Entre las múltiples definiciones de política, se encuentra la de ser un proceso de toma de decisiones en que se resuelven problemas de carácter colectivo bajo un quehacer ordenado en el uso de la ciencia de la negociación, guiado por el bien común. La ejecución política no puede prescindir de su propia cultura, por lo que cualquier político debe conocer sus bases para fundamentar sus acciones, y entre estas bases está la negociación. La Historia, y la cultura en general, constituyen fuentes significativas para llevar con acierto un proceso de toma de decisiones, junto al buen uso de la palabra y una presencia mediática estudiada, instrumentos esenciales para quien deba asumirla representación de un organismo o institución. Un político que no tenga en cuenta la Historia, que no la conozca, correrá muchos riesgos en lo que dice y hace, entre ellos el de “descubrir el agua tibia”. No solo debe hablar bien en los medios, sino hacerlo con precisión; su ejercicio se completa satisfactoriamente en la práctica cotidiana. En algún momento tiene que ajustar, manejar, acordar, comprometer, ceder y negociar, y estar listo para no solo iniciarla negociación sino para concluirla. Los políticos siempre conocen adónde quieren llegar, incluso los malos políticos, y por regla general no solo están bien documentados sobre la historia de los problemas que retan sino que se entrenan en su actualidad para lograr resultados satisfactorios; sin embargo, su talón de Aquiles está cuando sobrepasan su autoridad, competencia y conocimiento, y no están dispuestos a aplicar la ciencia de la negociación, porque siempre creen que con esto se debilitan o están haciendo concesiones indebidas. Quienes no saben, no quieren o no pueden negociar, o los que lo hacen de manera inoportuna, fuera de contexto, de manera errática, bajo la presión que otorga el poder o dejando fuera algún aspecto esencial, terminan fracasando.
Negociar no es solo arte de líderes o destreza connatural de ellos, sino también una ciencia que puede aprenderse. Da lo mismo que la acción política se desarrolle en un lugar o tiempo diferentes, bajo una ideología u otra, en un terreno complejo o sencillo; a nivel planetario, de un país, o en una zona o sector más restringido: en política siempre hay que fijar posiciones, y también, hay que negociar. Lo primero que debe conocer el negociador, cuya acepción aquí nada tiene que ver con el comercio, es qué temas o contenidos son innegociables, la frontera ética, los preceptos o ideas irrenunciables, y los intereses que defiende, para lo cual es preciso identificar en detalle cuáles son los principios intocables, pues de no conocerse, la operación está condenada al fracaso. Algunos se confunden y creen que no debe renunciarse a nada porque todo es un asunto de principios, o pecan de autosuficiencia, al descalificar, de antemano, al dialogante; otros no alcanzan a determinar la línea roja que no se puede transgredir.
Una cuestión crucial es el momento en que debe detenerse o interrumpirse el proceso sin que se dé por concluido, o quizás tomar algunas medidas oportunas que lo aceleren y concretar de inmediato ciertos compromisos. A veces se necesita resumir los acuerdos y los desacuerdos, tomarse un descanso, bien porque han cambiado las circunstancias y serán necesarias consultas o autorreflexiones, o porque sencillamente se precisa una revalorización motivada por el transcurso de los acontecimientos. En otros casos resulta ineludible apresurarse porque se previó qué viene después, una vez conseguido un acuerdo. En cualquier negociación hay que saber exigir con firmeza y disponer de una artillería de argumentos, pero también ceder sin prejuicios. Si aceptamos negociar es porque sabemos que en esa interacción tendremos beneficios comunes o mutuos, y pérdidas, recuperables o no. En ocasiones no vale la pena intentar negociación alguna, pues con algunas personas o grupos, y sobre algunos temas o asuntos, no puede existir el menor acuerdo, porque sería como pedirle al león que no se coma al cordero.
