Uno de los primeros fortines españoles de América fue La Fortaleza, mandado a construir en San Cristóbal de La Habana por el Adelantado de La Florida Hernando de Soto, hacia 1537, aunque por la tradicional demora para empezar y terminar una obra, se comenzó en 1539 y se terminó en 1540, a pesar de ser un pequeño torreón rodeado por un muro. En aquellos momentos Santiago de Cuba era la capital de la Isla, pero desde La Habana partió De Soto a conquistar La Florida, donde murió de fiebres palúdicas en 1542. El pirata francés Jacques de Sores destruyó La Fortaleza cuando atacó y saqueó la villa de San Cristóbal en 1555. Se hizo necesaria una fortificación superior para proteger la villa que pronto sería la capital de la Isla, y en 1558 comenzó a levantarse el Castillo de la Real Fuerza, según los planos del ingeniero Jerónimo Bustamante de Herrera y bajo la dirección del ingeniero Bartolomé Sánchez, destituido por el rey en 1560. Los trabajos los continuaron los maestros Francisco Claros y Pedro de Ablestia, hasta la llegada en 1562 del maestro cantero Francisco de Calona. La Real Fuerza se terminó en 1577, y al año siguiente el gobernador Francisco Carreño se construyó una casa con tejado entre los baluartes de la azotea, con cuatro ventanas y vista al mar: se justificó ante el rey con la necesidad de vigilar mejor la entrada de la bahía, pero nunca mencionó que la utilizaba como residencia.
Castillo de la Real Fuerza.
A ambos lados de la entrada del canal de la bahía de La Habana se previó edificar fortalezas militares para proteger a la ciudad de los piratas que pululaban en el Caribe. Al Castillo de los Tres Reyes del Morro le correspondió el peñón que se alza en el margen opuesto al primitivo asiento de la villa, aprovechando las irregularidades del terreno; se concibió dentro de sus muros una ciudadela y se erigió una torre vigía, menor que el faro actual. Los trabajos comenzaron en 1589, como parte del proyecto del ingeniero Bautista Antonelli, quien los dirigió hasta 1594, pero por orden del rey tuvo que marcharse a dirigir otras labores en los castillos de Portobelo y Panamá, y el ingeniero Cristóbal de Roda, su primo, y el maestro Juan de la Torre, continuaron la obra después de los destrozos del ciclón de 1595. Quizás fue el momento en que las autoridades de la colonia descubrieron que un ciclón servía para justificar muchas demoras: las tareas no continuaron hasta 1604, cuando se cerraron varias bóvedas que dan al mar. En 1611 el maestro mayor Juan de la Torre, sucesor de Cristóbal de Roda, envió al rey un detallado informe sobre lo ejecutado y se dio por concluido El Morro hacia 1630, bajo el mando del gobernador Lorenzo Cabrera. En el lugar opuesto de la entrada del canal de la bahía se había empezado a erigir paralelamente, también en 1589, el Castillo de San Salvador de la Punta, completado hacia 1593. Tanto El Morro como La Punta formaban parte de un mismo proyecto del maestre de campo Juan de Tejada, que intentaba proteger las costas más cercanas a la villa.
Castillo de San Salvador de la Punta.
El Morro.
El nivel de la piratería en el Caribe a cargo de franceses, holandeses y, sobre todo, ingleses, creció a lo largo del siglo XIII, y no bastaban las fortificaciones existentes, pues era necesario proteger La Habana de manera perimetral, al estilo medieval de ciudades españolas como Toledo. En 1674 se inició la edificación de las murallas, terminadas en 1797, más de un siglo después, cuando apenas quedaban piratas; casi al culminarlas se ordenó su demolición, pues ya no cumplían ninguna función y constituían un verdadero estorbo para la ampliación hacia extramuros. También se consideró importante levantar a lo largo del litoral una serie de pequeños castillos muy semejantes a los existentes en las costas mediterráneas españolas: el Castillo de La Chorrera, a la entrada de la desembocadura del río homónimo —hoy Almendares—, al oeste de la villa; el Castillo de Cojímar, a la entrada de un riachuelo de igual nombre, al este, y el Torreón de San Lázaro, en un sitio intermedio entre La Punta y La Chorrera, más o menos por donde había penetrado en 1555 Jacques de Sores. El Castillo de San Severino, en la alejada Matanzas, fue concebido, igualmente, para defender a San Cristóbal de un supuesto “peligro holandés”.
