La luz, bróder, la luz de esta Isla


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La obra es una provocación para que el espectador se quite las máscaras en completa identificación social y cultural. Fotos: Almaguer, Sonia. Tomadas de Cubaescena.

Como si se caminase por las calles de este país, como si se escuchase hablar a los corazones que latimos en este suelo, se siente el público que cada fin de semana repleta la Nave Oficio de Isla. Comunidad creativa, en el Centro Cultural Antiguos Almacenes de San José, donde Luz –con el olor y la brisa del mar impactando justo en nuestros rostros– resplandece bajo la dirección de Osvaldo Doimeadiós. 

La obra, Premio Villanueva de la Crítica, en un escenario cargado de metáforas, presenta a jóvenes y consagrados artistas desdoblándose en un ir y venir de imágenes que evocan nuestra realidad desde la imbricación de cabaret, performance, oralidad... La valentía de quienes sienten, encarnan y se transmutan en varios habitantes de Cuba, es un puntal significativo del éxito de esta producción.

En ese aspecto no se puede dejar de mencionar –guiada por Daya L. Aceituno– a la Banda de Conciertos de Boyeros, que lejos de acompañar, protagoniza.   

Luz, en continua construcción, raíz de un sentimiento compartido, se adentra en nuestra identidad con referentes esenciales del panorama sonoro cubano, y está inspirada en el quehacer del poeta, investigador, ilustrador y musicógrafo Sigfredo Ariel (1962-2020).

Los poemas (re)presentados van desde la visión personal –por supuesto– a indagar en lo auténticamente cubano, en lo que nos define como nación, en la insularidad innegable que nos condiciona y, precisamente, este espectáculo coral le pone sonido, color, emociones a la luz que irradia nuestra cotidianidad, que es la dirección en que se ha enrumbado Doimeadiós con este proyecto: penetrar en la espiritualidad de los nacidos en la Mayor de las Antillas, legitimando de esa forma la función social del arte.

Entonces, esta no es solo una puesta en escena sui géneris que defiende el arte por encima de los límites de cada manifestación, sino, además y, sobre todo, una provocación para que el espectador se quite las máscaras en completa identificación social y cultural con una propuesta fuera de los márgenes del teatro convencional.

No tiene otra clasificación que la de una cubanía desbordante, como la poesía de Sigfredo Ariel, como el bolero, como la trova, como el rock and roll que también amamos, como la rumba con que cierra la presentación y todos –actores, músicos y público– se funden arrollando para buscar la luz, como siempre hacemos los cubanos en este afán de resistir.

Estos días van a ser imaginados / por los dioses y los adolescentes que / pedirán estos días. / Y se borrarán los nombres y las fechas / y nuestros desatinos / y quedará la luz, bróder, la luz / y no otra cosa. 


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