Una sistemática campaña de descrédito a la Revolución Cubana comenzó desde el propio año 1959, cuando se iniciaron los ajusticiamientos a los criminales batistianos. Lanchas procedentes de Estados Unidos emprendieron ataques terroristas contra costas cubanas —una práctica que duró décadas—; empezaron las quemas de plantaciones de caña para hacer fracasar las zafras azucareras; provocaciones desde la Base Naval de Guantánamo; intentos de asesinato a Fidel Castro y otros dirigentes; secuestros de aeronaves y embarcaciones; agresiones aéreas y sabotajes; lanzamientos por aire de armas e infiltraciones para apoyar a los primeros “alzados”; actos terroristas en escuelas e instalaciones sociales, e invasiones armadas desde República Dominicana.
Este escenario bélico se acrecentó en 1960. La Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) organizó la voladura en el puerto de La Habana del vapor francés La Coubre, que traía desde Bélgica municiones para el Ejército Rebelde. El sabotaje ocasionó 101 muertos, varios desaparecidos y más de 200 heridos. La guerra no declarada del Tío Sam contra Cuba se extendió a los frentes político, diplomático, cultural, mediático, económico, comercial, financiero y militar. La escalada iba desde las amenazas de paralizar las labores de sus compañías mineras en Moa y Niquero, hasta la negativa de sus refinerías en la Isla respecto al procesamiento del petróleo proveniente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS); los cortes de financiamientos, las calumnias en organismos internacionales y la propaganda subversiva.
El gobierno revolucionario respondió a cada ataque con réplicas enérgicas, con la intervención y nacionalización de empresas, y con la ejecución de un amplio plan de Reforma Agraria para cumplir el programa del Moncada. Como Estados Unidos se negaba a aceptar la promulgación de leyes de beneficio popular en la Isla, rebajó la cuota azucarera y suspendió luego la compra de azúcar, en un claro acto de guerra económica. Cuba estableció entonces acuerdos comerciales con la URSS y China, y nacionalizó centrales azucareros, refinerías de petróleo, empresas de electricidad y teléfonos. Cuando la Organización de Estados Americanos —“ministerio de colonias yanqui”, en la actualidad tan desacreditada— acusó a nuestro país de incompatibilidad con el hemisferio occidental, el gobierno cubano se retiró dignamente de esa institución y proclamó la Primera Declaración de La Habana, donde anunció la ruptura del tratado militar con Estados Unidos. En la Organización de las Naciones Unidas, durante el discurso más extenso de la historia de la organización, Fidel acusó de terrorista al gobierno norteamericano, y al regresar fundó los Comités de Defensa de la Revolución. Aumentaron las bandas financiadas por la CIA en todas las provincias; se nacionalizaron la banca extranjera y las grandes empresas cubanas: centrales azucareros, fábricas textiles y de bebidas, tostaderos de café, almacenes comerciales, empresas de ferrocarriles, etc. Se recrudeció el bloqueo económico, comercial y financiero contra Cuba hasta hoy. Esta historia no pocas veces se ha intentado borrar o manipular, como si debiéramos desconocer el pasado y olvidar a los muertos, pero ese es el contexto del nacimiento de la política cultural.
La guerra iniciada por Estados Unidos no impidió que desde los primeros días del triunfo de enero el gobierno provisional creara las bases de la política cultural de la Revolución. En la antigua fortaleza militar de Columbia, en La Habana, convertida en Ciudad Escolar Libertad, unos doscientos maestros voluntarios comenzaron a alfabetizar a cientos de soldados rebeldes; las instalaciones militares y de tortura —como el cuartel Moncada en Santiago de Cuba y el Goicuría en Matanzas— se convirtieron en centros de enseñanza, lo cual formó parte de un proceso de conversión de cuarteles en escuelas. Se construyó la Ciudad Escolar en el Caney de las Mercedes, en la falda de la Sierra Maestra, y en medio de las tensiones militares y económico-comerciales se levantaron 10 000 aulas y se nombraron 4 000 maestros. Así, el 22 de diciembre de 1959 se aprobó la Ley 680, que suprimió las diferencias entre las escuelas públicas y las privadas.
En ese primer Año de la Liberación se fundó el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic), entre cuyos objetivos estaba ofrecer una visión auténtica del pueblo cubano. La recién inaugurada Imprenta Nacional de Cuba se dedicó a producir libros de autores nacionales y extranjeros en tiradas masivas y a precios módicos. La Casa de las Américas inició una gestión inédita para estrechar lazos culturales con los pueblos del hemisferio, incluido el de Norteamérica en su diversidad. Se apoyó al Ballet de Alicia Alonso (convertido en Ballet Nacional de Cuba) con un financiamiento estable, y la compañía logró en breve tiempo hacer popular una expresión considerada elitista hasta entonces. La Universidad Popular, en la televisión, abarcó temas de la cultura, incluidos los sociales y políticos. Se instauró el Teatro Nacional de Cuba, que exhibía una programación amplísima de artes escénicas, y la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba ofrecía su primer concierto. Estos pasos iniciales intentaban hacer desaparecer las artificiales barreras entre lo “culto” y lo “popular”, así como entre las diversas disciplinas artísticas, literarias, económicas, sociales, filosóficas, políticas.