Restos de La Muralla.
Las potencias europeas, en especial Inglaterra, a finales del siglo xvii fueron perdiendo el interés por la piratería en la región caribeña. El comerciante y banquero escocés William Paterson, fundador del Banco de Inglaterra, y otros grandes capitalistas británicos, comenzaron a acariciar la idea de apoderarse de Cuba, pues debido a su posición geográfica resultaba una posesión de gran valor geopolítico para el sueño imperial de seguir extendiendo sus dominios al sur de las Trece Colonias, para lo cual no convenía el método de las patentes de corso. Además, España, con su lentitud característica, decidió organizar el filibusterismo en provecho de la corona cuando este declinaba, pues ya las 9/10 partes de lo extraído de América había ido a parar, por diversas vías, a otros países europeos, cuyo desarrollo capitalista estimuló. La monarquía hispana había financiado la acumulación originaria en aquellas naciones, y los principales afectados ahora por los filibusteros eran sus propios capitalistas, de ahí que esas mismas potencias presionaran en 1697 a Carlos el Hechizado a firmar el tratado de Ryswick, que, al abrir un período de paz, daba un golpe de gracia al corso y la piratería. De esta manera, en La Habana se perdió el interés por las fortificaciones.
Castillo de La Chorrera.
Castillo de Cojímar.
Torreón de San Lázaro.
Castillo de San Severino, Matanzas.
Sin embargo, con la llegada de los Borbones a la metrópoli en 1700, en Cuba se tomaron una serie de medidas para militarizar la Isla y los capitanes generales centralizaron su autoridad. Con el ascenso de Felipe V, príncipe de Francia, este quedó bajo la influencia de Luis XIV y Luis XV, por lo que las guerras de estos monarcas eran también de España y sus colonias —hasta 1714 duró la Guerra de Sucesión entre Inglaterra, Holanda y Austria contra Francia y España. Cuba fue presa de las rivalidades entre las potencias europeas y base de operaciones militares contra posesiones inglesas y holandesas en el Caribe; se hizo entonces más compleja la defensa de la Isla y se volvieron a reforzar las fortificaciones. En esta coyuntura el corsario español Juan del Hoyo Solórzano atacó desde Cuba a Nueva York y Boston, y fueron organizadas expediciones contra las Carolinas, Jamaica y Bahamas. La flota inglesa desembarcó en Guantánamo en 1741 y mantuvo por algunas semanas la posesión de Cumberland, una base de operaciones para intentar apoderarse de la ciudad de Santiago de Cuba. Con la llegada de Carlos III a España se inició otra guerra contra Inglaterra.
Era el momento de aumentar la fortificación de La Habana, pues se trataba de una guerra entre potencias; sin embargo, en la colonia no se conocían los detalles. Gobernaba el mariscal de campo Juan de Prado Portocarrero y en el puerto habanero había 14 buques de guerra, unos 2 000 soldados, más otros 5 000 milicianos que se podían movilizar, 250 trabajadores del arsenal y casi 600 esclavos; en total, alrededor de 8 000 hombres, que contaban con El Morro, La Cabaña, La Punta, la Real Fuerza, la Chorrera, Cojímar, el torreón de San Lázaro y una muralla todavía inconclusa. Desde hacía muchos años los habaneros recomendaban utilizar el frente del elevado canal de la bahía para una fortaleza militar, pues desde ahí se divisaban y dominaban la costa y la ciudad, pero ningún capitán general puso atención a esa lógica y lo levantado allí eran unas cabañas para criar puercos. Los ingleses sí habían estudiado detalladamente la situación, y de “la pérfida Albión” salió para tomar La Habana el mayor contingente armado que jamás había atravesado el Atlántico: 53 buques de guerra, más de 200 transportes militares, 8 000 marineros, 12 000 soldados de desembarco, 2 000 esclavos para operaciones de peonaje: 22 000 hombres, a cuyo frente estaban el almirante Sir George Pollock, y George Keppel, conde de Albemarle.
