repitiera históricamente aquella gran pérdida” (Casa de las Américas, La Habana, No. 103, julio-agosto, 1977, p. 6), en referencia a la obra literaria que pudo haber realizado Martí, truncada por su muerte en combate. Rodríguez elogió la actitud del poeta, de renunciar a la literatura por mantener su compromiso político, pero añadía: “Juan Marinello lo hizo no sin angustias internas. Su mayor respeto hacia Rubén Martínez Villena le venía de haberse dado cuenta de que Rubén abandonaba la piel literaria sin que le siguiera ardiendo por toda la vida la carne viva del escritor contenido” (Ídem). Pero Marinello no era ni Martí ni Martínez Villena; eran caracteres y personalidades diferentes, condiciones de vida que no podían compararse, dinamismo, inspiración y estilo distintos, para suponer siempre, en los tres, la opción de escoger entre la política y la literatura.
Después de la célebre polémica de Rubén con Mañach se creó un mito de disyuntiva entre política y literatura, que no es aplicable a Martí, pues, como se sabe, obtuvo descomunales rendimientos muy creativos en ambas, y, además, complementarios, pues justicia y belleza se hermanaban en él con beneficios recíprocos. En realidad lo que gravitaba en Marinello era su pasión por la poesía intimista, que en su caso complicaba las cosas y agravaba, ante el dogmatismo de corte estalinista, sus “pecados” de clase: ya desde finales de los años 20 no se podía ser abogado, burgués, y no solo intelectual, sino afiliado al intimismo, en vez de alistarse en el realismo socialista y convertirse en “ingeniero de almas”; para ser militante comunista, lo primero podía ser pasado por alto gracias a su actuación, pero no lo segundo, aun cuando Marinello desplegara una encomiable labor cultural junto a otros compañeros de lucha: tuvo un papel protagónico en la creación de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, la UEAC, en 1938, y encabezó su Comité Nacional, junto a Nicolás Guillén, Mariblanca Sabas Alomá, Fernando G. Campoamor, Mirta Aguirre y Elías Entralgo; apoyó las acciones del Salón de Artes Plásticas en 1939 con piezas de Víctor Manuel, Jorge Arche, Mariano Rodríguez, Domingo Ravenet, Juan David, Teodoro Ramos, entre otros; estuvo atento al cine no comercial que veía en casa de José Manuel Valdés Rodríguez, junto a Raúl Roa y Fernando Ortiz; participaba como miembro del comité editor en revistas como Mediodía, junto a Guillén, Carlos Rafael, José Antonio Portuondo, etc., y colaboraba activamente como miembro de la Comisión para el Trabajo Intelectual del Partido Socialista Popular, cuando existía un frente amplio contra el fascismo. Como es muy conocido, a partir de la muerte de Lenin, Stalin secuestró el poder absoluto en la Unión Soviética, paradigma de la toma del poder del proletariado, la clase social “más revolucionaria” que luchaba contra la burguesía, y estableció dogmas que la gran mayoría de los partidos políticos de América Latina siguieron como doctrina; el realismo socialista era uno de ellos; Marinello, militante demasiado disciplinado, al no poder cumplir con la orientación de sumarse a ese empeño, prefirió dejar de escribir poesía.
Todavía en la solapa de Obras. Juan Marinello. Poesía, con prólogo, compilación y notas de Emilio de Armas y edición de Virgilio López Lemus, publicado en 1989, se reproduce un fragmento de una entrevista a Marinello, en la cual confiesa:
He dudado un poco en autorizar la edición actual de mis versos, ya que la actitud que expresan no traduce, en lo dominante, lo esencial de mi actividad política y literaria. He accedido al fin por dos razones que me parecen poderosas: de una parte, está el hecho de la existencia de esta poesía como momento de nuestro acontecer creador, cosa bien conocida; por otra, es un testimonio de cuánto ha conmovido y transformado el pensamiento y la sensibilidad de nuestra tierra la revolución más honda, radical y trascendente del Continente americano. Se trata de un camino bordeado de accidentes de gran calado, del que debe quedar testimonio, tanto más si, como en el caso, se sobrepasa la pericia personal. Por otra parte, cuando me visitan mis viejos poemas recibo la impresión de que son como hijos que hablan con inflexiones superadas (Obras. Juan Marinello. Poesía, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1989, solapa de sobrecubierta).
Su único poemario publicado, Liberación, de 1927, uno de los primeros libros del intimismo; para las reglas estalinistas significaba la apoteosis del individualismo. En 1930 en la Unión Soviética el poeta comunista ruso Vladimir Mayakovski, quien publicó uno de los más grandes poemas a Lenin, se suicidó de un disparo al corazón, acosado por críticas severas a su expresivo individualismo desarrollado en su obra futurista.