Los cubanos somos hacedores de una Revolución que se ha sostenido con un amplio apoyo popular, invulnerable a las amenazas externas, que son muchas y de naturalezas diversas, y solo vulnerable por nosotros mismos, según criterio acertado del propio Fidel, quien siempre mantuvo un constante diálogo directo con el pueblo, a partir de su especial sensibilidad y de su sabiduría y habilidades políticas. En los momentos más difíciles del llamado Período Especial supo escuchar criterios emanados del pueblo y extraer conclusiones propias, al margen de informes, dictámenes o juicios argumentados en reuniones de expertos o de comisiones desde todos los poderes constituidos por el Estado; se trataba de una singular manera de hacer política revolucionaria y socialista en la Isla, que garantizó no solo una resistencia de ribetes heroicos, sino la resiliencia. Este es uno de los legados de Fidel a los dirigentes de cualquier nivel y a nuestros políticos actuales en su trabajo cotidiano: el arte de escuchar y asimilar, con sensibilidad y conocimiento, de pasar las decisiones por el tamiz de la consulta popular, más que una opción se convierte en una obligación de nuestro sistema político.
Hay que seguir avanzando con bloqueo, incluso, con más bloqueo; las reglas están fijadas bajo esa condición. No podemos dejar de exigir en cualquier tribuna su levantamiento, pero no escudarnos para justificar una mala política interna debida a una errada gestión o a ideas que respondieron a circunstancias pasadas. Si hay honestidad y no existe corrupción —un mal generalizado prácticamente en todas las sociedades contemporáneas, por la pérdida de valores, y un problema cubano también—, es la ignorancia la que engendra los mayores problemas, a veces asociados a la incapacidad para negociar, porque muchos jefes, que recuerdan autoritariamente su jefatura o se creen que porque la tienen no necesitan consultar con el pueblo, entienden que pueden mandar sin negociar. La distorsión en el uso del poder ha sido causante de que muchas personas con capacidad para solucionar problemas en su puesto de trabajo, deban estar sometidas a reglas incumplibles de sistemas anacrónicos o poco funcionales. Lo ideal sería estudiar bien los procesos y “cambiar lo que tiene que ser cambiado”, pero mientras tanto, los jefes tienen que negociar con sus subordinados sobre la base de la honestidad y la ética, la decencia y la comprensión de la situación del otro, fijando bien los límites de lo innegociable. Cuando ello no ocurre, los subordinados suelen renunciar y hasta incorporarse a puestos de inferior categoría, hasta con menos salario, con el consiguiente desperdicio de su capacidad. Otros han renunciado para ganar mucho más dinero en negocios privados, un desangramiento que hoy afronta el Estado, pero en no pocos casos la causa de esa renuncia ha sido la falta de capacidad negociadora, y la empresa socialista cubana ha perdido a buenos técnicos, incluso cuadros calificados, a cuya formación dedicó recursos.
Los cuantiosos recursos empleados en la capacitación de personas formadas en el sistema de educación y superación cubano, se transfieren a un sector ajeno a la empresa socialista que aspiramos a estimular. Creo que ya suman millones nuestros profesionales educados y entrenados, a veces en especialidades costosísimas, y una parte de ellos desde hace muchos años apenas tributa al crecimiento del sector estatal, y hasta forman parte de empresas e instituciones extranjeras que se han beneficiado a nuestra costa. Se trata de una pérdida sistemática y prolongada, que nos hace más débiles frente a competidores de todo tipo. Las causas son muchas. Lo difícil que se les hace la vida a muchas personas que merecen otro tratamiento, a veces con ejemplos dramáticos, es lo que más reflejan nuestros enemigos, siempre dispuestos a denigrar y descalificar. Prefiero llamar la atención sobre la incapacidad de algunos dirigentes cubanos para negociar de manera personalizada con trabajadores y estudiantes, en aras de hacer su puesto eficiente y eficaz, con mayor productividad y mejor servicio, con los naturales beneficios para el trabajador y mejores resultados para la entidad. Las facilidades de autonomía y la eliminación del burocratismo, junto al aumento del control real de recursos, pasa de manera imprescindible por el dominio de la ciencia de la negociación.
Deje un comentario