Entre los postulados de la política cultural cubana se encuentran la reafirmación de la identidad nacional y el reconocimiento de la diversidad cultural. Foto: “Isla 70” (1970), obra de Raúl Martínez.
Mientras esto sucedía, las campañas difamatorias contra la Revolución no cesaban. El 26 de diciembre de 1960 llegaron los primeros niños a Estados Unidos como parte de la Operación Peter Pan, una siniestra maniobra precedida por noticias falsas acerca de la pérdida de la patria potestad de los padres cubanos sobre sus hijos, con un saldo de 14 000 niños y adolescentes enviados solos a un país extraño. Regresaron los primeros maestros voluntarios de la Sierra Maestra y Minas del Frío; se constituía la Comisión Nacional de Alfabetización, y Fidel cenaba con 10 000 maestros el 31 de diciembre de 1960 en Ciudad Escolar Libertad. La dirección del gobierno con los educadores al frente se encaminaba a librar la primera gran batalla contra la ignorancia.
Desde el primer día de enero de 1961 se comenzó a organizar la Campaña de Alfabetización, pilar esencial de la política cultural. El 2 de enero el gobierno cubano solicitó la paridad del personal diplomático en La Habana y Washington. Estados Unidos respondió con la ruptura de relaciones —para lo cual esperaban algún pretexto—, una de las últimas acciones del republicano Dwight D. Eisenhower, quien el 20 de enero le entregaría la presidencia al demócrata John F. Kennedy, continuador de la política de hostilidad hacia Cuba. Ese mismo día en la entonces Plaza Cívica, hoy Plaza de la Revolución, se realizó el primer desfile militar.
Los acontecimientos se sucedían de manera rápida y violenta, y cada acto de prepotencia yanqui tuvo su inmediata respuesta cubana, algo inédito para su dominio imperial. La banda terrorista de Osvaldo Ramírez asesinó al maestro voluntario Conrado Benítez y desde entonces las brigadas de alfabetización llevaron su nombre. Se incrementaron los actos de subversión y los asesinatos a campesinos para hacer fracasar la campaña, junto a sucesos en la Base Naval de Guantánamo, incidentes con diplomáticos, incremento de desembarcos de terroristas por las costas, etc., en una hostilidad que todavía no ha cesado. En medio de estas agresiones se iniciaron las acciones para reanimar la Academia de Ciencias de Cuba, creada en el siglo XIX y prácticamente olvidada. Mediante la Ley 926 se creó el Consejo Nacional de Cultura, adscrito al Ministerio de Educación, para mantener una atención diferenciada a los artistas y escritores. Se constituyó el Museo Nacional de Ciencias Naturales y se anunció la apertura de escuelas para instructores de arte: el gobierno se interesó por acrecentar en la sociedad el protagonismo de científicos, técnicos, maestros, artistas y escritores, sus aliados naturales.
Mientras la Revolución consolidaba su política cultural en los primeros tres meses de 1961, llegó abril: el día 13 un terrorista incendió la tienda El Encanto y falleció Fe del Valle; el 15 fueron bombardeados los aeropuertos de San Antonio de los Baños y Ciudad Libertad, en La Habana, y el de Santiago de Cuba; el día siguiente, en el entierro de las víctimas, Fidel proclamó el carácter socialista de la Revolución; el 17 de abril la Brigada 2506, financiada por la CIA, desembarcó con más de 1 500 mercenarios por Playa Girón y Playa Larga, y en la mañana del 19, a solo 66 horas del desembarco, se declaró la victoria en las arenas de Playa Girón.
El 23 de abril, en el espacio televisivo de la Universidad Popular, Fidel denunció con todas las pruebas la complicidad del gobierno de los Estados Unidos, y el día siguiente Kennedy admitió la responsabilidad en el frustrado intento. Posiblemente se daba cuenta del gran apoyo popular a la Revolución cubana, lección aún no aprendida, pues a partir de entonces diversificaron y aumentaron todos los actos de guerra. La radicalización del proceso se hizo evidente y patente: el gobierno yanqui había sufrido su primera gran derrota militar en América —aún más vergonzosa cuando después de los juicios los prisioneros fueron cambiados por alimentos para niños y medicinas. Esto fue lo que sucedió en la Isla donde debutaron en 1898 para exhibirse como potencia mundial durante la batalla naval contra España en la bahía de Santiago de Cuba.