Precisamente en ese año en Cuba el machadato definió la conducta política de muchos cubanos, después de la tángana estudiantil del 30 de septiembre de 1930, a consecuencia de la cual murió Rafael Trejo y resultaron heridos Pablo de la Torriente Brau y el obrero Isidro Figueroa. Marinello fue enviado a la cárcel, acusado de instigador de la manifestación, y posiblemente se le presentó un momento decisivo de reflexión definitiva para dedicarse por entero a la lucha social y política. Formaba parte entonces de la dirección de la Revista de Avance y tuvo oportunidad de conocer a la intelectualidad cubana y latinoamericana más relevante de su época; a los poetas Emilio Ballagas y Eugenio Florit, y los narradores Lino Novás Calvo y Félix Pita Rodríguez, entre sus coterráneos. Comenzó a colaborar con algunas revistas de América Latina y se familiarizó con la obra de José Carlos Mariátegui, Alfonso Reyes, Miguel Ángel Asturias, Mariano Azuela, Luis Cardoza y Aragón, César Vallejo… Posteriormente reconoció que la Revista de Avance tuvo muchas dificultades para cohesionarse en una orientación, pero también registró que había actualizado la creación artística, literaria e intelectual de la Isla.
Atrás quedaría Avance, y más atrás aún, Liberación. Su renuncia a la escritura y publicación de poesía fue seguramente un fuerte desgarramiento. Había transitado de un romanticismo subyacente y del ya pasado modernismo, hacia una renovación valiosa y revolucionaria desde el punto de vista estético, que abría puertas a la poesía de vanguardia, bajo un intimismo de coherente armonía y autenticidad; anunciaba un purismo diferente al de Mariano Brull, Ballagas o Florit. Su contradicción se manifestaba entre esa intimidad de hedonismo sensualista y un ascetismo individual, que trasladaba a la escritura y rivalizaba con una paradoja de su ser político en la búsqueda de un ideal de justicia y participación activa frente a la situación política de su país. Cuando se analizan sus primeros poemas, escritos entre 1917 y 1925, que no formaron parte de Liberación, se advierte que en “Paz”, su declaración es diáfana: “¡Oh, grata soledad, dulce y querida, / que en el retiro amable y escondido, / das nuevos sueños a la triste vida! // Esta es la santa paz, que ardiente ansío, / como ansía el sol, soberbio y encendido, / romper su luz en el cristal del río” (Ibíd, p. 41). No se puede negar el influjo de “Canción del sainete póstumo”, de su amigo Martínez Villena, en su poema “Final”, en que la muerte pone cierre a la decepción de la vida.
Ese hastío, que en Martínez Villena los especialistas han llamado “ironía sentimental”, fue la expresión de un momento de cansancio, de “anhelo inútil”, de la paradoja de “¡estas alas tan cortas y esas nubes tan altas…! / ¡y estas alas queriendo conquistar esas nubes…!” (Rubén Martínez Villena: El párpado abierto. Antología poética, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2004, p. 34). Frente a la página en blanco ningún poeta verdadero puede fingir; por esta razón, Marinello muestra la actitud contemplativa de su ascetismo, que pugna con la realidad, invitándolo a la acción. Se trata de un sentimiento irreconciliable con el hombre de acero inoxidable que proponía el estalinismo. A pesar de que el poeta de Liberación rechazó material y espiritualmente de manera sarcástica, al igual que su amigo Rubén, la empobrecida realidad cubana de su momento y el generalizado conformismo burgués, no era suficiente, y al exponer el intimismo entraba en plena contradicción con su militancia política: participación o renuncia, dos posiciones excluyentes de su filiación estética y de su partido político. Mientras la vida le exigía colaboración a partir de su compromiso social, su militancia política requería de una posición estética en conflicto con su naturaleza, propensa a la soledad y a explorar caminos poéticos en la búsqueda de una expresión nueva. No era solo escoger entre literatura o política. Su obra poética expresó solo de manera potencial o como deseo la esperanza de alcanzar un mundo mejor, especialmente en el poema de Liberación “Yo sé que ha de llegar un día”, pero para el partido político en que militaba no era lo suficientemente “contundente”. La visión interior estética en la poesía de Marinello no poseía la energía suficiente que le reclamaba su condición política y fue autorreprimida y extinguida, justamente cuando había enseñado el camino de una tendencia del purismo en la poesía de las vanguardias.