El 7 de junio de 1762 desembarcaron por la playita de Bacuranao, al este de Cojímar, fortaleza que doblegaron fácilmente por tierra, y tomaron Guanabacoa. Una columna avanzó hacia la loma de la Cabaña, donde se asestó el golpe principal a la ciudad; junto al hostigamiento por mar, las tropas inglesas se hicieron muy fuertes. Debían someter al Morro, al que castigaron entre dos fuegos, pero sus defensores, bajo el mando del capitán de navío Luis de Velasco, resistieron heroicamente durante 44 días, en evidentes condiciones de inferioridad. Al mismo tiempo, hubo otro desembarco inglés por La Chorrera y atacaron la ciudad por su lado oeste. Se sabe que el gobernador Prado Portocarrero se rindió después de recibir un ofrecimiento para salvar su vida. El conde de Albemarle nombró gobernador a Sebastián Peñalver, quien había sido alcalde de la ciudad bajo la dominación española, por lo que fue considerado posteriormente como un traidor a la corona. Las fortificaciones de La Habana de nada sirvieron; solo se recuerda la resistencia de algunas personalidades, entre ellas el ya mencionado Luis de Velasco y Pepe Antonio, regidor y alcalde mayor de Guanabacoa, y especialmente la de los Batallones de Pardos y Morenos.
Cuando los ingleses dejaron La Habana, ni esta, ni Cuba fueron las mismas. Sin embargo, tan pronto como partió el último invasor, la metrópoli española intentó restablecer los mecanismos económicos, comerciales, administrativos, políticos, sociales, jurídicos, militares y religiosos habituales. Lo primero que hizo fue reparar, restablecer y aumentar el sistema defensivo de la ciudad. Desde el propio 1763 comenzaron, en el primer lugar tomado por los invasores, los proyectos del Castillo de San Carlos de la Cabaña. Construida entre 1767 y 1779 por Pedro de Medina bajo la dirección de Silvestre de Albarca, La Cabaña fue una de las fortalezas militares más grandes que la metrópoli española erigiera en América, casi una ciudad fortificada, y debe su nombre al rey Carlos III, a quien la mitología popular atribuye la solicitud de “un anteojo para ver desde Madrid tan grande obra”, al enterarse del entonces enorme costo de unos 14 millones de pesos oro. Se consideró, en su tiempo, inexpugnable, pero nunca se ha probado.
Castillo de San Carlos de la Cabaña.
Otras fortalezas se sumaron cuando ya no tenían sentido: el Fuerte de Atarés (1763-1767), al final de la bahía, una loma que los ingleses habían tomado; el Castillo del Príncipe (1767-1779), el lugar más alto en el occidente, desde donde los invasores levantaron campamento para avanzar por tierra; la conclusión de las inútiles murallas… Hoy todas forman parte de un sistema patrimonial y acogen ferias del libro, bienales de artes plásticas, museos, restaurantes… En el aniversario 500 del nacimiento de La Habana, resultan bastiones memoriosos del pasado colonial, testigos del tiempo en que se creía que las trincheras de piedras valían más que las de ideas. Ninguna fortaleza es inexpugnable; lo indoblegable es la voluntad de un pueblo empeñado en tener voz propia.
Castillo del Príncipe.
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