Hay quienes pudieran pensar que, si uno escribe sobre un músico del pasado, es porque nada más nos preocupamos por la gente de otros tiempos y realmente les digo que esa no es la intención. Cuando en un día como hoy recordamos a Benny Moré, en el aniversario ciento uno de su natalicio, más que regodearnos en el entorno histórico donde se hizo grande, queremos traerlo hasta nuestros días como el fabuloso aliciente que significa su herencia para los jóvenes músicos.
Ahora mismo hablamos del Benny en cualquier país de América Latina y es como hacer referencia a una deidad que les fuera legada por el pueblo cubano. Decir su nombre en México, Venezuela o en Colombia, para nada es hacer alusión a un nostálgico recuerdo del ayer, sino que goza de la plena vigencia que merece su extraordinaria dimensión artística. Y si es en Cuba, basta decir que pocos pueblos en el mundo pueden sentirse tan orgullosos de tener entre sus hijos idolatrados a alguien como Benny Moré.
Surgido de una auténtica urdimbre popular, el Benny no solo llega a estar entre los mejores intérpretes de su época al asumir con el mismo nivel de calidad tanto un son como un bolero que una rumba. Muchos de los aclamados éxitos fueron de su propia inspiración, pero si eran de otros autores, aunque tenía sus arreglistas, de todos modos, él era quien les daba el toque final. Y para colmo, no solo se hizo de una gran orquesta, sino que hasta él mismo la dirigía, pero de una forma tan espectacular que los bailadores se detenían para no perderse ningún detalle del momento.
Entonces, el homenaje cotidiano a este músico excepcional es evocarlo en el empeño de cultivar aquella semilla de su memorable hazaña cultural: el perenne amor por lo nuestro. Tal y como acotara el crítico Bladimir Zamora, «Benny es una permanencia y una vez descubierto nos sirve como esa lámpara maravillosa a la que se le piden todos los deseos del mundo sin que se esfume su genio».
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