Después de Liberación, en la Revista de Avance aparecieron dos poemas, de 1928 y 1929 respectivamente, que demuestran cómo el autor estaba labrando su propio camino hacia la poesía pura, un verdadero acontecimiento en Cuba, después de que en 1925 el abate Henri Bremond disertara en París sobre esta posibilidad de expresión, que, por cierto, se encuentra presente más de lo que suponemos en la poesía y en hasta en la música popular de cualquier país del mundo. Podemos comprobar que Marinello estaba proponiendo un lenguaje purista y basta leer estos versos de “Palabra”: “Palabra de ayer: límite, muralla / palabra─ojo: tamaño, forma, color. // Palabra─ver de hoy, / detrás de la pupila / en la pupila, / pero no la pupila, limitada / como un ¡ay! romántico” (Obras. Juan Marinello. Poesía, cit., p. 86), o estos otros de “Flecha, metal”: “Flecha y metal, camino / ─lejanía de mí─ / te pintarán tus vientos / con órbitas de estrellas. // Metal y flecha: ─vuelo─ / son perdido en sí mismo / y disparo hacia el vértice / de oscuridades nuevas” (Ibíd., p. 87). Seguramente con más versos como estos el poeta Juan no sobreviviría a la evaluación del realismo socialista exigido; todavía en 1968 en el poema homónimo del libro Fuera del juego, Heberto Padilla denunciaba irónicamente la incomprensión frente a un hecho poético que escapara a estos cánones: “¡Al poeta, despídanlo! / Ese no tiene nada que hacer. / No entra en el juego. / No se entusiasma. / No pone en claro su mensaje.” (Heberto Padilla: Fuera de juego, La Habana, Ediciones Unión, 1968, p. 59). No es necesario comentar aquí lo que sucedió después con el llamado “Caso Padilla”.
Cuando se publicó Liberación, la mayoría de los mejores críticos cubanos reconocieron su acento original, entre otras virtudes porque superaba el raigal romanticismo de la poesía cubana y se desentendía de la gastada ornamentación modernista, para presentar una voz intimista, considerada entonces como “nueva expresión poética”, que hoy sabemos intento inconcluso, una poética interrumpida que se ha explicado de manera parcial hasta por el propio autor, pero no completamente. Coincido con Emilio de Armas, quien en el prólogo ya citado afirmara: “La ‘liberación’ conseguida por Marinello en sus poemas, trasciende el ámbito metafísico a que fueron reducidos por la crítica del momento, para proyectarse en el campo de la plena realización vital” (Emilio de Armas: “La poesía de Juan Marinello”. En: Obras. Juan Marinello. Poesía, cit., p. 10). Pero era solo una proyección y su partido exigía más; la liberación que se exigía proclamar a los comunistas de ese momento no era la de Liberación.
Marinello publicó otros poemas que continuaron con una estética purista, como “Del nuevo mar”: “Vecindades abisales / ─concha y molusco─ tus anclas / ciclones de mis deseos” (Obras. Juan Marinello. Poesía, cit., p. 88) y “Vuelta”: “Tímpano y diapasón / del gran miedo sin márgenes / de la noche entreabierta” (Ibíd., p. 91), publicados en la revista Orto, de Manzanillo, en 1929 y 1930 respectivamente. Fueron Ballagas y Florit quienes concluyeron y cerraron el camino purista en la poesía cubana, comenzado por Brull y autorreprimido por Marinello. Hay otras razones para entender la renuncia a continuar escribiendo poesía; entre ellas, que en la “década crítica” se estimulara más el pensamiento que la lírica, y que durante las décadas del 40 y el 50 se impusiera el conversacionalismo, con el que Marinello no comulgaba, y mucho menos con el prosaísmo de los 60. En realidad, su desasosiego poético no se conciliaba ni con el debate político en el que estuvo insertado, ni con el tono coloquial que inauguraba el propio Florit junto a Samuel Feijóo, Virgilio Piñera y las nuevas generaciones de poetas de los años 50, como Roberto Fernández Retamar y Fayad Jamís, entre otros.
Marinello aceptaba algunos recursos del “disparate” del purismo asumidos por la poesía negra con Ballagas, y todavía más, bajo otra experimentación de carácter social y sentido político con Guillén, pero tomaba precauciones: “El peligro mayor de la poesía negra está en que se convierta por imperativo de nuestra frivolidad y por la fuerza irresistible del bongó, un divertimento aplebeyado, en aire sin raíz humana, en cosa juguetona y trivial” (Obras. Juan Marinello. Cuba: Cultura, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1989, p. 368). A pesar de una carta convertida en prólogo en 1934 a Acento negro, de Vicente Gómez Kemp, en que se elogiaba el texto, Marinello reconocía que las más altas expresiones de esa poesía en Cuba se encontraban en Ballagas y Guillén. La enfatizaba como mestiza a pesar de ser un defensor de llamarla “poesía negra”, y destacaba en ella el “color cubano” para identificar la cubanía, pues “el negrismo de estos poetas muerde en la veta de temblor desorbitado que transita el negro para llegar a nuestra expectación ─distancia─ y a nuestra cubanidad ─cercanía unánime” (Ibíd., p. 325).