Fracasados estrepitosamente los intentos por derrocar a la Revolución mediante las armas, se intensificó la segunda gran ola de emigración legal de cubanos hacia Estados Unidos —la primera incluyó, sobre todo, a personas comprometidas con el régimen de Batista—, pues muchos esperaban una victoria de los mercenarios. A lo largo de los años las emigraciones se diversificaron y ampliaron debido a múltiples causas. Costaría mucho diseñar una cartografía de motivaciones políticas, ideológicas, culturales, económicas, familiares o personales desde entonces y hasta ahora. Es un estudio pendiente aún. La mayoría de los dueños de los medios masivos de comunicación de la Isla se habían marchado del país. José Ignacio Rivero, dueño del Diario de la Marina, el más antiguo de Cuba, lo hizo en mayo de 1960, y sus exempleados imprimieron una última emisión con un titular en primera plana: “Ciento veintiocho años al servicio de la reacción”. El propietario de Avance se había negado a publicar las coletillas de los trabajadores a las campañas difamatorias contra la Revolución, y sucumbió. El País se declaró incosteable ante el Ministerio de Trabajo. Prensa Libre y La Calle se fundieron con Combate, órgano oficial del Directorio Revolucionario 13 de Marzo, en el vespertino La Tarde, y posteriormente cerró, ya que no pudo comprar el papel. La histórica revista Bohemia continuó publicándose después de que su dueño Miguel Ángel Quevedo abandonara el país, y fue nombrado al frente Enrique de la Osa, excelente periodista del propio semanario que mantuvo un apoyo sistemático a las medidas revolucionarias.
La revista Bohemia aborda temas acuciantes de la realidad cubana, apegada a la ideología de la Revolución.
Foto: Portada de la revista (noviembre de 1959)
Continuaba apareciendo el periódico El Mundo, con el equilibrado Luis Gómez Wangüemert como director y una nómina de reconocidos periodistas y colaboradores: Waldo Medina, José Zacarías Tallet, Andrés Núñez Olano, Rafael Suárez Solís, Mario Parajón, Juan Emilio Friguls, Salvador Bueno, Carlos Lechuga, Hortensia Pichardo, Heberto Padilla, Nicolás Dorr, Manuel Galich, Gustavo Torroella, Ciro Bianchi, Guillermo Rodríguez Rivera, Irma Cáceres, Eduardo Heras León, Renato Recio, Roberto Agudo, Alexis Schlachter, Enrique Colina, entre otros. El diario, que reflejaba una visión digna y revolucionaria de la cultura, expresada de manera amena, se mantuvo hasta 1969, cuando después de un incendio en sus talleres parte de su equipo se incorporó a Granma.
En la radio y la televisión había ocurrido un proceso similar. “Dueños del aire” como Goar Mestre y Gaspar Pumarejo se marcharon del país; otros como Guido García Inclán —periodista de gran civismo y valentía, perteneciente a COCO, “El periódico del aire”—, permanecieron en Cuba. Periódicos como Revolución, órgano del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, dirigido por Carlos Franqui, y Noticias de Hoy, órgano del Partido Socialista Popular, que en aquellos momentos tenía como director a Carlos Rafael Rodríguez, exponían opiniones diversas sobre la orientación de la Revolución. En Estados Unidos sabían ya que “el cambio de régimen” en la Isla solo se podría alcanzar con la combinación de varios factores: en primer lugar, la asfixia económica, comercial y financiera que acrecentaron, y en segundo, la guerra cultural y mediática, de Inteligencia y subversión. No obstante, después de la derrota de Playa Girón tampoco abandonaron la opción militar, sino que fraguaron planes a gran escala, como la Operación Mangosta. No bastaba el activismo de Radio Swan, creada a finales de 1959 para desatar la guerra radial contra Cuba, ni las llamadas “bolas” echadas a rodar entre la población, o las venenosas emisiones de La Voz de las Américas. Era necesario un intenso plan cultural general y sistemático para provocar confusión, división, desconcierto, desaliento, desmoralización, miedo, incertidumbre, recelo y desconfianza: una fábrica de virus que arrasara como la mangosta.
En este contexto se definía la política cultural de la Revolución. Para tener una idea de la febril actividad de Fidel en junio de 1961, antes de la famosa reunión en la Biblioteca Nacional —los días 16, 23 y 30 de junio, en la que pronunciara el trascendente discurso llamado luego “Palabras a los intelectuales”—, basta decir que el 6 de junio creó el Ministerio del Interior, con Ramiro Valdés al frente, que sustituyó al de Gobernación. Ese mismo día firmó la Ley de Nacionalización de la Enseñanza, que estipulaba la educación pública y gratuita. El 8 de junio anunció en la clausura de la reunión del ejecutivo de la Unión Internacional de Estudiantes, la posibilidad de otorgar mil becas a jóvenes latinoamericanos, y dos días antes de la reunión en la Biblioteca estaba fundando el Ejército Occidental.
26 de Diciembre de 2020 a las 17:46
Excelente recordatorio de la resistencia y lucha de los primeros días de la Revolución. Es increíble la decisión de lucha desde los primeros días. Efectivamente, desde los primeros tiempos la Revolución tenía en su vientre lo que poco más tarde expresaría tan claramente Fidel: "Lo que Cuba puede dar y dado ya es su ejemplo"
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