Sería costoso perder los reflejos necesarios para el instinto de conservación y la autodefensa. Enemigos poderosos tenemos, empezando por el mayor de ellos, y no es necesario imaginarlos, mucho menos que los fabriquemos. Pero el tino para impedir la pérdida indeseable no sería caer, ni inconscientemente, en las desmesuras de la paranoia o en la tentación de creernos custodios absolutos del Santo Grial de la Revolución.
No debemos considerarnos infalibles ni esperar que todo el mundo comparta nuestros criterios puntualmente, ni siquiera cuando nos apoyan. Estemos abiertos a sumar todos los empeños que honradamente reclamen lo que es justo exigir. Cuanto se oponga al imperio empecinado en asfixiarnos, puede estar de nuestro lado. Nos toca saber en qué medida o hasta dónde compartirlo, sin enajenarnos respaldos que pueden ser valiosos.
Se disfruta, por ejemplo, la presencia en la televisión nacional de personas que, con sus matices y su orientación propia, se suman en todas partes del mundo —incluyendo los Estados Unidos— al reclamo de que cese el bloqueo. Pretender que siempre lo hagan con la luz que Cuba ha recibido de su historia, de su experiencia, sería excesivo; pero no se eluda lo que requiera matización, un comentario incidental, para ubicar las cosas.
Dado lo potente que es la maquinaria propagandística del imperio sobre sus “mesiánicas bondades paradigmáticas”, y contra el pueblo cubano y otros, merecen reconocimiento quienes se den a descifrarla para percatarse de lo falaz que es, y refutarla para demandar que se ponga fin al intento de asfixiarnos. Algunos insisten en llamarlo embargo, aunque es, incluso más que un bloqueo económico, financiero y comercial, una guerra económica, como lo llamó Fidel Castro.
Pero ver y oír que alguien —aunque no dudemos de sus buenas intenciones— augure que debemos ser pacientes y esperar a que Joseph Biden resuelva los problemas domésticos para que luego cambie su posición contra Cuba, requeriría al menos una observación discrepante. Máxime si la persona en quien suponemos buenas intenciones invita a recordar, como un modelo para ese presidente —quien nada o muy poco hace por no parecerse a su predecesor, Donald Trump—, al Barack Obama que esperó a los dos últimos años de su segundo mandato para hacer los anuncios que hizo y “venir a ayudar a Cuba”.
Escuchar eso en calma es consentirlo. No se requieren más que unos segundos para que quien haga la entrevista, o la presente, apunte al menos una dosis de sensato distanciamiento. ¿Vino “a ayudar a Cuba” el césar que básicamente no rebasó anuncios y promesas importantes, y dio pasos convenientes al afán de tener mayor influencia sobre (contra) Cuba con tácticas que se alejaran, en lo más ostensible, de la ferocidad del bloqueo?
Tras su paso por La Habana, ¿no viajó a Buenos Aires para reforzar con la derecha macrista los ardides contra Venezuela? Esos ardides eran, son, también contra Cuba, por sus vínculos con la patria natal de Bolívar, y contra nuestra América toda, para revertir los procesos de progresismo popular en marcha. Y el césar no se esmeró mucho en engañar a nadie: claramente dijo que, además de aislar a los Estados Unidos —menguar su influencia en la región—, el bloqueo no había logrado sus fines.
Para cualquier persona levemente informada, no ya si vive la realidad cubana, el planteo de Obama exigía tener presente que el propósito mayor del bloqueo era, es, lograr un “cambio de régimen en Cuba”: volver a apoderarse de ella. A ese punto no ha podido llegar, y es ineludible misión nuestra impedir que llegue. Pero negar que ha conseguido una alta dosis de sus pretensiones sería desconocer los terribles daños que le ha causado a Cuba en su economía y, por ese camino, en su funcionamiento, en su vida cotidiana.
Sin pudor alguno lo dijo el conocido memorando que, desde los inicios del bloqueo, proclamó sus intenciones: provocar que el pueblo, magullado por las penurias que el bloqueo le impondría, mermara su apoyo mayoritario a la Revolución. La visita del césar al país dio lugar a un texto clarísimo hasta en su ironía: “El hermano Obama”, de Fidel Castro.
Que ese texto respondió a confusiones que el visitante procuraba generar, lo validan criterios que circularon entonces, como que a partir del 17 de diciembre de 2014 habría que empezar a hablar “del vecino”, sin calificativos. Como si se pudieran borrar de la noche a la mañana los “méritos” que el imperio ha acumulado y sigue cosechando en su abultado expediente de agresiones contra el mundo, y de manera particular contra Cuba.
No estamos para ingenuidades. Además de que un noticiero es todo un espacio cultural, o no es un buen noticiero —no solo por los momentos que con mayor o menor acierto le dedique a la cultura artística y literaria—, es obvio que al tratar específicamente de ese patrimonio de la nación se han de tener también los debidos cuidados.
Causa asombro, para no decir irritación, o más, que en uno de esos “momentos culturales” se anuncie, con júbilo, que Forbes —la revista de los millonarios, la misma que intentó propagar dudas calumniosas sobre Fidel Castro— ha anunciado que “la persona más influyente en España durante 2021” fue una actriz cubana residente en ese país. ¿En qué se basó para ello la publicación? ¿Sería en los mismos “cimientos” desde los cuales lanzó contra el Comandante un infundio que se vio obligada a desmentir, pero luego de haber procurado sembrar la duda, en lo que son diestros los medios imperiales?
El autor de este artículo comentó el asunto de la actriz influyente con dos compañeras españolas de paso por estos días en Cuba en tareas de verdadera solidaridad, y a la cara de asombro de ambas una de ellas sumó palabras que la otra apoyó con movimientos de cabeza: “Tan influyente que nosotras no sabemos quién es”. Aunque reaccionaran movidas por desinformación en el tema, su asombro calza otras consideraciones.
Aun si quisiéramos dar por indiscutible el diagnóstico de Forbes, y hasta olvidar la ideología de la revista, guiados por el deseo de enaltecer a una actriz que reside hace años fuera de Cuba, ¿no sería justo añadir por lo menos una humilde acotación que recuerde dónde se formó ella, a qué sistema de enseñanza debe las armas con que llegó a Madrid? No hay que devaluarla, ¡no!, ni ignorar la realidad.
No debemos sucumbir a los extremos de la paranoia autodefensiva como para volvernos irracionales, ni renunciar a ser sanos. Pero mucho menos hemos de olvidar que la sanidad mental y de intenciones le es totalmente ajena al imperio, frente al cual —algo en lo que vale insistir— no debemos ser sanotes, y menos aún sanacos.
Tampoco nuestra norma y nuestro comportamiento deben trazarlos personas que, desde su confort individual en otras realidades, intenten darnos lecciones de resistencia y dictar hasta de qué debemos o no debemos reírnos. Una cosa es la solidaridad genuina, de la que dan prueba tantas personas en el mundo, seguramente mayoritaria, y otra bien distinta la pose egolátrica de turismarxistas que intenten aleccionarnos.
De todo eso sabe nuestro pueblo. También saben de esas verdades nuestros medios de información, necesariamente empeñados en perfeccionar su quehacer, de gran importancia para la vida del país. Tan importante es, que nada se debe descuidar, y este aserto no invita a cacerías de brujas, actos que no nos caracterizan ni deben caracterizarnos, pero con los cuales nos intentan asociar nuestros enemigos. ¿Estarán muy lejos de ellos el culto obamista y el despliegue “noticioso” de Forbes?
Deje un comentario