“La cosa es que no me explico cómo, de pronto yo le estaba serruchando a Rebeca esta zona de acá.”[1] De esta manera el personaje de Mini explica su crimen en la primera escena de La escala humana, pieza dramática concebida por tres creadores argentinos de la escena contemporánea, Rafael Spregelburd (1970), Javier Daulte (1963) y Alejandro Tantanian (1966). Ante las palabras de la madre que, “sin querer”, se ha convertido en una asesina, los hijos Silvi, Nene y Leandro, idearán un plan para encubrirla y salvarla de ser acusada. Este es el punto de partida para la acción teatral en la que la sátira y el humor se tejen sagazmente.
La escala humana propone una historia de contrastes e hibridez, un juego entre mentira y verdad, realidad y apariencia que guiará la historia, en el cual se subvierten temas tan universales como la muerte. Publicada en el número 120 de la revista Conjunto, la obra pertenece al panorama de la escena argentina contemporánea. Caótica y provocadora, esta comedia resulta una crítica a la situación social y económica de la nación sureña. La pieza nos remite al teatro argentino de la posdictadura que “genera sentido con la falta de sentido, obtiene riqueza de la pobreza, encuentra productividad en el dolor, transforma la precariedad en potencia estética e ideológica”, según ha afirmado el investigador, crítico y profesor Jorge Dubatti.
Miembros del ya desaparecido grupo Caraja-ji, junto con otros creadores de la escena como Carmen Arrieta, Alejandro Robino, Alejandro Zigman, Jorge Reyes e Ignacio Apolo, los autores de La escala humana trabajaron en este “taller” por más de dos años.[2] Caracterizados de postmodernos, descomprometidos, apolíticos; gestaban las prácticas emergentes para desplazar de su lugar dominante a los modelos afianzados alrededor, sobre todo, de diversas variantes del realismo. En La escala humana, Spregelburd –Premio Casa de las Américas en el año 2007 en la categoría teatro con La paranoia–parte de la Heptalogía de Hieronymus Bosch: 6; Daulte y Tantanian, convierten el tema del homicidio en una metáfora para ironizar sobre la realidad a través del teatro.
Junto con la sátira, los autores incluyen algunos guiños que evidencian un crudo ataque a los cambios sociales y económicos que se daban en la Argentina a inicios de los 2000. Así observamos cómo Silvi, en una suerte de premonición, ha comprado un secador de pelo porque le da “una sensación de estabilidad… me parece que es como si dijera: ʻyo confíoʼ. Y pienso que si todos dijeran ʻyo confíoʼ nos evitaríamos muchos desastres económicos, hablo como país”.[3] La afirmación del personaje proyecta la mirada hacia un problema nacional, pues tiempo más tarde el gobernante Fernando de la Rúa establecería las restricciones de la libre disposición de dinero, pues cada ciudadano no podría sacar del banco más de 250 pesos a la semana, con el llamado “corralito argentino”. Un hecho que desencadenó una fuerte crisis económica que sumió a numerosas familias en la pobreza.
Especie de comedia negra, a través del humor la pieza aborda temas tan ásperos como el homicidio. Construida en tono ligero, la acción teatral enfatiza el absurdo de la cotidianidad. El asesinato cometido por Mini pasa inadvertido, sólo se anuncia como punto de partida de una gran sátira a la propia condición humana y a la sociedad. Al personaje de Mini, mujer y madre, la observo como portavoz de la mujer que sigue como víctima de presiones sociales sin escapatoria posible. No es azar que las víctimas de la obra sean personajes femeninos, lo cual pienso expone –de manera irónica– la violencia a la que siempre han estado sometidas.
La pieza evidencia el trabajo con situaciones exageradas y absurdas, el tratamiento de los crímenes más terribles desde una postura frívola, al punto de otorgarle más importancia al olvido de unos limones “Bueno, a lo que iba: no compré limones”.[4] Esa dualidad entre lo superfluo y lo verdaderamente importante, entre la apariencia y la realidad, es trabajada por la tríada de autores de modo magistral, con lo cual surge una aguda mirada al ser humano. Los hijos de Mini resuelven cometer un nuevo crimen para salvar a su madre, lo que conducirá a otros, lo que parece la solución para establecer el orden perdido. El vínculo entre la madre criminal y el afán de sus tres hijos por hallar una coartada para ella, devela las zonas más oscuras y crueles que puede tener el ser humano, actitudes que evidencian la enajenación e indolencia en que viven muchos individuos en la sociedad contemporánea.
La escala humana parodia la violencia hasta el absurdo. Ingeniosamente, los autores presentan en diversos momentos de la acción a la sangre como cliché de la criminalidad, al punto de establecer un juego de palabras con la sangría que los niños deben hacer en la hoja antes de escribir. Esta banalización de la violencia está magistralmente construida, mediante un ágil ritmo de la acción, característica que manifiesta una notable influencia de elementos de la narrativa cinematográfica. Ello se explicita en la mención de El golpe, cuando Mini descubre entre las pertenencias de Norberto Suardi “la cajita de música con la bailarina clásica de Cascanueces, con el tema musical de la película El golpe”.[5] Mediante la alusión a ese gran clásico del cine estadunidense dirigido por George Roy Hill en 1973 y protagonizado por Paul Newman y Robert Redford, se evidencia uno de los referentes de los autores para la concepción del discurso de la pieza dramática que, al igual que la obra de Hill, establece la dicotomía entre la mentira y la verdad. Daulte, Spregelburd y Tantanian construyen una mentira sobre otra mentira –la ficcionalidad del teatro–. En eso radica uno de los aciertos de La escala humana, en el juego teatral de falsas apariencias a través de la historia que Silvi, Nene y Leandro crean para salvar a su madre.
La escala humana muestra a Daulte, Spregelburd y Tantanian en su condición de dramaturgos, pero también como directores y actores. Mediante la mirada crítica sobre la sociedad argentina y global, se advierte una exploración en torno a lo real que penetra los espacios del tejido social de la falsedad. Estos autores “ponen en crisis la narración convencional por medio de la fragmentación; se vuelven autorreflexivas, generando estéticas que se repliegan sobre sí mismas en juego cerrado de artificios; se apartan del verosímil psicológico realista en relación con los personajes; producen sentidos ambiguos o multívocos”.[6] Una condición que se ha unido a la búsqueda de nuevas nociones de representación teatral y a la experimentación del actor en escena.
La caída de una mujer por una escalera mecánica, un suceso real ocurrido en Buenos Aires, fue el impulso para que Daulte, Spregelburd y Tantanian se unieran para escribir esta pieza de un humor corrosivo y audaz. A veinte años de su escritura pienso que es necesario volver a La escala humana, un proyecto que, de modo excelente, ritualiza esos lazos estéticos surgidos en torno a la escena teatral.
[1] Rafael Spregelburd, Javier Daulte y Alejandro Tantanian: La escala humana, Conjunto n. 120, enero-marzo, 2001, p. 21-.
[2] Estos jóvenes dramaturgos constituyeron uno de los núcleos más importantes de la nueva dramaturgia argentina, definidos por la búsqueda de una voz independiente.
[3] Rafael Spregelburd, Javier Daulte y Alejandro Tantanian: Ob. cit. p. 24.
[4] Ibíd., p.2.
[5] Ídem., p. 39.
[6] Alicia Aisemberg: “Tendencias de la escena emergente en Buenos Aires”, Conjunto n. 120, enero-marzo, 2001, p.13.
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