No escribió más poemas Marinello, pero sí se convirtió en uno de nuestros más agudos críticos de poesía. En el prólogo “Hazaña y triunfo americanos”, de Cantos para soldados y sones para turistas, de Guillén, publicado por la Editorial Masas de México, en 1937, alerta tempranamente sobre una cuestión esencial de este libro y también del resto de la obra guilleniana, que todavía a veces se olvida: “Guillén tiene en su pulso creador esa fuerza: la sonoridad libre y erguida de Castilla y la profundidad altiva y reverente, hecha para el aliento ambicioso, de los grandes escritores del xvii español. Pero es una procesión acrecida, enriquecida por americanidad, por su tiempo y por su mulatismo” (Ibíd., p. 374). De esta manera, ha entendido que Guillén no solo es un poeta cubano de sensible descendencia española, posiblemente el más español de los poetas cubanos, sino que ha tomado como protagonista no solo al negro, sino al latinoamericano. En el prólogo para Pulso y onda, de su amigo Navarro Luna, advierte también prematuramente el descubrimiento de las vanguardias poéticas cubanas que, distanciándose del aliento posmodernista, no acudieron tanto a la experimentación del lenguaje como a establecer un nuevo tipo de comunicación con sus lectores; en “Margen apasionado” afirma: “Los versos de este libro son nuevos porque no recuerdan a sus hermanos de ayer y porque ─¡nova novarum!─ al leerlo hemos oído removerse nuestra tierra escondida” (Ibíd., p. 302).
Como ensayista sobre poesía, Marinello fue elegante y preciso, oportuno y siempre con intencionalidad política y compromiso partidista; apreciaba mucho que el autor tuviera en cuenta la comunicación de sus ideas revolucionarias mediante la belleza de las palabras y su poder sugestivo. En el prólogo de La tierra herida, “Tierra y canto”, continúa saludando el esencial cambio vanguardista del bardo de Manzanillo hacia una nueva época, y destaca su carácter elegíaco: “Manuel Navarro Luna ha sido en Cuba el ejemplo más significante de poeta preso en las viejas cárceles virtuoso y leal, sin embargo, a su tiempo beligerante. Hay por ello en la obra de sus últimos años un hondo surco trágico” (Ibíd., p. 330). Quizás uno de los motivos de su admiración por este poeta que decanta su voz definitiva en una conciliación entre la intimidad y las angustias sociales traducidas en elegías y presentadas como denuncias, fue la solución creativa que Navarro Luna halló y él nunca logró, aunque tampoco nunca se lo propuso: sencillamente dejó de escribir poesía, y la posterior a su único cuaderno, muy escasa, sería de ocasión. Como bien escribió, creía que “la lírica política no puede ser más que la oportunidad, la utilidad, exaltada por el impulso sin tiempo del arte” (Ibíd., p. 331) y él no se creyó con facultades para lograrla o sostenerla.
Luego del triunfo de la Revolución solo dio a conocer tres poemas: el muy conocido “Soneto imperfecto para la frente de Pepilla Vidaurreta”, dedicado a su esposa e incluido en la Órbita de Juan Marinello, publicada por Ediciones Unión en 1968; “Las coplas de Pancho Alday”, aparecidas en el periódico Hoy el 6 de noviembre de 1962, pero escritas en los días de la invasión por Playa Girón, y un soneto escrito en París en 1973 y publicado en noviembre de ese año en el número 117 de La Gaceta de Cuba, dirigido a Roque Javier Laurenza, diplomático y periodista panameño ─tío de Rubén Blades─, con un envío de pinturas cubanas. Juan Marinello se abstuvo de escribir más poesía; de haberlo hecho, seguramente habría ocupado un lugar notable en la historia del género en Cuba. No en balde la doctora Vicentina Antuña precisó con mucho refinamiento esta paradoja de su ser: “No creemos equivocarnos al pensar que, en Marinello, esa pugna interior, inicial, se produjo en dos planos distintos, aunque estrechamente vinculados, de la personalidad: el temperamento y la vocación” (Vicentina Antuña: “Juan Marinello, maestro emérito de la cultura cubana”. En: Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, La Habana, septiembre-diciembre, 1974, p. 17).
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